Capítulo 4
Después de desayunar, Juliana y Andrew se fueron a la oficina.

Pero a Juliana le incomodaba un montón el asiento de adelante, así que prefirió hacerse atrás.

—Me mareo en el carro, atrás me siento un poco mejor... y me entra el aire de la ventana —dijo Juliana.

Andrew ya no insistió más:

—Está bien, voy a manejar con calmita.

Cuando llegaron a la entrada, Andrew apenas frenó y ya estaba un empleado corriendo a abrirle la puerta.

En cuanto se bajó, Juliana quedó rodeada por varios empleados que estaban justo entrando a trabajar.

Algunos de los jefes se acercaron rápido, queriendo quedar bien:

—¿Señora, ya llegó? El señor Leroy siempre dice que le gusta el té con leche, voy por uno ya mismo.

Otro se metió:

—Yo voy por los pastelitos, sé que a la señora le encantan.

Andrew se rio y les dijo, en tono de broma:

—¡Ya dejen de engordarla! Juli ya ni puede ponerse el anillo de boda.

—¡Eso no es verdad, señor Leroy! La señora está súper delgada, seguro el anillo se encogió, ¡es imposible que ella haya subido de peso!

—¡Ya, ya! ¡Dejen de ser tan metidos! ¿Cómo se va a encoger el metal, de por Dios?

—¡Usted no entiende! El señor Leroy la quiere tanto, que con verla feliz él también lo está. ¿Y no es cierto que estamos todos demasiado relajados?

Andrew se rio otra vez, relajado:

—Ya, ya, ustedes ya me conocen.

Todos se rieron.

Juliana, mientras tanto, casi es arrastrada por ese montón de empleados hasta la oficina de Andrew.

Estaba llena de frutas, pastelitos, té con leche... tenía de todo.

Andrew prendió la computadora y le puso una serie:

—Juli, tengo que ponerme a trabajar, tú relájate aquí. Si necesitas algo, dile a Leo, el tipo que está afuera, y él te lo trae.

Juliana, medio burlona, le preguntó:

—¿Y tú asistente Callista? ¿Hoy no vino?

Andrew respondió:

—No tengo idea. Más tarde le pido a los de Recursos Humanos que la llamen.

Antes de irse, le acarició el pelo y le susurró al oído:

—Espérame, cuando termine venimos a comer.

Andrew se fue.

Los jefes también salieron.

Pero Juliana notó que el celular de Andrew se había quedado sobre el escritorio.

Salió rápido a buscarlo y justo cuando iba saliendo, escuchó una conversación entre los ejecutivos.

—¿En el techo? El señor Leroy y Callista ya ni disimulan.

—No les quedó de otra. ¿Quién iba a pensar que Juliana vendría hoy a la oficina? Por eso tuvieron que cambiar de lugar.

—¿Y todavía quieren que le llevemos condones al jefe?

—No hace falta, cuando subió al techo ya traía varias cajas en el bolsillo.

—¡je, je, je, qué crack el señor Leroy! ¡Hasta condones compra sin que Juliana se dé cuenta!

—Nomás manda un mensajero y ya, ahora es bien fácil, todo lo que uno quiera lo consigue así.

Y de pronto, Juliana lo entendió todo.

Así que esas llamadas tan insistentes de la mañana… eran del mensajero.

Andrew los había pedido temprano, estaba tan emocionado por su cita en el techo que ya desde la mañana andaba con todo preparado.

—... No sé si esas cajas le van a alcanzar, la última vez pasaron toda la noche en el carro y al día siguiente Callista caminaba medio raro.

—Si no alcanza, que le manden más. Nosotros estamos para complacer al jefe.

—¿Y no que hace rato dijiste que había que cuidar a la esposa del jefe?

—Bah, ¿qué va a saber ella? Con un té con leche y unos pastelitos ya está contenta. El señor Leroy es alguien importante, ¿es imposible que no tenga un amante? Mientras la esposa no se entere, ¿qué tiene de malo?

—Sí, ella se ve tan inocente… seguro es fácil tenerla engañada.

Justo ahí, Andrew apareció.

—No quiero que hablen de eso frente a Juli, ¿quedó claro?

Los ejecutivos asintieron rápido:

—Lo entendemos, señor Leroy, tranquilo.

Uno se animó a preguntar:

—¿Por qué trajo hoy a su esposa? Si usted y Callista van a estar en el techo, debemos tener cuidado con lo que decimos.

Andrew lo miró con cara de pocos amigos:

—Juliana es la dueña de esta empresa. Ella viene cuando se le da la gana. ¿O necesitas que te lo recuerde yo?

—Vale, sí...

Andrew lo miró serio y dijo:

—Cuídenla. Ayer comió algo que le cayó mal, así que nada frío ni crudo. Y si alguien se pone a hablar de Callista y de mí... se va de aquí en ese mismo momento. ¿Entendido?

Los ejecutivos forzaron una sonrisa:

—...

Juliana ya no escuchó el resto.

Se regresó rápido a la oficina de Andrew y dejó su celular entre los pastelitos.

Un ratito después, Andrew volvió.

Traía esa sonrisita de siempre, la de caballero encantador:

—Amor, ¿por qué huele tan rico aquí?

La palabra "amor" le cayó como una patada a Juliana.

Aguantando el coraje, le preguntó:

—¿No tenías una reunión? ¿Por qué regresaste?

—Olvidé mi celular, ¿lo has visto por ahí?

—Nada.

Andrew empezó a buscar entre las cosas y sacó el celular de entre los pastelitos:

—Ah, aquí estaba, se mezcló con la comida. Bueno, sigue comiendo, ya me voy.

Ding ding ding.

Esta vez fue el celular de Juliana el que sonó.

Ella contestó.

—Hola, ¿es Marisol Fabbri?

—Sí, soy yo.

—Hola, señorita Fabbri. Su vuelo a Noruega, dentro de una semana ya está confirmado. Solo necesita traer su pasaporte.

—¿Hay algún otro documento que tenga que llevar?

—No, solo el pasaporte.

—Perfecto.

Colgó, y Andrew la miró, confundido:

—¿Pasaporte? Juli, ¿por qué necesitas un pasaporte?
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