Manu ya no quería vivir, pues se sentía desolado por la pérdida de su amada Iva y de su hijo que ahora pertenecerían a otro pero no pensaba dejarle fácil a los nativos el darle muerte así que decidió prepararse para la última batalla de su vida. Tomó su lanza y miró fijamente hacia el horizonte donde se dibujaban las cabezas de sus salvajes enemigos…
Manu se enfrentó al primero que se atrevió a aproximársele rajándole el abdomen con su lanza. Le siguió otro que rápidamente fue ultimado con una herida en el cuello. Luego otro, y otro, y otro. Los nativos comenzaron a llegar en oleadas grupales y eran asesinados una y otra vez por un enloquecido Manu furioso y frenético que parecían estar desahogando su ira y su dolor en los infortunados negros. En poco tiempo había un charco de sangre que empantanaba la arena a los pies de Manu y una montaña de cadáveres a su alrededor.
Los aborígenes, aterrados, cesaron el ataque brevemente y se dedicaron sólo a rodear al guerrero primitivo.
—¡Vengan! ¡Vengan! ¡Vamos! —retaba furioso Manu golpeándose el pecho con su mano izquierda y sosteniendo la ensangrentada lanza con la derecha pero ninguno de los nativos se atrevía.
Justo entonces los caníbales huyeron despavoridos cuando escucharon acercarse a un pueblo más fuerte y poderoso que el de ellos. Manu observó hacia el horizonte y pudo destacar la llegada de otros nativos ligeramente diferentes.
En principio, los nuevos aborígenes no tenían el aspecto salvaje y grotesco de los caníbales, aunque tenían la misma piel negra. Eran comandados por una mujer negra de cuerpo voluptuoso y largos cabellos rizados que le llegaban a los hombros. El grupo estaba conformado por hombres y por mujeres aunque éstas eran un poco más numerosas.
—Nukuku kitika mkambe mekulamgo —dijo la mujer en su lengua pero Manu no comprendió una palabra. —Ishashi —dijo la mujer señalándose a si misma y Manu comprendió a que se refería, así que imitó el gesto presentándose como Manu.
—Merimde —dijo la mujer señalando a los hombres y mujeres a su alrededor, y Manu entendió que se refería al nombre de su tribu, así que Manu nuevamente correspondió diciendo: Dhom.
La mujer sonrió mostrando sus blancos dientes que resaltaban contrastando con su negra piel y luego le hizo señas para que soltara el arma y los acompañara.
Manu pensó en resistirse pero entonces observó como este nuevo pueblo disparaba afiladas agujas con cerbatanas y se dio cuenta que eran definitivamente más avanzados que los caníbales. Su instinto le dijo que estos nativos no lo matarían y pensó que quizás era mejor rendirse, al menos de momento.
Escoltado por los merimde, Manu caminó muchos kilómetros hasta llegar a su tierra. Se trataba de un pedregoso campamento localizado a orillas del caudaloso y gigantesco Río Nilo aunque en aquella época no lo conocían con ese nombre. Los merimde se dedicaban a pescar y cazar hipopótamos y cocodrilos a orillas del río y vivían en chozas fabricadas con primitivos sistemas de palos y pieles de animal. Manu notó que realizaban un extraño ritual en donde enterraban a sus muertos, algo desconocido para la tribu dhom. En cuanto los cazadores llegaron con Manu curiosos niños negritos salieron de entre las chozas para observarlo y tocarlo.
Finalmente, Manu fue llevado hasta la mayor y más grande de las chozas donde habitaba la propia Ishashi que parecía ser la reina de esa cultura matriarcal. Ishashi se sentó en una especie de trono conformado por una silla de madera y ordenó a todos que salieran quedándose a solas con Manu, pero con dos fieras cazadoras montando guardia en la puerta y listas para adentrarse ante la menor señal de problemas.
—¿Qué quieres de mí, Ishashi? —preguntó Manu pero ella no entendió su lengua. Sencillamente sonrió y luego se desvistió y Manu comprendió y yació con la Reina Ishashi.
Y durante muchas lunas Manu fue presa de las pasiones de Ishashi y además esta lo compartía con las más valientes guerreras de su tribu. En el proceso, Manu aprendió la lengua de los merimde y comprendió cual era la finalidad de Ishashi;
—Tu nos proveerás de hijos fuertes, grandes y poderosos, Gran Guerrero —le había dicho Ishashi— tus hijos serán cazadores y guerreros magníficos.
Manu comprendía la inteligente estrategia de la sabia Ishashi al querer introducir su sangre en su tribu, pero ya estaba cansado y quería partir en la búsqueda de su esposa e hijo a lo cual se negó rotundamente Ishashi quien parecía estar engolosinada con el cavernícola.
Y pasaron muchos inviernos. Los hijos de Manu nacían y se convertían en niños más fuertes e inteligentes que los de otros hombres, e Ishashi —que ya tenía dos hijos con Manu— estaba comenzando a ordenar que hasta las adolescentes en edad suficiente fueran embarazadas por Manu y este comenzaba a hartarse.
Los hijos que había tenido Manu con Ishashi eran una pareja de gemelos hombre y mujer. El varón se había convertido en un niño intrépido y pendenciero que desde pequeño se enfrascaba en todo tipo de peleas incluso con niños mucho mayores a los que frecuentemente derrotaba. La niña era más callada y pensativa, pero de mirada muy inteligente. Había heredado los cabellos rizados de su madre y un color de piel marrón, pero tenía los rasgos blancos de su padre y con frecuencia llegaba a hablar con él y le llevaba comida. Manu le contó su historia a la nena y le relató antiguas leyendas de la tribu dhom como se las había relatado a él el Chamán hacía muchos inviernos.
Los relatos a su hija fueron interrumpidos una tarde de tantas por una lluvia de lanzas y flechas que cayeron desde detrás de la ladera montañosa del río. La aldea merimde fue súbitamente atacada por un pueblo que se cubría todo el cuerpo con sus mantas y ropajes negros dejando sólo al descubierto sus ojos y que cabalgaban en camellos.
El caos se sembró entre los merimde. Niños y matronas corrían desesperados presas del pánico y los cazadores salieron de entre sus chozas prestos para la batalla pero muchos perecieron en la sorpresa.
Manu corrió como un animal hacia uno de los extranjeros que había incrustado su lanza en una de las guerreras merimde más feroces y saltó sobre él haciéndolo caer de su montura y peleando cuerpo a cuerpo contra el enemigo hasta quitarle la lanza y matarlo con ella.
Armado, Manu contraatacó a los invasores con una violencia tremenda, y pronto se le unieron Ishashi y los demás hombres y mujeres guerreros merimde. La batalla fue encarnizada…
Una humarasca brotaba de la aldea merimde cuando cayó la noche. Era producto del incendió provocado por el ataque de otra tribu, los llamados badari.
El líder de los badari removió el turbante que le cubría el rostro y mostró que no era negro aunque su piel era muy oscura producto del hábitat tan soleado en que vivían. Tenía el cabello negro y lacio y una prominente nariz y usaba una tupida barba. Su nombre era Oshar y era el jefe de los badari.
Manu e Ishashi se encontraban maniatados y arrodillados en la arena, franqueados por guerreros badari. Oshar se les aproximó y observó con atención a Ishashi a quien acarició el rostro. La indignada reina reaccionó escupiéndole la cara y profiriendo toda clase de maldiciones hasta que uno de los badari que la rodeaba le propinó un golpe con el mango de la lanza haciéndola caer sobre la arena.
—Por fin he encontrado una mujer digna de mí —declaró Oshar complacido hablando en lengua merimde para sorpresa de todos, tal parece que habían tomado prisionero a algún niño o joven con el cual habían aprendido lo elemental sobre la vida en la aldea y la lengua. —Tú serás mi reina y juntos derrotaremos a las tribus caníbales que nos rodean. Veo en tus hijos un enorme potencial —dijo señalando hacia la pareja de hermanos, el niño se removía furioso aún cuando estaba retenido por un badari que estaba teniendo problemas para controlar al infante. Sin duda sería algún día un feroz guerrero. La niña observaba todo con una mirada inteligente y no cabía duda tampoco de que en el futuro sería una poderosa bruja y curandera.
—Los criaré como si fueran míos —aseguró.
Ishashi encontró la propuesta tentadora. Después de todo había sido derrotada y Oshar parecía ser un buen partido, así que sonrió.
—¿Y que pasará con Manu? —preguntó Ishashi.
—No puedo admitir su presencia en la tribu. Deberá morir.
Ishashi, aunque dolida, no podía evitarlo, así que se limitó a mirar con tristeza a su ex amante.
La hija de Manu se abalanzó sobre él a abrazarlo en una especie de despedida. Los guardias badari reaccionaron pero Oshar los detuvo con un gesto manual; después de todo ella tenía derecho a despedirse de su padre. Lo que los badari no notaron fue que la niña le entregaba secretamente en las manos de Manu un afilado colmillo de cocodrilo.
Así, dos badari (de los cuales sólo uno estaba armado y el otro se encontraba allí para ayudar a cavar la tumba) se llevaron a Manu hasta lo profundo del desierto en la estrellada noche preparados para darle muerte. Lo colocaron de rodillas bajo la luz de la luna llena y se prepararon para asesinarlo. No notaron que Manu usaba el colmillo para cortar sus ataduras y cuando intentaron darle muerte éste reaccionó súbitamente, desarmó a uno y lo mató. El otro corrió pero no llegó muy lejos porque Manu le atinó en la espalda con la lanza. Despojó a ambos de sus cantimploras y huyó a la profundidad del desierto.
Los merimde y los badari se mezclarían pero la sangre de Manu seguiría siendo la más portentosa y sus descendientes conformarían un poderoso linaje de guerreros y sacerdotes que algún día, muchas generaciones en el futuro, derrotarían a las tribus vecinas y unificarían su tierra en un reino que se transformaría gradualmente en el poderoso y legendario Egipto…
Y sucedió que Manu recorrió el desierto por muchas lunas realizando el trayecto con una voluntad inquebrantable hasta legar a las tierras más frías y atravesó las extensas planicies pobladas de bisontes y mamuts, y las frígidas tierras nevadas durante los crudos inviernos en los que se refugiaba solo en cuevas abandonadas y comía lo que cazaba y guardaba para días más agrestes.
Muchos inviernos habían pasado desde que se separó de Iva pero tenía la esperanza de que los aryas hubiesen retornado a sus tierras ancestrales donde él e Iva los habían conocido por primera vez hacía ya tanto tiempo.
Y en efecto, los aryas habían retornado a las tierras nevadas del norte. Lug seguía siendo su líder indiscutible, quien desde hace muchos inviernos había concebido un hijo con Iva al que llamó Kanu. Aunque ni Lug ni Iva podían estar seguros de si era hijo de él o de Manu porque nació nueve meses después de ser tomada por los aryas y aunque Kanu tenía el cabello rubio como Lug, Iva también era rubia así que no podía descartarse que fuera hijo de Manu sólo por este motivo.
Pero esto era indiferente, porque Lug lo había criado como a su propio hijo y lo mismo intentó hacer con Abulu aunque este nunca se llevó bien con él.
Lilu por su parte había heredado el cargo de bruja y curandera tras la muerte de la anciana que le enseñó todo lo que sabía, y ahora era la guía espiritual de la tribu. Tarde le llegó en sueños el aviso de que su hermano Manu estaba vivo y que los buscaba.
Lilu meditaba en un éxtasis chamánico en la espesura del bosque cuando tuvo la revelación y corrió de inmediato hacia su tribu. Los aryas se encontraban comiendo alrededor del fuego de una fogata la carne de un bisonte recién cazado. Lug jugueteaba con su hijo Kanu a quien le relataba intrépidas hazañas —como cuando salvo a Lilu de los ogros aunque la historia estaba retocada con exageraciones e invenciones— mientras que otros guerreros charlaban entre sí. Una espesa niebla recorría el campamento.
Y al lugar hizo su aparición Manu ante las miradas atónitas de todos los que lo conocían, adentrándose como un espectro de entre el follaje y la bruma.
Lug se puso de pie de inmediato, sin saber si se trataba de un hombre o un fantasma. Iva también estaba absorta y cuando Manu habló entendió que se trataba de su amado esposo y no de una aparición incorpórea.
Al lugar llegó Lilu quien contempló a su hermano entre enfurecida y atónita…
—Me has quitado todo, Lug, y he venido a recuperarlo. Te reto —dijo señalándolo con su lanza— si ordenas a tus hombres que me maten probarás tu cobardía. Pero si me enfrentas cuerpo a cuerpo demostrarás que eres un hombre.
—Así será —dijo Lug incorporándose.
—Sí te mato podré llevarme a mi esposa y a mis hijos.
—Sí —dijo Lug más para sus hombres que para Manu— si me matas podrás llevártelos.
—Entonces prepárate para morir —sentenció Manu y pronto se enfrascó en una lucha lanza contra lanza con Lug ante la mirada expectante de todos.
Lug era un hombre mucho más alto y corpulento que Manu, pero ambos eran diestros y experimentados guerreros por lo que podría decirse que su contienda fue una legítima batalla de titanes. Nadie se atrevía a pronunciar palabra observando el mortal duelo…
Lug hirió a Manu en el hombro, Manu lo hirió en el muslo derecho, luego su lanza le cortó levemente el cuello, Lug correspondió hiriéndole el antebrazo izquierdo y luego el costado derecho y Manu le provocó un severo corte en la frente. Luego Lug hirió a Manu en el brazo derecho dejándolo casi incapacitado para manipular la lanza y le propinó una terrible cortada en el rostro que le abarcó desde la mejilla derecha hasta la parte superior del ojo correspondiente. Manu escupió sangre por sus heridas y temblaba de dolor pero no se rindió, a pesar de que Lug ya saboreaba su victoria y continuó atacándolo fuertemente hasta herirle el pecho profundamente…
Manu estaba sumido en dolor pero no desesperó y finalmente arremetió contra Lug presa del más profundo frenesí y tras dos estocadas en el vientre y el costado, finalmente le hundió la lanza en el estómago.
Lug cayó hincado moribundo y sosteniéndose la herida sangrante en el vientre y vomitando sangre, finalmente dijo con el último rastro de fuerza y con una mirada vibrante de poder: Me honra haber muerto en combate honorable y por un enemigo digno. Te nombró mi sucesor como jefe de la tribu de los aryas… —y luego expiró desplomándose sobre el suelo nevado.
Los aryas guardaron silencio, a la expectativa, y luego se inclinaron ante su nuevo amo. Iva por su parte corrió a los brazos de Manu y lo besó con ardor y llanto en sus ojos al tiempo que una enconada Lilu se escurría escapando entre las tinieblas…
Así fue como Manu (cuyas heridas sanaron gracias a los cuidados de Iva, pero nunca perdió la cicatriz en su ojo) no sólo recuperó a su familia sino además se convirtió en el nuevo jefe de la tribu arya. Manu ordenó que le suministraran a Lug un rito funerario con todos los honores y le recordaron siempre como un gran líder pues, aunque fuera rival de Manu, éstos dos guerreros siempre se admiraron mutuamente.
Pero las aventuras de Manu, su familia y su tribu estaban lejos de terminar, especialmente porque todavía faltaba la parte más difícil; convivir con el segundo hijo de Iva, Kanu, quien amaba a Lug y lo consideraba su padre…
Sin embargo, esa leyenda se las relataré otro día.
Muchos años en el pasado nació un legendario guerrero llamado Lupercus. Hijo del emperador de Etruria y de una de sus esclavas más bellas, traída desde las tierras heladas del norte, de los Reinos Nórdicos.Una pitonisa profetizó al monarca que algún día el hijo que tuviera de una esclava del norte lo mataría, por lo que el Emperador ordenó darle muerte a la madre y al hijo.Pero la mujer era tan bella que el verdugo se apiadó de ella y la ayudó a escapar aunque eso le costaría luego la cabeza. La mujer embarazada fue enviada en un barco de traficantes de vuelta a las tierras del norte. Allí nació Lupercus en una cabaña en medio de la montaña rodeado de bosque.La madre de Lupercus, Elveth, era una mujer nórdica preciosa de cabellos rubios como el oro, ojos azules y piel blanca como la leche. Pero Lupercus no, &eac
Vladus, Lupercus, y los soldados sobrevivientes, enterraron con honores a los muertos kushanios cremándolos y realizando una oración a los dioses. Godhos fue cremado también con su espada en una pila de leños sólo para él y el propio Vladus presidió la oración rogándoles a los dioses kushanios que aceptaran a tan valiente guerrero en sus salones como era merecedor.Luego emprendieron el regreso a casa que tomaría al menos un día y medio.Conforme los caballos se aproximaban al Castillo del Dragón donde residía Vladus y su esposa, comenzaron a notar el hedor a muerte cercano y la columna de humo que subía hacia el cielo en la lejanía donde debía estar el castillo. Vladus maldijo y apresuró a su caballo cabalgando desesperado seguido por Lupercus que había descifrado lo sucedido.Algunos minutos después la asoladora
Tras varios días de atravesar las gélidas montañas y llanuras kushanias poco a poco el inhóspito y frígido paisaje fue cambiando hasta transformarse en las tierras fronterizas de clima más cálido y observó una multitud de peregrinos vedantios que caminaban hacia un santuario situado sobre un monte. Los vedantios eran un pueblo de piel morena y cabello negro, pero de rasgos arios, cuyos hombres usualmente vestían trajes de telas blancas y turbantes, las mujeres frecuentemente usaban ropa multicolor, hermosas aretes en oídos y nariz y otras alhajas así como se cubrían la cabeza con un velo al entrar a lugares de respeto. Lupercus aprendió algo de su lengua cuando fue soldado atlante, pero en todo caso el idioma vedantio era muy similar al atlante y al medo por lo que era fácil de aprender.Lupercus bajó de su caballo y caminó por el sendero de los
Con el nuevo ejército de hombres—mono, el Rey Rama y sus dos camaradas humanos llegaron hasta la punta sur de Vedantia habitada por primitivos nativos llamados veddas de piel muy oscura que huyeron aterrados al ver a sus enemigos ancestrales, los yetis, arribar en gran número. Los pescadores abandonaron sus barcos en las costas y estos fueron utilizados por el inusual ejército para dirigirse a Lanka.Mientras, la infortunada Sita emitía estertóreos alaridos conforme los tormentos que le aplicaban los demonios de Ravana le rasgaban el cuerpo y mientras Ravana se deleitaba con este espectáculo horripilante, uno de sus lugartenientes que, como todos a su servicio, era un demonio similar a él aunque más pequeño, llegó temeroso a dar malas noticias.Los torturadores de Sita se detuvieron cuando escucharon el grito de ira de su amo y se volvieron para observar la cabeza rodante del lugart
Una torre negra se erguía ciclópea en las viejas e inhóspitas estepas turanias. El lugar, habitáculo de un temido hechicero malvado, era ampliamente evitado por los lugareños, y sólo los soldados y funcionarios turanios se atrevían a aproximarse, generalmente con la finalidad de hacer cumplir los macabros designios urdidos a lo interno del sangriento y cruel Imperio turanio, para quien trabajaba el siniestro personaje que habitaba la torre.Años atrás el malvado Canus el Traidor había traicionado a su propio reino, la próspera y magnífica Wilusia, tras recibir la visita en sueños del demonio Adramelech que adoran los turanios prometiéndole riquezas a cambio de su asistencia.Pero Canus, desde su negra torre y laboratorio, no había dejado de espiar a su enemiga, la guerrera Medreth, única sobreviviente de la familia real wilusiana y quien se hab&ia
Como ya mencioné la geografía de esta época era bastante distinta. Para empezar, el Mar Mediterráneo era en realidad un gran lago de gigantescas proporciones que dividía los Reinos Septentrionales (es decir, Europa y Norteamérica divididas por el caudaloso río que luego sería el estrecho de Bering) de la Gran Jungla de Kush (África), Centroamérica era un archipiélago y Sudamérica una isla gigantesca. Eran en estas épocas que la enorme isla de la Atlántida se erguía ominosa en las aguas entre las islas centroamericanas y sudamericana, las costas selváticas de la Gran Jungla de Kush y de los Reinos Septentrionales, siendo las Antillas los últimos remanentes que quedaban de estas tierras. En el norte, más allá de los Reinos Septentrionales, todavía se escuchaban las leyendas de Hiperborea, una antigua y mágica tierra de islas cerca del
Así es como Lupercus atravesó el desierto sobre un caballo minoico que muy frecuentemente se veía forzado a descansar. El mismo Lupercus aprovechaba los descansos del corcel para buscar indicios de los beduinos, consciente de que los gharidios tenían patrullas que sondeaban el desierto y que le darían muerte sin dudarlo.Se sentó mientras su caballo descansaba y bebía agua. Él mismo tomó algunos tragos de su cantimplora y se recostó sobre una piedra a meditar, siempre alerta, y admirando los restos óseos de un sujeto que debió haber muerto hacía muchos años en las profundas arenas desérticas, dada la resequedad del cráneo.Justo entonces descubrió los gritos asoladores de una mujer muy cercanos. Se arrastró por entre la arena y se asomó por una duna hasta observar un oasis lejano, a medio kilómetro d
Lupercus se encontraba sirviendo al ejército del Imperio Atlante en las tierras del norte de Aztlán, separadas en aquel entonces por un caudaloso río de los Reinos Nórdicos que hoy llaman Europa. Extensas planicies nevadas y profundos bosques indómitos recorrían la mayor parte del territorio donde habitaban tribus esquimales que cazaban búfalos, pero donde el Imperio Atlante prácticamente no colonizó por lo inhóspito del terreno.Los principales asentamientos humanos se formaron más al sur, por debajo de lo que es hoy el desierto mexicano, que en aquella época era tremendamente frío y en algunas estaciones también era nevado, debido a la glaciación. Era muy abajo donde un sacerdote atlante rebelde llamado Mexi tomó a un grupo de renegados y fundó un reino autónomo en constante guerra contra los atlantes. Se decía que Mexi era un hechicero