Capítulo 7
Faltaban tres días para que el vuelo despegara.

Callista mandó una foto de Andrew haciendo una parrillada en la playa.

Callista: —Para celebrar que estoy embarazada de nuestro hijo, Andrew me trajo de vacaciones a Maldivas. Dijo que como estoy esperando un bebé, lo mejor es que me recueste y espere la comida bien tranquila.

Juliana no le respondió.

Solo llamó a sus amigos más cercanos para verlos por última vez.

Después de todo, tal vez ya no volvería a verlos.

Esa reunión fue especial. Juliana se la pasó muy bien, se rio, comió rico, se sintió muy querida.

Dos días antes del vuelo, Callista mandó otra foto.

Esta vez era Andrew leyendo un libro llamado “Guía para la educación temprana de bebés”.

Callista: —Papá anda muy metido el tema del bebé. Aún está chiquitito, apenas es un frijolito, pero ya le habla sagradamente todos los días.

Juliana no contestó nada.

Fue al banco, cambió todo su dinero a euros y canceló todas sus tarjetas.

Al día siguiente, Callista mandó un video.

Salían fuegos artificiales espectaculares explotando sobre el mar.

Ella lloraba emocionada mientras Andrew la abrazaba con cariño.

—¿Por qué lloras? —le decía—. Esto no es nada, lo mejor viene después.

Callista: —¡Me rentó toda la isla! Se gastó todo en fuegos artificiales para darme esta fiesta de cumpleaños.

Juliana se dio cuenta de algo: hoy era el cumpleaños de Callista.

Cumpleaños y embarazo.

Para ellos, seguro era una doble celebración.

Juliana vio el video y sonrió, tranquila.

Después, llamó a una organización benéfica.

—Hola, tengo mucha ropa que quiero donar a una comunidad que la necesite.

Poco después llegó un representante en auto.

Durante los días que Andrew estuvo fuera, Juliana ya tenía todo listo.

Cinco bolsas enormes con ropa y zapatos. No dejó ni un calcetín.

Sus papeles, identificación, comprobantes de estudio, registro de domicilio, todo lo que tenía que ver con “Juliana”, lo llevó a una funeraria.

Les dio dinero y pidió que lo quemaran todo.

Cuando volvió a la casa donde vivió cinco años, le pareció rarísima.

Estaba completamente vacía.

Ya no había ni una huella suya.

Solo tenía una mochila.

Y dentro, solo iba su pasaporte.

Lo único que quedaba de su vida anterior era el celular que traía en la mano.

Tomó un taxi rumbo al aeropuerto.

El conductor paró frente al terminal.

Justo cuando iba a pagar con el celular, Andrew la llamó.

—Juli, ya llegué del viaje. Voy a casa a recogerte y vamos a cenar cerca de la casa.

Por fin estaba de regreso.

Y Callista estaba con él.

Desde el carro, Juliana los vio salir por la terminal.

Andrew empujaba un carrito con dos maletas, una azul y otra rosa.

Claramente compró un par para novios.

Callista iba de su brazo, recargada en su hombro como una niña mimada.

—¿Te cansaste del viaje?

—No mucho, estuvo tranqui. Por cierto, me acuerdo de que hoy podía abrir el regalo que me diste, ¿no?

—Correcto.

—¡Ya no puedo esperar! Llevaba una semana tratando de adivinar qué era. Como hoy es nuestro aniversario, seguro es algo especial, ¿cierto?

—Muy especial. Lo vas a entender todo cuando lo veas.

—Genial, llegaré a casa como en dos horas.

Dos horas.

Con eso bastaba.

Para entonces, su avión ya estaría en el cielo.

—De acuerdo.

—Nos vemos en un rato. Te quiero, Juli.

Colgó.

Juliana miró cómo Callista apretó los labios, molesta.

Andrew la hizo bajar la mirada y le dio un beso suave, como tratando de calmarla.

El conductor la interrumpió:

—Señorita, aún no ha pagado el viaje.

Juliana salió de su cabeza, bajó la mirada, y pagó con lo que quedaba en su tarjeta.

El conductor vio la cifra y se espantó un poco:

—Disculpe, señorita, creo que se equivocó. Son 130 dólares, no 13 mil. Le devuelvo lo demás.

—No te preocupes —dijo Juliana mientras abría la puerta del carro.

—Ya no lo voy a necesitar. Gracias por traerme.

—De nada, es mi trabajo. Usted pagó, yo solo hice lo que me toca.

—No, tú me llevaste a la primera parada de mi nueva vida. Eso es especial.

Cuando se bajó, apagó el celular, sacó la SIM y la tiró en un bote de basura.

Luego, le dio el teléfono a un niño que andaba cerca.

El niño lo recibió con ambas manos, muy feliz:

—¡Gracias, señora!

Juliana le acarició la cabeza y sonrió:

—De nada.

La mamá del niño se veía incómoda.

—Ese celular es carísimo, no podemos aceptarlo.

—¿Van a viajar fuera del país? —preguntó Juliana.

—Sí, vamos a África, a buscar a su papá.

—Entonces acéptenlo. Les puede servir cuando lleguen allá.

—Gracias de verdad.

Juliana se despidió con un gesto.

—Les deseo la mejor de las suertes.

En ese momento, la bocina del aeropuerto anunció:

Pasajeros a nombre de Marisol Fabbri, favor de dirigirse a la puerta H23. El vuelo está por salir...

Juliana agarró su pasaporte, miró por última vez todo lo que dejaba atrás…

Y con paso firme, se fue directo a la puerta de embarque.
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