—¡¿En qué demonios estás metida, Carena?! —exclamó papá, furioso.
—Ya te lo he dicho, papá —protesté fastidiada.
—¿Por qué te quedas tanto tiempo fuera de casa? Ni siquiera tienes la amabilidad de contestar tu celular —bramó—. ¿Estás saliendo con alguien?
—Por favor, papá.
—¿Por favor qué?
—¿Por qué todo ha de tener respuesta? —objeté.
—Porque vives en mi casa, Carena —enfatizó con tono de vieja regañona y por algunos segundos, se tornó pensativo—. Esto ni siquiera puede estar relacionado con un amorío...
—¿Y qué importancia tiene eso, papá?
—Sueños insensatos, sonambulismo, alucinaciones. ¡Pareces alejarte de la realidad cada vez que te sient
Una tarde me encontraba sentada en la plaza central de universidad, sin ser consciente de la intensidad con la que los rayos del sol me quemaban la piel. Miraba fijamente un cartel donde aparecía uno de los líderes del Sistema, sonriendo y siendo abrazado por un grupo de mujeres que derrochaban un júbilo casi doloroso. Me sentía inevitablemente atraída por él, cuando de pronto, una voz cavernosa se dirigió a mí:—¿Sabes en lo que te estás metiendo?—¿Qué? —respondí de inmediato, desconcertada.—Estás en problemas, Carena —advirtió la voz totalmente serena. Rápidamente levanté la vista para ver quién me hablaba, sintiendo una brutal opresión en el pecho. Aunque no podía ver su rostro, se trataba de un hombre sentado en un banco cercano. Leía el diario local, cuyas hojas eran
Recuerdo que una tarde de octubre intentaba ponerme al corriente con la universidad y escuchaba mis clásicos favoritos de The Beatles, cuando de pronto, el sonido del timbre en mi apartamento me sobresaltó. Agucé el oído para curiosear quien podría ser y reconocí de inmediato aquella voz grave y ronca. Era la voz de John. La voz del mismísimo demonio dispuesto a arrastrarme nuevamente al infierno. El corazón me saltó en el pecho y contemplé mi rostro pálido y tenso en el espejo y escuché.—Buenas tardes. Busco a Carena. Soy un amigo de la Universidad.—Buenas tardes —dijo papá con voz sonora—. ¿Y cuál es su nombre?—John. John Martell —respondió con naturalidad—. Disculpe mi atrevimiento, no quisiera incomodarlo, pero debo consultarle algo a Carena.—Pase por favor. Tome asie
Esperando mi traslado a la séptima sesión de lavado de cerebro, borrado de memorias o si se quiere, más ostentosamente, “reprogramación de la psique”, evoco con nostalgia aquella tarde de otoño desde la soledad de mi habitación. Las horas que pasamos juntos ese día son horas que jamás olvidaré. Fueron una dolorosa representación de lo John podía lograr en mí con tan solo una mirada. ¡Y es que ni siquiera todo el horror que se había atrevido a contarme aquella tarde pudo conmigo! Aun en contra de mis miedos, yo siempre caía postrada y abominablemente dominada por ese amor obsesivo que sentía por él. Pero no todo fue malo. Ese día logramos comunicarnos como no lo habíamos hecho jamás.Cierro mis ojos y sobre la pantalla oscura del interior de mis párpados, veo el puerto bañado en la luz del expirante c
—En realidad no sé dónde he estado, John. No logro entender qué sucede. A veces dudo sobre lo que he visto, los lugares donde he estado y lo peor de todo es saber que nadie puede corroborarme esa información. ¡Nadie más lo ha visto, John! —comenté abatida, fijando mi mirada en el horizonte—. Y ¿si todo aquello es solo una construcción de mi cerebro? ¿Si no es real? —Él me escuchaba en silencio, como si dudara y después de una larga pausa, añadí—: Es como en Kashmir.—¿Qué es Kashmir? —preguntó con una extraña expresión.Le sonreí vagamente.—Es una canción de Led Zeppelin, una de las obras maestras del grupo. Su melodía es tan hermosa y oscura a la vez, que te sumerge en un mar de sensaciones extrañas. Los sonidos de guitarra y los ritmos orientales te lleva
—Y para mí, la felicidad absoluta somos tú y yo. No sé si eres una especie de suerte que aparece algunas veces en la vida o si el destino realmente nos ha unido, John, pero yo seguiré aferrándome a este amor, en el abrazo de la oscuridad que entiende mi necesidad de escapar, manteniendo nuestra voz en susurros, compartiendo secretos en las noches hasta que la luz del día nos haga guardarlos, hasta que pase lo que tenga que pasar, hasta que se conviertan en recuerdos.Y con ojos ardientes y el cuchillo en la mano, realicé el corte sutilmente en su mano, abriendo de esta manera, la puerta al interior de nuestras almas que a través de la sangre tibia y espesa, pudieron unirse en el poderoso abrazo de nuestras manos.Recuerdo la pasión en su mirada y el hilo de sangre que corrió por nuestros antebrazos. Era mío porque quería, porque me quería y esa noche edificamo
¿Qué demonios es todo esto?, me pregunto nerviosa y asustada con una sensación de autoaborrecimiento que me crispa el corazón. Selecciona algunas de las fotografías del paquete y empieza a barajarlas sin un orden específico.—Han sido nueve sesiones, Carena. Deberías empezar a arrojar resultados satisfactorios —continúa con voz serena mientras toma una silla y se sienta a mi lado. Hace una breve señal al doctor Tyler, quien esboza una complaciente, pero tirante sonrisa y enseguida, me coloca las correas y conecta los malditos cables al infame aparato marrón—. Hoy es tu examen parcial —anuncia con una sonrisa pedante, cual maestro que disfruta intimidar al estudiante que no se preparó para el parcial. Una súbita sacudida de terror me acuchilla. Toma una de las fotografías y la acerca a mi rostro para que pueda verla. Bajo el foco enceguecedor de luz blanc
Ya mi memoria se niega a suministrar los detalles de aquellos dos últimos meses, que apasionadamente, viví junto a mi amado John. Cada día que pasaba se fundía en el terror insoportable a ser atrapada por La Agencia, en cada auto plateado y en cada extraño con traje que parecía seguirme como sombra a todos lados. Fuera de ello, luchaba por dominarme, por recobrar la cordura y empecé a controlar de manera satisfactoria los jodidos sueños. Supongo que lo que quería era asegurarme de que todo este asunto no era más que una especie de fantasía demencial o algo por el estilo. Aunque los sueños no se habían aplacado del todo, el terror extremo, los extraños sonidos y los impulsos irrazonables, dejaron de producirse y me sentía mucho mejor, tanto física como mentalmente. Era como si la luz de cada nuevo día marchitara aquellos sueños como a un viejo cartel expuesto
“¡Abre la jodida puerta, estúpida!” me gritó Stela con una furia que no sospeché nunca de ella y como si se tratara de un insulto supremo, repetí mi decisión con una ira enloquecida que solo me cegaba.Pero ¡ay, pobre Carena! Las llamas del infierno se sentían arder desde la puerta cuando Judy, cual policía de escuadrón SWAT, la abrió con violencia y caminó ágil hacia a mí, enloquecido, rugiendo de rabia con el más firme propósito de lastimarme horriblemente. Me acorraló en un rincón y me estrangulaba presionando con el antebrazo mi delicado cuello, en tanto yo trataba inútilmente de quitármelo de encima. Me gritaba: “¡Aquí no harás lo que se te antoje! Me estás faltando al respeto ¿Quieres morirte? ¿Eso quieres?” Y desfalleciendo bajo su brazo implacable, ech&ea