Aquella oscura y fría noche se había convertido para Elizabeth y Carlos en una de las mejores de sus vidas, ya no existían vestigios de tristeza en el corazón de ambos.
Carlos invitó a la joven a pasar a la casa, ella con temor ingresó a la gran sala, él la tomó de la mano para brindarle seguridad.
La joven quedó sorprendida por la elegante decoración del interior, muebles tallados en madera con estilo Luis XV, adornaban la estancia, jarrones de porcelana fina albergaban en su interior las más hermosas rosas, lámparas que colgaban en forma de lágrimas desde lo alto del techo, retratos de la madre de Joaquín, junto a su esposo e hijo, adornaban un bufetero que estaba colocado cerca del gran comedor.
Carlos invitó a su novia a tomar asiento, y Joaquín apareció de improviso.
—¡Cuñada! ¡Qué gusto tenerte por acá! —exclamó el joven, fingiendo no ser parte de la reconciliación de la pareja, e
Terribles los castigos a los que fue sometido Carlos de niño.
Carlos, con un dolor muy profundo en su pecho, como si en verdad se estuviera ahogando, abrió los ojos, había caído en un letargo al momento de evocar aquellos tristes episodios. Se limpió las lágrimas, recordó a Elizabeth, y la lluvia no cesaba, entonces bajó del auto y se puso a transitar, con una linterna alumbraba el camino, mientras avanzaba, observó un bulto cerca de una piedra, fue acercándose, el corazón de Carlos, se aceleró al darse cuenta de que era Elizabeth, quien estaba tendida en el lodo, inconsciente, sin dudar un segundo la cargó entre sus brazos, ella no reaccionaba, ardía en fiebre. —¡Mi amor! ¿Por qué saliste de la finca sin avisar? —preguntaba él, mientras la observaba preocupado, la acomodó en el auto y la llevó a toda prisa a la hacienda. —¡Jairo! ¡Ismael! ¡Ayuda por favor! —exclamó Carlos, al momento de llegar mientras sostenía el cuerpo de Eliza, en sus brazos, entonces los jóvenes le ayuda
Varios meses después. Casi un año había pasado, desde aquel día que Elizabeth, estuvo en la Momposina, su relación con Carlos, permanecía en la clandestinidad, él seguía viajando mientras los fines de semana no faltaba de Manizales. Carlos averiguó que se acercaba el cumpleaños de su novia, y decidió cumplirle uno de sus sueños que era: conocer el mar, se las ingenió para hacerle creer a su madre, que los empleados querían demandarla por no darles vacaciones. —indios desgraciados, encima que uno les da techo y comida son unos mal agradecidos pues —cuestionó Luz Aída—. ¿Quiénes son los infelices para despedirlos mejor? —Mamá, si los despides es peor, tienes que darles liquidación, vos no te das cuenta de que ahora las leyes ya no son como antes —explicó Carlos. —¿Para qué te tengo a vos? —cuestionó bramando—. Debes dar la cara por tu madre, pero
Elizabeth se encerró el baño, se dio una ducha, humectó su cuerpo con la exquisita crema con olor a fresa, que la caracterizaba. Ella nunca utilizaba maquillaje, no le era necesario, tenía una piel fresca y lozana. Los labios de la joven no necesitaban maquillaje, porque conservaban el color natural al no haber usado nunca labial, los tenía rosados, carnosos, provocadores. Elizabeth observó su cuerpo en el espejo, tampoco era una modelo, de medidas: 90-60-90, era más bien el prototipo de mujer latina de busto grande, cintura pequeña, caderas anchas, muslos gruesos y pantorrillas bien torneadas. Ella no sentía, complejo por su cuerpo, se consideraba una mujer atractiva, a pesar de que al lado de las mujeres que andaban al último grito de la moda, ella se veía un poco pasada de peso, pero no le importaba, con que Carlos Duque, la amara tal como ella era, le era suficiente. Se colocó un sencillo vestido blanco, no era de marca, como l
Nordeste Antioqueño.En un lugar inhóspito, deshabitado, algunos hombres armados, obligaban al equipo de personas que tenían secuestrados desde hacía varios años atrás a caminar.Mujeres y hombres que habían caído en manos de la guerrilla, y que habían sobrevivido, a diario tenían que enfrentar a la inclemencia del tiempo, al maltrato, enfermedades.En jaulas, los mantenían en una especie de campamento improvisado de menos de dos metros, compartían seis hombres.Enjaulados como animales, observaban como el agua y la comida abundaba para los comandantes y el resto del equipo; mientras a ellos a duras penas les daban alimento.Al general como así lo conocían, lo único que lo mantenía con vida estos largos años de encierro, era poder salir
Después de pasar una mañana muy divertida, y de dejar que sus ropas se secaran al sol, siguieron su recorrido y llegaron a: Tuteca, lugar habitado por la comunidad Kogui. A Elizabeth, le conmovió ver las chozas ancestrales de los indígenas, enseguida unos pequeños niños muy curiosos vestidos con túnicas blancas, de piel y ojos morenos se acercaron a ellos, les dieron la bienvenida en medio de risas. Luego uno de los líderes de la comunidad los recibió, y les brindó un recorrido por la tribu, ahí les explicaron la importancia de la naturaleza y sus elementos. Elizabeth y Carlos, escuchaban maravillados la organización cultural, política, socioeconómica de esta cultura, para ellos era un gran aprendizaje estar en ese sitio; sin embargo, lo que los llevó hasta esa comunidad era algo muy importante para la pareja, habían decidido unir sus vidas de manera ancestral. Elizabeth, estaba c
Lo primero que, a Elizabeth, le llamó la atención fue la hermosa chimenea, aquella cabaña era un sueño para ella, estaba decorada como tanto le había comentado a Carlos que sería la casa de sus sueños.La joven puso los pies en el suelo. De la mano de él, recorrió el lugar. El piso, las paredes, el techo estaban construidos de madera, siguieron por el living; Elizabeth pudo acariciar con sus dedos la porcelana que cubría el mesón de la cocina. Se recargó sobre la isla central de madera. Observó por las grandes ventanas el paisaje del exterior, mientras los ojos de Carlos la observaban con un brillo especial.—¡Esto es hermoso! —pronunció ella y volvió a colgarse del cuello de él, Carlos, la tomó de la cintura con sus fuertes brazos y la llenó de su esencia en un apasionado beso, acto seguido se separ
Carlos la cargó, la colocó sobre la delicada alfombra persa que cubría el piso frente a la chimenea, enloquecidos de pasión y deseo se besaban con ansias, enseguida se despojaron de las vestimentas, con premura.Él se deleitaba disfrutando del cuerpo desnudo y ardiente de su mujer, sentía como la piel de ella quemaba ante su contacto, y brillaba con el resplandor del fuego.Entre besos y caricias Carlos, giró con ella. Elizabeth quedó a horcajadas encima de él, inclinó su cuerpo para posar su boca y sus manos sobre el pecho desnudo de su esposo. El joven cerró sus ojos para disfrutar de las cálidas caricias que ella le brindabaElizabeth siguió depositando besos a lo largo del tórax de él, llegó a su abdomen, no tuvo valor de ir más abajo. No estaba preparada aún para algo así y aunqu
Carlos no pudo reaccionar. Se quedó estático sin pronunciar una palabra. El pánico se apoderó de él; pensaba que no sería un buen padre, su familia no había sido un ejemplo. Se soltó del agarre de Eliza, se llevó las manos al cabello, su semblante en vez de demostrar emoción como ella pensó, denotaba profunda seriedad. —¿No va a decir nada? —cuestionó Eliza, con decepción, trataba de contener las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos, su pecho subía y bajaba respiraba alterada. —¿Vos estás segura? —balbuceó él. —Mi período no me ha llegado hace una semana y siempre he sido regular —comentó la joven con tristeza—. Le recuerdo que no usamos protección. —Fuimos un par de irresponsables —afirmó él sin darse cuenta de que su actitud lastimaba a Eliza, la joven no pudo contener su tristeza, no quería que él la viera llorar, de nuevo corrió a encerrarse en el baño, ahí se desahogó en libert