—Hijo —escuché la voz de mi madre acercándose. Venía acompañada de mi padre, con una expresión de pocos amigos, y de mi hermano, que parecía furioso.El primero en acercarse fue mi hermano, dándome un empujón con toda su fuerza. Estaba lleno de ira.—¿Por qué Amelia está hospitalizada? ¿Por qué la pusiste en peligro? ¡Seguro es tu culpa! —comenzó a golpearme el pecho mientras no paraba de llorar.—¡Cierra la maldita boca! —le grité molesto, apartándolo.—No le hables así a tu hermano, él no tiene la culpa de que esa maldita mujer haya jugado con los dos. ¿Qué he hecho mal para que mis dos hijos amen a la misma mujer? —se quejó mi padre, lleno de reproche.—¿Qué demonios haces aquí? ¡Largo! —grité, pero eso no parecía intimidarlos.—Seguro uno de sus amantes la atacó —mencionó mi padre con desprecio.Estaba a punto de perder la compostura, pero mi madre me tomó de la mano, intentando calmarme.—Ya basta, este no es un lugar para atacar a nadie —dijo, evitando una confrontación mayor.M
—Hemos hecho todo lo posible, pero los golpes en su cabeza fueron muy profundos. Tiene tres costillas rotas y su pierna está... —el doctor se detuvo al ver mi rostro, tomó aire y continuó—. Tuvimos que inducirla a coma para que se desinflame. Es posible que no pase la noche. Está en terapia intensiva, lo siento mucho.—¿En qué habitación está? —pregunté, con mi voz temblando ligeramente.—Ella no puede recibir... —no lo dejé terminar. Lo tomé fuerte de la bata y le hablé muy cerca de la cara, con ira.—¿En qué habitación está mi mujer? No lo volveré a preguntar. ¿Dónde está mi mujer? —mi padre me tomó del hombro, intentando calmarme.—Leonel, contrólate. Él solo hace su trabajo. Seguro mi nuera estará bien, ella es muy fuerte —dijo actuando hipócritamente, con su tono más suave de lo habitual.Hace unos minutos, ella era una mujerzuela y ahora es su nuera.—Está en la habitación 510 —mencionó el doctor con voz temblorosa. Lo solté y me alejé sin voltear a ver a ninguno de los dos, mis
Ya no me dedicaría a llorar; necesitaba actuar y acabar con todo esto, aunque lo haré pronto. Ansío ver la angustia, el dolor y el sufrimiento en los ojos de esos miserables. Quiero que experimenten en carne propia lo que es pagar por sus actos. Me arrebataron lo que más amaba y no creerán que me quedaré de brazos cruzados.Saqué mi teléfono y marqué el número de uno de mis contactos en el ejército. El aparato estaba frío en mi mano, como un recordatorio constante de la frialdad que debía mantener.—Leonel, qué sorpresa —mencionó él, su voz era tan familiar y distante, sin necesidad de saludos preliminares ni de ponernos al día.—¿Aún estás involucrado en el área de hackeo del ejército? —pregunté, tratando de mantener la voz firme.—No, abandoné el ejército hace algunos años, pero aún conservo algunos trucos. Dime qué necesitas —respondió, y yo sonreí momentáneamente de satisfacción. Ese toque de orgullo en su voz me recordó que él también tenía cuentas pendientes.—Necesito que me pr
La habitación quedó envuelta en un silencio tenso, solo interrumpido por la respiración agitada de Marcus y los sollozos ahogados de Beatriz. Sus ojos se encontraron, compartiendo un silencioso intercambio de miedo y desesperación mientras consideraban mis palabras.—Marcus... vámonos —susurró Beatriz con miedo, sus ojos reflejaban el terror que había sembrado en ella.—Ya que no piensan responder —en un movimiento rápido y preciso, saqué mi navaja de bolsillo y la lancé con letal determinación, rozando la cabeza de Beatriz.—Tú serás la primera a la que capturé —mi voz sonaba fríamente calmada mientras ella, con manos temblorosas, arrastraba a Marcus hacia la salida como si su vida dependiera de ello.A través de las cámaras de vigilancia, disfruté viendo cómo corrían por los pasillos y observé cómo la desesperación llenaba cada rincón del hotel.Al llegar al estacionamiento, Marcus se detuvo de golpe y sacó su celular, intentando desesperadamente un último intento de salvación. Pero
Mientras caminaba por los pasillos del hospital, mi mente estaba llena de pensamientos oscuros y resoluciones inciertas. Había perdido a Ruth una vez más y no podía soportar la idea de vivir sin ella. Pero también sabía que no podía seguir jugando con los hilos de la vida y la muerte. El eco de mis pasos resonaba en el silencio frío y estéril del hospital.Encontraría una manera de seguir adelante, de encontrar un propósito más allá del dolor. Pero por ahora, solo podía dejarme llevar por la corriente de mis emociones, tratando de encontrar un camino en medio de la oscuridad que parecía envolverme. Las paredes blancas y las luces fluorescentes del hospital solo acentuaban la sensación de vacío y desolación que me embargaba.Un doctor se acercó a mí con una expresión solemne en su rostro, su andar tranquilo contrastaba con el torbellino de emociones que se agitaban en mi interior. En sus manos, sostenía una urna pequeña de un color gris oscuro que parecía absorber toda la luz a su alre
De repente, Beatriz giró la cabeza y me vio a través de la ventana. Sus ojos se abrieron de par en par, el terror era evidente en su expresión. Su boca se movió, pero al principio no salió ningún sonido, como si el miedo la hubiera paralizado. El tiempo parecía haberse detenido mientras nuestras miradas se cruzaban.Finalmente, con un grito ahogado, logró decir:—¡Marcus, está aquí! ¡Leonel está aquí!Marcus se levantó de un salto, volteando hacia la ventana con incredulidad y alarma. Pero ya me había escondido en las sombras, observando con satisfacción cómo el miedo comenzaba a apoderarse de ellos. Los latidos de mi corazón se sincronizaban con la creciente tensión dentro de la cabaña.—No hay nadie, Beatriz —dijo Marcus, intentando sonar convincente pero fallando en ocultar el temblor en su voz—. Debe haber sido tu imaginación.Beatriz no estaba convencida, y su mirada seguía fija en la ventana, buscando cualquier signo de movimiento. El reflejo del fuego en sus ojos mostraba un al
—¡Es Leonel! —exclamó Beatriz con la voz llena de pánico—. No puede ser nadie más, estamos en medio del bosque. Marcus, por favor, no te alejes de mí.Sonreí en las sombras. Mi plan estaba funcionando perfectamente. La desesperación en su voz era como música para mis oídos. Seguí tocando la puerta, disfrutando del miedo que se intensificaba con cada golpe.Cuando Marcus finalmente abrió la puerta, la linterna proyectó mi figura sombría en el umbral, delineando cada rasgo de determinación fría en mi rostro.—Tienen cinco segundos para correr si quieren seguir vivos —dije, mi voz resonaba con una calma que ocultaba un peligro latente.Marcus reaccionó de inmediato. Tomó la mano de Beatriz y juntos se precipitaron hacia la puerta trasera de la cabaña. Desde la penumbra, observé cómo la desesperación los impulsaba.Justo cuando Beatriz cruzaba el umbral, un retumbar metálico resonó en la oscuridad. La trampa que había preparado se cerró de golpe sobre su pierna, haciéndola caer con un gri
Nuestros ojos se encontraron por un instante. Mi rostro permanecía imperturbable, ocultando las turbias emociones que se agitaban en mi interior.Con un gesto firme y deliberado, comencé a trazar líneas simbólicas sobre su piel pálida con el filo del cuchillo. Cada corte era un silencioso recordatorio de la justicia que buscaba impartir, un acto de poder sobre su vulnerabilidad.El susurro de la hoja contra la piel y el leve gemido de dolor de Beatriz resonaban en la oscuridad del sótano. Sus latidos acelerados eran audibles, marcando el ritmo de mi propósito con una inquietante armonía.Beatriz gimoteaba, su cuerpo temblaba bajo el peso de su terror y la inevitabilidad de su destino. Las lágrimas seguían surcando sus mejillas, reflejando la desesperación y la impotencia de estar a merced de mis acciones.Mientras continuaba con mi tarea, los pensamientos de justicia y venganza me envolvían como una neblina oscura. Cada acción estaba justificada en mi mente, cada detalle de mi macabro