Lupercus había sido convertido en gobernador de Aztlan, la más occidental de las colonias del Imperio atlante, como agradecimiento de parte del propio rey atlante por su servicio matando al malvado hechicero Mexi.
Se encontraba casado con la hermosa Naxa y tenía un bebé de algunos meses que sería su heredero. Pero no era infrecuente que el poderoso gobernador tuviera problemas para dormir de noche y muy a menudo se paseaba por los oscuros corredores o los exuberantes jardines del enorme y pedregoso palacio situado en Tenochtitlán, la capital del país.
Así, el guerrero convertido en soberano se encontraba una estrellada y calurosa noche veraniega recorriendo los suntuosos jardines con fuentes cantarinas, exóticas flores, arbustos bien podados y estatuas de deidades soberbias. Su paseo nocturno se interrumpió cuando Lupercus escuchó unos sollozos espeluznantes. Preparó su espa
Lupercus maldijo su suerte una vez más…Se encontraba en una miserable isla desierta de vegetación tropical repleta de palmetas cocoteras y con un riachuelo de agua dulce que llegaba hasta una catarata que desembocaba en una pequeña laguna verdosa, pero excepto por esas dos fuentes de alimento y bebida estaba totalmente solo.Así, Lupercus colocó un viejo tronco atado transversalmente sobre una enorme palmera formando una cruz como señal en caso de que algún barco navegara cerca, y paso sus días nadando en la laguna y bajando cocos para comer, así como calentándose en las noches con una fogata sin ningún otro quehacer hasta que pensó que se volvería demente por la soledad. Justo entonces, y sin saber cuantos días habían pasado porque había dejado de contarlos, escuchó un chapoteo en el agua una noche de luna llena. 
El pérfido Canus el Traidor, un hechicero que había sido sumo sacerdote del reino de Wilusia, cabalgaba en un negro corcel sobre las desoladas estepas de Turán, corazón del Imperio Turanio, hasta llegar a la temible y gélida fortaleza que servía de sede del gobierno turanio. Habían pasado sólo cuatro años desde que Wilusia hubiera sido destruida producto de la invasión sanguinaria del pueblo turanio.Canus se adentró por el edificio repleto de toscos guerreros que se hartaban de comida y licor y se acostaban con concubinas —la mayoría prisioneras de guerra cautivas en pillajes e invasiones— hasta llegar al salón principal el cual estaba cruzado por vastas mesas rectangulares donde los turanios se sumían en sus grotescos excesos.Subió las escaleras que zigzagueaban al lado de las mesas hasta llegar al segundo piso, sobre el cual se encontraba
Medreth se encontraba en la ciudad más grande de Midgard, Poseidonia, la capital del inmenso Imperio Atlante a donde llegó tras haber participado como mercenaria en la más reciente y cruenta guerra entre los nordheimir y los pictos. Allí llegó a la enorme edificación piramidal donde se situaba la sede de la Orden de la Estrella Plateada, de cuyo interior emergió su gran amigo y maestro Sadrach el Mago Azul.—Casi pensé que no te volvería a ver Medreth —dijo con una cálida sonrisa.—Tuve muchos problemas para venir acá. ¿Cómo anda todo?—La Orden está muy preocupada. Las hordas del maléfico demonio Adramech, los turanios, están cada vez más fortalecidas. Una maldad devastadora está próxima a resurgir y arrasar Midgard amenazando con sumirlo en tinieblas si no lo detenemos
A la devastada e invadida Thaniria llegó Lupercus y su escolta militar. Invasores turanios y sarcustaníes saqueaban los muchos tesoros de la alguna vez espléndida y próspera ciudad.Aunque había estado convaleciente por los últimos tres días de la guerra, todos reconocían en su habilidad durante su gestión previa a su herida buena parte del crédito por el triunfo en la guerra. Así, cuando entró al salón del trono del Palacio en donde los emperadores thanirios se sentaban en sus tronos pero custodiados por aguerridos solados invasores, los jefes militares presentes iniciaron un sentido vitoreo celebrando la llegada de Lupercus entrechocando las espadas con sus escudos.—Bienvenido general Lupercus —celebró un fornido coronel sarcustaní— me alegra mucho verlo vivo.—Gracias, coronel Kaleth.—A m
Los dos guerreros fueron enviados a los calabozos donde los turanios habían acondicionado el lugar repleto de artefactos de tortura. A Lupercus le encadenaron los brazos al techo mientras que pretendían violar a Medreth sobre una de las mesas de torturas pero esta se resistía tan coléricamente que necesitaban cinco para retenerla; uno en cada extremidad y un quinto encima de ella que le abofeteaba la cara.—¡Deja de resistirte, perra! —le dijo— ¡Te dolerá menos!—¡Tócame y juro por todos los dioses que te mataré! ¡Cerdo! —clamaba ella altiva pero el turanio encima suyo sólo rió burlonamente.Mientras dos turanios observaban a Lupercus quien mostraba un temperamento tranquilo a pesar de su precaria situación.—¿Por donde empezamos? —preguntó un turanio a otro con cuchillo
Sobre un grupo de antiguos monolitos negros colocados en un semicírculo y en cuyo centro de erguía un altar para sacrificios humanos con forma de lápida plana, estaban reunidos los turanios. Melith había sido colocada boca arriba y encadenada semidesnuda a la piedra y Sha’dramech preparaba el ritual leyendo salmodias de un libro arcano al tiempo que sostenía en su mano la daga con la que cortaría el cuello de la reina.Rogroth y sus hombres observaban todo a la expectativa.—¡La profecía se cumple! —gritó Medreth desde lejos llamándoles la atención y Rogroth maldijo.—¿Qué profecía?—La hija del Dragón colgará sobre su montura la cabeza del Traidor previo a la caída del Imperio del Dios de Tres Rostros —dijo mostrándole la cabeza quemada de Canus que colgaba de su sil
La tribu de Lug era conocida como los aryas, que significaba en su primitiva lengua “los hombres de la nieve” o “los hombres blancos como la nieve”. Los aryas habitaban las tierras nevadas al norte de Europa hace decenas de miles de años según podía ver en las extrañas visiones que trasladaban mi mente a esas épocas recónditas y primitivas y que me permitían observar la vida de nuestros ancestros. Los aryas eran hombres y mujeres de piel blanca, ojos verdes y cabellos rubios, liderados por Lug, un vigoroso sujeto de más de dos metros de estatura y dorso tremendamente musculoso, pero además que poseía una mente sagaz. Debido al clima que habitaban, los aryas vestían con ropajes de piel de animal que les cubrían gran parte del cuerpo. Un día llegaron los cazadores aryas hasta un territorio más al sur de lo que normalmente bajaban, en busca de nuevas presas que llevar pues el clima era cada vez más helado y muchos animales emigraban hacia regiones más cálidas. Sabían bien
Manu ya no quería vivir, pues se sentía desolado por la pérdida de su amada Iva y de su hijo que ahora pertenecerían a otro pero no pensaba dejarle fácil a los nativos el darle muerte así que decidió prepararse para la última batalla de su vida. Tomó su lanza y miró fijamente hacia el horizonte donde se dibujaban las cabezas de sus salvajes enemigos…Manu se enfrentó al primero que se atrevió a aproximársele rajándole el abdomen con su lanza. Le siguió otro que rápidamente fue ultimado con una herida en el cuello. Luego otro, y otro, y otro. Los nativos comenzaron a llegar en oleadas grupales y eran asesinados una y otra vez por un enloquecido Manu furioso y frenético que parecían estar desahogando su ira y su dolor en los infortunados negros. En poco tiempo había un charco de sangre que empantanaba la arena a los pies de Manu y una