Sentimientos extraños

Imran niega con la cabeza.

—De alguna manera sí lo soy. Zaid es impulsivo y a veces dice cosas sin pensar. Pero eso no es excusa para lo que hizo. Estoy aquí porque quiero asegurarme de que estás bien.

Jazmín esboza una sonrisa ligera, pero efímera.

—Estoy bien, solo... —hace una pausa, buscando las palabras correctas—. No es fácil escuchar esas cosas, sobre todo cuando apenas estoy tratando de encontrar mi lugar aquí.

Imran asiente lentamente.

—Lo entiendo. Y quiero que sepas que nadie aquí espera que olvides a Omar o que te apresures a seguir adelante. Todos tenemos nuestro propio ritmo para sanar.

Jazmín lo observa con gratitud.

—Gracias, Imran. Tu apoyo significa mucho para mí.

Imran sonríe levemente.

—Hana siempre habla de lo fuerte que eres. Yo lo estoy viendo ahora. Solo quiero que te sientas cómoda aquí, como en casa.

Jazmín asiente, sintiéndose un poco más aliviada.

—Gracias por entender. Y también por hablar con Zaid. Espero que haya comprendido.

Imran suelta una risa leve.

—Le dejé claro que debe comportarse. No te molestará otra vez.

Jazmín suspira de alivio.

—Eso es un consuelo.

Se quedan en silencio por un momento, disfrutando la tranquilidad del jardín. Finalmente, Imran se levanta.

—Si alguna vez necesitas hablar, Jazmín, estoy aquí. Recuerda que somos familia. No lo olvides.

Ella sonríe genuinamente esta vez.

—Lo tendré en cuenta, Imran. Gracias.

Imran se aleja, dejándola con sus pensamientos, pero Jazmín se siente un poco más ligera. Saber que no está sola hace que el peso de su duelo sea más llevadero.

Al día siguiente;

Jazmín se sienta en la cama matrimonial de Hana, rodeada de montones de vestidos coloridos que su prima ha sacado del armario. Hay telas de todos los tipos: seda, algodón, encajes y hasta algunas prendas con lentejuelas que reflejan la luz de la lámpara de noche. Hana, con su radiante sonrisa, sostiene un vestido rojo ajustado y lo coloca junto a Jazmín.

—Este te quedaría perfecto, Jazmín —dice Hana con entusiasmo, dando una pequeña vuelta con la tela en sus manos.

Jazmín ríe, tomando la prenda entre sus dedos.

—No sé, Hana. No suelo usar cosas tan… atrevidas.

—Eso es porque nunca has probado. Anda, pruébatelo, te hará sentir poderosa. Aquí en Sudáfrica la gente es más liberar, debes adaptarte. Y estar a la moda, eres joven, no te puedes dejarte caer.

—¿Poderosa? Me haré sentir como una albóndiga en una salsa de ajo.

Hana suelta una carcajada, apoyándose en la cómoda.

—Deja de quejarte y cámbiate, mientras voy al ático a buscar más cosas. Sé que tengo unos tacones rojos por algún lado. Te quedaran perfectos. Tambien tengo unos vestidos que usaba cuando conocí a Imran. Ah, recuerdos… —dice suspirando dramáticamente.

—No tardes mucho, que, si no me gusta lo que veo en el espejo, necesitaré apoyo emocional —responde Jazmín riendo.

—Volveré enseguida —Hana le lanza un beso al aire antes de salir de la habitación.

Jazmín suspira y empieza a desvestirse, deslizándose lentamente el suéter y los pantalones. Se prueba un par de vestidos, pero nada la convence. Entonces, entre los montones de ropa, encuentra un vestido negro elegante que evidentemente necesita usarse sin sostén. Se queda mirándolo con una mezcla de curiosidad y temor.

—Bueno, nadie está aquí, así que… —se dice a sí misma, desabrochándose el sostén y dejándolo caer sobre la cama.

Justo cuando está por deslizarse el vestido negro, la puerta se abre de golpe.

—Hana, olvidé unos papeles en la mesa, ¿los has vis…? —Imran se detiene en seco.

El silencio en la habitación es tan denso que podría cortarse con un sable. Jazmín se queda petrificada, llevando solo unos pantis de "anciana" pero no le restaba a la belleza de su hermoso cuerpo. Con el vestido en la mano y las dos tëtäs al aire. Su mirada se encuentra con la de Imran, quien, por una fracción de segundo, parece demasiado aturdido para moverse. Sus ojos brillaron al ver su lunar cerca de su pëzön rosadito del lado derecho.

—¡IMRAN! —grita Jazmín, cubriéndose apresuradamente con el vestido negro, mientras lo saca del trance.

—¡Dios mío! ¡Lo siento! —exclama Imran girándose rápidamente, tropieza con la puerta dándose un yaguazo.

—¡¿No puedes tocar antes de entrar?! —Jazmín grita, sintiendo cómo su rostro arde de la vergüenza.

Imran, está con una mano en la frente y la otra intentando encontrar la salida a ciegas.

—¡Es mi habitación! No esperaba… esto—barbucea.

—Pues ahora ya lo viste casi todo, ¡felicidades! —Jazmín aprieta los dientes, sujetando el vestido con todas sus fuerzas.

Imran finalmente logra salir por la puerta disparado como si su vida dependiera de ello con su penë más duro que la situación.

Jazmín se deja caer en la cama, cubriéndose el rostro con las manos, sin darse cuenta de lo que acababa de provocar en él.

—¡Oh, por Alá! ¡No puede ser! —

Jazmin solo deseaba que se la tragara la tierra.

Hana entra despreocupadamente con una caja en las manos.

—Prima, encontré unos vestidos preciosos… —pero se detiene al ver la cara enrojecida de Jazmín. Tapándose aún con el vestido y recitando maldiciones —¿Qué pasó? ¿Por qué tienes esa cara de querer enterrarte viva? ¿Rompiste el vestido con tu culazo?

Jazmín levanta la mirada, agitando las manos como una loca.

—¡Tu marido me vio, así como estoy!

¿No se supone que él estaba en el trabajo?

Hana parpadea un par de veces antes de estallar en carcajadas.

—¿QUÉ? —dice entre risas, casi dejando caer la caja. —¡Ay, pobre Imran! ¿Qué hiciste? ¿Se fue?

—¡Nada, no hice nada! Yo solo estaba probándome este vestido y él entró sin tocar como perro por su casa.

Hana se cruza de brazos, con una sonrisa traviesa, luego de soltar la caja en la cama.

—Bueno… técnicamente, sí es el dueño de esta casa.

Jazmín la fulmina con la mirada.

—No me hagas empezar, Hana. No me hagas empezar. No me refiero a eso.

A Hanna le faltaron tripas. Ella le buscó los papeles que fue a recoger su esposo, pero en ese momento no le menciono nada para no avergonzarla más.

Más tarde esa noche, Jazmín decide evitar la mirada de Imran durante la cena. Se sienta en el extremo opuesto de la mesa y mantiene la vista fija en su plato de cuscús. Hana, disfrutando claramente de la situación, no deja de lanzar miradas divertidas entre ambos.

Imran, por su parte, luce incómodo, tosiendo varias veces y evitando cualquier conversación directa con Jazmín.

—Entonces, Jazmín —dice Hana con picardía—, ¿te gustó alguno de los vestidos que te probaste?

Jazmín la fulmina con la mirada y murmura:

—Sí, varios. Aunque como te dije son muy reveladores.

—No llegaste a verla con el puesto, amor. Ahhh, por cierto, debes tocar aunque sea tu habitación. Con Jazmín aquí puedo estar con ella así como la encontraste hoy, probando ropa.

Imran suelta una carcajada nerviosa y toma un sorbo de agua rápidamente.

—Si, lo tendré presente. Fue un malentendido —dice, aclarando la garganta. —No volverá a suceder.

—Eso espero —responde Jazmín, finalmente mirándolo a los ojos. —Podrías empezar tocando la puerta la próxima vez y no habrá problemas.

Hana estalla en risa y agita la mano.

—Oh, vamos, Jazmín. No es para tanto. Ahora que Imran ya te ha visto casi toda, seguro que le parecerás menos misteriosa.

Imran casi se atraganta con su comida, tosiendo sin parar, mientras Jazmín lanza una servilleta a Hana. No sabe por qué razón su amiga es tan abierta a esos temas. Solo el difunto de su ex esposo la llegó a ver desnuda.

—¡No lo hagas peor de lo que es!

Hana se ríe aún más fuerte, mientras Imran murmura un "perdón" y sigue comiendo en silencio.

Más tarde esa noche, cuando jazmín está en su habitación preparando su cama, escucha un suave golpe en la puerta. Se detiene un momento, su corazón acelerándose.

—¿Sí?

La puerta se abre lentamente y aparece Imran, con una expresión seria pero amable, con un vaso de agua en la mano.

—Solo quería disculparme, Jazmín. No quise incomodarte. Te traje un vaso de agua.

Jazmín suspira, tomando el vaso con el líquido.

—Gracias. Fue incómodo, pero sé que no lo hiciste a propósito.

Imran asiente, rascándose la nuca.

—Prometo llamar antes de entrar a cualquier habitación de ahora en adelante. No quiero que mi mujer te siga eincomodando con sus comentarios.

Jazmín lo mira fijamente antes de suavizar su expresión.

—Acepto tus disculpas, Imran. Gracias por tu consideración. Y yo no volveré a estar así en tu alcoba, yo debí haber puesto el seguro y no ser tan confiada. Así que la culpa fue de ambos.

Imran suelta una carcajada nerviosa.

—Bien. Que descanses.

Jazmín sonríe.

—Bien. Entonces estamos en paz.

Imran asiente y cierra la puerta detrás de él. Jazmín se deja caer en la cama, cubriéndose la cara con una almohada y suspirando profundamente luego de dejar el vaso sobre la mesita de noche.

—Definitivamente necesito asegurarme de que las puertas estén cerradas con llave.

Desde el otro lado de la puerta, Imran se apoya contra la pared y sacude la cabeza con una sonrisa.

—Definitivamente necesito aprender a tocar.

Al día siguiente, Imran no puede sacarse de la cabeza el cuerpo de Jazmín. Eso lo enciende de alguna manera, y durante el día en el trabajo de la constructora donde trabaja como ingeniero civil, se pasa el día distraído.

Su colega sudafricano, Thabo, se le acerca y le pregunta:

—Imran, ¿qué te pasa hoy? Estás más ido que de costumbre.

Imran suspira y, en confianza, le cuenta lo sucedido.

Thabo se ríe a carcajadas y le da una palmada en la espalda.

—No se por qué demonios pienso demasiado en ese momento—dice Imran.

—Hermano, tienes un problema. Jazmín es la prima de tu mujer, por Dios. Tienes que pasar más tiempo con tu esposa o mästurbärte y olvidarte de ella.

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