Capítulo 3

  Esa misma mañana llegué al club de tenis más prestigioso de la ciudad. Me había comprado una raqueta, una veintena de pelotas, medias cortas,  un maletín deportivo y un uniforme blanco de camiseta y minifalda, abajo me puse un short y calcé zapatillas rosadas. También me puse muñequeras y me amarré el pelo en cola. Estacioné mi carro en el parqueo y el vigilante me llevó donde la secretaria.

  -La señorita quiere aprender a jugar tenis-, me anunció delante de ella. La mujer escribía en su ordenador.

 -¿Socia, invitada o visitante?-, me preguntó sin mirarme. Ya se me estaba haciendo costumbre.

 -Visitante-, alcé mi hombro coqueta. Al vigilante le dio risa y sin dejar de reírse, se fue a su puesto de trabajo. Yo me quedé chupando la boca, mirando a la mujer.

 -La cancha cuatro está disponible. Pagas en caja-, me dijo sin despegar la mirada de la pantalla de su PC.

  ¿Y qué podía hacer sola en una cancha de tenis? Me sentí en medio de un desierto. El piso era de ladrillo, una red larga cortaba el escenario en dos y escuchaba voces, gritos, pelotazos, muchos soplidos y maldiciones. Me sentí turbada luciendo una minifalda tan corta y sentía que muchos hombres me estaban mirando las piernas. Junté los dientes azorada.

  Saqué la raqueta de su funda, tomé una pelota y me puse a jugar con la raqueta,  evitando que la bola caiga al suelo. Me daba risa lo que hacía.

  -¿No ha venido su compañero de juego?-, preguntó alguien. La pelota se fue a cualquier lado y por la sorpresa, la raqueta se resbaló de mis manos. Busqué apurada y vi a un joven mirándome con curiosidad, sentado en las gradas. Tenía camiseta y bermudas y se había atado una vincha en la cabeza. Estaba recostado sobre su maletín deportivo.

  -No tengo con quién jugar-, mordí mi lengua y arrugué mi naricita, otra vez, coqueta.

 -¿Alquilaste una cancha de tenis para ti sola?-, se sorprendió el joven.

 No supe qué decirle. -Pensé encontrar con quién jugar-, volví a azorarme.

  El joven sacó una raqueta de su maletín. -Jugamos, ¿le parece?-, me preguntó.

  Ay, yo nunca había jugado tenis, ni sabía en realidad qué hacía allí. Lo que imaginé es que practicar ese deporte iba a ser como como en las clases de pintura o de música, con profesores orientándome o haciendo el intento de enseñarme arte. Me rasqué los pelos.

 -No sé jugar tenis-, acepté.

 El joven siguió riéndose. -Nunca es tarde para aprender-, me dijo distendido y campechano.

 -No soy tan vieja-, protesté alzando el mentón.

 -No he dicho eso, es más, usted muy hermosa-, intentó ser galante conmigo.

 Yo soy alta, pero él me doblaba en tamaño. Me dio muchas indicaciones, me enseñó a agarrar la raqueta, golpear la pelota, los revés, el drive, la volea, el smash. Me agradaba mucho él. Hacía fácil las cosas, era práctico y todo lo hacía sencillo. De repente estaba fascinada.

 -Aprendes rápido, me dijo, pronto serás una experta  haciendo globos, reveses o voleas-, me dijo, pero yo no sabía lo que me hablaba. Jamás había escuchado esos términos. Me entretenía mirándolo los ojos al joven, su pecho grande e inflado, su nariz perfecta y lo varonil que se veía en bermudas.

   A culminar  el alquiler de la cancha, le rogué me siguiera ayudando.

  -Claro, yo vengo todos los días, me buscas para seguir jugando-, me dijo.

  -Súper, me emocioné, yo pago la cancha y tú las bebidas-, me puse a bailar meneando la minifalda. A él le dio risa.

 -Mejor al revés. La cancha la pongo yo y tú las bebidas-, me dijo secándose el sudor con una toalla grande.

  -¿Podrás pagar todos los días?-, reí ésta vez ya demasiado coqueta.

 -Por supuesto, yo soy el dueño del club, me llamo  Marcial Boniek, a sus enteras órdenes-, recién se presentó.

  Quedé echa una tonta y balbuceando le dije que me llamaba Katherine Tecelao y que me decían Katty.

 -Mañana entonces, a las ocho, Katty-, dijo él, cogió su maletín y se fue hacia las oficinas, saludando a todo el mundo, haciendo bromas, divirtiéndose con los recogebolas, pidiendo más pelotas para todas las canchas y también que doten de jabones a las duchas de los vestidores. 

 -Qué interesante-, fue lo único que se me ocurrió decir, disfrutando de las sensaciones que había dejando en mi piel, las manos y el aliento de Marcial, cuando se me pegaba para darme sus indicaciones. Me fui echando humo por todos mis poros por tanto fuego que chisporroteó en mis entrañas por ese hombre.

  

*****

  Me entusiasmé mucho por el tenis, en realidad a él, a mi compañero de juego, je je je porque  darle a la raqueta me aburría, no me parecía para nada entretenido, yo siempre fui floja para los deportes, pero estar cerca de Marcial, me volvía eufórica. Contaba los minutos en la mañana para ir corriendo ala cancha de tenis. Me compré muchísimos modelos deportivos. Shorts pequeñísimos, minifaldas cortísimas, camisetas súper pegadas que resaltaran mis pechos, con escotes pronunciados y sin mangas, por supuesto. Ya no me amarraba el pelo en cola, sino lo desparramaba sobre mis hombros, me pintaba la boca y tampoco me ponía medias para lucir mis piernas tan tersas.

  Marcial siempre estaba allí, a veces sudoroso porque había estado practicando, otras vestido con pantalón y zapatón y  en la mayoría de ocasiones con un buzo muy lindo que resaltaba sus encantos que eran muchísimos. Yo estaba prenda de él, de sus manos grandes, sus brazos enormes, su pecho amplio, sus pelos revueltos, su mirada tan afilada como la de un gavilán, su porte de dios helénico y su manera de caminar, tan pulcro, elegante, majestuoso, igual a un general de las cruzadas. Su voz la percibía musical, bien entonada, que me despeinaba por completo.

 El fuego se alzaba en mis entrañas, en realidad yo me sentía un lanzallamas a su lado. Frotaba mis muslos ansiosa, sentía mis pies derretirse como mantequilla cuando él se me pegaba indicándome la forma de agarrar la raqueta y mi corazón se volvía una pelota rebotando en as paredes de mi busto erguido y empinado como colinas cuando me hablaba y me daba indicaciones.

 Después de practicar casi un par de horas y él se marchaba hacia su oficina que estaba en la terraza del club, yo me quedaba buen rato, tratando de averiguar de él. En las duchas preguntaba a las otras chicas. Ellas también estaban prendadas de Marcial. Sus comentarios, incluso eran atrevidos.

 -Es un papacito-

 -Tiene unos ojos cautivantes-

 -Me gusta cómo camina-

 -Lo deseo a ese hombre, quiero que me haga suya-

 Yo me reía y dejaba que los chorros de agua apagaran mis fuegos. No les miento que los vestidores se llenaban de humo no solo mío sino también de las otras mujeres que se calcinaban por Marcial.

 En el internet supe que era el mejor tenista del país, número uno del ranking, que había ganado muchos torneos internacionales, integraba la selección y que el club era de su padre pero al morir, él tomó las riendas. Era bastante joven además,  nueve años menor que yo. Y era soltero, je, aunque muy codiciado por las mujeres. Conocido e idolatrado en el jet set, los medios periodísticos sensacionalistas lo vinculaban con actrices, modelos, cantantes, tenistas y otras deportistas no solo del país sino de los cinco continentes. Y no lo culpaba, porque Marcial era hermoso por sus cuatro costados. Mordía mis labios, jalaba mis pelos golpeaba mis rodillas viendo sus fotos, pensando en sus bíceps, sus pechos grandes y sus piernas llenos de pelos. 

  Después de una intensa práctica, me pidió lo acompañase a tomar desayuno. Me duché más rápida que la novia de Flash, me puse un short jean súper ajustado y cortito y una blusa bastante pegadita que evidenciaba mi busto empinado como la cordillera de los Andes y dejé mis pelos mojados chorreando sobre mis hombros. Luego fui corriendo a la cita.

 -¡¡¡Milton, café con leche y tamales!!!-, pidió él en la cafetería, después de acomodar la silla donde me invitó a sentarme. Me sentí una princesa.

 -¿Qué edad tienes?-, me preguntó, entonces, mordiendo un crujiente pan.

 -36-, junté los dientes sin dejar de mirarle los ojos.

 -¿Por qué has empezado tan tarde en el tenis?-, estaba interesado.

 Le conté mi drama, que había sido policía, que fue herida y que me recomendaron hacer deporte. Él sorbía su café con leche con deleite.

 -¿Nunca habías jugado tenis?-, me insistió.

 Reí coqueta, jalando mis pelos, hipnotizada a sus ojos hipnóticos. -Nunca-, balbuceé hecha una tonta.

 -Pegas bien la pelota, tienes fuerza, eres ágil, juegas con las dos manos, ¿quién te enseñó?-, estaba él demasiado interesado. Empecé a arder en llamas.

  -Tú-, mordí sexy mi lengüita.

 Marcial apuntó algunas notas en su móvil. Arrugué mi naricita. -¿Qué apuntas?-, pregunté.

 -Cosas, siempre me gusta apuntar cosas-, se mostró enigmático. Miró a Milton. -La señorita tiene carta abierta para que lo que quiera-, le ordenó. Me puse roja como un tomate.

 -No, no es necesario-, dije, pero Marcial ya se había ido, dejándome sentada frente a la mesa, con mi café con leche humeando, mis piernas cruzadas y mis pelos chorreando aún el agua de la ducha.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo