Carlos la cargó, la colocó sobre la delicada alfombra persa que cubría el piso frente a la chimenea, enloquecidos de pasión y deseo se besaban con ansias, enseguida se despojaron de las vestimentas, con premura.
Él se deleitaba disfrutando del cuerpo desnudo y ardiente de su mujer, sentía como la piel de ella quemaba ante su contacto, y brillaba con el resplandor del fuego.
Entre besos y caricias Carlos, giró con ella. Elizabeth quedó a horcajadas encima de él, inclinó su cuerpo para posar su boca y sus manos sobre el pecho desnudo de su esposo. El joven cerró sus ojos para disfrutar de las cálidas caricias que ella le brindaba
Elizabeth siguió depositando besos a lo largo del tórax de él, llegó a su abdomen, no tuvo valor de ir más abajo. No estaba preparada aún para algo así y aunqu
Carlos no pudo reaccionar. Se quedó estático sin pronunciar una palabra. El pánico se apoderó de él; pensaba que no sería un buen padre, su familia no había sido un ejemplo. Se soltó del agarre de Eliza, se llevó las manos al cabello, su semblante en vez de demostrar emoción como ella pensó, denotaba profunda seriedad. —¿No va a decir nada? —cuestionó Eliza, con decepción, trataba de contener las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos, su pecho subía y bajaba respiraba alterada. —¿Vos estás segura? —balbuceó él. —Mi período no me ha llegado hace una semana y siempre he sido regular —comentó la joven con tristeza—. Le recuerdo que no usamos protección. —Fuimos un par de irresponsables —afirmó él sin darse cuenta de que su actitud lastimaba a Eliza, la joven no pudo contener su tristeza, no quería que él la viera llorar, de nuevo corrió a encerrarse en el baño, ahí se desahogó en libert
Carlos, dolido, confundido, desconcertado, descargó su cuerpo encima de la isla central de la cocina, con las manos temblorosas abrió el sobre que Elizabeth, le entregó. La palabra: NEGATIVO salió a relucir ante sus ojos. Horas atrás apenas asimilaba de idea de ser padre y formar una familia y ahora en menos de un minuto, no tenía nada. Se llevó las manos al rostro no entendía la actitud de Elizabeth. —Ya puede respirar tranquilo doctor Duque, su sangre de realeza, no se va a mezclar con la de una simple empleada —cuestionó ella aún dolida por la actitud de él. Carlos giró su rostro hacia la chica, quien lo observaba con mucha ira, mientras la mirada profunda, oscura y melancólica de él se posó sobre sus ojos. —Si lo que vos querés es terminar conmigo lo acepto —respondió con firmeza. Carlos pasó su mano por el rostro—. Comprendo que te diste cuenta de que no es fácil lidi
Casi una hora había pasado desde que dejó a Eliza, en el comedor. Carlos, necesitaba irse, así fuera caminando tenía que abandonar la cabaña.Salió de la alcoba; la joven no estaba en el lugar donde él la dejó, negó con la cabeza creyendo que se había marchado en la lluvia, pero al caminar hacia la sala, la encontró dormida en el sofá frente a la chimenea, el fuego se estaba extinguiendo.La observó dormida, el rostro de Eliza denotaba tristeza, algunas lágrimas aún permanecían en sus mejillas, al parecer apenas se había quedado dormida cansada de tanto llorar.Carlos, se debatía entre lo que le dictaba la razón y lo que le decía su corazón, mientras su mente le gritaba Déjala, ella no se merece un hombre como vos. Su alma le repetía: Vos la amas, no la dejes, no
New York- Usa. Carlos, se encontraba en una reunión con unos importantes clientes; desde que se alejó de Elizabeth, se dedicó a trabajar las veinte y cuatro horas del día. Esa mañana tenía su teléfono apagado para no ser interrumpido por nadie; la reunión concluyó cuarenta y cinco minutos después de que ella, le enviara el mensaje. Carlos se dirigió a su oficina, tenía que firmar unos conocimientos de embarque; se dedicó a esa tarea y olvidó por completo encender su teléfono. Pasó una hora más trabajando, el cansancio le ganó aquel día, entonces decidió que era hora de ir a descansar, en ese momento recordó que tenía su teléfono apagado, lo encendió, empezaron a llegarle las notificaciones, hasta que observó el mensaje de Elizabeth; pensó que era un error; volvió a revisar y abrió para leer: «Buenas noches mi señor, le escribo para saludarlo, espero se encuen
Elizabeth, cruzada de brazos, a pocos metros de la Esperanza, rodeada de árboles reflexionaba sobre el incidente suscitado minutos atrás. Comprendió que Carlos, tenía razón y ella había actuado impulsivamente, ahora Pedro había escapado y de seguro puso sobre aviso a los contrabandistas. Un mal presentimiento se apoderó del cuerpo de la joven, un escalofrío le recorrió la piel. Respiro profundo, con la confianza de que nada malo fuera a suceder, se puso a caminar esperando a Carlos, quien en ese momento tenía una fuerte discusión con su madre. —Vos no vas a denunciar a nadie —ordenó Luz Aída—. Fui yo la que le mandó a Pedro, vender el oxicloruro de cobre —confesó sin ningún reparo. —Mamá, ¿vos te volviste loca? ¿Podés ir a la cárcel si te descubren? Luz Aída observó a Carlos, con cinismo. —A menos que vos me denu
El lunes de madrugada él partió a New York, debía finalizar asuntos pendientes allá; le pidió que se cuidara, que no anduviera sola, que cualquier cosa lo llamara. Ely lo tranquilizó diciendo que iba a obedecer todas sus indicaciones, es así que mientras él salía rumbo al aeropuerto, ella regresaba a la Esperanza. Carlos avisó a los encargados de la Momposina, sobre el incidente con los contrabandistas; pidió total discreción. Así pasaron varios fines de semana juntos, sin imaginar que Pedro, había descubierto su secreto, solo esperaba el momento adecuado para atacar y poner sobre aviso a Luz Aída. Ely caminaba por el sendero que conducía de la Esperanza a la Momposina, llevaba un encargo de Rosa para Carmenza, se sorprendió al ver a su cuñado sentado en una de las hamacas de la terraza que daba a la entrada principal. Joaquín, observaba su celular, ladeaba sus labios, y su mira
Al día siguiente una fuerte llovizna caía sobre Manizales. Carlos llegaba a la Esperanza, se sorprendió al no ver a Elizabeth, supuso que la joven estaba ocupada en alguna de sus tareas y que como siempre se encontrarían en su cabaña. Toda la semana Carlos, había estado pensando sobre su futuro, llevaba ya casi dos años de conocer a Elizabeth, el tiempo había pasado en un abrir y cerrar de ojos, él consideró que ya era hora de dar a conocer su romance con la joven y dar el siguiente paso que era casarse con ella. Estaba decidido a conversar con Elizabeth, de ese tema, después de entrevistarse con su madre y conocer cuál era el motivo de su llamada. Al momento que el joven se disponía a ingresar a la casa, un escalofrío le recorrió la piel, era como si la misma sensación de temor y desasosiego que sintió hace dos años cuando regresó a Colombia, se apoderara de él de nuevo, no entendía aquella extraña reacción. Quizás porque su mamá siempre lo indisponía pensó é
Atardecía en ese sombrío día. Elizabeth lloraba abrazada a sus piernas frente a la chimenea. Trataba de comprender el dolor de Carlos, pero la magnitud de sus palabras la habían lastimado demasiado. En ese momento sintió su corazón roto en miles de pedazos; sabía que muy difícilmente algún día podría recuperar los trozos que quedaban; para ella solo existía un hombre en su vida, y en su alma, y ese era: Carlos Duque, quién ahora la odiaba y le deseaba la muerte.—No puedo hablar, no debo decirle la verdad mi señor, si lo hago la vida de todos corre peligro —balbuceaba sentada temblando como una hoja envuelta en un mar de lágrimas—. Yo solo quería liberarlo de esa bruja... ¡Maldita Luz Aída! —exclamó llena de dolor.Un profundo temblor recorría su cuerpo. Cuando se puso de pie y emp