El juicio de Camila se acercaba. Veinticuatro horas. Ese era el tiempo que la separaba de completar su plan. Su corazón palpitaba con una violencia aterradora, como si quisiera rasgarle el pecho y huir de la condena que la aguardaba. Apretó los puños hasta que sus uñas se clavaron en su piel. El miedo se aferraba a sus entrañas, pero una chispa de esperanza ardía en su interior. Agustín le había dado su palabra. Y ella lo había visto en sus ojos: se estaba enamorando de ella. Durante un mes entero, la visitó sin falta. El tiempo en prisión seguía siendo un tormento, pero prefería soportar los juegos de Agustín a volver a ser el saco de golpes de las reclusas. Desde que él apareció en su vida, nadie más se atrevió a tocarla. Ni siquiera el guardia que solía golpearla con sadismo. Lo habían destituido. Ahora, Camila era intocable. El patio: su reino El sol abrasador caía sobre el patio de la cárcel, proyectando sombras alargadas en el suelo polvoriento. Los ojos de las reclusas
Samanta llegó a casa con el corazón latiendo a toda velocidad. La imagen de Camila antes de irse, con esa sonrisa enigmática, quedó grabada en su mente. —¿Por qué tenía esa sonrisa? —preguntó en un murmullo, casi para sí misma. —¿Quién? —preguntó Alberto, frunciendo el ceño. Samanta se dio cuenta de que había hablado en voz baja. Tragó saliva y lo miró directo a los ojos. —Camila. Tenía una sonrisa cuando se la llevaron. Alberto suspiró, tomándose un momento antes de responder. —No lo sé, pero me aseguraré de que no salga. Samanta asintió, sintiendo una ligera tranquilidad en su pecho. Sin embargo, en el fondo, algo en ella le decía que Camila no se daría por vencida tan fácilmente. *** En la prisión, Camila caminaba con la cabeza en alto y una sonrisa cada vez más grande. La escoltaban los guardias, pero no parecía una reclusa común, sino una reina volviendo a su trono. Las miradas de las demás presas la seguían, llenas de odio, miedo y envidia. Ninguna había logra
—¿Qué descubriste? —preguntó Samanta en cuanto Alberto cruzó la enorme puerta. Él la miró con el rostro sombrío, su voz salió grave, casi como un susurro. —Es verdad… Camila está muerta. Yo mismo vi su cuerpo. Está llena de moretones… y tenía varias puñaladas. Samanta sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su respiración se volvió pesada mientras intentaba asimilar la noticia, a pesar de los que intento hacerle, la idea de morir de esa forma le causaba malestar. —Qué horror… —susurró, abrazándose a sí misma. Dagne, que había estado en el sofá jugando con la bebé, alzó la vista con el ceño fruncido. —¿Qué habrá hecho Camila para terminar así? Samanta la miró incrédula. —¿Lo preguntas en serio? Dagne se encogió de hombros. —Es que… sé que era una grandísima perra, pero pensé que en la cárcel se calmaría un poco. —Al parecer, no. —Alberto suspiró, pasando una mano por su rostro —Y por eso terminó así. El silencio llenó la sala por unos segundos, solo interrumpido
—Te vas a casar en una semana. Samanta—Me quedó paralizada durante unos segundos, el matrimonio nunca paso por mi mente. —Padre, ¿De que estás hablando? —Te digo que te casarás. —No quiero casarme, soy muy joven. —No es lo que quieras, es lo que tiene que hacer por el bien de la familia, tiene que hacerlo, te recuerdo que fue tu culpa que nos encontremos en esta situación. Solo tuya. —Sus palabras son como antorcha que queman mi piel. Aún así sigo implorando. Con mis ojos llenos de lágrimas le pido. —Padre por favor, no estoy preparada para eso. —Eso no es asunto mío, te dije que te casas y lo haces, y no vuelvas decir nada más del tema. —Esta bien padre, lo haré. —Estas palabras pesan en mi garganta. —Me alegra que no te resista. Sabe que estamos en quiebra, tú más que nadie sabes el porque. —¿Qué se supone que haga ahora? —Vamos a conocer a tu suegro y futuro esposo. —¿Qué tiene esa familia de especial? —Son una familia de mucho dinero, creyeron en
Rosa—Estas hermosa querida. Samanta. —Gracias madre. Tengo la piel de gallina, estoy sudando frío. Me veo en el espejo para asegurarme de no estropear mi maquillaje, respiro profundo y pienso que todo pasará rápido. —Vamos Samanta, tú puedes, no pasará nada. —Digo esto en mi mente una y otra vez, hasta lograr tranquilizarme. Comienza a sonar la música, mi padre me espera con una gran sonrisa. —Te ves bellísima. —Gracias padre.—Hago una sonrisa amarga. Sacerdote—Estamos aquí para celebrar la unión de dos personas que se aman... Durante todo el tiempo que el sacerdote habló estaba ausente. Pensaba en como sería mi vida luego de salir de esto. Me iré lejos, nunca más volveré a este lugar, estaré lo más lejos de mis padres como me sea posible. Siento un pellizco y miro a mi lado. Es hora de realizar los votos. Luego de la boda las personas nos felicitan, no conozco a nadie en absoluto, más que a mis padres. Alberto—Tenemos que mantenernos juntos. Samanta—¿Tie
Camila. Esa noticia me cayó como balde de agua fría, ni en mi cinco sentido podría deducir eso. ¿Cómo paso eso? Solo me fui por 6 meses. —No entiendo Alberto, no sabía que tenías novia. Alberto. —Vamos a mi despacho, yo te explico... Andrea. —Hola señora, estoy aquí porque nunca me dijo que desea comer. Samanta. —Lo siento, ¿Puedes hacer una lasaña? por favor. —Por supuesto que sí. Camila. —Pero entonces, rompiste nuestra promesa. —Dice esto con una tristeza que cualquier hombre cae completamente rendido. —¿Qué promesa? —La que hicimos cuando estábamos en último año de secundaria. —Han pasado como diez años, no recuerdo de que promesas hablas. —Dijimos que nos casaríamos por amor. —Ya recuerdo, pero a veces las cosas no pasan como planeamos, pero no puedes decir nada de lo que hablamos aquí. —Sabes que soy una tumba, por algo somos los mejores amigos. Samanta. En lo que Andrea termina de hacer la lasaña, decido pasear por la casa, tengo q
Rob—Samanta, la razón por la que decidí llamarte, es porque sé que estuviste trabajando como modelo en Londres en los últimos dos años, aparte, estudiaste química cosmética en la universidad. Samanta. —Si, pero casi no recuerdo mucho de mí profesión. Rob—Descuida. Tú elegirás en dónde quieres pertenecer, si en el área de química o modelaje. Samanta—Prefiero el modelaje. —Excelente, puedes retirarte. Dagnes. —Señora Monroe que bueno que la veo, el desfile será en 3 días. —¿Por qué tan rápido? —Orden de su padre señora. —¿Que necesitas? —Debemos de ensayar. Por cierto, sabe donde está la señorita Laurence. —Con el señor Monroe me imagino. —No la vi pasando a la oficina del señor Monroe y tengo un ratico aquí. —No dónde el señor Rob. —Ahh. Se queda mirándome de una manera extraña. —¿Qué ocurre? —Nada, es solo que usted le dice señor a su esposo. —Ahh, eso, le sonrió de forma forzada y me voy. Alberto. —Camila no me gustó que trajeras a
Samanta. Mi mente no ha podido sanar las heridas del pasado, las duras palabras de mi padre vienen una y otra vez. Toc Toc. Alguien toca la puerta y me apresuró a preguntar. —¿Quién es? —Es Gloria señora. Le abro a la chica de servicio. Gloria. —Buenas tardes. Es para informarle que la cena está lista. Samanta. —Esta bien. Comeré aquí. La chica sale sin más. Nuevamente me hundo en mis pensamientos, de repente siento que mi puerta se habré de un tirón. —¿Se puede saber que haces aquí? ¿Quién te dió permiso de entrar a mi habitación de esa manera? Camila. —Tú habitación. Por favor, no me hagas reír. Te recuerdo que tú no tienes nada, todo esto—lo dice mirando y señalando todo alrededor —es de Alberto. Samanta—Y yo soy su esposa. Camila—Pero no por amor, es como si fuera una esclava. Samanta—Los documento dicen lo contrario. Camila. —No voy a perder el tiempo con alguien como tú, sin valor. Samanta. —¿Sé puede saber que te hice para que me fastidie