Hermanos Dracul
Hermanos Dracul
Por: Cassandra Hart
La Historia de Alec

Emily Gold estaba a punto de casarse. Claro que aquella boda no era real, pero se llevaba a cabo para que ella, pudiese escapar de su madre. Una de esas mujeres que no se le desean ni al peor de nuestros enemigos y no exageraba ya que su relación nunca había sido buena, para ella siempre fue un estorbo, una criatura que nació solamente para incomodarla. Y no es que se sintiera triste, de verdad que no, porque una persona no podía realmente extrañar aquello que nunca había tenido así que vivir lejos de ella y de sus tratos déspotas, sería increíble. 

Emi era hija única, su papá la amaba pero no la amaba, es decir, un padre amoroso jamás permitiría que su pequeñita sufriera tanto a manos de la persona que, en teoría, debería de amarla. Y él, estaba tan enamorado de su esposa que entonces, se hacía de la vista gorda ante los horrores que Emi vivía.  Pero no todo era completamente malo, pues contaba con el apoyo de su abuelito, August. Pero aunque lo amaba, si se permitía ser honesta, no era suficiente para quedarse en casa ya que su querido viejito, ni siquiera vivía con ellos.

Lo único malo de todo aquello era que su abuelito, no soportaba a su prometido, y eso que Michael era un verdadero encanto. De ahí que no estuviese muy animada en ese sentido, porque una vez que uniera su vida a Michael, no vería tanto al abuelo salvo, que fuese a visitarlo sola, porque en teoría, todos pensaban que aquel matrimonio era real.

La cosa es que solo Emi, podía crearse situaciones tan complejas, pues Michael no era solo su amigo, sino que a la vez, era uno de los mejores amigos del hombre al que ella amaba con todo su corazón y con el cual nunca podría casarse.

No es que no lo hubiese intentado, ¡santo Dios! Si no existía una sola persona en su círculo cercano, que no fuese consciente de la campaña de acoso que había mantenido para llegar al corazón de Alec Dracul. Y este, había dejado muy en claro, que no la veía más que como a un pequeño marimacho y que además nunca estaría a la altura de su apellido y de su mundo. 

¡Idiota, pomposo, engreído!

 Solo porque tenía un apellido realmente famoso, no significaba que fuese mejor que ella.

Y claro que el rechazo le dolió, no solo en su amor propio pues trajo a flote todas sus inseguridades, sino porque de verdad lo amaba. No entendía bien que fuerza de la naturaleza, la hacía querer estar con él sí o sí. 

Y cada vez que pensaba en el apellido Dracul, fantaseaba con que Alec era un vampiro que veía en ella a su compañera predestinada. Y la culpa de todos aquellos pensamientos infantiles la tenía no solo el apellido de su amado, sino las emociones tan dramáticas que tenía por él.

Las novelas de fantasía describían la unión de compañeros como una necesidad imperiosa de estar con el otro, como una quemazón que la atacaba y quería consumir. Y aquello definía a la perfección lo que sucedía en su corazón.

Pero él no era un vampiro y ella, solo era una mocosa hormonal.

A su favor, y para salvaguardar algo de su honor, parte de la culpa la había tenido Alec, porque por meses le dijo palabras bonitas, la hizo creer que la amaba, le dijo que pasarían la vida juntos y por alguna extraña razón, la noche en la que supuestamente iba a proponerle matrimonio, se dedicó a humillarla. 

Después de eso y aunque coincidieron en diferentes actividades pues la familia Dracul era dueña de la empresa en la que trabajaba su padre, la relación entre ambos se volvió fría.  Y cuando se daba cuenta de que él la observaba, Emi notaba que Alec parecía triste pero no volvería a buscarlo, había aprendido por las malas.

Pero retomando el tema de la boda, ni Alec ni nadie podría decir que Michael era un amigo desleal ya que la enamorada había sido ella y no Dracul, además, tanto Emi como Michael tenían situaciones que ameritaban conseguir una boda.

La de él, si se quería era más compleja.

Su padre estaba a punto de morir y su último deseo era el de verlo casado y Michael era gay, no se atrevía a decirle la verdad y por eso, estaban a punto de “unirse” en sagrado matrimonio. 

La noche anterior mientras cenaba con Michael, charlaron sobre la boda. Jack Gold no estaba realmente convencido de que aquello fuese en verdad cierto así que solo tenían una opción.

—Llámalo, Emi.

—¿Has perdido la cabeza? Alec me masticará y luego me escupirá viva, es un hombre con el que definitivamente no quiero meterme, han pasado años desde que charlamos.

—Créeme que es necesario.

—No va a importarle.

—¿Estás segura? Lo conozco y sé que llamará a tu padre, y recuerda que lo que buscamos es darle más realismo a nuestra sagrada unión.

—No quiero.

Michael se acercó a ella y tras ayudarla a ponerse de pie la estrechó entre sus brazos. La amaba, era muy importante en su vida aunque había luchado para que no fuera así.

—Sé que te aterra el que te diga que no le importa.

—Eso sería lo mejor.

—Sigues soltera porque le entregaste tu corazón.

—Michael…

—Si Alec te dice que le da igual, te romperá en pedazos de nuevo y lo mataré. Sé lo que esta llamada significará para ti y lo lamento, pero si no fuese necesario, no te lo mencionaría.

—De acuerdo, pero no le diré sobre mi secreto, sobre lo que me sucedió de niña.

—Mira, por más que me siento alagado de saberlo, creo que si él acaba siendo algo más que un conocido, debería saberlo.

—Maté a varios hombres.

—No, eras una bebé de menos de seis años, que fue vendida por tu madre, y que, por alguna cosa rara de la vida, tenía poderes raros y sus atacantes murieron calcinados.

—Es muy raro.

—Mira, que seas rara significa que aceptarás las rarezas de Alec.

—¿Rarezas?

—Él mismo te lo dirá.

Emi pasó la noche en vela, mirando fijamente el techo. Compartía la misma opinión de Michael sobre esa llamada pero sus manos temblaban tanto que apenas si podía sostener el teléfono. 

Llamar a Alec Dracul para informarle de la boda, era una cosa rara, meditaba mientras consideraba la posibilidad de no hacerlo. En teoría, —una que ella tenía completamente clara —, no debería interesarle lo que pensaba, pero por otro lado, ansiaba saber si él del todo, no estaba interesado en ella.

Era algo similar a tener un diablito bueno en un hombro y un angelito en el otro. Claro que le dolería descubrir que le valía un kilo de chorizo el que ella estuviese a punto de casarse, pero por otro lado sería algo bueno, glorioso, maravilloso, descubrir que la amaba con locura y que al enterarse enloquecería por haber sido un idiota con ella.

Así que era un juego peligroso, con dos únicas posibilidades. Y no es que si este le dijera que la amaba, pensase en suspender todo, pero sería una especie de victoria personal. 

Imaginarlo sufriendo resultaba demasiado agradable. ¡Ojalá llorara al menos la cuarta parte de lo que ella lloró aquella noche!

Y bueno, las posibilidades de que sufriera, de acuerdo con Michael, eran fuertes, y su amigo no consideraba que hacer aquello estuviese mal, ya que estaba bastante intrigado, pues tampoco entendía cómo había podido tratarla tan mal, y luego, pasar los días hablando de ella con amor. Y lo conocía bien, Alec era un hombre misterioso, posesivo y cínico, que nada más terminar la charla con ella, llamaría deprisa a su padre para corroborar que era cierto todo eso de su matrimonio.

¡Y lo que ella daría por verle la cara! 

Si Emi se basaba en lo que conocía de él, actuaría posesivo. Porque lo era, si un hombre la miraba, Alec gruñía, si un socio de la empresa la miraba, gruñía, era como de la línea: Ni mía ni de nadie.

¿Cómo acabó conociéndolo? La familia Dracul poseía una empresa de importaciones en la que Jack, el padre de Emi era uno de los socios mayoritarios, y Dracul, empezó a  participar de forma activa hasta más o menos la época en que Emi cumplió dieciséis años.    

Alec en aquel momento no parecía mayor de veinticinco años y contrario a lo que pensó pues era bastante insegura, cuando lo vio en la oficina de su padre, mostró un abierto interés hacia ella. Y aunque nunca dio un paso más allá de su posición rígida y fría, su mirada la seguía por todas partes. 

Pero lo suyo en definitiva, —se repetía Emi una y otra vez, durante cada segundo de su día—, era simplemente un enamoramiento adolescente.  Porque era risible tan siquiera considerar la posibilidad de que Alec le pidiera matrimonio algún día. 

No ayudaba a que la viese como una posible candidata a esposa, el que al inicio actuase como una adolescente hormonal, ¡pero es que era una adolescente hormonal!  

Y como tal, se aseguraba de estar en la oficina apenas acababa sus clases en casa, pues no asistía al colegio, sino que tenía tutores. En más de una ocasión, se quedaba dormida en el sofá de la oficina de Jack y al despertar se encontraba con alguna manta encima y con un café y pastelillos en la mesita frente a ella.  

Pensaba que era su papá hasta que un día abrió los ojos apenas sintió que la cubrían y encontró a Alec a su lado. Después de saberse descubierto siempre le daba miradas llenas de promesas de amor y contra todo lo que creyó, cuando alcanzó la mayoría de edad le confesó que la amaba y salieron varias veces. 

La noche en que iba a pedirle matrimonio o al menos entendió eso por las cosas que le dijo, todo acabó mal. Pero es que de verdad, que le hizo creer que aquella noche se convertiría en su prometida. 

¡Vaya fiasco!  Y lo recordaba con total claridad pues aún le generaba dolor e ira.  El día anterior a la cita, le dijo que empezarían una vida distinta, que estarían juntos durante la eternidad. 

Y no es que malinterpretara sus palabras, ¿Porque qué otro significado podrían tener?

Aquella fue la primera vez en su vida, que se arregló de forma femenina, quería mostrarle que era algo más que la joven de zapatillas deportivas.

¡Cuan idiota fue!  

Tras esperarlo de forma tan ansiosa que parecía como si estuviese por darle un ataque cardiaco, este llegó a su casa. Jack abrió la puerta e intercambió algunas palabras con Alec y por el lenguaje corporal de ambos, Emi supo que no había sido algo agradable. En el auto, Alec iba en silencio y sus manos, agarraban con fiereza el volante mientras líneas de tensión surcaban su rostro, por lo que en definitiva fue un viaje incómodo. Aquella, había sido una advertencia de que las cosas no acabarían bien. ¡Y como lamentó el haber ignorado a esa vocecilla interna!  

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