Marcial me llamó por la tarde. Yo estaba fastidiada por que se había roto una tubería en la casa, se habían inundado la cocina y el baño, y estaba sin agua. Refunfuñaba indignada. El gasfitero estaba en camino hacía una hora (me prometió en diez minutos) y maldecía por todo, furiosa, jalándome los pelos, pateando sillas y secando el piso que había quedado hecho una laguna. Estaba tan iracunda que tuve numerosos accesos de tos y que me dejó más roja que un cangrejo hervido.
-¿Qué tienes qué hacer en la tarde?-, me preguntó. Uyyyy ¿una cita? Mi corazón pataleó en el pecho, sentí mi sangre hacer ebullición en las venas y pasé la lengua por mis labios, febril e impetuosa. El fuego de mis entrañas me volvió, de inmediato, en una pila de carbón. -Nada-, dije. -Vente al club a las tres, cambiada, vas a la cancha seis, que vas a jugar contra Magdalena Blokhin-, me anunció y colgó sin darme lugar a preguntas. -Cita ¿eh?-, me sentí defraudada, decepcionada, carilarga y volví a tirar patadas a las sillas, ésta vez más furiosa que antes. Ni sabía quién era Magdalena Blokhin, pensé en una amiga de él, quizás una profesora de tenis u otra chica queriendo hacer deporte. Llegué puntual al club y fui a la cancha seis que estaba casi al otro extremo del predio. El movimiento era febril en todas las canchas. Chicos y chicas, de todas las edades, jugaban, se divertían, aprendían y daban raquetazos en medio de intensos cuchicheos y una interminable vocinglería. Hacía frío y todos estaban forrados en buzos. Yo iba toda rica con mi minifalda cortita, meneando las caderas como un barco a la deriva. Los hombres me miraban encandilados, deleitándose con mi meneo sensual y cadencioso. No hay sensación que más me guste que sentirme deseada, je. Blokhin ya estaba peloteando con Marcial, lanzando pelotas. Había bastante gente rodeando la cancha y no dejaban de mirarla a ella, le tomaban fotos y selfies. Ella estaba seria, altiva. Era tan alta como un edificio. -Quiero verte-, fue lo que me dijo Marcial, después de besar mi mejilla. Junté los dientes. -Yo hace rato quiero verte, papito-, me dije divertida. Ni había pensado que era mi primer partido, no se me había ocurrido si estaba o no preparada ni tenía idea de lo que iba hacer en la cancha. Marcial me reiteró el reglamento del tenis, que la pelota no tenía que salir fuera de la cancha, dar tan solo un bote y que jugaríamos un set corrido. Recién reparé que estaba jugando cuando un certero pelotazo de Blokhin zumbó al lado de mi cabeza, igual a un meteorito que me asustó y hasta me cubrí la cara. Todos estallaron en carcajadas, también Marcial. -Más seriedad, Katty-, me exigió. Me di cuenta, entonces, que estaba en medio de un partido de verdad. -¿Por qué tanta gente?-, preguntó Ashley Dempsey, la entrenadora principal del club a un empleado que recortaba los arbustos que hacía renglones a los senderos que iban a las canchas. -Está entrenando Magdalena Blokhin-, le dijo. -Ahhh, la campeona nacional-, sonrió Ashley indiferente. Abrió su botella de agua mineral que cargaba en su maletín, cuando escuchó una y otra vez ¡bum! ¡bum! ¡bum! ¡bum! retumbando como petardos, remeciendo la cancha seis. Los estallidos parecían bombazos haciendo temblar el suelo, remeciendo a Dempsey. -¿Quién está usando un martillo en vez de una raqueta?-, se admiró ella perpleja, con los ojos desorbitados, boquiabierta. -La chica nueva, la que entrena el señor Marcial, sus raquetazos parecen dinamita-, sonrió el empleado. Ashley se rascó los pelos mientras seguían los estallidos remeciendo el club ¡bum! ¡bum! ¡bum! -Esa chica tiene bazucas en vez de manos-, descolgó Ashley otra vez su quijada. Le dio su botella al empleado y fue de prisa a la cancha seis. Blokhin era rápida y me sorprendía siempre con sus reveses, me mandaba globos muy altos y yo me debía multiplicar para responder, lograba atinarle algunas pelotas, pero ella era ciertamente mejor. ¡Bum! ¡bum! ¡bum! -Esa chica está jugando con una escopeta-, sonrió Ashley Dempsey, cuando llegó a la cancha entre sorprendida e irónica. Marcial se recostó a su silleta. Puso las manos detrás de su nuca. -Sí, desde que la vi supe que tenía dinamita en las manos-, sonrió Boniek. -¿Quién es?-, se interesó Ashley. -No sé, se apareció de repente, como un fantasma. La vi en la cancha y me impactó verla delgada, fuerte, alta, vigorosa, como una amazona-, le contó. Blokhin me ganó 6-0, simplemente me avasalló. Al terminar el partido se me acercó hasta la red. -¡Oye!, me pasó la voz, qué buen golpe tienes- Me secaba el sudor con una toalla. Sonreí. -Gracias-, no más le dije. No me importaba en realidad haber perdido, lo que me emocionaba era haberle dado gusto a Marcial. Blokhin me besó en la mejilla y de repente todos me aplaudían. Incrédula y perpleja les sonreía a los que me ovacionaban. -¿Qué edad tiene?-, preguntó Ashley. -Tiene casi cuarenta años-, arrugó su boca Marcial. -Parece una jovencita de veinte-, juntó sus dientes Dempsey. -¿Qué tal?-, le sonreí a Marcial. Pensé que estaba decepcionado por la paliza que me había dado Blokhin. -Nada mal, le pegas bien duro a la pelota-, siguió él con sus manos juntas en la nuca. -Ay, no sé, ¿eso está bien o mal?-, yo estaba muy entusiasmada de que él me mirara a los ojos. - Bien, pero muy bien-, dijo él. -¿Tienes entrenador?-, me preguntó entonces Ashley. -Sí, él me entrena-, dije alzando mi naricita. -¿No tienes entrenador?-, me insistió mirándome de pies a cabeza. -Él-, me molesté. -Tiene casi cuarenta años-, le refunfuñó entonces, Marcial a Ashley, adivinándole las intenciones. -Tengo 36-, empecé a enfurecerme. -Las mejores tenistas del mundo alcanzaron a ser número uno del mundo a los treinta años-, dijo Ashley convencida. Me sentí turbada y molesta. Blokhin me había destrozado en la cancha y esa tonta hablaba de ser la número uno del mundo. Estaba demasiado molesta para burlas o tomaduras de pelo. Le dije a Marcial para entrenar al día siguiente, en la mañana, pero no me hizo caso. Siguió discutiendo con Ashley. Tomé mi maleta, me colgué la toalla al hombro y me fui meneando las caderas hacia los vestidores, llevando mi raqueta, molesta y azorada a la vez.Mi primer enamorado, Luis, marcó demasiado mi vida. Tuvimos un intenso romance, cuando yo tenía apenas 20 años. Fue mi segunda pareja. Mi primer enamorado, fue un amor de adolescentes en el colegio y que se estiró hasta que ingresé a la policía y él me dejó porque yo le asustaba, je. Entonces, me enamoré de Luis. Era mercachifle y siempre pasaba por mi casa, vendiendo cualquier cosa. De él me gustó porque era alto, fuerte, robusto, de magníficos músculos, brazos de cemento y bien cincelados, además era muy divertido. -¿Sabes que es el aeromodelismo?-, me preguntó cuando le compré una lámpara muy bonita que alguien había desechado. -Claro, son aviones a escala-, le dije sin entender nada. -No, es un desfile de modas en paracaídas ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas. -Idiota-, se me ocurrió decirle contagiada de sus risotadas. Entonces me enamoré, como una auténtica boba. Él no sabía que yo era policía, nunca lo supo en realidad ni tampoco le interesó saber de mí. Lo únic
No quería entrenar. El inusitado interés que de repente se había desatado en torno a mí, me fastidiaba, me aplastaba, me hacía sentir desconcertada. Necesitaba aclarar mis ideas y mis sentimientos. Marcial me interesaba y mucho, me parecía adorable y lo deseaba, sin embargo él no tenía los mismos ojos sobre mí, y sentía que yo más le parecía una mercancía que una mujer. Desanimada y frustrada llamé al sargento Márquez. -¿Qué es de tu vida, Katty?-, me preguntó sorprendido, con esa tonadita tan varonil que me despeinaba y hacía encender las llamas en mis entrañas Él siempre me había gustado.. -Quiero verte-, le dije juntando los dientes, sintiendo las llamas chisporroteando por mis poros. Golpeaba mis rodillas y no dejaba de jalar mis pelos. Con Márquez ya había tenido más que una amistad. Siempre fue, digamos, mi paño de lágrimas, el refugio ideal cuando tenía preocupaciones, dudas, me sentía mal, estaba deprimida o quería esconderme de los problemas. Y él siempre estaba dispuesto
Esa mañana me acerqué a tesorería para pagar la cancha cuatro. No le había dicho nada a Marcial. Quería pelotear un rato para despejar mi mente, quizás jugar con alguna chica o simplemente enfrentarme a la máquina lanza pelotas. La chica que estaba en caja parpadeó apenas me vio. -Usted no paga, señorita Tecelao, utilice siempre la cancha seis, esa cancha está reservada para usted-, fue lo que me dijo. -No entiendo-, balbuceé desconcertada y turbada. -Es lo que ha ordenado el señor Boniek-, me aclaró ensanchando una larga risita. Marcial estaba en la cancha seis, justamente, y discutía con un sujeto maduro, de pelos revueltos y que tenía las manos en los bolsillos y que parecía estar azorado, bastante molesto y también alzaba la voz. -No puede ser, Boniek, si quieres que participe en un torneo máster-, decía el tipo con enfado, renegando, mirando constantemente el cielo, pensando que Marcial era intransigente o algo así. -No, no, no, máster no, tiene que ser en el open nacional,
Los exámenes clínicos arrojaron que estaba en perfectas condiciones y que pese a la bala que tenía alojada en el pecho, no había inconvenientes para practicar cualquier deporte, menos aquellos que requerían mucha fuerza como las pesas. Me tomaron un millón de radiografías e incluso me sometieron a pruebas de larga resistencia sobre una banda elástica. Todos los cumplí al pie de la letra. En realidad lo hacía por complacer a Marcial porque no me interesaba competir ni enfrentar a nadie, incluso ya había pensado en renunciar apenas me inscribiesen para el torneo.Ashley Dempsey llegó a mi casa de noche. Hacía mucho frío y ella parecía un osito metida en un gran abrigo. Tenía, incluso una gorra de lana y guantes. Estacionó su carro en mi cochera y apenas bajó del auto, exhaló un tupido vaho que parecía el humo de un incendio. -Hace mucho frío allá afuera-, me dijo tiritando. Yo también tenía frío. Tenía dos cafarenas puestas y un buzo grueso. Mis pelos estaban desparramados sobre mi cue
Tenía, ahora, reservado un espacio para estacionarme, un casillero en los vestidores y carta blanca en la cafetería. Todas esas atenciones me incomodaban. Me hacían sentir una diva y aunque me gusta eso, prefiero el perfil bajo. Me encanta llamar la atención pero no quiero muchas atenciones, ¿me entiende? Marcial me llamó para que lo vea en su oficina. Su secretaria me dijo que por orden de Boniek podía subir cuando quisiese, incluso sin anunciarme. Soplé molesta el cerquillo que me había hecho en la la frente. -Ahora dirá a todos que soy su esposa-, dije molesta, aunque después pensé que eso sonaba muy bien, je. -Soy el principal accionista en un par de empresas, una de ropa deportiva y otra de bebidas energéticas. Te van auspiciar-, me anunció meciéndose en su silla de cuero. Su oficina era sobria e impecable tanto como él. Habían cuadros enormes de grandes pintores, candelabros grandes, jarrones artísticos, estantes con trofeos, medallas colgadas, todo alfombrado y sillone
Almorcé en el club y me quedé mirando jugar a los chicos y chicas que se turnaban en las canchas. Todos se alistaban para el open nacional, me contó un recogebolas. Los veía muy altos, impecables, excelentes en sus juegos. Formidables en sus raquetazos. -Ese es Michael Hurst, es ahora la sensación de nuestro tenis, con él voy a jugar la final-, apareció, de improviso, Marcial. Me sobrecogí. Estaba lindo con sus pelos revueltos y la mirada destellante. Llevaba varios días sin afeitarse y eso lo hacía más atractivo y varonil. Mordí mi lengua coqueta, impactada por él. Hurst medía dos metros, tenía brazos largos, sus pelotazos retumbaban como truenos. -No le vas a ganar si no estás entrenando-, le llamé la atención. Él se sentó a mi lado, se recreó con mis piernas. Yo estaba con un short jean muy cortito. Sentí una fuerte descarga eléctrica recorriendo mi espinazo. -Estoy entrenando muy fuerte en las noches, me quedo hasta la madrugada-, se defendió él. -Ashley es muy exigente-
Luego jugué con una rubia altota, de fuerte pegada, y que le gustaba mucho atacar a los costados. Todas sus pelotas buscaban siempre el ángulo. No me fue difícil adivinar su estrategia. Y cuando le respondía sus disparos, me ponía a bailar muy sexy y eso la enfurecía mucho. La vencí 6-1 y 6-1 y cuando conseguí el punto final, ella me lanzó su raqueta. La esquivé con las justas. -Anda a bailar a tu abuela-, me dijo indignada, y se fue meneando las caderas, cargando su toalla y su maletín, echando humo hasta de las orejas. Ashley no quiso que almorzara. Solo un surtido de frutas, agua y gelatina. Me pidió que me durmiera hasta las 3 de la tarde que debía jugar con una tal Nancy Hywoth que era la nueva estrella del tenis. -Ahora sí quiero verte-, me dijo, acomodando una gran frazada en una banca de madera para que me relajara. Ni dormí, ni pensé en mi rival. Mi mente estaba copada por Marcial. Lo veía irresistible, en realidad. Estaba metida en toda esa maraña del tenis, por él, por
Me había comprado una faldita atigrada para jugar. Lo combiné con un top rosado nada chillón con el avisaje de publicidad que me pagaba y me había conseguido Marcial. Me puse muñequeras y mi gorra con la marca de la bebida energética que me auspiciaba también. Mis zapatillas no eran de marca. Me dio risa. -Les confieso que todo mi uniforme es de marca pero mis zapatillas son falsas-, me dije pensándome sola en los vestidores amarrándome los pasadores. -Las zapatillas son importantes. Trata de conseguirte unas que sean fuertes, cómodas, que agarren bien el piso-, me dijo alguien. Me alcé sorprendida. Era Magdalena Blokhin. Se dirigía a entrenar. -No creo que sea necesario-, intenté ser desprendida. -Yo sé lo que te digo-, me dijo y se fue. Mazzola ya hacía calistenia y me ignoraba por completo. No me miraba ni cuando me tiraba la pelotas, entrenando. Yo intentaba ver su revés. En efecto era zurda, remataba bien con esa mano y era fuerte, ágil y espigada. -Aprovecha todas la