Ese día, Robert tampoco fue a buscarla. Ella se marchó del bar en medio de una profunda tristeza y agobiada por malestares.Al llegar, descubrió que él estaba en casa con Court, conversaban en el salón.—¡Maldita sea, ¿cómo pudo pasar esto?! —escuchó que Robert se quejaba cuando fue a saludar, así que se quedó tras la puerta para escuchar, inquieta.—Te dije que no descuidaras esa obra ni la gestión de los permisos. Esas cosas son muy cambiantes y hay que cuidarlas manteniendo siempre húmeda las manos de los responsables.—¡No voy a sobornar a nadie para que aprueben mi trabajo!—¡Pero otros sí los sobornarán para que los rechacen y les den a ellos esa oportunidad! ¡Esto es una puta competencia, Robert! ¡Tú mejor que nadie lo sabe!Él gruñó disconforme. Samantha lo oyó bastante cabreado.—Edmund tuvo que enterarse por algún medio del trabajo que estoy realizando en Capitol Hill, por eso fue a molestar. Debo descubrir quién se lo dijo.Esas últimas palabras del León la angustiaron y te
A pesar de sus ganas por atender su negocio, Samantha tuvo que evitar ir la noche siguiente al bar. Aún se sentía muy agotada, no solo física, sino también a nivel mental. No paraba de pensar en sus problemas y en las formas en que podía resolverlo.Habló mucho por teléfono con McGraw, Fletcher y Jenny para dejarlos a ellos al frente de las tareas mientras descansaba. No se movió en todo el día de la cama, solo a hacer sus necesidades al baño.En una ocasión pensó que Robert había ordenado a Morrigan mantenerla sedada, porque cada vez que el mayordomo le facilitaba un «tecito para relajarse», se quedaba profundamente dormida.No reclamó porque en parte agradecía el descanso. Eso la ayudó a sentirse mucho mejor al día siguiente.Robert, como lo había prometido, se mantuvo cerca todo lo que pudo. No se quedó siempre en casa, pero tampoco estuvo fuera por mucho tiempo. Cada vez que podía iba para verificar su estado, comía con ella en la habitación y esperaba a que se durmiera para regre
Como lo había prometido, Samantha llegó esa noche temprano a casa. Robert aún no había regresado del trabajo.Se dio un baño con agua caliente y se acostó en la cama, aunque le resultó imposible conciliar el sueño. No dejaba de pensar en el hecho de que alguien había pagado para que la asesinaran.¿Cómo era posible que alguien invirtiera dinero y esfuerzo para acabar con su vida? Ella no era nadie, no tenía nada, no representaba un peligro para ninguna de las personas que la rodeaban. Entonces, ¿por qué la consideraban un enemigo a eliminar?Las dudas crecían en su cabeza. ¿De verdad estaba arruinada, como le había comentado su madre? ¿Era una completa inútil, como solía decirle su padre? ¿No tenía ningún valor, como le restregaba Fernand cada vez que podía?Pero su intriga más grande era: ¿por qué Robert Lennox había aceptado casarse con ella a pesar de todos los problemas que le ocasionaba?Quería entender, necesitaba hacerlo. Ya no soportaba tantas incertidumbres.No pudo seguir pe
Samantha se despertó al día siguiente cerca del mediodía. Se percataba que estaba durmiendo mucho más de lo habitual, tal vez, por el embarazo.Se cambió y bajó al comedor aún con pereza. No quería seguir acostada porque los músculos se le pondrían rígidos.Se sorprendió al encontrar a Robert en el comedor atendiendo llamadas telefónicas y revisando documentos. Lo creyó en el trabajo.Se sentó en su puesto, donde ya estaba preparado un servicio, y se alegró cuando pusieron comida en la mesa. Enseguida comenzó a servirse.—¿Despertaste con hambre? —preguntó Robert al terminar su conversación.—¿Me estabas esperando para comer?—Sí y no.—¿Cómo es eso?—Pensé que te levantarías aún más tarde, tienes el sueño pesado. Tuve que moverte porque pensé que estabas desmayada y me diste un manotazo en la cara para que te dejara.Ella lo observó con los ojos muy abiertos y con la cucharilla en la boca.—¿Te golpeé? —preguntó impactada.—Solo fue un manotazo.A la mujer le costaba creérselo.—No r
Esa noche, Samantha fue al bar acompañada por Robert. Ella se sentía diferente, no solo porque el hombre parecía no querer apartarse de su lado, sino por la gran demostración de confianza que le había dado ese día al mostrarle su lado más vulnerable.Robert le abrió su corazón para que ella pudiera mirar la oscuridad que lo poblaba. Eso no se lo había esperado y le hacía pensar que también debía darle una parte de sí misma, permitirle ver las ruinas que se habían asentado en su pecho y evitaban su avance.Como fue de esperarse, el bar se agitó ante la presencia del hombre. Los empleados actuaron de manera nerviosa y McGraw se volvió más exigente.Deborah aprovechó que él se había sentado en la zona que ella atendía para pavonearse frente a él, algo que a Samantha estuvo a punto de sacarla de sus casillas.Tuvo que respirar hondo y enfocarse en sus tareas para no ir a jalarle los cabellos a esa rubia insoportable. No iba a ponerse a su altura.Esa noche el bar estaba a reventar. Jenny
Samantha entró en la oficina para poder serenar en soledad la rabia y la indignación que la corroía. Robert fue tras ella, en silencio, y cerró la puerta tras de sí para que nadie más los molestara.—Lo viste cuando entró, ¿cierto? —preguntó ella y lo señaló con un dedo—. Lo viste pero igual lo dejaste entrar. ¡¿Por qué?! —preguntó algo alterada.Él se guardó las manos dentro de los bolsillos del pantalón y mantuvo una postura relajada, no quería que lo viera desafiante. De esa forma pretendía no agitarla más.—Mis hombres lo descubrieron rondando la zona cuando llegamos al bar. Les ordené que se marcharan y dejaran la entrada libre.Ella lo observó confundida, con las manos apoyadas en sus caderas aun manteniéndose colérica.—¿Para qué hiciste eso?—Para que él creyera que me fui.—Mientras yo estoy aquí, la entrada no queda libre de guardaespaldas. Si no había nadie afuera él pudo haber sospechado que yo me fui también contigo, entonces, ¿por qué entró a buscarme?—Eso era lo que qu
Al día siguiente, Samantha se levantó a media mañana por culpa de la insistente alarma de su móvil. Le costó abrir los ojos por el cansancio, pero lo hizo porque el aroma a comida le invadió las fosas nasales.Morrigan le había dejado una bandeja con aperitivos calientes que le hicieron agua la boca.Enseguida se puso de pie y fue al baño para asearse. Al regresar, abrió de par en par las ventanas para que la brisa marina entraran a la habitación y atacó la bandeja.No dejó nada. El desayuno le quitó el sueño, así que fue a dar una caminata para terminar de desperezarse.Cuando salió al pasillo, notó que había movimiento en la primera planta. El personal limpiaba las muchas habitaciones que tenía esa mansión, todas vacías.En vez de salir al patio andó por ese piso para saludar al personal. No había intentado conocerlos desde que estaba allí, solo a Morrigan y a la cocinera. Quería comenzar a grabar sus rostros y saber sus nombres, no sabía cuándo pudiera necesitar de aliados.Algunos
Robert salió de la mansión. Luego de dejarla en la habitación de las pinturas fue a su despacho en busca de unos planos y enseguida se fue de casa.Samantha quedó sola otra vez, pero con aquella caja en las manos que le resultaba pesada. Suponía que contenía demasiado dolor.Se dirigió al patio para sentarse en una mesa de piedra frente al mar y así revisar su contenido rodeada de aire fresco. No quería asfixiarse con esos recuerdos.Encontró fotografías familiares, la mayoría de la niña. Victory había sido una chica hermosa y regordeta, de mejillas infladas y sonrosadas, con los cabellos rubios y los ojos tan azules como los de Robert. Siempre mostraba una sonrisa o con una mueca divertida.Marisa también había sido rubia, alta, esbelta y muy elegante. Parecía haberle gustado mucho la naturaleza, porque solían retratarla junto a árboles, flores o mirando al mar. Sus ojos habían sido grises y en algunas imágenes salía como enfadada, pero cuando estaba con la niña procuraba mostrarse a