37.- Leila.

— ¡Ya, enana ya! – me consuela Charles, no he podido dejar de llorar.

— Es que… es horri… horrible lo que me dijo – el solo hecho de imaginarme al profesor… haciendo ¡Oh Dios tengo arcadas de nuevo!

Vomito de nuevo y mi amigo me enrolla el cabello con la liga que tengo en la mano ¿Por qué tiene que ser tan asqueroso y grotesco? ¡No lo entiendo!

— ¡Nena tienes que calmarte! – niego.

— ¡No puedo! El dolor no cesa, solo quiero llorar – me abrazo a él nuevamente.

Su teléfono suena y lo saca del bolsillo, lee un mensaje y pone los ojos en blanco para luego guardarlo de nuevo.

— ¿Qué fue lo que te dijo, para ponerte de ese modo? – pregunta con preocupación.

Su te

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