Mi primer enamorado, Luis, marcó demasiado mi vida. Tuvimos un intenso romance, cuando yo tenía apenas 20 años. Fue mi segunda pareja. Mi primer enamorado, fue un amor de adolescentes en el colegio y que se estiró hasta que ingresé a la policía y él me dejó porque yo le asustaba, je. Entonces, me enamoré de Luis. Era mercachifle y siempre pasaba por mi casa, vendiendo cualquier cosa.
De él me gustó porque era alto, fuerte, robusto, de magníficos músculos, brazos de cemento y bien cincelados, además era muy divertido. -¿Sabes que es el aeromodelismo?-, me preguntó cuando le compré una lámpara muy bonita que alguien había desechado. -Claro, son aviones a escala-, le dije sin entender nada. -No, es un desfile de modas en paracaídas ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas. -Idiota-, se me ocurrió decirle contagiada de sus risotadas. Entonces me enamoré, como una auténtica boba. Él no sabía que yo era policía, nunca lo supo en realidad ni tampoco le interesó saber de mí. Lo único que le importaba eran mis besos y hacerme suya. Le compraba shorts rotos, minifaldas usadas, muñecas sin sus pelos, carritos de juguetes a los que faltaba una rueda y hasta una olla arrocera que no servía, tan solo para mirarle los ojos, deleitarme con su mirada tan varonil y reírme de sus chistes tontos. -Él era tan pero tan pequeño de estatura que para bailar con su esposa usaba zancos ja ja ja ja-, me decía divertido, queriendo hacerme reír porque estaba encantado, prendado y obnubilado por mi sonrisa. Yo lo besé primero. No pude resistirme en realidad. Lo veía tan hermoso que me despeinaba. Me encantaba su rostro distendido, libre de preocupaciones, siempre con una sonrisa dibujada en sus toscos labios y los ojitos vivarachos, mirando a todos lados, pendiente de descubrir algo en los tachos de basura. Él quedó, como es obvio, sorprendido. Me deseaba pero nunca imaginó que yo lo besara. Sin dejar de besarnos y acariciarnos, soplando fuego, gimiendo como lobos, metimos su carreta en mi cochera y como no pudimos llegar a mi cuarto, hicimos el amor, en el pasadizo, revolcándonos enfervorizados, convertidos en fuego. Luis me arrancó la blusa e hizo volar por los aires los botones de mi jean. Yo, en cambio, tuve la paciencia de desabotonar su camisa y deleitarme, después, con su pecho enorme, repleto de vellos. Eso desató aún más mis fuegos y de repente me volví un lanzallamas, incendiándome por completo, entre sus besos y caricias. Él conquistó todas mis curvas, hasta el último pedacito de mi deliciosa geografía, dejando huellas de sus labios en mis cerros empinados, en mis acantilados y redondeces, estremeciéndome, desatando mis cascadas cristalinas y volviéndome cenizas en un instante. Le mordí los brazos, además, je, víctima de la euforia. Me deleitaba lo macizo de su cuerpo, sus brazos grandes, pétreos como rocas y eso me estremecía mucho, sintiéndolo escarbar mis intimidades y llegando a todos mis rincones, como una avalancha que me sepultaba por completo. Me arranché mis pelos, eufórica, cuando Luis alcanzó mi clímax, alcanzando los profundos límites de mi intimidad. Parpadeé angustiada sintiéndolo invadir mis abismos igual a un volcán en erupción y quedé completamente eclipsada, meneando la cabeza, echando humo en mis gemidos, sollozando sin cesar, sintiéndome sexy y sensual, totalmente femenina. Lo hicimos muchas veces, siempre en el suelo, revolcándonos como fieras hambrientas, disfrutando de los placeres de las carnes desnudas, quedando, en forma sempiterna, reducidos a una pila de carbón por tanta emoción y pasión a la vez. Me enamoré por completo de Luis. Perdí totalmente la cordura por él y me ilusioné sobre medida. Pensé haber encontrado al amor de mi vida, al hombre que ansiaba y deseaba en mis fantasías, el príncipe azul de mis sueños que acuñaba desde adolescente. Sin embargo, Luis desapareció de la noche a la mañana de mi vida. Nunca supe por qué. A veces pienso que se enteró que era policía o quizás se imaginó que era poca cosa para mí, lo que no era cierto porque a mí no me importaba que fuera un reciclador pues me había enamorado del hombre y no del mercachifle. Lo esperaba parada en la puerta de mi casa, a veces dos o tres horas y cuando pasó una semana supe que nunca más iba a venir y rompí a llorar a gritos tumbada en las almohadas de mi cama. Fueron horas horrible, de muchas lágrimas, llanto permanente en mi alcoba, y dolor intenso que, como les digo, marcó mi vida. Aún hoy lo busco. Le pregunto a otros mercachifles si lo conocen o lo han visto pero nadie me da razón ni saben siquiera de su existencia. Esa imagen de Luis haciéndome suya, lo tengo grabada como una impronta. Entonces no quería volver a sufrir como lo había padecido con él y pensé, entonces, que con Marcial iba a sufrir lo mismo, desconsolada y decepcionada. - No me gusta que hablen de mí como si fuera un objeto. Eso me revienta-, le envié un mensaje de texto a su móvil, pero no me contestó. No fui a entrenar dos días, y hasta pensé dejar al tenis, porque no quería involucrarme con Marcial. Decidí practicar tae kwon do. -¿Qué ocurre contigo?-, me llamó fastidiado Marcial. -Nada, le dije, también molesta, sino que quiero hacer otra cosa- -No, mujer, te vienes a entrenar ahora mismo-, me dijo con tono de amenaza y me colgó. Es lo malo que tenemos las mujeres. Somos demasiado sensibles. Como una autómata me puse mi ropa deportiva, cogí mi raqueta, me hice una cola con mi pelo, subí a mi carro y me fui al club, sin saber por qué, solo obedecí. -¿Por qué me hiciste jugar con Magdalena Blokhin?-, le pregunté mientras la máquina me lanzaba, una y otra vez, pelotas que debía responder con reveses. -Quería verte jugando. El tenis es jugar no entrenar-, me dijo él. Me hacía videos con su móvil. No perdía detalle. -¿Jugabas voleibol de niña?-, me preguntó. -No. No me gustaba-, soplaba mis repuestas porque la máquina no dejaba de ametrallarme lanzándome las pelotas. -¿Hacías pesas, natación, boxeo?-, Marcial también era una metralleta con sus preguntas. -Todo eso lo hacía cuando estaba en la policía-, trataba de concentrarme en los pelotazos. Marcial apagó la máquina. Me quedó mirando largo rato, de los pies a a cabeza, mientras me secaba el sudor. Sentí una descarga de electricidad corriendo por mi espalda., Me gustaba que me miraba las piernas, los pechos empinados, mi cara sudosa. De repente, Marcial tomó su raqueta y me dijo que juguemos un rato. Me entusiasmé, mordiendo mi lengua. -¿Contigo?-, me sentí tonta. -Claro-, dijo él, cuadrándose al filo dela cancha. -Pero tú eres el campeón de tenis-, me hice la coqueta. -Juega-, me ordenó otra vez y de nuevo me sentí débil, sensible, autómata, rendida a él y lancé el pelotazo, ¡pum! sonó. Todos los que estaban en las otras canchas voltearon a ver, dónde había ocurrido la explosión, incluso los que estaban en las tribunas se auparon para ver qué pasaba. -Sigue-, me dijo asombrado Marcial. Yo alcé mi hombro y volví a lanzar, y ¡pum!, de nuevo se remeció la cancha con el dinamitazo. Marcial devolvió la pelota e hizo el punto. -No juegues por jugar, responde las pelotas, concéntrate en lo que haces-, se molestó él. -Ay, yo juego por diversión-, protesté, pero le le obedecí. El partido se hizo intenso. Él me hacía correr de un lado a otro, me lanzaba globos, drives y atacaba sobre la red. De repente yo sudaba a chorros y tenía constantes accesos de tos por tanta exigencia. Me ahogaba. -Descansa-, me dijo Marcial, viéndome tan afligida. Yo corrí a la silla y me tumbé soplando mi angustia. Estaba súper cansada, sudorosa, tosiendo sin cesar. Él apuntó muchas cosas en su móvil y se fue a su oficina. Cuando ya estuve mejor empecé a guardar mi raqueta, la toalla, me solté el colet del pelo y me dispuse a marchar. -Trata de no agotarte, distribuir tus energías, no eches todo de arranque, guarda fuerzas-, me dijo alguien. -No soy profesional-, fui irónica. Frente a mí estaba Blokhin, iba recién a entrenar. Hacía estiramientos. -Marcial dice que tienes una bala en el pecho-, me dijo de frente. Me incomodé. -Eso no le importa a nadie-, arrugué la boca. -Entonces no te gastes por gusto, almacena fuerzas, no dejes que saquen provecho de esa desventaja. La tos te cansa más, te quita aliento, aprende a manejarla y a ahorrar energías-, me dijo y entró a la cancha a pelotear con su entrenadora.No quería entrenar. El inusitado interés que de repente se había desatado en torno a mí, me fastidiaba, me aplastaba, me hacía sentir desconcertada. Necesitaba aclarar mis ideas y mis sentimientos. Marcial me interesaba y mucho, me parecía adorable y lo deseaba, sin embargo él no tenía los mismos ojos sobre mí, y sentía que yo más le parecía una mercancía que una mujer. Desanimada y frustrada llamé al sargento Márquez. -¿Qué es de tu vida, Katty?-, me preguntó sorprendido, con esa tonadita tan varonil que me despeinaba y hacía encender las llamas en mis entrañas Él siempre me había gustado.. -Quiero verte-, le dije juntando los dientes, sintiendo las llamas chisporroteando por mis poros. Golpeaba mis rodillas y no dejaba de jalar mis pelos. Con Márquez ya había tenido más que una amistad. Siempre fue, digamos, mi paño de lágrimas, el refugio ideal cuando tenía preocupaciones, dudas, me sentía mal, estaba deprimida o quería esconderme de los problemas. Y él siempre estaba dispuesto
Esa mañana me acerqué a tesorería para pagar la cancha cuatro. No le había dicho nada a Marcial. Quería pelotear un rato para despejar mi mente, quizás jugar con alguna chica o simplemente enfrentarme a la máquina lanza pelotas. La chica que estaba en caja parpadeó apenas me vio. -Usted no paga, señorita Tecelao, utilice siempre la cancha seis, esa cancha está reservada para usted-, fue lo que me dijo. -No entiendo-, balbuceé desconcertada y turbada. -Es lo que ha ordenado el señor Boniek-, me aclaró ensanchando una larga risita. Marcial estaba en la cancha seis, justamente, y discutía con un sujeto maduro, de pelos revueltos y que tenía las manos en los bolsillos y que parecía estar azorado, bastante molesto y también alzaba la voz. -No puede ser, Boniek, si quieres que participe en un torneo máster-, decía el tipo con enfado, renegando, mirando constantemente el cielo, pensando que Marcial era intransigente o algo así. -No, no, no, máster no, tiene que ser en el open nacional,
Los exámenes clínicos arrojaron que estaba en perfectas condiciones y que pese a la bala que tenía alojada en el pecho, no había inconvenientes para practicar cualquier deporte, menos aquellos que requerían mucha fuerza como las pesas. Me tomaron un millón de radiografías e incluso me sometieron a pruebas de larga resistencia sobre una banda elástica. Todos los cumplí al pie de la letra. En realidad lo hacía por complacer a Marcial porque no me interesaba competir ni enfrentar a nadie, incluso ya había pensado en renunciar apenas me inscribiesen para el torneo.Ashley Dempsey llegó a mi casa de noche. Hacía mucho frío y ella parecía un osito metida en un gran abrigo. Tenía, incluso una gorra de lana y guantes. Estacionó su carro en mi cochera y apenas bajó del auto, exhaló un tupido vaho que parecía el humo de un incendio. -Hace mucho frío allá afuera-, me dijo tiritando. Yo también tenía frío. Tenía dos cafarenas puestas y un buzo grueso. Mis pelos estaban desparramados sobre mi cue
Tenía, ahora, reservado un espacio para estacionarme, un casillero en los vestidores y carta blanca en la cafetería. Todas esas atenciones me incomodaban. Me hacían sentir una diva y aunque me gusta eso, prefiero el perfil bajo. Me encanta llamar la atención pero no quiero muchas atenciones, ¿me entiende? Marcial me llamó para que lo vea en su oficina. Su secretaria me dijo que por orden de Boniek podía subir cuando quisiese, incluso sin anunciarme. Soplé molesta el cerquillo que me había hecho en la la frente. -Ahora dirá a todos que soy su esposa-, dije molesta, aunque después pensé que eso sonaba muy bien, je. -Soy el principal accionista en un par de empresas, una de ropa deportiva y otra de bebidas energéticas. Te van auspiciar-, me anunció meciéndose en su silla de cuero. Su oficina era sobria e impecable tanto como él. Habían cuadros enormes de grandes pintores, candelabros grandes, jarrones artísticos, estantes con trofeos, medallas colgadas, todo alfombrado y sillone
Almorcé en el club y me quedé mirando jugar a los chicos y chicas que se turnaban en las canchas. Todos se alistaban para el open nacional, me contó un recogebolas. Los veía muy altos, impecables, excelentes en sus juegos. Formidables en sus raquetazos. -Ese es Michael Hurst, es ahora la sensación de nuestro tenis, con él voy a jugar la final-, apareció, de improviso, Marcial. Me sobrecogí. Estaba lindo con sus pelos revueltos y la mirada destellante. Llevaba varios días sin afeitarse y eso lo hacía más atractivo y varonil. Mordí mi lengua coqueta, impactada por él. Hurst medía dos metros, tenía brazos largos, sus pelotazos retumbaban como truenos. -No le vas a ganar si no estás entrenando-, le llamé la atención. Él se sentó a mi lado, se recreó con mis piernas. Yo estaba con un short jean muy cortito. Sentí una fuerte descarga eléctrica recorriendo mi espinazo. -Estoy entrenando muy fuerte en las noches, me quedo hasta la madrugada-, se defendió él. -Ashley es muy exigente-
Luego jugué con una rubia altota, de fuerte pegada, y que le gustaba mucho atacar a los costados. Todas sus pelotas buscaban siempre el ángulo. No me fue difícil adivinar su estrategia. Y cuando le respondía sus disparos, me ponía a bailar muy sexy y eso la enfurecía mucho. La vencí 6-1 y 6-1 y cuando conseguí el punto final, ella me lanzó su raqueta. La esquivé con las justas. -Anda a bailar a tu abuela-, me dijo indignada, y se fue meneando las caderas, cargando su toalla y su maletín, echando humo hasta de las orejas. Ashley no quiso que almorzara. Solo un surtido de frutas, agua y gelatina. Me pidió que me durmiera hasta las 3 de la tarde que debía jugar con una tal Nancy Hywoth que era la nueva estrella del tenis. -Ahora sí quiero verte-, me dijo, acomodando una gran frazada en una banca de madera para que me relajara. Ni dormí, ni pensé en mi rival. Mi mente estaba copada por Marcial. Lo veía irresistible, en realidad. Estaba metida en toda esa maraña del tenis, por él, por
Me había comprado una faldita atigrada para jugar. Lo combiné con un top rosado nada chillón con el avisaje de publicidad que me pagaba y me había conseguido Marcial. Me puse muñequeras y mi gorra con la marca de la bebida energética que me auspiciaba también. Mis zapatillas no eran de marca. Me dio risa. -Les confieso que todo mi uniforme es de marca pero mis zapatillas son falsas-, me dije pensándome sola en los vestidores amarrándome los pasadores. -Las zapatillas son importantes. Trata de conseguirte unas que sean fuertes, cómodas, que agarren bien el piso-, me dijo alguien. Me alcé sorprendida. Era Magdalena Blokhin. Se dirigía a entrenar. -No creo que sea necesario-, intenté ser desprendida. -Yo sé lo que te digo-, me dijo y se fue. Mazzola ya hacía calistenia y me ignoraba por completo. No me miraba ni cuando me tiraba la pelotas, entrenando. Yo intentaba ver su revés. En efecto era zurda, remataba bien con esa mano y era fuerte, ágil y espigada. -Aprovecha todas la
Márquez me buscó en la noche. Ya me había acostado, estaba viendo televisión, cuando timbró ansioso y vehemente. Pensé en no abrirle pero él siguió atronando con los timbrazos. Me puse una bata y fui abrirle. Estaba ebrio. -Debo dormir temprano porque tengo un compromiso muy importante mañana-, me disculpé, pero Márquez me dio un empellón y se metió a la casa. Su aliento era atroz. Había estado bebiendo mucho. -Mi esposa se enteró de lo nuestro, Katty, es tu culpa-, me enrostró con la cara ajada, la boca fruncida y escupiendo su furia. -Yo te dije muchas veces que era peligroso vernos-, le recordé, amarrando mi bata. -Eres una perra-, me dijo tan borracho que estaba. Me puse iracunda. -Es mejor que te vayas-, lo empujé hacia la puerta. -No me voy porque si me esposa me deja, tú serás mi mujer ahora-, me dijo y quiso abrir mi bata. Volví a empujarlo, esta vez con mis dos manos. -No quiero problemas contigo, estás borracho, mañana te disculparás con tu esposa, tratarán de arre