La tribu de Lug era conocida como los aryas, que significaba en su primitiva lengua “los hombres de la nieve” o “los hombres blancos como la nieve”. Los aryas habitaban las tierras nevadas al norte de Europa hace decenas de miles de años según podía ver en las extrañas visiones que trasladaban mi mente a esas épocas recónditas y primitivas y que me permitían observar la vida de nuestros ancestros. Los aryas eran hombres y mujeres de piel blanca, ojos verdes y cabellos rubios, liderados por Lug, un vigoroso sujeto de más de dos metros de estatura y dorso tremendamente musculoso, pero además que poseía una mente sagaz. Debido al clima que habitaban, los aryas vestían con ropajes de piel de animal que les cubrían gran parte del cuerpo.
Un día llegaron los cazadores aryas hasta un territorio más al sur de lo que normalmente bajaban, en busca de nuevas presas que llevar pues el clima era cada vez más helado y muchos animales emigraban hacia regiones más cálidas. Sabían bien que una raza de seres grotescos llamados ogros, pero que los científicos modernos llaman neandertales, habitaban ese territorio y uno de los exploradores aryas dio la voz de alerta al observar los rastros de un campamento ogro cercano. Sigilosamente, los aryas espiaron a los ogros contemplándolos por entre el ramaje.
Eran seres execrables, de aspecto horrible, con largos y greñudos cabellos rojos y piel oscura. El líder era el más grande y feo y se cubría con una piel de oso, pues el oso era el animal sagrado de los ogros. En ese momento se encontraban fuera de las cavernas que habitaban rodeando una fogata donde cocinaban carne.
—Podríamos robar la carne que tienen para comerla nosotros —sugirió el vigía Ur a su líder Lug.
—Observa con atención —dijo Lug— la clase de carne que comen esas bestias.
Entonces Ur logró percibir la forma de una pierna humana siendo mordisqueada por el hocico del ogro y se llenó de repulsión.
—Lo mejor será irnos —sugirió un viejo y robusto cazador llamado Gor— no ganamos nada enfrentándonos a estos monstruos.
Lug asintió, pero cuando ya se disponía a irse notó la presencia entre los ogros de una mujer humana. De piel algo morena y cabellos negros, la mujer debía tener unos veinte años y transportaba la leña como esclava para los ogros. Tenía una liana atada al cuello que la amarraba a un árbol y estaba vestida con harapos. Mostraba en su rostro los estragos que una amarga vida de prisionera habían dejado en ella.
Lug sabía que los ogros debían haber abusado de ella todos los días desde su cautiverio que, por su aspecto famélico, debe haber transcurrido durante años, pero lo confirmó cuando la mujer dejó la leña que alimentó el fuego y de inmediato fue montada por el que parecía ser el líder de los ogros.
La indignación e ira de Lug fue incontenible. Indiferentemente de cualquier otra consideración, no podía permitir que una mujer de su raza fuera profanada de tal forma por una especie inferior y sucia como los ogros y decidió acudir en su defensa. Si no podían liberarla al menos le darían muerte lo cual sería más digno que la vida que llevaba, y todos los aryas coincidieron.
Los aryas atacaron a los ogros tomándolos por sorpresa. Primero fue Gor quien usando su arco y su flecha mató a varios, luego el resto se lanzó al ataque. Si bien los ogros eran físicamente más fuertes que los humanos, estos últimos eran mucho más inteligentes y los movimientos torpes de los ogros fueron fácilmente contrarrestados por la habilidad en batalla de los humanos y sus lanzas con punta de lasca, arcos y flechas contra las lanzas de madera y cachiporras neandertales.
El líder de los ogros, llamado Balor, se enfrentó cara a cara con Lug rumiando y gruñendo como una bestia salvaje. Los dos caudillos se confrontaron mutuamente en una contienda de lanzas. Aunque la destreza y sagacidad de Lug era superior, sucumbía a la fuerza bruta y salvaje de Balor. Finalmente, Lug se alejó de su adversario lo que fue interpretado por éste como una escapatoria y dispensó una risa que parecía el chillido de un cerdo. Pero Lug no estaba escapando, sino que estaba tomando impulso, aferró una enorme piedra, corrió hacia su enemigo y la lanzó cuando estuvo lo suficientemente cerca. El proyectil se enterró en su frente dándole muerte.
Unos cuantos neandertales, principalmente los infantes que parecían ser híbridos horribles de humano y ogro, escaparon en la espesura, los aryas destruyeron el altar con huesos de oso que había en la cueva y luego liberaron a la agradecida mujer de su atadura.
—Lilu —dijo la mujer señalándose a si misma y los aryas comprendieron que se refería su nombre, así que Lug correspondió con el mismo gesto:
—Lug.
Llevaron a la mujer a las tierras de su tribu donde la curandera, una anciana muy sabia, le ayudó a sanar sus heridas, aunque sabía que la mayoría de ellas estaban en el alma y eran irreparables. Le dieron comida y agua en abundancia, y Lilu rápidamente aprendió la lengua de los aryas.
Los aryas eran una sociedad similar a la tribu de los dhoms de la que procedía Lilu. Se dividían en tres grupos; a la cabeza de la tribu se encontraba el líder que ejercía como caudillo militar y administrador político al mismo tiempo que como líder religioso, de forma parecida a como el Chamán gobernaba a los dhoms, por lo que Lug era también un conocedor del mundo de los espíritus. Debajo de él estaban los cazadores—guerreros, casi todos fornidos y toscos hombres de gran valor y fortaleza, y finalmente la clase productora; los encargados de las labores artesanales y recolectoras.
Lilu descubrió que Lug mismo sufrió un drama personal y que su propia esposa e hijo pequeño habían sido recientemente asesinados en la guerra contra una raza de humanos de piel amarilla y ojos oblicuos que habitaban muy al norte y que se alimentaban de focas.
—Yo provengo de la tribu de los dhoms —explicó Lilu— que hace muchos, muchos inviernos, fue atacada y devastada por los ogros cuando yo era casi una mujer. Entonces los ogros me tomaron prisionera y me golpeaban y montaban a la fuerza todos los días, e incluso me obligaron a comer carne humana. Iban a matarme para comerme pero como yo era la aprendiza del Chamán les enseñé que podía hacer fuego y me dejaron vivir por la utilidad. Pero maldije la vida tan terrible que sufrí con ellos todo este tiempo.
—Hace muchas lunas —le dijo Lug— los aryas nos topamos a una pareja que decía provenir de la tribu Dhom y relató el mismo ataque de los ogros. El hombre se parecía a ti, tenía el mismo cabello negro y rasgos similares. La mujer era de piel morena como todos los dhoms pero de cabello rubio.
—Sí, porque la madre de Iva —dijo Lilu más para sí misma— era una mujer de otra tribu de cabellos rubios que fue abandonada y adoptada y con ella se casó el Chamán, por eso Iva tenía el cabello de ese color. Quiere decir que mi hermano Manu y su esposa están vivos…—y tras decir esto un profundo odio nació en su corazón porque culpó a su hermano de haberla abandonado a su suerte con los ogros.
Mientras esto acontecía, el hermano de Lilu, Manu, y su esposa Iva salieron del Valle de los Dragones de donde recibieron conocimientos especiales en el uso de la magia y el apropiado contacto e invocación a los espíritus iniciando así a Manu en un poderoso sacerdocio místico. El entrenamiento duró varios años durante los cuales no interactuaron con ningún humano y convivieron únicamente con los dragones, y además concibieron un hijo al que llamaron Abulu y que en esa época apenas tenía unos dos años.
Conforme dejaban para siempre el Valle de los Dragones, Manu e Iva decidieron viajar hacia el sur, hacia tierras más cálidas que las nevadas regiones del norte. Durante su trayecto atravesaban extensas planicies desoladas y bastos territorios desiertos, descansaban en cuevas y bajo las copas de los árboles, e Iva se dedicaba a amamantar a su bebé mientras Manu cazaba. En aquella época glacial Europa se conectaba con África y el Mar Mediterráneo era en realidad más parecido a un lago casi siempre congelado así que la trashumancia de un continente a otro no era tan difícil.
Y sucedió que Lilu tuvo un sueño mientras yacía desnuda al lado de Lug de quien se había convertido en amante. Lilu observó a su hermano, su cuñada y su sobrino bebé transitando las laderas del Gran Lago e internándose en las junglas selváticas del sur que ella misma nunca había visto pero que escuchó mencionar muchas veces a su maestro el Chamán. Y cuando Lilu despertó le dijo a Lug que debían viajar hacia ese lugar, en búsqueda de Manu.
Lug se negó en principio, pero Lilu lo convenció finalmente asegurando que los espíritus le habían producido ese sueño porque de esa forma él podría adueñarse de la mujer de Manu y recuperar la esposa que él mismo había perdido muchos años antes, y entonces Lug aceptó y su tribu se fue en persecución de Manu y su familia.
Manu e Iva llegaron a las cálidas tierras del norte de África y transitaban a través de las arenosas dunas bajo el incandescente flagelo solar. Era obvio que ninguno de los dos se encontraba acostumbrado a ese clima por provenir de campiñas nevadas pero en aquella época los humanos se adaptaban a casi cualquier clima con relativa facilidad. Finalmente, llegaron hasta una especie de oasis localizado en medio del desierto —que en aquella época era mucho menos extenso que hoy pues el proceso de desertización del Sahara no había comenzado. En el oasis había una tupida vegetación de palmeras y helechos y una hermosa laguna de donde manaban cristalinas aguas en las que la familia entera se bañaba y donde enseñaron a Abulu a nadar y se divirtieron alegremente.
El pequeño infante de Abulu señaló risueño hacia el norte al observar con sus ojos infantiles una presencia que le era totalmente inusual. Sus padres siguieron con la mirada hacia donde señalaba el niño y se sorprendieron también.
A lo lejos, entre las dunas de arena, los observaba un ser que parecía humano pero diferente a cualquiera que hubieran visto antes y se alarmaron mucho. Se trataba de un hombre enano de piel totalmente negra y extraños cabellos rizados que los contemplaba con una mirada aterradora.
El hombre inmediatamente corrió hasta perderse entre las candentes arenas y Manu no tenía duda de que volvería acompañado.
Momentos después Manu y su familia eran perseguidos por una tribu africana de feroces caníbales provenientes del sur armados con lanzas de madera y escudos con pinturas multicolores, pero la persecución no duró mucho porque pronto llegaron hasta un gigantesco acantilado por donde no pudieron pasar más. Manu e Iva (que cargaba a Abulu quien lloraba estrepitosamente) se tomaron de la mano y decidieron silenciosamente y con sus mutuas miradas, que era preferible saltar a caer prisioneros de los nativos…
Ambos cerraron los ojos y se prepararon para la muerte hasta que el repentino silencio les llamó la atención. Se giraron sobre sus ejes y contemplaron a la multitud de perseguidores salvajes que observaba temerosa a la tribu arya de Lug cuyos feroces guerreros bajaban las colinas arenosas poseída por una furia brutal.
Aunque los aryas eran numéricamente menores, los nativos negros se vieron intimidados por esos furibundos y enloquecidos hombres blancos, altos y fornidos, que se les acercaban velozmente, incapaces de saber si se trataba de hombre o demonios blancos, y decidieron no arriesgarse por lo cual los negros se retiraron en una estampida atemorizada.
Manu e Iva estaban alegres y sorprendidos por su buena suerte, aunque su alegría no duraría mucho.
Así, Manu, Iva y el pequeño Abulu cayeron prisioneros de los aryas que los rodearon con sus lanzas de punta de lasca. Lug los observaba de frente, y tras él apareció la figura de Lilu.
¡Manu no lo podía creer! Su hermana Lilu se encontraba con vida. Estaba feliz por el hecho y no comprendía como había evitado ser devorada por los ogros.
—¡Hermana Lilu! —saludó en su lengua dhom— Me alegra tanto que estés con vida…
Pero Lilu se limitó a observarlo con amargura.
—Nunca podré perdonarte tu traición —escupió enfurecida— por tu culpa pasé muchos inviernos entre los ogros siendo golpeada y abusada. Te olvidaste de mí y me abandonaste… todo… todo por esa sucia mujer —dijo con infinito desprecio en referencia a Iva. —Si no quisiste salvarme la vida al menos debiste matarme para evitarme tanto dolor…
—¡No! ¡Te equivocas! —gritó Manu conmovido por las palabras de su hermana que le calaron dolorosamente en el corazón— ¡Yo no sabía que estabas viva! ¡De haberlo sabido te habría salvado…!
—¡Silencio! —gritó Lilu desesperada y temblando de rabia, luego le habló a Lug en la lengua de los aryas la cual Manu e Iva habían aprendido rápidamente cuando se los toparon en su camino hacia el Valle de los Dragones— quiero que mates a este traidor que abandonó a su propia sangre.
Lug titubeó. Sentía una instintiva simpatía por Manu. Pero la tentación de tomar a su esposa Iva fue demasiado fuerte, sumada a la indignación que sentía por haber visto a Lilu confinada entre los ogros en un estado deplorable. Finalmente ordenó a sus guerreros que lo mataran.
—¡Espera! —pidió Manu, aunque en tono de exigencia y no de súplica— si he de morir quisiera hacerlo con dignidad y no que me corten el cuello como a un animal.
—Tiene razón —reconoció Lug— denle una lanza y déjenlo aquí. Los hombres negros lo matarán en todo caso, pero al menos morirá peleando.
Los aryas obedecieron. Dejaron a Manu totalmente indefenso salvo por una humilde lanza terminada en piedra labrada y se alejaron llevándose a su esposa Iva y a su pequeño hijo Abulu hasta perderse en las candentes lejanías del horizonte.
Manu ya no quería vivir, pues se sentía desolado por la pérdida de su amada Iva y de su hijo que ahora pertenecerían a otro pero no pensaba dejarle fácil a los nativos el darle muerte así que decidió prepararse para la última batalla de su vida. Tomó su lanza y miró fijamente hacia el horizonte donde se dibujaban las cabezas de sus salvajes enemigos…Manu se enfrentó al primero que se atrevió a aproximársele rajándole el abdomen con su lanza. Le siguió otro que rápidamente fue ultimado con una herida en el cuello. Luego otro, y otro, y otro. Los nativos comenzaron a llegar en oleadas grupales y eran asesinados una y otra vez por un enloquecido Manu furioso y frenético que parecían estar desahogando su ira y su dolor en los infortunados negros. En poco tiempo había un charco de sangre que empantanaba la arena a los pies de Manu y una
Muchos años en el pasado nació un legendario guerrero llamado Lupercus. Hijo del emperador de Etruria y de una de sus esclavas más bellas, traída desde las tierras heladas del norte, de los Reinos Nórdicos.Una pitonisa profetizó al monarca que algún día el hijo que tuviera de una esclava del norte lo mataría, por lo que el Emperador ordenó darle muerte a la madre y al hijo.Pero la mujer era tan bella que el verdugo se apiadó de ella y la ayudó a escapar aunque eso le costaría luego la cabeza. La mujer embarazada fue enviada en un barco de traficantes de vuelta a las tierras del norte. Allí nació Lupercus en una cabaña en medio de la montaña rodeado de bosque.La madre de Lupercus, Elveth, era una mujer nórdica preciosa de cabellos rubios como el oro, ojos azules y piel blanca como la leche. Pero Lupercus no, &eac
Vladus, Lupercus, y los soldados sobrevivientes, enterraron con honores a los muertos kushanios cremándolos y realizando una oración a los dioses. Godhos fue cremado también con su espada en una pila de leños sólo para él y el propio Vladus presidió la oración rogándoles a los dioses kushanios que aceptaran a tan valiente guerrero en sus salones como era merecedor.Luego emprendieron el regreso a casa que tomaría al menos un día y medio.Conforme los caballos se aproximaban al Castillo del Dragón donde residía Vladus y su esposa, comenzaron a notar el hedor a muerte cercano y la columna de humo que subía hacia el cielo en la lejanía donde debía estar el castillo. Vladus maldijo y apresuró a su caballo cabalgando desesperado seguido por Lupercus que había descifrado lo sucedido.Algunos minutos después la asoladora
Tras varios días de atravesar las gélidas montañas y llanuras kushanias poco a poco el inhóspito y frígido paisaje fue cambiando hasta transformarse en las tierras fronterizas de clima más cálido y observó una multitud de peregrinos vedantios que caminaban hacia un santuario situado sobre un monte. Los vedantios eran un pueblo de piel morena y cabello negro, pero de rasgos arios, cuyos hombres usualmente vestían trajes de telas blancas y turbantes, las mujeres frecuentemente usaban ropa multicolor, hermosas aretes en oídos y nariz y otras alhajas así como se cubrían la cabeza con un velo al entrar a lugares de respeto. Lupercus aprendió algo de su lengua cuando fue soldado atlante, pero en todo caso el idioma vedantio era muy similar al atlante y al medo por lo que era fácil de aprender.Lupercus bajó de su caballo y caminó por el sendero de los
Con el nuevo ejército de hombres—mono, el Rey Rama y sus dos camaradas humanos llegaron hasta la punta sur de Vedantia habitada por primitivos nativos llamados veddas de piel muy oscura que huyeron aterrados al ver a sus enemigos ancestrales, los yetis, arribar en gran número. Los pescadores abandonaron sus barcos en las costas y estos fueron utilizados por el inusual ejército para dirigirse a Lanka.Mientras, la infortunada Sita emitía estertóreos alaridos conforme los tormentos que le aplicaban los demonios de Ravana le rasgaban el cuerpo y mientras Ravana se deleitaba con este espectáculo horripilante, uno de sus lugartenientes que, como todos a su servicio, era un demonio similar a él aunque más pequeño, llegó temeroso a dar malas noticias.Los torturadores de Sita se detuvieron cuando escucharon el grito de ira de su amo y se volvieron para observar la cabeza rodante del lugart
Una torre negra se erguía ciclópea en las viejas e inhóspitas estepas turanias. El lugar, habitáculo de un temido hechicero malvado, era ampliamente evitado por los lugareños, y sólo los soldados y funcionarios turanios se atrevían a aproximarse, generalmente con la finalidad de hacer cumplir los macabros designios urdidos a lo interno del sangriento y cruel Imperio turanio, para quien trabajaba el siniestro personaje que habitaba la torre.Años atrás el malvado Canus el Traidor había traicionado a su propio reino, la próspera y magnífica Wilusia, tras recibir la visita en sueños del demonio Adramelech que adoran los turanios prometiéndole riquezas a cambio de su asistencia.Pero Canus, desde su negra torre y laboratorio, no había dejado de espiar a su enemiga, la guerrera Medreth, única sobreviviente de la familia real wilusiana y quien se hab&ia
Como ya mencioné la geografía de esta época era bastante distinta. Para empezar, el Mar Mediterráneo era en realidad un gran lago de gigantescas proporciones que dividía los Reinos Septentrionales (es decir, Europa y Norteamérica divididas por el caudaloso río que luego sería el estrecho de Bering) de la Gran Jungla de Kush (África), Centroamérica era un archipiélago y Sudamérica una isla gigantesca. Eran en estas épocas que la enorme isla de la Atlántida se erguía ominosa en las aguas entre las islas centroamericanas y sudamericana, las costas selváticas de la Gran Jungla de Kush y de los Reinos Septentrionales, siendo las Antillas los últimos remanentes que quedaban de estas tierras. En el norte, más allá de los Reinos Septentrionales, todavía se escuchaban las leyendas de Hiperborea, una antigua y mágica tierra de islas cerca del
Así es como Lupercus atravesó el desierto sobre un caballo minoico que muy frecuentemente se veía forzado a descansar. El mismo Lupercus aprovechaba los descansos del corcel para buscar indicios de los beduinos, consciente de que los gharidios tenían patrullas que sondeaban el desierto y que le darían muerte sin dudarlo.Se sentó mientras su caballo descansaba y bebía agua. Él mismo tomó algunos tragos de su cantimplora y se recostó sobre una piedra a meditar, siempre alerta, y admirando los restos óseos de un sujeto que debió haber muerto hacía muchos años en las profundas arenas desérticas, dada la resequedad del cráneo.Justo entonces descubrió los gritos asoladores de una mujer muy cercanos. Se arrastró por entre la arena y se asomó por una duna hasta observar un oasis lejano, a medio kilómetro d