*CAPÍTULO 4*

La cesta hecha de caña amarga que Julia traía en las manos, cayó al suelo junto con la ropa que contenía, sus ojos se cristalizaron.

-E. . . eso no puede ser- dijo conteniendo un sollozo.

-Es cierto- respondió Cecilia, bajando la mirada al suelo, mientras que amargas lágrimas le surcaban el rostro.

Julia quiso gritar y llorar, pero se giró y salió corriendo lo más rápido posible, haciendo caso omiso a las voces que la llamaban. Corrió sin saber por cuánto tiempo, hasta sentir que sus pulmones comenzaban a arder, la maleza acariciaba su vestido a su paso, las flores se enganchaban del encaje mientras que las lágrimas le impedían la visión.

Después de tanto correr llegó a un lugar donde siempre iba cuando estaba preocupada, triste o cuando se iba a encontrar con Héctor. El hermoso claro estaba rodeado por muchos árboles, lindas flores, y aves que cantaba acompañando el suave movimiento del agua. Se desplomó bajo la palmera de coco, doblo sus piernas y se abrazó a sus rodillas, mientras daba rienda suelta a todo lo que sentía.

No supo por cuanto tiempo lloró, pero sentía que posiblemente ya no quedaran lágrimas en su ser, su padre nunca había sido un padre amoroso o muy atento, todo lo contrario, se mostraba frío, duro y hasta un poco déspota, pero a pesar de ello podía llegar a ser considerado y a fin de cuentas, era su padre. Lo extrañaría muchísimo, extrañaría hacerle el café por las mañanas, extrañaría lavar su ropa en el río y esa mirada que le dedicaba al agradecerle por haberlo hecho. Sería difícil, muy difícil vivir sin él. Sobre todo porque su madre era tímida y bastante retraída, ahora que su padre había muerto las decisiones de la casa, las tierras y su familia las tomaría su hermano Jesús, por ser el mayor, no sabía cómo sería la vida de todos a partir de ese momento. Se quedó allí por lo que parecieron horas, asumió que en algunas horas comenzaría a oscurecer.

-¡Julia. . . Julia!- se giró para atender el llamado. Héctor corría hacia ella, portando su uniforme militar.

-Héctor. . . – gimió poniéndose en pie y corriendo a su encuentro. Él la estrechó entre sus brazos.

-Lo siento tanto, mi amor- le susurró junto a su cabello- me he enterado hace poco, al saber que habías salido corriendo y nadie podía dar contigo supuse que estabas aquí.

-Eres el único que me conoce- hablo con la cabeza escondida en el masculino pecho y poco le importaba que aquello fuese una imprudencia, o una falta de decoro de su parte. Lo necesitaba, necesitaba sentirse querida por parte de alguien- lo voy a extrañar mucho- gimoteó.

-Lo sé cariño. Será difícil pero lo superarás, te prometo que lo superaremos juntos.

-Gracias- le respondió.

Se quedaron abrazados largo rato, hasta que él se apartó, la tomó de la mano y caminó con ella hasta sentarse junto al árbol, le hizo seña para que siguiera su ejemplo.

-Julia. . . pensaba hablar mañana con tu padre. En vista de los acontecimientos, lo mejor será esperar.

-Lo comprendo- respondió ella.

-Esperaremos una semana, luego iré y conversaré sobre mis intenciones, con tu hermano.

-De acuerdo- ella lo miró con ojos triste en los que brillaba un poco de esperanza. Olvidándose de la moralidad y las reglas sociales, levantó su mentón para apoderarse de sus labios en un dulce beso que pareció durar una eternidad, al culminarlo Héctor la miró sonriendo.

-Deberías volver a casa, tu madre ya está muy preocupada no creo que sea bueno añadir más angustias.

-Si- le susurró ella, y en un momento de atrevimiento se acercó nuevamente, besándolo con timidez y ternura. Un beso al que él correspondió.



El velorio y entierro fue realmente triste, la familia estaba destrozada por la irreparable pérdida. Julia estaba enfundada en un bonito vestido negro, que se ajustaba a su estrecha cintura y que se abría acampanado hasta rozar el suelo.

Vio como sepultaban a su padre y se sintió desfallecer, ya nada sería igual, ya jamás volvería a ser como antes porque en su vida faltaría uno de los seres más importantes.

-Siento mucho su perdida señorita Bastida, mi sentido pésame.

Julia se estremeció ante aquella voz, que conocía y le incomodaba tanto. Se giró hasta quedar frente a él.

-Muchas gracias, señor.

-Si les hace falta algo, lo que sea Señorita, no dude en solicitarlo, estaré encantado en poder brindarles mi ayuda- una descarga eléctrica le recorrió la espina dorsal. Quería a ese hombre lejos de ella. Lo más lejos posible.

-No creo que haga falta señor, pero agradezco su ofrecimiento.

-Lo hago con sinceridad, Julia- ella se incomodó por el hecho de que él usara su nombre de pila. Pero decidió obviar la situación.

-Y yo le agradezco sinceramente, señor- se giró dándole la espalda sin importar que fuese un gesto de descortesía. Se encontró con que las mujeres chismosas del pueblo los miraban atentos y cuchillaban entre ellas, lo último que le faltaba era que ahora mezclaran su nombre con el de aquel hombre. También observó que Héctor la miraba con el ceño fruncido. Ella le dedicó una tímida sonrisa buscando así brindarle tranquilidad. Inmediatamente su ceño volvió a la normalidad.

Julia, se quedó pensando en lo irónico de la vida. Aquel hombre, Centeno de las Casas, podría tener a cualquier jovencita incauta a sus pies, sin embargo se empeñaba en la única que no deseaba unirse a él. Dentro de una semana se comprometería con el hombre que amaba y sería feliz a su lado.


Juan Miguel Centeno de las Casas, la miró alejarse con aire muy digno, dejándolo allí apretando la mandíbula para intentar contener la ira que corría por sus venas. Ahora que el viejo infeliz había muerto, tendría que buscar la manera de conseguir nuevas estrategias para hacerse de Julia. No había pasado desapercibido para él, la manera en que Héctor Rojas y ella se habían mirado, la complicidad oculta en su mirada demostraba que algo se traían entre manos y sea lo que fuere él no lo permitiría. Julia sería su esposa en menos de lo que canta un gallo y ya tenía la manera de lograrlo, Jesús no se negaría a darle la mano de su hermana, después de lo que tenía planeado, Julia  era tan inocente que jamás pensaría, ni  tan siquiera llegaría  a imaginar lo que  le esperaba.

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