Capítulo 5
Juliana le dijo:

—Es tan solo una amiga mía, se le perdió el pasaporte hace poco y quería saber cómo sacar otro.

Andrew dio un par de pasos a toda máquina y la abrazó fuerte:

—Me asustaste... pensé que te ibas del país y ni me ibas a llevar.

Juliana volteó la cara y volvió a vomitar.

El olor que él traía era dulce, pero empalagoso, y la mareaba más.

Además, era ese perfume que claramente no era de ella.

Andrew, con cara de angustia, empezó a darle palmaditas en la espalda:

—¿Qué te dieron de comer? Ya te había dicho que no comieras cualquier cosa... no podías estar recibiendo todo lo que te ofrecen. Espérame tantito, ahora mismo los voy a despedir.

Juliana usó toda la fuerza que tenía y lo empujó:

—Haz lo que quieras, despide a quien se te dé la gana, ¡pero deja de usar mi nombre como una excusa!

Andrew se quedó pasmado, sin saber ni qué hacer con esa reacción tan fuerte:

—¿Juli, estás enojada conmigo? ¿te disgustó que no haya pasado tiempo contigo por el trabajo?

Le dijo:

—Entonces mañana dejo todo y paso el día entero contigo, ¿te parece?

Juliana sonrió sarcásticamente:

—¿Solo conmigo?

—Sí, solo contigo.

Juliana respiró hondo, esperó un momento y dijo:

—Espero que lo cumplas.

Esa noche, quién sabe cómo, se soltó una tormenta tremenda.

Desde que llegaron a casa, Juliana no paraba de vomitar.

Andrew trató de acercarse, pero ella lo rechazó de golpe:

—No te me acerques, el olor que traes me revuelve más el estómago.

Andrew se olió la camisa y dijo:

—Seguro no te gusta este perfume... la próxima vez uso otro.

Juliana le gritó con coraje:

—¡Andrew, deberías saber que no es el perfume lo que me molesta!

—Bueno, ya, tranquila. No vuelvo a usar perfume, ¿vale?

Juliana fue al baño, se echó agua fría en la cara y se miró en el espejo.

Mientras tanto, Andrew seguía afuera del baño, esperando con un vaso de agua caliente.

No entendía cómo podía seguir diciendo que la amaba mientras traía encima ese olor tan evidente... el mismo de Callista.

No podía creer que, aunque en apariencia le importaba, le fuera infiel así, sin el más mínimo remordimiento.

¿De verdad era como decían los ejecutivos? ¿Que los hombres podían andar con otras siempre y cuando no los cachara su esposa?

Andrew se equivocó con ella.

No era tonta, ni débil, ni iba a quedarse con los brazos cruzados.

Si ya no la quería de verdad, entonces ella tampoco iba a quedarse con él.

Al día siguiente, Andrew la llevó al hospital.

Después de varios estudios, el doctor dio su diagnóstico:

—Parece que es gastritis emocional.

Andrew preguntó:

—¿Y eso qué es?

—Es cuando la persona ha estado bajo muchísimo estrés, tanto que termina afectándole el estómago y causándole vómitos.

Andrew volteó a verla y le preguntó:

—¿Te ha pasado algo últimamente? Dímelo, igual y puedo ayudarte.

Juliana apartó la mirada, queriendo poner distancia:

—No hay nada que tú puedas hacer.

—Ándale, dime. Hay pocas cosas que yo no pueda resolver.

Y sí, tal vez él era el único que podía cambiar esto...

Juliana pensó en preguntarle: si ella y Callista se estuvieran ahogando al mismo tiempo, ¿a cuál salvaría primero?

Pero, luego se le fue la idea.

¿Por qué dejar que alguien más decidiera su destino?

Ella sabía nadar. Podía salvarse sola.

Ya no necesitaba a Andrew para nada.

En Noruega, aplicó para entrar a una escuela de arte usando el nombre de Marisol Fabbri.

Cuando estaba por casarse con él, había dejado su sueño de ser pintora.

Pero ahora, iba a vivir por ella misma, no por nadie más.

—Juli, ¿qué te parece si vamos al cine hoy? Hay una comedia buena, te vas a reír un rato.

—¿Hoy? ¿No tenías que trabajar?

—¿No quedamos que hoy era para ti? Yo cumplo lo que digo, soy un hombre de palabra.

Justo entonces, sonó su celular.

Andrew iba a colgar, pero se quedó mirando la pantalla un segundo, dudando.

Juliana notó cómo su expresión cambió de frustración a incomodidad.

Ella sonrió con calma:

—Contesta, seguro es algo importante del trabajo.

Andrew dijo:

—Voy en un momento, dame cinco minutos.

—Está bien.

Iba a salir a contestar, pero Juliana lo detuvo:

—Hazlo aquí, no pasa nada. Yo no entiendo nada de tu empresa, no voy a decirle a nadie.

Andrew se quedó incómodo, medio congelado.

Después de unos segundos, contestó con fastidio:

—¿No te dije que hoy no me llamaras? ¿Qué pasó ahora?

Juliana alcanzó a oír un llanto de mujer al fondo.

Andrew, que seguía justo frente a ella, bajó la voz y habló con nervios:

—Ya, lo sé... espérame tantito.

Colgó y, con cara de “perdón por la interrupción”, le dijo a Juliana:

—Juli, es un documento importante que tengo que firmar. El gerente ya vino hasta el hospital, está en el primer piso. Firmo rápido y regreso, no me tardo ni media hora.

Juliana solo asintió.

Andrew salió casi corriendo de la sala.

El doctor, que estaba cerca, le sonrió y dijo:

—Señora Leroy, se nota que Andrew la quiere mucho, ¿eh? Hasta dejó su trabajo por usted.

—¿En serio? —Juliana sonrió con incredulidad.

—Perdón, doctor, voy al baño.

—Claro.

Cuando salió del consultorio, alcanzó a ver a Andrew bajando las escaleras corriendo, ni esperó el elevador.

Sí, bajó corriendo.

Pero esa planta…

Era la de ginecología.

Su celular vibró.

Era un mensaje de Callista:

—Señorita Fabbri, lo siento mucho, parece que hoy no va a estar con usted. Lo llamé una vez, eso bastó para que viniera conmigo.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP