¿Tú boda? ¿De qué mierdas hablas? 

El silencio que le siguió al anuncio de Emi pareció eterno. ¿Cortaría la llamada? Arrullada por los segundos silenciosos tras semejante bomba atómica, se permitió reír un poco, porque aquello le mostraba a Alec que ella, no estaba decidida a pasar su vida esperando por él.

Algo que le quedaba claro es que en el fondo Alec seguía siendo el mismo y la hacía sentir que lo que él no toleraba era la pérdida de control. Sin embargo, debía recordar que ya no era aquella chiquilla adolescente que jugaba al futbol, sino que se había convertido en una pintora de renombre, con su propia identidad. Nada de lo que él le dijera debía lastimarla, no podía darle ese nivel de poder. 

Claro que no es que se codeara con sus clientes, ni que asistiera a las exposiciones. Tenía para eso a una buena amiga que era quien la representaba pues era realmente feliz evitando a la gente.  

—¿Tú boda? ¿De qué mierdas hablas? 

—¡Esa boca, Alec! No puedo creer que un hombre con clase hable peor que esta mujer sin elegancia.

—Emi…

—¿Emi qué? 

—Regreso pronto al país por ti, te amo. Además, no sabía que tenías novio. Espero que esto sea una simple broma de mal gusto, una forma de hacerme pagar por lo que te hice.  

—No tengo seis años, Alec y te aseguro que definitivamente, no me he pasado el tiempo buscando formas de herirte, aunque estaba en mí derecho, no lo olvides.  

Bueno, una broma como tal no era, pero claro que estaba buscando hacerlo pagar por lo que le había hecho. ¡Pendejo infeliz!

Emi no sabía si festejar porque le interesaba, o si preocuparse porque no parecía que Alec fuese a dejar que su matrimonio se llevara a cabo. Honestamente hablando, sí, fantaseó con que la charla tomara ese rumbo, pero nunca creyó que fuese realmente posible.

Porque ese conocimiento ponía en peligro todo aquello por lo que había trabajado con Michael, por eso debía mantenerse calma, con la cabeza fría para lograr dominar sus emociones y que así, Alec no lograse su cometido. Pues él, —y necesitaba recordarlo—, era un experto en decir cosas que no eran verdad, en hacer que sonaran de una manera y que acabasen siendo de otra.  

—No tenía novio, es un amigo de varios meses que me ha pedido que nos casemos, y la verdad es que mi vida en casa es tan dura, que prefiero irme con él.  

—Te amo cariño, no puedes abandonarme.  

Emily casi… casi se rio, de verdad que Alec no tenía comparación. Cualquiera que lo escuchase diría que parecía un amante desesperado.  

—¿Me amas? Pero si siempre me has tratado como si tuviese la peste.  

—Mi forma de actuar ha sido reprochable, eso lo sé. Pero… ¿te vas a casar con alguien a quien conoces tan solo desde hace unos meses? Emily Gold, ¿qué clase de tontería me estás diciendo?  

—¿Tontería?  

—Sí... sí ¡tontería!

—No, tontería es que te creas con el derecho de cuestionar mis decisiones.

—Lo que dices es totalmente ilógico y me decepcionas, porque no pensé que fueses a rendirte tan fácil.  

—¿Rendirme dices…? Alec, pasaron muchísimos años desde lo sucedido aquella noche y recién ahora me dices que me amas. Para ti esto no es más que un juego, no me quieres, pero nadie puede tenerme.  

—No hables cosas sin sentido y, por favor, seamos sinceros, cariño.  

—Ni sabes lo que dices. 

—Al contrario, esta boda tuya es una completa estupidez y tengo derecho a mostrarte cuan en desacuerdo estoy pues tú, mi pequeña hada revoltosa me has llamado no para compartir las buenas nuevas sino para comprobar lo que me haces sentir, de lo contrario podrías haberme invitado a la boda desde hace semanas. 

—Deja de decir tonterías.  

—No son tonterías pues de haberme dicho hace semanas, te arriesgabas a que tomase un avión y apareciera para evitarlo.  

Maldición… era como si pudiese leer sus pensamientos, lo que la asustaba ya que de todas las personas en su vida, él era quien parecía conocerla mejor de lo que incluso se conocía ella misma. Pero no podía flaquear, porque la falsa boda debía llevarse a cabo y si Alec seguía hablándole así, dejaría todo tirado y se iría con él.  

—Te equivocas, Alec.  Decidimos casarnos solo hace pocos días, no estamos siquiera en una iglesia, sino en mi casa, en una boda civil.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Quién es el maldito miserable que no fue capaz de darte una boda de ensueño?

—Pues tú.

—Emi…

—Después de lo que me hiciste, ¿crees que la idea de casarme me ilusiona? Unirme a mi prometido es una forma de escapar, me resigné a no ser amada, a que no merezco nada bueno.

—Puedes mentirte a ti misma pero no a mí. No te arriesgaste a informarme sino hasta que es tarde para que interfiera así que sí, me creo con el derecho de decirte lo que quiera porque estás enamorada de mí. 

—No me hables así, te llamé para contarte no para que me des tú opinión.  

—Me amas, no puedes casarte con otro.  

—Ególatra.  

—Solo constato un hecho. Eres mi compañera Emily, y aquel que se atreva a llevarte con él, sufrirá la ira de los Dracul.  

—¿Tú compañera? ¿La ira de los Dracul? Estás mal.  

—No lo estoy, no tienes idea de las cosas que he hecho para que seas mía.  

La declaración de Alec era realmente preocupante porque sonaba como un hombre decidido y capaz de cosas inimaginables con tal de tener a quien quería. No es que aquello le disgustara, sentir que tenía semejante poder sobre una persona era impresionante, pero a la vez la asustaba.

—Es absurdo que creas que puedes influir en mis decisiones.  

—Hay algo que debes tener claro, mi amor. No porque me informes tarde de esto, significa que no iré contra quien se ha atrevido a tomarte como esposa. 

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