*EPÍLOGO*

Julia, sonrió mientras se encontraba acostada en medio de las flores, mirando la inmensidad azul que estaba sobre ella, allí donde habita el creador, ese que nos otorga el regalo de la vida, y nos da oportunidad de vivirla como queramos, aunque no todos podamos hacerlo precisamente así. Suspiró porque era feliz, inmensamente feliz, tan feliz como puede serse. Tan feliz como jamás llegó a ser nunca.

Su mirada se llenó de brillo al pensar en lo afortunada que era en ese momento, es cierto, la felicidad llegó un poco tarde, pero como solía decir su madre "Nunca es tarde cuando la dicha es buena" y la dicha que sentía en ese momento era muy, muy buena.

Le dio gracias a Dios, porque a pesar de que los años habían transcurrido, de que su piel ya no era bonita y firme, Eliott seguía amándola, seguía haciéndola reír, llenándola de detalles, de chistes, de sonrisas, de tímidas caricias, esas de las que muchos pensarían que a su edad ya no se disfruta

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