Ruth Evand cayó en desgracia. Empezó a perder sucesivamente, y ya no fue la mujer imbatible que ganaba a cuanto rival se le ponía enfrente. Perder en Wimbledon y el Open de Estados Unidos, le afectó demasiado y quedó sugestionada y frustrada. Salió del tope cien incluso y al poco tiempo se retiró del tenis, casi en silencio, abrumada por no haber podido vencerme. Ella siempre pensó que yo no le jugué limpio, que me dopaba, que tenía fierros en mi manos y que me aplicaba hormonas masculinas. Evand se casó con uno de sus entrenadores y no quiso saber más del tenis. Tiene tres hijos, desempolvó su título de profesora y dicta clases a pequeñines en un colegio de Boston y eso la hacía muy feliz. Fue lo último que supe de ella. ¿Saben quién es ahora, la número uno del mundo? ¡¡¡Gina Ferreti!!! Mi amiga empezó a ganar todos los torneos habidos por haber y se proclamó tricampeona en Roland Garros, Wimbledon y Flushnig Meadows en un mismo año. Y tiene para reinar en el tenis, uffff, mu
Un certero balazo en el pecho acabó con todos mis sueños. La bala se alojó muy cerca del corazón y se quedó allí para siempre porque era muy riesgoso poder retirarlo, dijeron los médicos. No afectaba los pulmones, felizmente. Sin embargo, eso acabó con mi carrera. Yo era policía. Había alcanzando el rango de teniente y era muy estimada y respetada por mis compañeros y comandantes, había ganado, además, numerosas distinciones y aspiraba a llegar al más alto rango que mujer alguna haya alcanzado, pero el destino, muchas veces, es cruel. Me encontraba en mi mejor momento cuando un delincuente me disparó a quemarropa, al pecho. No fue en una intervención policial, es lo más irónico de todo. Yo estaba en una tienda de modas comprando pantimedias, cuando el ladrón asaltó a la cajera y cargó con todo el dinero y emprendió la huida. Entonces tuve una reacción más por instinto que por sentido común, me le atravesé para que cayera o diera tiempo a que llegara la seguridad del centro comercial
-¿Tiene ascendencia turca?-, me preguntó el doctor, después de auscultarme detenidamente. Al galeno le llamaba la atención mi apellido. -Es portugués-, sonreí abrochándome la blusa. Cuando lo hacía, vi las horribles suturas de mi pecho, atravesando el canalillo, símbolo de la tragedia que me envolvía y sumía mi vida en llanto y desconsuelo. -Estás bien, la bala no afecta órganos vitales, puedes desarrollar una vida normal, tendrás mucha tos, sí, pero esos accesos serán normales-, me fue diciendo el galeno sin mirarme, escribiendo muchas cosas en un cuaderno grande empastado. -¿Puedo volver al servicio activo?-, pregunté. Es lo que me interesaba, en realidad. -No, Katty, ya has sido declarada incapacitada, pero puedes hacer otras cosas-, siguió él sin mirarme. Eso me fastidiaba más, que la gente intentase hacerme convencer que el haber sido dada de baja no era el fin del mundo y que todo podía ser normal o igual que antes. Nadie podía imaginar que ese balazo había hecho añicos
Esa misma mañana llegué al club de tenis más prestigioso de la ciudad. Me había comprado una raqueta, una veintena de pelotas, medias cortas, un maletín deportivo y un uniforme blanco de camiseta y minifalda, abajo me puse un short y calcé zapatillas rosadas. También me puse muñequeras y me amarré el pelo en cola. Estacioné mi carro en el parqueo y el vigilante me llevó donde la secretaria. -La señorita quiere aprender a jugar tenis-, me anunció delante de ella. La mujer escribía en su ordenador. -¿Socia, invitada o visitante?-, me preguntó sin mirarme. Ya se me estaba haciendo costumbre. -Visitante-, alcé mi hombro coqueta. Al vigilante le dio risa y sin dejar de reírse, se fue a su puesto de trabajo. Yo me quedé chupando la boca, mirando a la mujer. -La cancha cuatro está disponible. Pagas en caja-, me dijo sin despegar la mirada de la pantalla de su PC. ¿Y qué podía hacer sola en una cancha de tenis? Me sentí en medio de un desierto. El piso era de ladrillo, una red larga
Marcial me llamó por la tarde. Yo estaba fastidiada por que se había roto una tubería en la casa, se habían inundado la cocina y el baño, y estaba sin agua. Refunfuñaba indignada. El gasfitero estaba en camino hacía una hora (me prometió en diez minutos) y maldecía por todo, furiosa, jalándome los pelos, pateando sillas y secando el piso que había quedado hecho una laguna. Estaba tan iracunda que tuve numerosos accesos de tos y que me dejó más roja que un cangrejo hervido. -¿Qué tienes qué hacer en la tarde?-, me preguntó. Uyyyy ¿una cita? Mi corazón pataleó en el pecho, sentí mi sangre hacer ebullición en las venas y pasé la lengua por mis labios, febril e impetuosa. El fuego de mis entrañas me volvió, de inmediato, en una pila de carbón. -Nada-, dije. -Vente al club a las tres, cambiada, vas a la cancha seis, que vas a jugar contra Magdalena Blokhin-, me anunció y colgó sin darme lugar a preguntas. -Cita ¿eh?-, me sentí defraudada, decepcionada, carilarga y volví a tirar patad
Mi primer enamorado, Luis, marcó demasiado mi vida. Tuvimos un intenso romance, cuando yo tenía apenas 20 años. Fue mi segunda pareja. Mi primer enamorado, fue un amor de adolescentes en el colegio y que se estiró hasta que ingresé a la policía y él me dejó porque yo le asustaba, je. Entonces, me enamoré de Luis. Era mercachifle y siempre pasaba por mi casa, vendiendo cualquier cosa. De él me gustó porque era alto, fuerte, robusto, de magníficos músculos, brazos de cemento y bien cincelados, además era muy divertido. -¿Sabes que es el aeromodelismo?-, me preguntó cuando le compré una lámpara muy bonita que alguien había desechado. -Claro, son aviones a escala-, le dije sin entender nada. -No, es un desfile de modas en paracaídas ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas. -Idiota-, se me ocurrió decirle contagiada de sus risotadas. Entonces me enamoré, como una auténtica boba. Él no sabía que yo era policía, nunca lo supo en realidad ni tampoco le interesó saber de mí. Lo únic
No quería entrenar. El inusitado interés que de repente se había desatado en torno a mí, me fastidiaba, me aplastaba, me hacía sentir desconcertada. Necesitaba aclarar mis ideas y mis sentimientos. Marcial me interesaba y mucho, me parecía adorable y lo deseaba, sin embargo él no tenía los mismos ojos sobre mí, y sentía que yo más le parecía una mercancía que una mujer. Desanimada y frustrada llamé al sargento Márquez. -¿Qué es de tu vida, Katty?-, me preguntó sorprendido, con esa tonadita tan varonil que me despeinaba y hacía encender las llamas en mis entrañas Él siempre me había gustado.. -Quiero verte-, le dije juntando los dientes, sintiendo las llamas chisporroteando por mis poros. Golpeaba mis rodillas y no dejaba de jalar mis pelos. Con Márquez ya había tenido más que una amistad. Siempre fue, digamos, mi paño de lágrimas, el refugio ideal cuando tenía preocupaciones, dudas, me sentía mal, estaba deprimida o quería esconderme de los problemas. Y él siempre estaba dispuesto
Esa mañana me acerqué a tesorería para pagar la cancha cuatro. No le había dicho nada a Marcial. Quería pelotear un rato para despejar mi mente, quizás jugar con alguna chica o simplemente enfrentarme a la máquina lanza pelotas. La chica que estaba en caja parpadeó apenas me vio. -Usted no paga, señorita Tecelao, utilice siempre la cancha seis, esa cancha está reservada para usted-, fue lo que me dijo. -No entiendo-, balbuceé desconcertada y turbada. -Es lo que ha ordenado el señor Boniek-, me aclaró ensanchando una larga risita. Marcial estaba en la cancha seis, justamente, y discutía con un sujeto maduro, de pelos revueltos y que tenía las manos en los bolsillos y que parecía estar azorado, bastante molesto y también alzaba la voz. -No puede ser, Boniek, si quieres que participe en un torneo máster-, decía el tipo con enfado, renegando, mirando constantemente el cielo, pensando que Marcial era intransigente o algo así. -No, no, no, máster no, tiene que ser en el open nacional,