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LA DIOSA OSCURA (segunda parte)

Vladus, Lupercus, y los soldados sobrevivientes, enterraron con honores a los muertos kushanios cremándolos y realizando una oración a los dioses. Godhos fue cremado también con su espada en una pila de leños sólo para él y el propio Vladus presidió la oración rogándoles a los dioses kushanios que aceptaran a tan valiente guerrero en sus salones como era merecedor.

 Luego emprendieron el regreso a casa que tomaría al menos un día y medio.

 Conforme los caballos se aproximaban al Castillo del Dragón donde residía Vladus y su esposa, comenzaron a notar el hedor a muerte cercano y la columna de humo que subía hacia el cielo en la lejanía donde debía estar el castillo. Vladus maldijo y apresuró a su caballo cabalgando desesperado seguido por Lupercus que había descifrado lo sucedido.

 Algunos minutos después la asoladora realidad se tornó palpable. De alguna manera los kurgos habían logrado penetrar hasta el corazón del Imperio Kushanio aprovechando que el grueso del ejército se encontraba en la batalla fronteriza y devastaron la aldea que rodeaba al Castillo del Dragón, como evidenciaban los riachuelos aledaños enrojecidos por la sangre de cientos de víctimas de una terrible masacre, las cabañas incendiadas y el otrora ominoso castillo casi totalmente reducido a escombros humeantes.

 Pero a Vladus le eran indiferentes los campesinos asesinados y los soldados que fueron despellejados vivos y cuyos cuerpos aún adornaban siniestramente los árboles del lugar, él sólo pensaba en su amada esposa la Reina Ezbeth.

 Vladus prorrumpió un desgarrador grito que le heló la sangre aún al curtido guerrero Lupercus que no había entrado al Castillo del Dragón, pero que podía imaginar lo que vería. Cuando entró, Lupercus entendió porque Vladus se había sumergido en un llanto desconsolado…

 La hermosa Reina Ezbeth yacía desnuda y crucificada en la pared donde hasta hace poco se situaba el salón del trono que ahora estaba totalmente destruido y parcialmente incendiado. Ezbeth mostraba evidencias de haber sido violada y torturada, sus cabellos le fueron rapados y le habían sacado los ojos y amputado la lengua.

 Vladus desprendió el cuerpo demacrado de su esposa que aún hedía a semen y sangre, y lloró a su lado por muchas, muchas horas…

Los días pasaron, mucho después aún de que temerosos sacerdotes llegaran a realizar los ritos fúnebres de Ezbeth, y Vladus continuaba sumido en sombríos sollozos, encerrado en su habitación sin comer y bebiendo en exceso. Lupercus se convirtió en el comandante del ejército kushanio ante la muerte de Godhos y la incapacidad de Vladus, y cundieron rumores de que algunos capitanes le pidieron que asumiera el trono ahora que Vladus había enloquecido, pero Lupercus declinó.

 Una semana después, Vladus mandó a llamar a Lupercus y le dio la noticia de que pensaba pactar la paz con los kurgos.

 —¿Por qué, mi Señor? —preguntó el mercenario.

 —Ya ha habido demasiado dolor producto de esta guerra. Quizás si lo hubiera hecho antes… mi amada Ezbeth estaría viva. Los dioses me han abandonado y no merezco ser rey, pero si he de serlo evitaré más sufrimiento a mi pueblo.

 —No objeto que haga la paz, Majestad, porque siempre es buena, aún con un enemigo tan poco honorable. Pero creo que podríamos ganar esta guerra y vencer para siempre a los kurgos y así evitar que representen una amenaza en el futuro, la paz podría permitirles tener tiempo para recuperarse…

 —Hablas sabiamente, pero estoy decidido. Ordena que mensajeros vayan ante los escitas con mi propuesta de paz.

 —Iré yo en persona a entregar el mensaje a Escitia, los kurgos matarían a cualquier soldado que se aproxime, pero puede que mi reputación me preceda.

 —Como gustes, Lupercus, aprecio tu valentía.

 —Sí mi señor… —dijo Lupercus con una reverencia y se dirigió a cumplir sus órdenes.

 Dos días después Lupercus se encontraba en lo profundo del territorio enemigo dentro de las nevadas estepas Escitias alerta pero consciente de que poco podría hacer si era atacado.

 Una horda de malencarados kurgos salió a su encuentro, desconcertados por la extraña visita pues no entendían que clase de hombre llegaría solo ante ellos. Lupercus extrajo su espada, aunque sabía que ni siquiera él podría derrotarlos a todos y declaró: ¡Tengo un mensaje de paz para su rey! ¡Mi señor el Rey Vladus de Kushan desea hacer la paz con ustedes!

 Pero los kurgos no entendían una palabra de la lengua que hablaba Lupercus, el atlante, que era usada como lengua común en Midgard. Intentó hablar en todos los idiomas que conocía pero ninguno fue comprendido por los salvajes, así que finalmente se colocó sobre el suelo e hizo dibujos en la arena.

 Uno de los kurgos se le aproximó desconfiado y contempló los dibujos. Lupercus había dibujado a dos hombres peleando con espadas, y luego a dos hombres en paz. Luego señaló el dibujo de los hombres peleando y lo borró con su pie y señaló el dibujo de los hombres en paz y a sí mismo.

 El kurgo asintió y lo llevó con su rey.

Así fue como Lupercus en la misma Escitia pudo observar las aldeas donde vivían los kurgos, tremendamente primitivas. Los kurgos habitaban en chozas de madera y rendían culto a unos monolitos de piedra construidos sobre la tierra, que eran las tumbas de los reyes muertos. Tenían unos furibundos perros amaestrados que ladraron furiosos al ver a Lupercus pero que se calmaron cuando este los miró fijamente como si lo reconocieran como uno de ellos.

 Las mujeres kurgas parecían ser sumisas y temerosas y le reuían, los niños también se escondieron de inmediato. Finalmente Lupercus fue llevado ante el rey que habitaba la más grande de todas las chozas, la cual estaba enchapada con calaveras humanas.

 Dentro de la cueva hedía un olor acre a hierbajos calcinados en una hoguera misteriosa, donde un extraño chamán realizaba invocaciones a los tótems de la tribu. El rey o jefe tribal kurgo era un sujeto regordete y sucio, de larga barba que comía carne cruda como un animal y se limpiaba la boca con el antebrazo prorrumpiendo asquerosos eructos y chasquidos.

 Uno de sus solados le comentó al oído la llegada de Lupercus y el rey hizo señas para que lo pasaran adelante.

 —Así que tú ser Lupercus, el famoso Guerrero Lobo que servir en el ejército de Vladus… —dijo el Rey Kurgo con un fuerte acento en un pésimo atlante. El Chamán lo observaba atentamente.

 —Sí, señor, y traigo un mensaje del Rey Vladus, pero antes deseo saber el nombre de la persona con la que hablo.

 —Mi nombre ser Gülg —respondió el cacique de una forma tan gutural que Lupercus casi pensó que estaba escupiendo.

 —El Rey Vladus desea la paz con su pueblo, Rey Gülg.

 Gülg se rió y sus hombres lo imitaron, todos menos el chamán que permanecía serio.

 —Debe haberse dado cuenta de que tarde o temprano nosotros ganar y arrasar.

 —Yo mismo he comandando el ejército de Kushan los últimos días —dijo Lupercus firme— y sé muy bien que unas cuantas semanas más y habríamos derrotado para siempre a los kurgos. Pero mi Rey es generoso y quiere darles una oportunidad de salvar sus vidas.

 Gülg pareció meditar en las palabras de Lupercus.

 —Aún cuando ejército de Kushan ser poderoso, kurgos ser más número. Ustedes golpear fuerte, pero nosotros conocer montañas y bosques y poder ocultar allí por muchas lunas y ustedes no poder llegar allá. Algún día nosotros regresar.

 —Pero el Imperio Kushan seguiría siendo poderoso…

 —¿Tan poderoso ser que no poder defender sus fronteras? Yo haber estado cuando nosotros saquear castillo de Vladus. Gozar mucho a su esposa…

 Estas palabras calaron en Lupercus provocándole una reacción de indignación indigesta, pero se contuvo y dijo: Por eso es necesaria la paz, para que escitas y kushanios dejen de matarse. Ustedes no son capaces de continuar esta guerra y Vladus ya está cansado de matar kurgos y empalarlos vivos, se está acabando la madera.

 Entonces una voz femenina habló en la lengua kurga detrás de una cortina, el Chamán atendió el llamado y regresó a conferenciar con Gülg en su idioma, luego se dirigió a Lupercus:

 —Dile a tu Rey que mi aceptar oferta de paz. Yo enviar un regalo en tres días como prueba de la paz.

 —¿Un regalo?

 —Nosotros quitar esposa, ahora reponer. Tu irte ya —despachó Gülg y Lupercus obedeció saliendo de la tienda y cabalgando a toda prisa en su caballo.

Tres días después, tal y como había prometido Gülg, una delegación de diez kurgos llegó al Castillo del Dragón que estaba siendo reconstruido. La delegación escita era encabezada por el Chamán y a su lado una mujer totalmente cubierta de pies a cabeza, salvo por sus ojos.

 El Chamán fue recibido ante Vladus y Lupercus y habló en el mismo mal atlante que Gülg.

 —Mi señor el Gran Gülg rey de Escitia te envía este regalo, Rey Vladus de Kushan. Lo más valioso que puede ser entregado por los kurgos; nuestra Diosa Viviente, la Reina Eshtar, para que casar con Rey Vladus.

 Vladus en principio se sintió incómodo con la propuesta imaginando que la mujer tras los harapos sería una salvaje y sucia kurga, pero en cuento esta removió las prendas que la cubrían demostró ser una mujer muy hermosa, de piel blanca, dientes perfectos, ojos verdes, cabello negro lacio y largo hasta la cintura, ataviada con un bikini metálico muy sensual que le ajustaba el esbelto cuerpo.

 —Bienaventurado Señor —dijo la mujer en perfecto atlante— yo soy Eshtar y estoy a tu servicio. El honor más grande para mí será que me desposes. Y aunque sé que no podré jamás llenar el lugar de tu hermosa y amada esposa, aún así encontraras que seré útil para acompañarte en tu tristeza, darte calor en las frías noches y brindarte mi amor incondicional.

 Lupercus sintió un extraño escalofrío cuando observó a la mujer y su instinto le hizo desconfiar, pero Vladus, aunque no buscaba sustituir a su amada Ezbeth, encontró cierto consuelo en las dulces palabras de Eshtar y en su belleza y aceptó el regalo de los kurgos.

 La boda entre Vladus y Eshtar se realizó dos semanas después a pesar de las objeciones de Lupercus. La delegación diplomática escita partió casi de inmediato, ni siquiera se quedaron al banquete de celebración del matrimonio. Lo que incrementó la suspicacia de Lupercus.

 El banquete de bodas se festejó por todo lo alto en Kushan y se realizó en la noche pues Eshtar nunca salía de la cama antes del anochecer. Debido a la destrucción del Castillo del Dragón se efectuó en el Palacio de Verano. Al matrimonio y posterior banquete asistieron el embajador del Imperio Thanario, el Rey y la Reina de Zhundera, el Príncipe Khordar de las Islas Minoicas, el Rey de Iliria acompañado de otros primitivos kurgos con los que Kushan tenía un tratado de paz y relaciones comerciales, el concejal Shadros miembro del Senado de la Atlántida, Kudrus el Mago, sumo sacerdote del prestigioso Templo de Mitra en la ciudad meda de Samarcanda y miembro de la Orden de la Estrella Plateada y otras renombradas figuras, así como la totalidad de la nobleza y la aristocracia kushania.

 Además del vino más fino y de la sabrosa comida conformada principalmente por cerdo encebado la fiesta fue amenizada por trovadores y bailarinas exóticas, unas esbeltas morenas danzadoras del vientre de Arvastán y tres lindas coristas de raza amarilla traídas desde Shang. Yordas, el Sumo Sacerdote de Kushan, mismo que casó a la pareja real, canturrió algunas oraciones a los dioses kushanios para bendecir los alimentos y luego él mismo se sumió en el agasajo hasta el punto de excederse en el consumo del licor y caer ebrio al final de la noche.

 Lupercus decidió dejar de lado sus sospechas y finalmente sucumbió ante la algarabía del festejo, comiendo y bebiendo bastante y coqueteando con las bailarinas y camareras. 

 A diferencia de otras bodas, en esta la pareja parecía no estar festejando. Vladus continuaba ensimismado y cabizbajo, todavía dolido por la muerte de su amada, y Eshtar observaba todo con mirada sombría y frívola, carente de emociones.

 Uno a uno los invitados fueron finalmente dejando la fiesta para ir a sus lujosas habitaciones donde se hospedarían esa noche. Algunos tuvieron que ser asistidos para caminar por su ebriedad, y los salvajes ilirios que pasaron toda la noche escandalizando a los más civilizados comensales por sus costumbres brutales y malos hábitos en la mesa, tuvieron que ser presionados para irse.

 La pareja de recién casados se dirigió a sus aposentos a consumar la noche de bodas. Mientras, Lupercus con la mente entumida por el alcohol, se encontraba teniendo sexo con una de las bailarinas exóticas arvastanias morena y de largos cabellos negros con cuerpo escultural.

 Aunque era la tercera vez que lo hacía con la danzarina (aunque no recordaba si era con la misma), en esta ocasión se interrumpió al escuchar un ruido similar a un gemido entrecortado y un hedor de sangre que sólo su agudo olfato lobuno percibió.

 Lupercus se separó de la muchacha súbitamente y se dirigió hacia el origen del olor descubriendo que se localizaba en la alcoba de Vladus y maldijo su indisciplina y como dejó de lado su estado alerta por la juerga.

 Abrió la puerta del aposento de una feroz patada adentrándose espada en mano al lugar y encontró a Vladus desnudo con el cuello ensangrentado y la cama de sábanas blancas teñidas por la hemorragia, y observó a Eshtar sin ropa alguna encima de él tomándole la sangre grotescamente.

 Eshtar al contemplar a Lupercus reaccionó como una bestia salvaje mostrando unos ojos con pupila endemoniada y filosos colmillos escurriendo sangre.

 —¡Una vampira! —espetó despreciativamente el Guerrero Lobo y de inmediato pretendió decapitar a Eshtar con su espada.

 —¡Espera! Tú no quieres matarme —decía con voz viperina— no quieres matarme…

 —No… quiero… matarte —repitió Lupercus embobado bajo el control mental vampírico dejando caer la espada.

 —Quieres que sea tuya —dijo acercándosele en tono seductor estrechando su cuerpo desnudo en el de Lupercus que reaccionó de inmediato abrazándola y besándola con pasión. Eshtar movió su boca de los labios de Lupercus hasta su mejilla y luego su cuello y extrajo sus afilados colmillos dispuesta a encajarlos en su carne…

 —¡Alto! —gritaron los guardias del palacio adentrándose a la habitación e iluminaron con sus antorchas la escena. Lupercus se liberó del embrujo y Eshtar reaccionó de nuevo como un animal alejándose de él. Detrás de los guardias estaba la danzadora del vientre Arvastán que había alertado a los hombres del rey al ver la reacción de su amante.

 Eshtar escapó del fuego de las antorchas lanzándose por la ventana del aposento real. La caída habría sido mortal para cualquier ser humano pero ella cayó sobre sus pies y escapó en una carrera a velocidad sobrehumana hasta perderse entre las brumas de la noche…

 —Una joven fue encontrada muerta y desnuda en uno de los caminos hacia el Sureste —le informó el Sacerdote a Lupercus.

 —Es ella sin duda.

 —Pero ¿Por qué se dirige hacia el Sureste y no hacia Escitia en el Oeste?

 —Porque sabe que lo primero que harán los kushanios en cuanto pase la conmoción será tomar una represalia contra los escitas.

 —¿Y porqué va hacia el Sureste? Ese camino conecta con el reino de Vedantia.

 —Precisamente. Vedantia tiene un famoso santuario a la diosa Kali y mi instinto me dice que ella siente una conexión con esa deidad —sin decir más, Lupercus remontó sobre su caballo y cabalgó a toda velocidad rumbo al Oriente.

 Lupercus partió en cacería de la vampira. Dejó indicaciones a los aristócratas de Kushan que cremaran el cuerpo de Vladus y no lo enterraran pues despertaría en tres días convertido en vampiro y partió de inmediato buscando revancha por la muerte de su amigo dejando a Kushan sumido en el caos político, pero nada de esto le preocupaba a Lupercus que solo tenía en su mente un deseo insatisfecho de venganza.

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