*CAPÍTULO 5*

Los días transcurrieron rápidamente, Julia se sentía triste y un poco perdida, era como si su padre se hubiese llevado una parte importante de ella, y sabía que tenía tres hermanos, pero se sentía sumamente desprotegida, expuesta y vulnerable.

El hecho de que su padre no estuviese estaba afectando la vida de todos en la casa; sus hermanas tenían la mirada triste y perdida, su madre lloraba desconsoladamente a diario la pérdida de su amado esposo, siempre había sido frágil y débil, pero desde la muerte de Francisco Bastida su vida parecía más triste y vacía, y ella más frágil todavía.

Sus hermanos por su parte estaban siempre serios y ceñudos, el carácter de Jesús se había agriado al sentir sobre sus hombros el peso de la responsabilidad de la familia.

Julia salía todos los días, seguía con su rutina diaria, solo que ahora el café que preparaba todas las mañanas al despuntar el alba tenía un extraño sabor amargo, sus días trascurrían en lavar, ayudar en la cocina, ordeñar a blanca y algunas veces se escapaba al bosque para encontrarse con su amado, quién la abrazaba y la besaba con ternura bajo la dulce sombra que proporcionaban los árboles.

-Julia. . . Julia. . . – le llamaba su hermana Cecilia.

-Estoy aquí- respondió con su característica voz; dulce y baja, como una delicada melodía.

-Madre necesita que laves la ropa de Jesús, está de mal humor porque sus pantalones de la faena están sucios.

-No hay problema- respondió con una tímida sonrisa- aprovecharé el viaje para lavar alguno de mis vestidos.

-Gracias- le dijo su hermana abrazándola- iría yo, pero madre ha amanecido mal de nuevo, no quiere salir de la cama y necesito quedarme para ayudarla.

-No te preocupes, seguramente Fania me acompañará.

-No lo creo, está ayudando con el almuerzo. Pídele a la chica del servicio que te acompañe.

-Bien- respondió con una dulce sonrisa.

A fin de cuentas decidió salir sola, todos en la casa parecían estar ocupados y si seguía esperando, al volver Jesús estaría de tan mal humor que sería imposible estar en su compañía. Últimamente su humor se había agriado, su madre salía poco de la habitación y pasaba días enteros llorando, su destino estaba en manos de su hermano mayor, al ausentarse su padre, las decisiones las tomaría Jesús, ya que a su madre le habían enseñado que la mujer debía dejarse siempre dominar por un hombre, las mujeres no son capaces de tomar buenas decisiones y siempre necesitan de un hombre que lleve las riendas.¿ quién mejor que su hijo mayor?. Así que tomó la cesta de caña amarga, llena de algunas pertenecías de su hermano, y alguno de sus vestidos más bonitos.

Durante el trayecto hacia el río, iba cantando y suspirando, soñando despierta en la dulce vida que tendría junto a Héctor, la vida que siempre había soñado. Si bien era cierto que le dolía la muerte de su padre, no era menos cierto que no podía esperar más por vivir junto a Héctor, porque su familia y todo el pueblo supiera que se amaban. Nada ni nadie podría separarlos. Pensando en todo aquello, el bosque se llenó de las melodías que entonaba, con aquellas dulces canciones de amor.



Juan Miguel Centeno De Las Casas. . .

Llevaba días espiándola, desde que su padre murió me he dado a la tarea de espiar cerca de su casa y seguir cada uno de sus pasos. Había descubierto que se levantaba muy temprano, que amaba ver despuntar el alba sentada bajo un árbol cerca de su casa, que ordeñaba sus vacas con cariño, que atendía las labores del hogar, que de vez en cuando corría al campo y se sentaba a llorar, y lo más importante, que lavaba en el río y algunas veces lo hacía sola.

Aquella mañana la vio salir sola de casa cargando un cesta de caña amarga y sonrío, de seguro se dirigía al río. No se equivocó en sus conjeturas, ella caminó en dirección al río, le agradeció en silencio porque sin haberse percatado estaba simplificando sus planes y proporcionándole la vía perfecta para lograr su cometido.

La siguió oculto ente la maleza y sigiloso como un tigre que acecha a su presa. Cuando llegó al río, sacó las ropa de la canasta y las distribuyó, luego se dio a la tarea de lavar una ropa masculina, seguramente la de alguno de sus hermanos, luego habían un puñado de vestidos suyos esperando su turno para entrar en contacto con el agua y el jabón.

Decidió que era hora de actuar. Salió de su escondite y se dirigió a la orilla del río.

-Buen día, Julia- ella le dirigió la mirada, esos hermosos ojos estaban cargados de miedo, comenzaron a mirar en todas direcciones como buscando ayuda- No te asustes.

-Señor. . . debería marcharse. . . no está bien que estemos solos. . . yo. . .

-¿Y si está bien que se vea a solas con el joven Rojas, a mitad del campo, señorita Julia?- ella abrió los ojos enormes al sentirse descubierta. ¿Se lo diría a alguien más?, ¿ se lo diría a su familia?

Ojalá que no, porque Jesús la golpearía por cometer una imprudencia de ese tamaño.

-Señor. . . el joven y yo. . . vamos a casarnos- el sonrió con malicia- nuestros. . . .Encuentros, no deben saberse. . . yo. . . se vería muy mal.

-¿Me pides que te guarde el secreto?- sus inocentes mejillas se llenaron de rubor.

-Yo. . . yo. . . se lo agradecería, señor- bajó su dulce mirada al suelo, mientras retorcía los dedos de sus manos de forma nerviosa.

-Irónico, ¿no crees?. . .hace poco pedí tu mano y me la negaste, ahora me pides que te guarde el secreto que garantizará tu boda con otro- Julia lo miró con ojos encendidos, y mejillas ruborizadas.

-Yo. . . no quisiera molestarlo señor, pero. . .

-Hecho- le dijo sorprendiéndola- no se lo diré a nadie.

-Habla usted en serio, señor?- sus ojos se llenaron de esperanza.

-Lo hago, Julia. Siempre lo hago.

-Muchas gracias- le dedicó una tierna sonrisa.

-Pero soy un hombre de negocios- ella frunció el ceño. ¿Qué quería decir?.

-¿A qué se refiere, señor?

-Me gusta negociar- su corazón comenzó a palpitar con fuerza- te guardaré el secreto, será un favor pero, ¿Has escuchado eso de que favor con favor se paga?

La respiración de Julia se agitó casi violentamente. ¿qué pretendía aquel hombre?, ella estaba sola, a su completa merced, en mitad de la espesura del campo. ¿favor con favor se paga?, ¿ qué quería él?, seguramente algo que no podía, ni quería darle.

-Sí, lo he escuchado. Solo qué. . .

-Mi hermana Rosario ama ese vestido tuyo- ella lo miró con ojos enormes y confundidos. ¿Su vestido?, ¿quería su vestido?- ese, el blanco con tonalidades lila, quizás hasta sea por envidia, pero quiere uno igual.

-No. . . no lo comprendo- le respondió con esa voz susurrante y armónica.

-Es fácil. Si tú me lo prestas, ella podrá llevarlo a la modista para que copie el modelo, y así tener lo que quiere.

-Pe. . . pero. . . no puedo darle mi vestido, señor- le dijo con voz temblorosa, temiendo que él la delatara- no es adecuado, no está bien.

-Vamos Julia, es un pequeño favor. Mi hermana te estará eternamente agradecida.

-Pero. . .

-Además lo que has hecho con ese joven tampoco es adecuado, ni está bien, y lo has hecho- sus mejillas se encendieron- vamos. . .yo te ayudo y tú me ayudas. Te prometo que en cuanto Rosario lo lleve a la modista y ella tenga claro el modelo, la enviaré a que te lo devuelva con mucha discreción.

-Pero. . .

-Es un trato justo- le dijo con una deslumbrante sonrisa. Julia, frunció el mentón y analizó un momento.

¿Era un trato justo?, ¿ El préstamo del vestido a cambio de su silencio?, ¿era mucho pedir?, ¿ estaba realmente mal hacerlo?, ¿ qué podría haber de malo?, ¡era solo un vestido!

Se quedó cavilando por algunos minutos.

No quería que nadie se enterara de sus encuentros con Héctor, aunque pronto el pediría su mano. No julia, sería igualmente bochornoso el que el pueblo se enterara de que nos encontramos a escondidas. Mi reputación y la de mi familia se verían afectadas. Sus hermanas serían cuestionadas.

Reconoció que haberse encontrado a escondidas con Héctor no había sido muy inteligente, pero lo cierto es que cuando se está enamorado, no se piensan en las consecuencias.

El préstamo de su vestido a cambio del silencio de aquel hombre no parecía nada. Decidió que se lo daría, cuando Rosario terminara de usarlo se lo devolverían y todo estaría bien. No podría tener nada de malo en prestarle un vestido a otra señorita. Aunque el medio de envío no fuese el adecuado.

Juan Miguel, la vio caminar hasta sus vestidos y tomarlo con manos temblorosas, una sonrisa de victoria se dibujó en el rostro. Había escogido justamente e se vestido porque todos en la región lo conocían, seguramente sería uno de sus favoritos, porque lo usaba en algunas veladas y fiestas patronales, no había persona en cariaco que al ver ese vestido no lo reconociera como de Julia Bastida.

Se lo tendió tímidamente.

-Solo le pido que lo lleve con cuidado señor, que nadie lo vea, no quisiera que se preste a malas interpretaciones. Y dígale a la señorita Rosario que lo cuide mucho, es una de mis prendas favoritas y más queridas. Lamentaría mucho perderla.

-No te preocupes Julia. Rosario te lo agradecerá siempre. De eso podemos estar seguros- sonrió- ahora debo marcharme. Mientras más pronto me vaya, más pronto podrás tener de nuevo tu vestido.

Ella asintió y él se giró para marcharse con una gran sonrisa en los labios.

Qué fácil había sido. 

Julia,  era más inocente de lo que había creído.

 ¡Mira que entregarle su vestido!

Al hacerlo había puesto en sus manos su reputación y su futuro. ¿Y Héctor Rojas, pensó que ganaría la batalla?, bien lo había dicho, Julia Bastidas sería la señora Centeno de las Casas.

Su candidez e inocencia la habían llevado a cometer un grave error, tanta inocencia no es bueno. Alguien debió explicárselo alguna vez.

Julia, lo vio marcharse, con la espalda recta y tan gallardo como siempre, con esa elegancia y e se aire de misterio que enloquecía a más de una jovencita en el pueblo de cariaco, pero que a ella le era totalmente indiferente.

Se dedicó a lavar la ropa mientras cantaba, después de algunas horas tuvo todo listo, lo metió en la cesta y comenzó a andar el camino que lo devolvería a su casa.


Cuando llegó al patio se disponía a dirigirse a tender la ropa al sol para que se secara, cuándo sus hermanas llegaron corriendo hasta ella.

-Julia. . . Julia. . .- gritaba Fania.

-¿Qué sucede?- las miró confundida.

-Debes ir al cuarto que era de padre, Jesús quiere verte- le dijo Cecilia.

-¿Por qué?- quiso saber.

-No lo sabemos, pero está furioso- le dijo Fania. Parecía asustada y preocupada.

-No. . .no comprendo- Julia estaba plenamente desorientada.

-Ni nosotras- Cecilia se encogió de hombros.

-Vamos, apresúrate- la urgió Fania- no hagas que Jesús se enoje más.

Dejó la cesta sobre el suelo.

-Fania por favor, encárgate de tender eso al sol, sino no se secará nunca.

-Sí, yo lo hago. Vamos. . .vamos. . . apresúrate.

Corrió con Cecilia a su lado, hasta que llegaron a la puerta de la habitación de los caballeros. Cecilia le hizo señas, animándola a entrar, sus ojos parecían preocupados. Llamó a la puerta con los nudillo, sintiéndose nerviosa y algo angustiada.

-¡PASÉ!- el gritó de su hermano hizo que la sangre se helara en sus venas. ¿Qué podía haberlo puesto así?

Entró en silencio y con la cabeza baja, cerró la puerta tras de si.

-¿Me mandaste a llamar, hermano?- su voz dulce y suave, estaba convertida en un susurró.

-¡SI!- gritó éste caminando con rapidez hasta ella. Levantó la mirada asustada al sentir los pasos, se encontró con la mirada enfurecida de Jesús. Su rostro estaba distorsionado por la ira- ¡¿CÓMO FUISTE CAPAZ?!- gritó él a la vez que elevaba uno de sus brazos y la descargaba contra su mejilla derecha, arrojándola con fuerza contra el suelo, que la recibió duro y frío.

-¡Jesús!- gimió, llevándose una mano a la mejilla que le escocía, mientras que abundantes lágrimas le quemaban el rostro al descender por sus mejillas.

-¡¿CÓMO FUISTE CAPAZ?!- repitió su hermano, entonces ella elevó el rostro y se encontró con dos figuras. Una pertenecía a su hermano, la otra, al hombre en el que nunca debió confiar. 

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