Esa misma mañana llegué al club de tenis más prestigioso de la ciudad. Me había comprado una raqueta, una veintena de pelotas, medias cortas, un maletín deportivo y un uniforme blanco de camiseta y minifalda, abajo me puse un short y calcé zapatillas rosadas. También me puse muñequeras y me amarré el pelo en cola. Estacioné mi carro en el parqueo y el vigilante me llevó donde la secretaria.
-La señorita quiere aprender a jugar tenis-, me anunció delante de ella. La mujer escribía en su ordenador. -¿Socia, invitada o visitante?-, me preguntó sin mirarme. Ya se me estaba haciendo costumbre. -Visitante-, alcé mi hombro coqueta. Al vigilante le dio risa y sin dejar de reírse, se fue a su puesto de trabajo. Yo me quedé chupando la boca, mirando a la mujer. -La cancha cuatro está disponible. Pagas en caja-, me dijo sin despegar la mirada de la pantalla de su PC. ¿Y qué podía hacer sola en una cancha de tenis? Me sentí en medio de un desierto. El piso era de ladrillo, una red larga cortaba el escenario en dos y escuchaba voces, gritos, pelotazos, muchos soplidos y maldiciones. Me sentí turbada luciendo una minifalda tan corta y sentía que muchos hombres me estaban mirando las piernas. Junté los dientes azorada. Saqué la raqueta de su funda, tomé una pelota y me puse a jugar con la raqueta, evitando que la bola caiga al suelo. Me daba risa lo que hacía. -¿No ha venido su compañero de juego?-, preguntó alguien. La pelota se fue a cualquier lado y por la sorpresa, la raqueta se resbaló de mis manos. Busqué apurada y vi a un joven mirándome con curiosidad, sentado en las gradas. Tenía camiseta y bermudas y se había atado una vincha en la cabeza. Estaba recostado sobre su maletín deportivo. -No tengo con quién jugar-, mordí mi lengua y arrugué mi naricita, otra vez, coqueta. -¿Alquilaste una cancha de tenis para ti sola?-, se sorprendió el joven. No supe qué decirle. -Pensé encontrar con quién jugar-, volví a azorarme. El joven sacó una raqueta de su maletín. -Jugamos, ¿le parece?-, me preguntó. Ay, yo nunca había jugado tenis, ni sabía en realidad qué hacía allí. Lo que imaginé es que practicar ese deporte iba a ser como como en las clases de pintura o de música, con profesores orientándome o haciendo el intento de enseñarme arte. Me rasqué los pelos. -No sé jugar tenis-, acepté. El joven siguió riéndose. -Nunca es tarde para aprender-, me dijo distendido y campechano. -No soy tan vieja-, protesté alzando el mentón. -No he dicho eso, es más, usted muy hermosa-, intentó ser galante conmigo. Yo soy alta, pero él me doblaba en tamaño. Me dio muchas indicaciones, me enseñó a agarrar la raqueta, golpear la pelota, los revés, el drive, la volea, el smash. Me agradaba mucho él. Hacía fácil las cosas, era práctico y todo lo hacía sencillo. De repente estaba fascinada. -Aprendes rápido, me dijo, pronto serás una experta haciendo globos, reveses o voleas-, me dijo, pero yo no sabía lo que me hablaba. Jamás había escuchado esos términos. Me entretenía mirándolo los ojos al joven, su pecho grande e inflado, su nariz perfecta y lo varonil que se veía en bermudas. A culminar el alquiler de la cancha, le rogué me siguiera ayudando. -Claro, yo vengo todos los días, me buscas para seguir jugando-, me dijo. -Súper, me emocioné, yo pago la cancha y tú las bebidas-, me puse a bailar meneando la minifalda. A él le dio risa. -Mejor al revés. La cancha la pongo yo y tú las bebidas-, me dijo secándose el sudor con una toalla grande. -¿Podrás pagar todos los días?-, reí ésta vez ya demasiado coqueta. -Por supuesto, yo soy el dueño del club, me llamo Marcial Boniek, a sus enteras órdenes-, recién se presentó. Quedé echa una tonta y balbuceando le dije que me llamaba Katherine Tecelao y que me decían Katty. -Mañana entonces, a las ocho, Katty-, dijo él, cogió su maletín y se fue hacia las oficinas, saludando a todo el mundo, haciendo bromas, divirtiéndose con los recogebolas, pidiendo más pelotas para todas las canchas y también que doten de jabones a las duchas de los vestidores. -Qué interesante-, fue lo único que se me ocurrió decir, disfrutando de las sensaciones que había dejando en mi piel, las manos y el aliento de Marcial, cuando se me pegaba para darme sus indicaciones. Me fui echando humo por todos mis poros por tanto fuego que chisporroteó en mis entrañas por ese hombre. *****Me entusiasmé mucho por el tenis, en realidad a él, a mi compañero de juego, je je je porque darle a la raqueta me aburría, no me parecía para nada entretenido, yo siempre fui floja para los deportes, pero estar cerca de Marcial, me volvía eufórica. Contaba los minutos en la mañana para ir corriendo ala cancha de tenis. Me compré muchísimos modelos deportivos. Shorts pequeñísimos, minifaldas cortísimas, camisetas súper pegadas que resaltaran mis pechos, con escotes pronunciados y sin mangas, por supuesto. Ya no me amarraba el pelo en cola, sino lo desparramaba sobre mis hombros, me pintaba la boca y tampoco me ponía medias para lucir mis piernas tan tersas.
Marcial siempre estaba allí, a veces sudoroso porque había estado practicando, otras vestido con pantalón y zapatón y en la mayoría de ocasiones con un buzo muy lindo que resaltaba sus encantos que eran muchísimos. Yo estaba prenda de él, de sus manos grandes, sus brazos enormes, su pecho amplio, sus pelos revueltos, su mirada tan afilada como la de un gavilán, su porte de dios helénico y su manera de caminar, tan pulcro, elegante, majestuoso, igual a un general de las cruzadas. Su voz la percibía musical, bien entonada, que me despeinaba por completo. El fuego se alzaba en mis entrañas, en realidad yo me sentía un lanzallamas a su lado. Frotaba mis muslos ansiosa, sentía mis pies derretirse como mantequilla cuando él se me pegaba indicándome la forma de agarrar la raqueta y mi corazón se volvía una pelota rebotando en as paredes de mi busto erguido y empinado como colinas cuando me hablaba y me daba indicaciones. Después de practicar casi un par de horas y él se marchaba hacia su oficina que estaba en la terraza del club, yo me quedaba buen rato, tratando de averiguar de él. En las duchas preguntaba a las otras chicas. Ellas también estaban prendadas de Marcial. Sus comentarios, incluso eran atrevidos. -Es un papacito- -Tiene unos ojos cautivantes- -Me gusta cómo camina- -Lo deseo a ese hombre, quiero que me haga suya- Yo me reía y dejaba que los chorros de agua apagaran mis fuegos. No les miento que los vestidores se llenaban de humo no solo mío sino también de las otras mujeres que se calcinaban por Marcial. En el internet supe que era el mejor tenista del país, número uno del ranking, que había ganado muchos torneos internacionales, integraba la selección y que el club era de su padre pero al morir, él tomó las riendas. Era bastante joven además, nueve años menor que yo. Y era soltero, je, aunque muy codiciado por las mujeres. Conocido e idolatrado en el jet set, los medios periodísticos sensacionalistas lo vinculaban con actrices, modelos, cantantes, tenistas y otras deportistas no solo del país sino de los cinco continentes. Y no lo culpaba, porque Marcial era hermoso por sus cuatro costados. Mordía mis labios, jalaba mis pelos golpeaba mis rodillas viendo sus fotos, pensando en sus bíceps, sus pechos grandes y sus piernas llenos de pelos. Después de una intensa práctica, me pidió lo acompañase a tomar desayuno. Me duché más rápida que la novia de Flash, me puse un short jean súper ajustado y cortito y una blusa bastante pegadita que evidenciaba mi busto empinado como la cordillera de los Andes y dejé mis pelos mojados chorreando sobre mis hombros. Luego fui corriendo a la cita. -¡¡¡Milton, café con leche y tamales!!!-, pidió él en la cafetería, después de acomodar la silla donde me invitó a sentarme. Me sentí una princesa. -¿Qué edad tienes?-, me preguntó, entonces, mordiendo un crujiente pan. -36-, junté los dientes sin dejar de mirarle los ojos. -¿Por qué has empezado tan tarde en el tenis?-, estaba interesado. Le conté mi drama, que había sido policía, que fue herida y que me recomendaron hacer deporte. Él sorbía su café con leche con deleite. -¿Nunca habías jugado tenis?-, me insistió. Reí coqueta, jalando mis pelos, hipnotizada a sus ojos hipnóticos. -Nunca-, balbuceé hecha una tonta. -Pegas bien la pelota, tienes fuerza, eres ágil, juegas con las dos manos, ¿quién te enseñó?-, estaba él demasiado interesado. Empecé a arder en llamas. -Tú-, mordí sexy mi lengüita. Marcial apuntó algunas notas en su móvil. Arrugué mi naricita. -¿Qué apuntas?-, pregunté. -Cosas, siempre me gusta apuntar cosas-, se mostró enigmático. Miró a Milton. -La señorita tiene carta abierta para que lo que quiera-, le ordenó. Me puse roja como un tomate. -No, no es necesario-, dije, pero Marcial ya se había ido, dejándome sentada frente a la mesa, con mi café con leche humeando, mis piernas cruzadas y mis pelos chorreando aún el agua de la ducha.Marcial me llamó por la tarde. Yo estaba fastidiada por que se había roto una tubería en la casa, se habían inundado la cocina y el baño, y estaba sin agua. Refunfuñaba indignada. El gasfitero estaba en camino hacía una hora (me prometió en diez minutos) y maldecía por todo, furiosa, jalándome los pelos, pateando sillas y secando el piso que había quedado hecho una laguna. Estaba tan iracunda que tuve numerosos accesos de tos y que me dejó más roja que un cangrejo hervido. -¿Qué tienes qué hacer en la tarde?-, me preguntó. Uyyyy ¿una cita? Mi corazón pataleó en el pecho, sentí mi sangre hacer ebullición en las venas y pasé la lengua por mis labios, febril e impetuosa. El fuego de mis entrañas me volvió, de inmediato, en una pila de carbón. -Nada-, dije. -Vente al club a las tres, cambiada, vas a la cancha seis, que vas a jugar contra Magdalena Blokhin-, me anunció y colgó sin darme lugar a preguntas. -Cita ¿eh?-, me sentí defraudada, decepcionada, carilarga y volví a tirar patad
Mi primer enamorado, Luis, marcó demasiado mi vida. Tuvimos un intenso romance, cuando yo tenía apenas 20 años. Fue mi segunda pareja. Mi primer enamorado, fue un amor de adolescentes en el colegio y que se estiró hasta que ingresé a la policía y él me dejó porque yo le asustaba, je. Entonces, me enamoré de Luis. Era mercachifle y siempre pasaba por mi casa, vendiendo cualquier cosa. De él me gustó porque era alto, fuerte, robusto, de magníficos músculos, brazos de cemento y bien cincelados, además era muy divertido. -¿Sabes que es el aeromodelismo?-, me preguntó cuando le compré una lámpara muy bonita que alguien había desechado. -Claro, son aviones a escala-, le dije sin entender nada. -No, es un desfile de modas en paracaídas ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas. -Idiota-, se me ocurrió decirle contagiada de sus risotadas. Entonces me enamoré, como una auténtica boba. Él no sabía que yo era policía, nunca lo supo en realidad ni tampoco le interesó saber de mí. Lo únic
No quería entrenar. El inusitado interés que de repente se había desatado en torno a mí, me fastidiaba, me aplastaba, me hacía sentir desconcertada. Necesitaba aclarar mis ideas y mis sentimientos. Marcial me interesaba y mucho, me parecía adorable y lo deseaba, sin embargo él no tenía los mismos ojos sobre mí, y sentía que yo más le parecía una mercancía que una mujer. Desanimada y frustrada llamé al sargento Márquez. -¿Qué es de tu vida, Katty?-, me preguntó sorprendido, con esa tonadita tan varonil que me despeinaba y hacía encender las llamas en mis entrañas Él siempre me había gustado.. -Quiero verte-, le dije juntando los dientes, sintiendo las llamas chisporroteando por mis poros. Golpeaba mis rodillas y no dejaba de jalar mis pelos. Con Márquez ya había tenido más que una amistad. Siempre fue, digamos, mi paño de lágrimas, el refugio ideal cuando tenía preocupaciones, dudas, me sentía mal, estaba deprimida o quería esconderme de los problemas. Y él siempre estaba dispuesto
Esa mañana me acerqué a tesorería para pagar la cancha cuatro. No le había dicho nada a Marcial. Quería pelotear un rato para despejar mi mente, quizás jugar con alguna chica o simplemente enfrentarme a la máquina lanza pelotas. La chica que estaba en caja parpadeó apenas me vio. -Usted no paga, señorita Tecelao, utilice siempre la cancha seis, esa cancha está reservada para usted-, fue lo que me dijo. -No entiendo-, balbuceé desconcertada y turbada. -Es lo que ha ordenado el señor Boniek-, me aclaró ensanchando una larga risita. Marcial estaba en la cancha seis, justamente, y discutía con un sujeto maduro, de pelos revueltos y que tenía las manos en los bolsillos y que parecía estar azorado, bastante molesto y también alzaba la voz. -No puede ser, Boniek, si quieres que participe en un torneo máster-, decía el tipo con enfado, renegando, mirando constantemente el cielo, pensando que Marcial era intransigente o algo así. -No, no, no, máster no, tiene que ser en el open nacional,
Los exámenes clínicos arrojaron que estaba en perfectas condiciones y que pese a la bala que tenía alojada en el pecho, no había inconvenientes para practicar cualquier deporte, menos aquellos que requerían mucha fuerza como las pesas. Me tomaron un millón de radiografías e incluso me sometieron a pruebas de larga resistencia sobre una banda elástica. Todos los cumplí al pie de la letra. En realidad lo hacía por complacer a Marcial porque no me interesaba competir ni enfrentar a nadie, incluso ya había pensado en renunciar apenas me inscribiesen para el torneo.Ashley Dempsey llegó a mi casa de noche. Hacía mucho frío y ella parecía un osito metida en un gran abrigo. Tenía, incluso una gorra de lana y guantes. Estacionó su carro en mi cochera y apenas bajó del auto, exhaló un tupido vaho que parecía el humo de un incendio. -Hace mucho frío allá afuera-, me dijo tiritando. Yo también tenía frío. Tenía dos cafarenas puestas y un buzo grueso. Mis pelos estaban desparramados sobre mi cue
Tenía, ahora, reservado un espacio para estacionarme, un casillero en los vestidores y carta blanca en la cafetería. Todas esas atenciones me incomodaban. Me hacían sentir una diva y aunque me gusta eso, prefiero el perfil bajo. Me encanta llamar la atención pero no quiero muchas atenciones, ¿me entiende? Marcial me llamó para que lo vea en su oficina. Su secretaria me dijo que por orden de Boniek podía subir cuando quisiese, incluso sin anunciarme. Soplé molesta el cerquillo que me había hecho en la la frente. -Ahora dirá a todos que soy su esposa-, dije molesta, aunque después pensé que eso sonaba muy bien, je. -Soy el principal accionista en un par de empresas, una de ropa deportiva y otra de bebidas energéticas. Te van auspiciar-, me anunció meciéndose en su silla de cuero. Su oficina era sobria e impecable tanto como él. Habían cuadros enormes de grandes pintores, candelabros grandes, jarrones artísticos, estantes con trofeos, medallas colgadas, todo alfombrado y sillone
Almorcé en el club y me quedé mirando jugar a los chicos y chicas que se turnaban en las canchas. Todos se alistaban para el open nacional, me contó un recogebolas. Los veía muy altos, impecables, excelentes en sus juegos. Formidables en sus raquetazos. -Ese es Michael Hurst, es ahora la sensación de nuestro tenis, con él voy a jugar la final-, apareció, de improviso, Marcial. Me sobrecogí. Estaba lindo con sus pelos revueltos y la mirada destellante. Llevaba varios días sin afeitarse y eso lo hacía más atractivo y varonil. Mordí mi lengua coqueta, impactada por él. Hurst medía dos metros, tenía brazos largos, sus pelotazos retumbaban como truenos. -No le vas a ganar si no estás entrenando-, le llamé la atención. Él se sentó a mi lado, se recreó con mis piernas. Yo estaba con un short jean muy cortito. Sentí una fuerte descarga eléctrica recorriendo mi espinazo. -Estoy entrenando muy fuerte en las noches, me quedo hasta la madrugada-, se defendió él. -Ashley es muy exigente-
Luego jugué con una rubia altota, de fuerte pegada, y que le gustaba mucho atacar a los costados. Todas sus pelotas buscaban siempre el ángulo. No me fue difícil adivinar su estrategia. Y cuando le respondía sus disparos, me ponía a bailar muy sexy y eso la enfurecía mucho. La vencí 6-1 y 6-1 y cuando conseguí el punto final, ella me lanzó su raqueta. La esquivé con las justas. -Anda a bailar a tu abuela-, me dijo indignada, y se fue meneando las caderas, cargando su toalla y su maletín, echando humo hasta de las orejas. Ashley no quiso que almorzara. Solo un surtido de frutas, agua y gelatina. Me pidió que me durmiera hasta las 3 de la tarde que debía jugar con una tal Nancy Hywoth que era la nueva estrella del tenis. -Ahora sí quiero verte-, me dijo, acomodando una gran frazada en una banca de madera para que me relajara. Ni dormí, ni pensé en mi rival. Mi mente estaba copada por Marcial. Lo veía irresistible, en realidad. Estaba metida en toda esa maraña del tenis, por él, por