Samantha entró en la oficina para poder serenar en soledad la rabia y la indignación que la corroía. Robert fue tras ella, en silencio, y cerró la puerta tras de sí para que nadie más los molestara.—Lo viste cuando entró, ¿cierto? —preguntó ella y lo señaló con un dedo—. Lo viste pero igual lo dejaste entrar. ¡¿Por qué?! —preguntó algo alterada.Él se guardó las manos dentro de los bolsillos del pantalón y mantuvo una postura relajada, no quería que lo viera desafiante. De esa forma pretendía no agitarla más.—Mis hombres lo descubrieron rondando la zona cuando llegamos al bar. Les ordené que se marcharan y dejaran la entrada libre.Ella lo observó confundida, con las manos apoyadas en sus caderas aun manteniéndose colérica.—¿Para qué hiciste eso?—Para que él creyera que me fui.—Mientras yo estoy aquí, la entrada no queda libre de guardaespaldas. Si no había nadie afuera él pudo haber sospechado que yo me fui también contigo, entonces, ¿por qué entró a buscarme?—Eso era lo que qu
Al día siguiente, Samantha se levantó a media mañana por culpa de la insistente alarma de su móvil. Le costó abrir los ojos por el cansancio, pero lo hizo porque el aroma a comida le invadió las fosas nasales.Morrigan le había dejado una bandeja con aperitivos calientes que le hicieron agua la boca.Enseguida se puso de pie y fue al baño para asearse. Al regresar, abrió de par en par las ventanas para que la brisa marina entraran a la habitación y atacó la bandeja.No dejó nada. El desayuno le quitó el sueño, así que fue a dar una caminata para terminar de desperezarse.Cuando salió al pasillo, notó que había movimiento en la primera planta. El personal limpiaba las muchas habitaciones que tenía esa mansión, todas vacías.En vez de salir al patio andó por ese piso para saludar al personal. No había intentado conocerlos desde que estaba allí, solo a Morrigan y a la cocinera. Quería comenzar a grabar sus rostros y saber sus nombres, no sabía cuándo pudiera necesitar de aliados.Algunos
Robert salió de la mansión. Luego de dejarla en la habitación de las pinturas fue a su despacho en busca de unos planos y enseguida se fue de casa.Samantha quedó sola otra vez, pero con aquella caja en las manos que le resultaba pesada. Suponía que contenía demasiado dolor.Se dirigió al patio para sentarse en una mesa de piedra frente al mar y así revisar su contenido rodeada de aire fresco. No quería asfixiarse con esos recuerdos.Encontró fotografías familiares, la mayoría de la niña. Victory había sido una chica hermosa y regordeta, de mejillas infladas y sonrosadas, con los cabellos rubios y los ojos tan azules como los de Robert. Siempre mostraba una sonrisa o con una mueca divertida.Marisa también había sido rubia, alta, esbelta y muy elegante. Parecía haberle gustado mucho la naturaleza, porque solían retratarla junto a árboles, flores o mirando al mar. Sus ojos habían sido grises y en algunas imágenes salía como enfadada, pero cuando estaba con la niña procuraba mostrarse a
Los nervios le atoraron a Samantha las palabras en la garganta. Le resultó imposible responderle enseguida a Robert, más aún, al ver que él dirigía hacia ella la frialdad que emitían sus ojos voraces.—Te hice una pregunta, Samantha.La insistencia de él empeoraba la situación, hasta Jenny se sintió asustada y retrocedió varios pasos para quedar lejos del León y de su amiga, como si de esa forma pusiera distancia al problema.—Hay alguien que quiere contactarme para darme información —declaró alzando el mentón con soberbia.—¿Quién? —preguntó Robert con la mandíbula prieta.—Un… delincuente del barrio. Se enteró que le había pagado al amigo de mi hermano y él también quiere dinero. Dice tener información importante.Robert afincó su atención desconfiada en Jenny.—¿Cómo pudo enterarse ese hombre que le habían pagado al otro chico?—Porque es su mentor o algo así —respondió la mujer enseguida—. El Topo trabaja para él vendiendo droga. No sé si lo dijo por voluntad propia o el otro lo d
Regresaron a la mansión enseguida. En el camino, Robert solo le preguntó si se sentía bien antes de ocuparse de comunicarse con los guardaespaldas, para que mantuvieran sus ojos en los alrededores por su alguien se acercaba.Samantha estaba algo agitada, pero procuró calmarse. Ya había atravesado situaciones igual de angustiantes cuando vivió en el barrio con su madre, por culpa de los tiroteos que se producían en el exterior o las redadas que la policía hacía en busca de drogas o delincuentes.Debía estar acostumbrada, aunque aquello no sucedía. En ocasiones le costaba asimilar el mundo difícil donde le había tocado vivir.Al llegar, ella quiso ir a su habitación a descansar, pero Robert la siguió. Cuando él entró y cerró la puerta tras de sí con cerrojo, la mujer supo que no la dejaría sola por mucho rato.—Necesitamos hacer cambios.—¿Más? —preguntó ella con ironía.—No puedo estar en todos lados y no voy a dejarte desprotegida.Samantha respiró hondo mientras se sentaba en el bord
El día de la fiesta en el club náutico, Samantha estaba muy nerviosa. Le había comunicado a Robert su ansiedad por asistir al evento solo para tener alguna oportunidad de molestar a Fernand y a su padre, pero luego se lo pensó mejor.—Irá toda la crema y nata de la alta sociedad de la ciudad —comentó Jenny mientras leía el periódico esa mañana donde hablaban del tema y comía una barra de cereal casera.Ambas estaban sentadas en el patio de la mansión, desayunando, pero Samantha había comido poco. Tenía los nervios a flor de piel. Miraba el mar con tristeza.—Me van a dilapidar y lo peor es que arrastraré a Robert conmigo.—No seas exagerada, amiga —se quejó Jenny y tomó otra barrita—. Esa gente es medio distraída, solo está metida en sus cosas.Samantha resopló y la observó con reproche.—Todo el mundo sabe que soy la hija bastarda de Edmund Muller y que mi madre es una prostituta. Dejé de ir a los eventos con mi padre por las miradas de desprecio y asco que me dirigían. ¿Crees que es
Samantha no podía creer su mala suerte por encontrarse con su exprometido estando sola y luego de haber vivido un momento humillante.—Hola, gatita, ¿cómo has estado?—Deja de llamarme así, idiota.—¿No son los leones unos gatos? No estoy ofendiendo a nadie.Ella intentó marcharse sin su coctel, pero Fernand se lo impidió.—Espera, tengo algo que reprocharte. —Ella se alejó un paso de él, irritada por su cercanía—. Nunca logré doblegarte para que te entregaras a mí, pero a Lennox le abriste las piernas sin pensarlo dos veces.—Quería llegar virgen al matrimonio, te lo dije, y si no lo recuerdas, estuviste presente en mi boda con Robert.Él sonrió con burla.—Sí, recuerdo esa tonta excusa. En parte, me salvaste de caer en desgracia contigo. No sé qué habría hecho si te hubiese embarazado y me obligaban a casarme contigo.Ella lo observó con los ojos entrecerrados.—¿Tanto asco me tenías?—¡¿Asco?! ¡No! Es sentido común, gatita. Contigo no iba a llegar a nada, con Elaine lo tendría todo
Al llegar a la mansión, Samantha enseguida entró en la habitación. Se sentía perturbada por todas las situaciones que habían sucedido en aquella fiesta, donde le costó encajar.Cuando Robert entró se acercó a ella para evaluar su estado.—¿Estás bien?—Sí, solo un poco cansada —mintió sin darle la cara, pero el hombre era demasiado intuitivo.La tomó por un brazo para girarla hacia él escuchando su quejido.—¿Te lastimé?—Tú no —reveló ella, y se revisó el brazo.Tenía enrojecido el sitio donde Edmund la había retenido.—Maldito, miserable —se quejó el León con enfado.—Tranquilo, en dos días desaparecerá.Él la observó con alarma.—¿Ya te había lastimado antes?Ella alzó los hombros con desinterés.—Al menos, esta vez no me golpeó en público.Robert estaba a punto de sufrir una combustión espontánea.—No volverá a tocarte. Nunca —dijo tajante.Samantha se sentó en medio de un suspiro en la cama.—Me gustaría también tener la capacidad de protegerte.Él se mostró confundido.—¿A qué t