-Señor Boniek, su bebé es varoncito-, se le acercó una enfermera, con la voz serena, apacible, igual a un viento sutil, acariciando la tarde. Marcial miró la carita de ángel de su hijo y las lágrimas le chorrearon a cascadas por las mejillas. Se deleitó con la naricita chiquita del pequeñín, su frente amplia, su boquita deliciosa, tratando de dibujar una mueca graciosa y se convenció que era igualito a él. Tembló de emoción, quiso tocar sus deditos, pero se contuvo, y de inmediato se aupó para tratar de ver por las puertas de la zona de maternidad. Los médicos salían con las caras largas, en silencio, igual si fueran sombras. Marcial sabía que algo malo había pasado. Nadie decía nada y los galenos estaban sudorosos, afligidos y cansados. -¿Y mi esposa?-, se aterró, entonces, desorbitó los ojos y volvió a temblar esta vez con más furia y sus rodillas empezaron a doblarse, a derretirse como mantequilla, sumido en el pánico. Su corazón empezó a latir muy fuerte, como un redoble maca
Aún pude ganar tres torneos internacionales más que se desarrollaron en Buenos Aires, Estocolmo y Tokio. Fueron certámenes exigentes, complicados pero logré salir adelante, alcanzando a vencer en reñidas finales a mis rivales de turno y ganándome muchos aplausos, distinciones y trofeos. Gina cumplió su castigo y reanudó su carrera profesional. Se impuso en los premios de Roma, Budapest y Vancouver y fue recuperando, a pasos acelerados, su ubicación en el ranking mundial. Yo ya había decidido dejar el tenis, sin embargo. Me convencí que era hora de dar el paso al costado. No fue una decisión difícil porque eso ya lo tenía pesado, buen tiempo atrás, después de ganar el open de Estados Unidos y cuando Marcial me pidió casarme con él. Entonces jugué un último torneo internacional, el Ciudad de Lima, que se hizo en el flamante estadio del club Boniek y que sirvió para estrenar el enorme recinto, súper cómodo, moderno y simplemente espectacular. Tenía que ganarlo, además, cueste l
Di a luz nuevamente, dos años después, ésta vez una niña hermosa, dulce, mágica y encantada. Fueron otros nueve meses angustiantes, caóticos con mucho miedo y pánico porque a la bala que tenía clavada en el pecho, ahora se sumaba mi edad. Yo ya había pasado los cuarenta años, aunque los doctores me dijeron que yo era fuerte como una adolescente y no tendría problemas para dar a luz, sin embargo estaba aterrada. Fueron días y horas de tensión extrema. Finalmente el alumbramiento salió bien, la pasé pésimo, obviamente, las contracciones fueron horribles y descomunales, pero la bebita nació muy bien y yo salí adelante en ese maravilloso reto de ser nuevamente mamá, je. A ella Le pusimos Jenny, por la hermana de Marcial. Ella se puso a llorar como una adolescente cuando le dimos la noticia. Magdalena se casó, al poco tiempo, con el hermano de Marcial, en una ceremonia muy bonita, sencilla, familiar que me encantó y maravilló. Ella también dejó el tenis y se dedicó a la escuela de Ashle
Ruth Evand cayó en desgracia. Empezó a perder sucesivamente, y ya no fue la mujer imbatible que ganaba a cuanto rival se le ponía enfrente. Perder en Wimbledon y el Open de Estados Unidos, le afectó demasiado y quedó sugestionada y frustrada. Salió del tope cien incluso y al poco tiempo se retiró del tenis, casi en silencio, abrumada por no haber podido vencerme. Ella siempre pensó que yo no le jugué limpio, que me dopaba, que tenía fierros en mi manos y que me aplicaba hormonas masculinas. Evand se casó con uno de sus entrenadores y no quiso saber más del tenis. Tiene tres hijos, desempolvó su título de profesora y dicta clases a pequeñines en un colegio de Boston y eso la hacía muy feliz. Fue lo último que supe de ella. ¿Saben quién es ahora, la número uno del mundo? ¡¡¡Gina Ferreti!!! Mi amiga empezó a ganar todos los torneos habidos por haber y se proclamó tricampeona en Roland Garros, Wimbledon y Flushnig Meadows en un mismo año. Y tiene para reinar en el tenis, uffff, mu
Un certero balazo en el pecho acabó con todos mis sueños. La bala se alojó muy cerca del corazón y se quedó allí para siempre porque era muy riesgoso poder retirarlo, dijeron los médicos. No afectaba los pulmones, felizmente. Sin embargo, eso acabó con mi carrera. Yo era policía. Había alcanzando el rango de teniente y era muy estimada y respetada por mis compañeros y comandantes, había ganado, además, numerosas distinciones y aspiraba a llegar al más alto rango que mujer alguna haya alcanzado, pero el destino, muchas veces, es cruel. Me encontraba en mi mejor momento cuando un delincuente me disparó a quemarropa, al pecho. No fue en una intervención policial, es lo más irónico de todo. Yo estaba en una tienda de modas comprando pantimedias, cuando el ladrón asaltó a la cajera y cargó con todo el dinero y emprendió la huida. Entonces tuve una reacción más por instinto que por sentido común, me le atravesé para que cayera o diera tiempo a que llegara la seguridad del centro comercial
-¿Tiene ascendencia turca?-, me preguntó el doctor, después de auscultarme detenidamente. Al galeno le llamaba la atención mi apellido. -Es portugués-, sonreí abrochándome la blusa. Cuando lo hacía, vi las horribles suturas de mi pecho, atravesando el canalillo, símbolo de la tragedia que me envolvía y sumía mi vida en llanto y desconsuelo. -Estás bien, la bala no afecta órganos vitales, puedes desarrollar una vida normal, tendrás mucha tos, sí, pero esos accesos serán normales-, me fue diciendo el galeno sin mirarme, escribiendo muchas cosas en un cuaderno grande empastado. -¿Puedo volver al servicio activo?-, pregunté. Es lo que me interesaba, en realidad. -No, Katty, ya has sido declarada incapacitada, pero puedes hacer otras cosas-, siguió él sin mirarme. Eso me fastidiaba más, que la gente intentase hacerme convencer que el haber sido dada de baja no era el fin del mundo y que todo podía ser normal o igual que antes. Nadie podía imaginar que ese balazo había hecho añicos
Esa misma mañana llegué al club de tenis más prestigioso de la ciudad. Me había comprado una raqueta, una veintena de pelotas, medias cortas, un maletín deportivo y un uniforme blanco de camiseta y minifalda, abajo me puse un short y calcé zapatillas rosadas. También me puse muñequeras y me amarré el pelo en cola. Estacioné mi carro en el parqueo y el vigilante me llevó donde la secretaria. -La señorita quiere aprender a jugar tenis-, me anunció delante de ella. La mujer escribía en su ordenador. -¿Socia, invitada o visitante?-, me preguntó sin mirarme. Ya se me estaba haciendo costumbre. -Visitante-, alcé mi hombro coqueta. Al vigilante le dio risa y sin dejar de reírse, se fue a su puesto de trabajo. Yo me quedé chupando la boca, mirando a la mujer. -La cancha cuatro está disponible. Pagas en caja-, me dijo sin despegar la mirada de la pantalla de su PC. ¿Y qué podía hacer sola en una cancha de tenis? Me sentí en medio de un desierto. El piso era de ladrillo, una red larga
Marcial me llamó por la tarde. Yo estaba fastidiada por que se había roto una tubería en la casa, se habían inundado la cocina y el baño, y estaba sin agua. Refunfuñaba indignada. El gasfitero estaba en camino hacía una hora (me prometió en diez minutos) y maldecía por todo, furiosa, jalándome los pelos, pateando sillas y secando el piso que había quedado hecho una laguna. Estaba tan iracunda que tuve numerosos accesos de tos y que me dejó más roja que un cangrejo hervido. -¿Qué tienes qué hacer en la tarde?-, me preguntó. Uyyyy ¿una cita? Mi corazón pataleó en el pecho, sentí mi sangre hacer ebullición en las venas y pasé la lengua por mis labios, febril e impetuosa. El fuego de mis entrañas me volvió, de inmediato, en una pila de carbón. -Nada-, dije. -Vente al club a las tres, cambiada, vas a la cancha seis, que vas a jugar contra Magdalena Blokhin-, me anunció y colgó sin darme lugar a preguntas. -Cita ¿eh?-, me sentí defraudada, decepcionada, carilarga y volví a tirar patad