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LA DIOSA OSCURA (cuarta parte)

Con el nuevo ejército de hombres—mono, el Rey Rama y sus dos camaradas humanos llegaron hasta la punta sur de Vedantia habitada por primitivos nativos llamados veddas de piel muy oscura que huyeron aterrados al ver a sus enemigos ancestrales, los yetis, arribar en gran número. Los pescadores abandonaron sus barcos en las costas y estos fueron utilizados por el inusual ejército para dirigirse a Lanka.

 Mientras, la infortunada Sita emitía estertóreos alaridos conforme los tormentos que le aplicaban los demonios de Ravana le rasgaban el cuerpo y mientras Ravana se deleitaba con este espectáculo horripilante, uno de sus lugartenientes que, como todos a su servicio, era un demonio similar a él aunque más pequeño, llegó temeroso a dar malas noticias.

 Los torturadores de Sita se detuvieron cuando escucharon el grito de ira de su amo y se volvieron para observar la cabeza rodante del lugarteniente que había sido decapitado por las manos furiosas de Ravana. La noticia que trajo consigo y que fue su perdición no le agradó para nada el rey demonio; Rama y sus hombres, apoyados por los yetis, estaban atacando el palacio y habían logrado una notoria victoria contra los centinelas.

 Una sonrisa de esperanza se manifestó en el demacrado rostro de Sita.

 Ravana y los torturadores se dirigieron de inmediato a combatir. En efecto un ejército de hombres simios estaba atacando el palacio del demonio con fiereza terrible. La contienda entre monos y demonios resultó una carnicería y pronto la sangre caldosa y repulsiva de los demonios se mezclaba con la de los yetis encharcando el suelo.

 Lupercus, Rama y Chaitania combatían con gran destreza también y abatían demonios con éxito expedito, pero fue el propio Rama quien combatió a Ravana pues debía ser su cimitarra la que le diera muerte al monstruo. Ravana utilizaba una enorme hacha con la cual golpeó severamente al monarca, pero éste, alentado por su amor por Sita y por su fe en los dioses, hundió el curvo sable en el plexo solar del gigante que emitió un rugido atronador y escalofriante.

 Dicho gruñido fue la señal que esperaba Lupercus y entonces silbó para llamar la atención de sus simios para que lo imitaran, tomo una lanza y la lanzó contra el rey demonio atravesándole el dorso. Los yetis imitaron y pronto una lluvia de lanzas ensartó a Ravana como un alfiletero dándole muerte.

 Con su líder asesinado los restantes demonios escaparon velozmente. Rama se reencontró con Sita quien, a pesar de las torturas que le habían provocado un grave desgaste físico, seguía siendo hermosa y dulce. La liberó de sus ataduras y la besó candorosamente para luego emprender el regreso a casa.

Una gran celebración repleta de bailes, flores perfumadas y desfiles siguió al regreso de Rama y Sita, muy amados por el pueblo vedantio. Si bien Lupercus se despidió de los yetis mucho antes y les agradeció por su asistencia, él y Chaitania desfilaron al lado de la pareja real en la festividad. La epopeya del rescate de Sita por Rama sería recordada miles de años después, si bien el nombre de Lupercus fue alterado en su versión sánscrita como Hanumán, y el hombre salvaje criado por lobos fue transformado en un dios—mono rey de los simiescos yetis.

 Después de un sabroso banquete en el palacio real organizado por el visir Govinda, Rama y Sita se retiraron a sus aposentos y Lupercus permaneció tomando licor al lado de Chaitania contando viejas hazañas hasta que perdió el conocimiento. Grave error…

 Cuando Lupercus despertó se encontró a si mismo en el frío suelo de un extraño templo muy oscuro y apenas iluminado por unas cuantas antorchas, y totalmente desarmado. Estaba rodeado de hombres cubiertos sólo por un taparrabo y un turbante rojo y que se pintaban el rostro del mismo color. Eran una veintena, todos fornidos y de todas las edades desde niños preadolescentes hasta sujetos maduros. Todos repetían un extraño mantra “Kali Maa” incesantemente y parecían estar poseídos por la siniestra entonación. Cuando se incorporó observó frente a él un trono situado sobre un altar en donde se sentaba su enemiga, la vampira Eshtar.

 —Nos volvemos a encontrar, Guerrero Lobo —dijo ella burlona. A su lado estaba Chaitania quien sin duda era su cómplice y lo había traicionado emborrachándolo a propósito. —¿Sabes en donde te encuentras?

 Lupercus negó con la cabeza.

 —¡Te encuentras en presencia de la más poderosa y gloriosa diosa de todo Midgard! —respondió Chaitania como ofendido por la ignorancia. —¡De la Gran Madre Kali!

 —Ella no es una diosa —adujo Lupercus altivamente— es una sucia ramera—sanguijuela vampirizada hace muchos siglos que los ésta engañando —Chaitania rechinó los dientes indignado por la blasfemia de Lupercus.

  —Este templo fue erigido en mi honor hace muchos, muchos milenios —contestó enigmática la mujer vampiro— cuando yo era una mujer humana de origen turanio. En aquella época los turanios estábamos bajo el yugo de los medos y el rey medo Khosrosis Sha ordenó la muerte de todos los turanios por consejo de su visir Harán. Entonces yo me hice pasar por una mujer meda y me convertí en concubina del Sha hasta volverme su favorita gracias a mis artes amorosos, y finalmente evité que Khosrosis llevara a cabo su orden e hice que le cortaran la cabeza a Harán y su familia. Posteriormente me transformé en vampiro gracias a Enosh, el forjador de la Ciudad de los Vampiros y repetí mi estrategia una y otra vez a lo largo de los años. Entonces los turanios me adoraron como una diosa hasta que el culto a Adramech superó al mío y fui exiliada pero me refugié entre los vedantios creando mi propio culto como la Diosa Kali, luego fui aceptada como diosa entre los bárbaros kurgos y ahora he regresado a vivir entre mis leales thugs.

 —Así que ustedes son los thugs. —Comentó Lupercus. —Rama me habló de ustedes. Una horda de maleantes que mata y roba a personas indefensas.

 —Sólo a los hombres —explicó Eshtar— jamás he permitido que lastimen a ninguna mujer en mi nombre. Lo que hacen mis amados hijos es estrangular a la víctima asesinándola por sus pecados y haciendo un valioso sacrificio humano y luego le abren el pecho y realizan una bella danza en mi honor sobre el cadáver. ¡Es hermoso! Así fue como murió ese estúpido visir… —dijo señalando hacia un extremo del templo y Lupercus fue capaz de divisar el cuerpo desnudo y cortado del desgraciado visir Govinda que debía haber perecido de acuerdo al ritual recién descrito. —Muy pronto, la nación thug gobernará Vedantia. Seremos capaces de matar a Rama y acceder al poder. Cambiaremos el nombre del reino a Thugistán y utilizaremos los recursos y el poderío de estas tierras que el pelele pacifista de Rama no ha querido aprovechar para conquistar Midgard.

 —Pronto —anunció Chaitania— no habrá más dioses en Midgard salvo la gloriosa Diosa Kali…

 —Pero tú no vivirás para verlo, Guerrero Lobo —declaró Eshtar mientras señalaba a Lupercus con su dedo índice. Los thugs reaccionaron a la señal lanzándose contra Lupercus para darle muerte de acuerdo a la horrenda ceremonia prescrita, lo aferraron de ambos brazos mientras Chaitania se aproximó con cuchillo en mano para abrirle el pecho.

 Entonces Lupercus recordó las palabras del anciano y sabio gurú Jina, quien le había entregado el amuleto con forma de sol que aún pendía de su cuello y ya que iba a morir decidió al menos, en un esfuerzo desesperado o como una forma de mejorar su vida en el más allá, pronunciar el mantra que le había dicho el maestro espiritual. Entonces Lupercus recitó: Om mani pedme hung…

 Inmediatamente el medallón resplandeció refulgentemente cegando a todos los thugs. El propio Chaitania fue el más afectado por la luz que le golpeó de frente el rostro. Lupercus velozmente aprovechó que los dos thugs que lo sostenían recularon por la ceguera y al verse libre le quitó el cuchillo a Chaitania y se lo enterró en el corazón. Luego se dirigió hacia Eshtar que gritaba ensordecedoramente. La luz emanada por el medallón parecía ser virtualmente idéntica a la luz solar y pronto Eshtar quedó calcinada como si hubiera sido expuesta a altas temperaturas.

 Lupercus escapó del templo tomando ventaja de los thugs cegados y alertó a los guardias que caminaban por las calles. En pocos minutos las autoridades vedantias entraron al templo y arrestaron a todos los thugs incapaces de escapar por su ceguera. Mientras el amuleto de Lupercus parecía no sobrevivir la emisión de luz solar y se deshizo en su piel unos minutos después dejándole una leve mancha de ceniza.

 El efecto mágico del medallón pasó y los thugs recuperaron la vista. El Rey Rama agradeció profundamente a Lupercus por ayudarle a derrotar a esa secta fanática.

 —Debe haber otros thugs escondidos por allí —dijo Rama— pero dudo que tras este duro golpe a su dirigencia y la muerte de su diosa sean mucha amenaza. Hay un lugar para ti en mi reino como visir sustituyendo al finado Govinda cuyo cuerpo será incinerado mañana en un funeral de estado. Por favor, quédate y sé nuestro nuevo visir.

 —Tu propuesta es generosa, Rey Rama, pero no puedo aceptarla. No soy un hombre que se lleve bien con la política y el protocolo. Sin duda encontrarás a alguien mejor. Lamento mucho la muerte de Govinda.

 —Por triste que sea nosotros los vedantios creemos que al morir renacemos de nuevo una y otra vez hasta que volvamos a fundirnos con el Universo. Tengo fe de que la venidera que le espera a Govinda será buena, pues fue un hombre recto. Talvez nos veamos en una próxima vida, Lupercus —dijo estrechándole la mano.

 —Talvez, Rey Rama. Custodie bien ese tal Ojo de Shiva para que nunca caiga en malas manos. Hasta luego.

 —Eso haré gran guerrero, hasta pronto.

 Mientras partía, la hermosa Reina Sita se le aproximó a Rama y lo abrazó.

 —¿Crees que algún día descifren la verdad?

 —¿Qué el Ojo de Shiva no es un objeto material? No lo creo. De saber que el Ojo de Shiva es el corazón de una sacerdotisa debidamente consagrada y preparada para ser sacrificada al dios en el momento adecuado también sabrían que ese sacrificio sólo puede ser voluntario.

 Así dejó Lupercus las exóticas y místicas tierras de Vedantia y regresó al Imperio Kushanio para darle la noticia a su gobierno de que su rey había sido vengado. Pero, para sorpresa de Lupercus, éste fue llevado al salón del trono dentro del Castillo del Dragón que ahora era lóbrego y con las ventanas siempre cubiertas. Y sobre el trono real encontró sentado al Rey Vladus.

 —¡NO! —exclamó Lupercus furioso consciente de que Vladus debía de estar muerto y que, por ende, era un vampiro. —¡Les dije que debían quemar el cadáver!

 —Esa no es la costumbre entre nosotros —adujo Vladus— nosotros enterramos a los reyes en elaboradas tumbas al lado de sus pertenencias. Claro que en mi caso renací tres días después y reclamé mi trono de nuevo esta vez para siempre.

 —Eres una abominación… un demonio…

 —¿Es esa la forma de hablarle a tu buen amigo?

 —El Vladus que conocí está muerto. Tú eres una parodia infernal de él.

 —Debería matarte por tu insolencia pero no lo haré en recuerdo de la lealtad que me mostraste. Puedes irte, Lupercus, pero nunca regreses a Kushan si no quieres morir.

 Lupercus partió. Por muchos años la terrible fama de Vladus prosiguió. El pueblo de Kushan fue asolado por su crueldad y salvajismo. Vladus pedía que le llevaran jóvenes hombres y mujeres para alimentarse de su sangre y repletó su corte con vampiros, brujos y nigromantes. Sin embargo, la oscuridad de Vladus también llegaría a su fin algún día…

 Les narraré esa historia en otra ocasión.

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