Hace unos días, Leonel me había comentado que hoy se conmemoraba la muerte de Amelia, lo cual me tenía con el corazón en un nudo. Ni siquiera quería salir hasta que el día pasara. Así que decidí pasar el día en casa con Leonel. Sin embargo, todo cambió cuando su padre lo llamó para decirle que su madre estaba hospitalizada. Sentí mucho miedo de quedarme sola en casa, y no estaba equivocada.Mientras lo veía marcharse, decidí ponerme en pie y ponerme un atuendo cómodo, ya que planeaba pasar todo el día en casa.Me sorprendió notar que no había tantos empleados en la casa. De repente, el mayordomo tocó ligeramente la puerta de mi habitación.—Señora Riviera, tiene visita —comentó el mayordomo.—Ya bajo —respondí, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.Terminé de alistarme y, en cuanto bajé las escaleras que daban directo al recibidor, vi a mis padres, los padres de Ruth. Mis emociones se mezclaron de manera caótica.—Papá, mamá —murmuré para mí misma, sin que ellos pudieran escucha
—¿En qué estás pensando? —me preguntó Leonel mientras leía un libro en la cama. Se acostó a mi lado y se quedó mirándome con curiosidad y ternura.—Bueno, pensaba en que este libro está muy bueno, y también pensaba en que el día se terminó y no pasó nada. ¿Eso quiere decir que Amelia no morirá? —Él recostó la cabeza en mis piernas y tomó aire profundamente, como si intentara encontrar las palabras adecuadas.—Eso espero —mencionó con un suspiro, mientras yo le rascaba ligeramente la cabeza, disfrutando de la sensación de su cabello entre mis dedos.—¿Cómo murió Amelia? Quizá saber eso ayude a que yo no me meta en esos problemas.—Ella murió… cayó de un tercer piso. Los que estaban cerca dicen que huía de una mujer y de un hombre. —Su voz se volvió más grave al recordar ese trágico evento.—¿Esa mujer será Beatriz y el hombre Marcus? —pregunté con inquietud y él suspiró, como si ese simple acto pudiera aliviar parte de la tensión que sentía.—Testigos de ese entonces afirman que sí. Ru
—Señor, ¿los señores que viven aquí están bien? —pregunté, temblando de ansiedad.—Señora, aún no podemos dar noticias hasta no asegurarnos de que todo esté bajo control —mencionó el bombero, mientras yo miraba desesperadamente a mi alrededor, buscando algún signo de esperanza.Alguien tenía que saber si mis padres estaban bien. Alguien tenía que darme noticias de ellos. La angustia me consumía, cada segundo de incertidumbre era una tortura.Estaba desesperada y ya no lo resistía más. Sentía que el mundo se desmoronaba a mi alrededor, y la única cosa en mi mente era la esperanza de que mis padres estuvieran a salvo. La espera era insoportable, y cada minuto que pasaba parecía una eternidad.Me acerqué a otra persona, una mujer que parecía estar al mando, y le rogué por información.—Por favor, necesito saber si mis padres están bien. Ellos viven aquí —imploré, mi voz quebrada por el miedo y la desesperación.La mujer me miró con compasión, pero también con la firmeza de quien está aco
Comenzó a golpearme consecutivamente contra la pared, cada golpe era un mazazo que me dejaba más y más debilitada, pero no permitiría que viera mi dolor.—Voy a darte una lección por lo que tu esposo me hizo —dijo Marcus, apretando los dientes.—¿Y qué fue lo que te hizo mi maravilloso Leonel? —pregunté, mirándolo con una mezcla de desafío y desprecio.El me agarró del cabello y me arrojó al suelo, su rostro lleno de odio.—Me perforó la mano y la pierna, maldita perra —gritó.—Te lo merecías —respondí con una sonrisa irónica, tratando de no mostrar el miedo que sentía.Marcus me dio un golpe más, y aproveché para golpearlo en la pierna herida. Salí corriendo como pude mientras Marcus le gritaba a Beatriz que fuera por mí. Cada paso era una agonía, pero no me detendría.La imagen de Leonel, su amor y su fuerza, me daban el valor para seguir adelante, para luchar hasta «mi último aliento».—¡Atrápenla! —gritó Marcus, su voz llena de furia. Beatriz me seguía de cerca, sus pasos eran ráp
★Leonel.La luz de la mañana se filtraba por las persianas de mi oficina, iluminando los documentos que yacían sobre mi escritorio.Era una mañana tranquila, demasiado tranquila, pero sabía que esa calma era solo el preludio de algo inminente.Estaba en medio de una reunión crucial, entregando unos papeles importantes que necesitaba resolver para poder irme de viaje con Ruth. Necesitába ponerla a salvo de los peligros que Beatriz y Marcus representaban, y esta era nuestra única oportunidad.Revisé una vez más los documentos, asegurándome de que todo estuviera en orden. Los abogados y mis colegas discutían los últimos detalles, pero mi mente estaba en otra parte. Solo pensaba en Ruth y en cómo sería nuestro futuro lejos de aquí.De repente, mi teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa. Miré la pantalla y vi que era Helen, nuestra ama de llaves.Contesté rápidamente, pensando que podría ser algo trivial, pero la urgencia en su voz me heló la sangre.—Señor Leonel, no encuentro a la señora
Sentí un tremendo dolor en el pecho al escuchar la condición de Ruth.El doctor, con un semblante serio, me pidió que firmara unos papeles para que fuera sometida a una operación. Debido a la caída, había sufrido varias fracturas y tenían que retirarle la varilla.Las posibilidades de que ella sobreviviera eran prácticamente nulas. Con mis manos temblorosas, tomé la pluma y firmé, sintiendo como si estuviera firmando una sentencia de muerte.Pasaron algunas horas mientras miraba pasar a los pacientes de un lado a otro. El tiempo parecía detenerse, cada minuto se alargaba interminablemente. Observé a las familias reunidas, algunas con expresiones de esperanza y otras de desesperación. En mi mente, la imagen de Ruth luchando por su vida era omnipresente.Me había encargado de pedir a la vigilancia que fueran a la casa de Marcus. Tenía la esperanza de que lo encontraran y pudiera enfrentar las consecuencias de sus acciones. Sin embargo, él no había regresado. Un guardia me llamó.—Lo sie
—Hijo —escuché la voz de mi madre acercándose. Venía acompañada de mi padre, con una expresión de pocos amigos, y de mi hermano, que parecía furioso.El primero en acercarse fue mi hermano, dándome un empujón con toda su fuerza. Estaba lleno de ira.—¿Por qué Amelia está hospitalizada? ¿Por qué la pusiste en peligro? ¡Seguro es tu culpa! —comenzó a golpearme el pecho mientras no paraba de llorar.—¡Cierra la maldita boca! —le grité molesto, apartándolo.—No le hables así a tu hermano, él no tiene la culpa de que esa maldita mujer haya jugado con los dos. ¿Qué he hecho mal para que mis dos hijos amen a la misma mujer? —se quejó mi padre, lleno de reproche.—¿Qué demonios haces aquí? ¡Largo! —grité, pero eso no parecía intimidarlos.—Seguro uno de sus amantes la atacó —mencionó mi padre con desprecio.Estaba a punto de perder la compostura, pero mi madre me tomó de la mano, intentando calmarme.—Ya basta, este no es un lugar para atacar a nadie —dijo, evitando una confrontación mayor.M
—Hemos hecho todo lo posible, pero los golpes en su cabeza fueron muy profundos. Tiene tres costillas rotas y su pierna está... —el doctor se detuvo al ver mi rostro, tomó aire y continuó—. Tuvimos que inducirla a coma para que se desinflame. Es posible que no pase la noche. Está en terapia intensiva, lo siento mucho.—¿En qué habitación está? —pregunté, con mi voz temblando ligeramente.—Ella no puede recibir... —no lo dejé terminar. Lo tomé fuerte de la bata y le hablé muy cerca de la cara, con ira.—¿En qué habitación está mi mujer? No lo volveré a preguntar. ¿Dónde está mi mujer? —mi padre me tomó del hombro, intentando calmarme.—Leonel, contrólate. Él solo hace su trabajo. Seguro mi nuera estará bien, ella es muy fuerte —dijo actuando hipócritamente, con su tono más suave de lo habitual.Hace unos minutos, ella era una mujerzuela y ahora es su nuera.—Está en la habitación 510 —mencionó el doctor con voz temblorosa. Lo solté y me alejé sin voltear a ver a ninguno de los dos, mis