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Capítulo 2. Parte 1/2

Narrador: Sofía.

Miro a través de la ventana de mi habitación, respiro hondo y observo aquel lugar del jardín donde mi madre se sentaba todas las tardes, mientras cantaba aquellas canciones tan bonitas que ella misma componía.

Cierro mis ojos y una lágrima solitaria baja por mi mejilla, a pesar de que ya pasaron semanas de su muerte siento el mismo dolor del primer día. No sé si podré llegar a superarlo, pero lo seguro es que jamás dejaré de estar agradecida por lo buena madre que fue. A pesar de su enfermedad siempre sacaba una sonrisa para no preocuparme, siempre trataba de evitar que me preocupara por ella, pero es que era algo imposible, era mi madre y era lógico que me preocupase por su bienestar. Nunca tuve nada que reclamarle, más que solo mi madre, fue mi amiga, confidente y de paso también fue mi padre, ya que a ese señor nunca lo conocí, ni siquiera me hizo falta. Cuando era pequeña preguntaba a mi madre por mi padre, ella me decía que un día me visitaría, lo cierto es que ese día nunca llegó.

Seco mi mejilla al recordar todas las veces que mi supuesto padre me enviaba cartas o me hacía llamadas diciendo que vendría verme, hasta que me cansé de esperar y me resigné a no conocerlo, nunca más quise contestarle las llamadas o siquiera recibir sus cartas. En el fondo tenía la esperanza de que si ya no quería hablar con él, se sentiría mal y vendría a verme para que lo perdonase, pero la verdad es que le importó una m****a, luego de intentar comunicarse varias veces conmigo sin tener éxito simplemente dejó de llamarme y escribirme, entonces, supe que realmente no le importaba en lo más mínimo.

Ahora que mi madre murió él se debe hacer cargo de mi por seis meses, la verdad es que estaba considerando seriamente la idea de escaparme, pero luego me dio curiosidad de saber quien es el hombre al cual en algún momento llamé padre.

Escucho como tocan la puerta — Sofía ya llegaron por ti — dice mi nana tras la puerta.

— Ya salgo — digo y me alejo de la ventana para ir a buscar mis maletas.

Bajo mis maletas de la cama y echo un ultimo vistazo a mi habitación, teniendo la esperanza de volver, lo cierto es que quería quedarme con mi nana, pero me ha dicho que no es posible a menos que ese hombre lo permita, así que, espero que no tenga ganas de ocuparse de mi y simplemente acepte que me regrese a mi casa, así todos seremos felices.

Abro la puerta y luego arrastro las maletas hasta la sala, donde había un hombre vestido de traje esperando con mi nana. Mi corazón empezó a latir fuerte al cruzar mirada con él, aunque ni se inmutó, así que mantuve mi cara seria para evitar que pudiera ver que me afectaba su presencia.

¿Mi “padre”?

— Buenos días — dije al llegar frente a ellos.

— Buenas — respondió simplemente.

— Él es el señor Darvis, te llevará con tu padre — dijo mi nana.

Solté el aire contenido en mis pulmones disimuladamente al enterarme de que este señor no era mi padre, así que sonreí más cómoda.

— Hola, mucho gusto — saludé extendiendo mi mano, la cual tomó.

— El gusto es mío — dijo amablemente — llevaré las maletas, las dejo para que se despidan.

Asentí y fui a abrazar a mi nana con todas mis fuerzas, mientras las lagrimas empezaban a salir sin poder detenerlas.

— No llores cariño, nos mantendremos en contacto y tal vez puedas visitarme luego — dijo al separarse de mí.

— ¿Por qué no puedes venir conmigo? — pregunté secándome las lágrimas.

— Sabes que no es posible, vas donde tu padre, yo a ese señor no lo conozco y él no ha pedido que vaya contigo — dijo y depositó un beso en mi frente — no te preocupes estarás bien, procura ser buena niña y no te metas en problemas.

— No te prometo nada — dije sonriendo y guiñándole un ojo — ya sabes que no soy tan fácil de manejar y es posible que me regresen para que me cuides porque no me soportan.

La nana me dio una mirada de complicidad y luego rio divertida — anda vete, no hagas esperar al señor Darvis.

— Adiós nana — dije y le di un ultimo abrazo, para luego girarme y alejarme en dirección a la puerta.

— Adiós, cariño — la escuché decir y no quise voltear, porque al igual que yo, sabía que estaba llorando.

Salgo de la casa y de inmediato subo a la camioneta que me esperaba afuera. Tomé el asiento trasero y me mantuve en silencio todo el camino, mientras trataba de no llorar frente a un extraño. Estaba a punto de romper en llanto, el nudo en mi garganta se hizo presente mientras siento que mi vida se cae a pedazos, es como si hubiera hecho algo malo y la vida me está pasando factura, pero no logro entender cual es mi pecado, a quien he lastimado o cual es la causa de que la vida se esté ensañando de tal manera conmigo.

Miro por la ventanilla para distraerme de mis pensamientos, las personas caminando a lo lejos hacen que los envidie, al verse tan relajados caminando con sus parejas y mascotas, quizás algún día podré ser feliz nuevamente y de paso tener una mascota.

El sueño empieza a invadirme y me es imposible luchar en contra, así que tratando de escapar de mi realidad decido dejarme envolver por los brazos de Morfeo.

Escucho una voz que me llama y refunfuño intentando dejar de escucharla para seguir con mi placentera siesta.

— Señorita Sofía — escuché la voz de Darvis.

Bufé molesta, no me gusta que me despierten.

— ¿Qué quieres? — pregunté levantándome del asiento en el que estaba recostada.

— Hemos llegado ¬— dice y miro a todos lados exaltada.

— ¿Pero qué es esto? — pregunté sin entender el extraño lugar.

— Una base militar, aquí la espera su padre — respondió ofreciéndome su mano para ayudarme a bajar del vehículo.

Fruncí mi entrecejo confundida, sin entender del todo la situación, pero igual tomé su mano y bajé con su ayuda.

— Sígame, la llevaré con el señor Gabriel — dijo cargando mis maletas.

Lo seguí sin rechistar a paso rápido, a medida que avanzábamos más militares se cruzaban en nuestro camino haciéndome sentir intimidada por lo imponentes que lucían todos a mi alrededor.

Pasamos en medio de lo que parecían ser casas pero tenían una forma bastante extraña a mi parecer, luego entramos en una especie de fortaleza militar donde caminamos por un gran pasillo hasta una puerta de color negra, allí Darvis tocó dos veces y luego abrió la puerta invitándome a pasar.

Al entrar Darvis dejó las maletas a un lado y se marchó pidiéndome que esperase en aquella oficina. Me acerco al gran escritorio y no puedo evitar sentirme nerviosa, no sabía por qué en realidad, quizás por el lugar o tal vez porque vería a ese hombre por primera vez.

Trato de calmarme respirando profundo para evitar que me vea nerviosa, no merece saber que mueve alguna simple emoción en mí, no pienso hacer que se sienta importante para mí.

Escucho el chirrido de la puerta y siento que me quedo sin aire al ver a un hombre de unos cincuenta años más o menos. Camina en mi dirección y se para frente a mí.

— Buenas tardes, Sofía — dice mirándome a los ojos con cierta intensidad — soy tu padre, espero me recuerdes.

Sin poder evitarlo una pequeña risa se escapa de mí, haciendo que el hombre frente a mi se tense por completo — ¿Cómo recordar a alguien que nunca estuvo presente? — pregunté desafiándolo con la mirada — me parece bastante gracioso su comentario señor.

Se mantiene en silencio por unos segundos mientras me mira desde su altura ¬ — Te preguntarás por qué estás aquí — dice cambiando de tema descaradamente — pues te he mandado a traer porque vas a ingresar al ejército.

— ¿Qué? — pregunto estupefacta.

— Así es, inicias mañana, ya me encargué del papeleo y varios requisitos, solo debes completar bien la fase de prueba y estarás dentro — explica como si nada.

— Ni sueñe que voy a entrar a ningún ejército — le respondo enojada — si lo que quiere es deshacerse de mí, déjeme decirle que tengo la solución perfecta; me devuelve con mi nana y todos felices.

— Te recuerdo que estas bajo mi custodia por lo menos hasta que cumplas la mayoría de edad, por tanto, harás lo que me parezca más adecuado — argumentó.

— Exacto, se supone que estoy bajo su custodia y usted me quiere entrar en el ejército, en pocas palabras quiere deshacerse de mi — me cruzo de brazos — pero me parece que se le ha olvidado que hay que ser mayor de edad para entrar en el ejército militar, si no me equivoco.

— Es cierto, pero eso ya está resuelto, solo necesito que pongas de tu parte — concluye — y es una decisión que ya está tomada, sin importar tus berrinches entrarás de igual manera.

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