Capítulo 4.

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

 

-Julio Cortázar-

 

Chantal.

Se puso de pie de un brinco mirando a los dos hermanos mientras entraban en la habitación. Los ojos de Derek iban de Sam a Chantal con diversión, no entendía que acababa de pasar para que la rizada reaccionara así. Suponía que era costumbre de ella ser tan exagerada, se ponía roja por casi todo, y este caso no era la excepción. Aunque la veía un poco torpe e inexperta en cualquier aspecto, le agradaba mucho su sencillez e inocencia, además de ese toque melancólico que dejaba ver en su negra mirada. 

En cambio su hermano, no pensaba lo mismo, o al menos eso aparentaba. Los ojos de Dixon se clavaron en Chantal. La observaba con esa fría mirada suya que, para Derek era costumbre, pero para otra persona se podía volver bastante inquisitiva e incómoda. La miraba raro, sí, como si no hubiera nadie más dentro de esa oficina más que ellos dos. Como si, solo las rojas mejillas de ella fueran merecedoras a todo el desprecio que afloraba en sus ojos. ¿Desprecio?, era eso lo que gritaban los ojos de Dixon. Nunca lo sabría, al menos no por ahora. Esa capa oscura y protectora que su hermano mayor siempre llevaba encima, hacía que le fuese, hasta cierto punto, indescifrable. 

—Buenas tardes mis amados trabajadores —siempre tenía que ser él quien rompiera los momentos incómodos—. Veo que ya mi "Charming Girl" conoce a nuestro editor —les sonrió cordialmente. 

—Sí, ya hablamos de su trabajo y hasta me dio sugerencias para la página —dijo Sam amablemente—. Justo me daba su correo— le sonrió a Chantal—, ya no quedan cabos sueltos. 

—Siempre supe que sería muy competente —la seguridad en Derek al hablar de ella era palpable—. Lamento mucho no haberte dado el recorrido como prometí Chantal, tuve algunos percances —le dijo apenado—, pero ya todo se resolvió, soy todo tuyo si tienes alguna duda. 

Sam y la rizada no pudieron evitar reír ante tal cometario, Derek era todo un bromista. Dixon, en cambio, los miraba serios, arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho. 

—No es necesario —repuso Chantal aún riendo—. Ya entendí todo y solo necesito la dirección de la página . 

Se sentía feliz al estar allí, rodeada de personas nuevas y agradables, bueno casi todas ellas. Había notado como el indeseable creído la observa. 

"¡Pedazo de idiota!. ¿Quién se cree para mirarme así? ¿El puto amo?", solo ofensas surcaban su pensamiento. 

A pesar de mantener un perfil divertido, su mente bipolar, notaba la obvia reacción de Dixon. 

—Bien, pues no creo que tengamos que perder más el tiempo aquí, tenemos mucho que hacer aún —espetó el indeseable—. Se nota que "Charming Girl" se siente muy comoda —la miró con recelo, quería que se sintiera incómoda y lo logró. 

—Sí, tengo todo claro aquí —no se dejaría aplastar por él—. Ya me iba, a no ser que tengas algo más que apuntarme, Derek —miró al rubio. 

—De hecho sí —respondió este—. No te he mostrado tu oficina —la tomó de la mano, prácticamente la arrastró fuera. 

Pasó tan cerca de Dixon que su mirada negra rozó con aquel mar azul. Él apartó la vista desinteresado, ella lo siguió mirando, le daba curiosidad porqué tanta hostilidad hacia ella. Dixon, observó a Sam seriamente. Este solo se giró en su asiento y se dispuso a seguir con su trabajo. Salió del local y se dignó a seguir a aquellos dos que parecían par de locos por los pasillos. 

Derek guiaba a la rizada que, cada rato miraba hacia atrás, viendo como aquel chico frío y calculador los seguía. Se detuvieron frente una puerta común. El rubio la abrió para ella, le indicó que pasara. Lo hizo, pero este no la acompañó pues, su móvil sonaba y debía atender la llamada. 

Se adentró en la oficina. Era pequeña, pero suficiente para una sola persona, tenía un bonito escritorio marrón con una cómoda silla del mismo color. Las paredes estaban pintadas de un color marfil brillante. Las decoraciones eran sencillas y muy femeninas. Lo que más llamó su atención fue un cuadro con mariposas blancas de diferentes tamaños y a relieve. 

"Otra vez las mariposas ¿Será el destino?", su mente se envolvió en tristeza, les recordaba a su abuela.

...—Son hermosas, abuela Rose —la pequeña Chantal sostenía entre sus manos una esfera de cristal transparente, que dentro tenía un pequeño prisma en forma de corazón, en este estaban incrustadas varias mariposas blancas y traslúcidas—, pero se ven un poco tristes —detallaba el regalo—. Están sosas como los dulces de mamá. 

—Eso es porque necesitan luz para brillar —dijo sonriente la señora ante las ocurrencias de su nieta—. Se ven muy lindas, es verdad, pero están vacías por dentro, necesitan su complemento —tomó la esfera y la dirigió al rayo de sol que se escurría por la ventana del hospital. Las mariposas tomaron los disímiles colores que el prisma le brindaba, pero era la cara de Chantal la que se iluminaba ante tal escena. Reía de gozo ante la preciosidad que sus ojos captaban—. Todos necesitamos ese algo que nos haga brillar mi niña, recuerda, a esta vida venimos en una mitad, y nos dedicamos sin quererlo a buscar la otra que nos falta—. Chantal le sonrió bellamente, aún era muy pequeña para entender esas palabras.

La puerta del cuarto se abrió. El señor Robinson entró desesperado. Llegó a la camilla donde se encontraba postrada su esposa con unos sueros. Tomó su mano y besó su cabeza. La madre de Chantal sonrió, se le iluminó el moribundo rostro, lágrimas le corrieron por las mejillas mientras, aquel hombre, con sus orbes negros, la miraba con lástima y algo de culpa. 

—Ya te entiendo, abuelita —expresó la niña orgullosa viendo la escena entre sus padres. 

—No, querida —observó recelosa al marido de su hija—, el complemento de una vida, da amor, uno real y sin medidas, sin importar nada. No se basa en tomar cosas a la fuerza por una obsesión —esta vez miró a su hija. 

Tomó a la niña en brazos mientras esta la miraba confusa, la sacaría a dar un paseo...

Sus dedos recorrían el relieve de aquel cuadro. Se pasaban por las alas blancas de los insectos. Perdida en sus recuerdos, no notó que alguien observaba la delicadeza con la que admiraba aquella obra. 

Dixon, en la puerta, la contemplaba. Sus ojos recorrían su triste rostro. Los dedos se le veían tan finos, tan delicados, como si fueran una parte más de aquel cuadro. Aquella ropa holgada que llevaba se le asentaba bien a su delgada figura. Los cabellos rizos en esa alta cola le caían por la espalda como una cascada azabache y profunda. Tal vez no era del todo tan fea o tan insípida como la creía. Tal vez sí había algo interesante en ella. Tal vez, algún día, él sería capaz de olvidar porque odiaba tanto a Chantal Robinson. 

—Tendrás que pagar eso si lo rompes con tus dedos de animal curioso —se sacó a sí mismo de sus estúpidos pensamientos. La rizada dio un brinco. 

—No romperé nada —espetó furiosa y asustada—, y mis dedos no son de animal ¿Quién te has creído? 

—Uno de los financiadores de este proyecto que mi hermano ansía tanto —la miró de arriba a abajo mientras se adentraba más a la oficina—. Me corresponde velar por lo que he invertido — le señaló el cuadro. 

—Lo siento, no volverá a pasar —dijo apenada. No sabía que Dixon también financiaba el proyecto—. Es que me parecieron hermosas, son igual al tema de la página, creo que fue una genial ide... —no pudo terminar la frase. 

Él estaba muy cerca. Sus penetrantes iris azul oscuros se clavaron en los infinitos de ella. Tragó en seco, no sabía que le pasaba. Sintió calor por toda su cara y su cuerpo. Rígida apartó la mirada. 

—Fue idea de Debby, nuestra secretaria. Ella sí es una mujer con buen gusto —la miró con despecho está vez. 

"¿Acaso está insinuando que yo no tengo buen gusto?", se reprimió mentalmente. Debía controlarse, se acababa de enterar de que el indeseable era también su jefe. 

—Sí, ella es una mujer muy hermosa —hipócritamente le dijo.

—Sí, lo es —segundó él sin mucha emoción —deberías juntarte con ella y no andarle sonriendo a todo el hombre que trabaja en la revista —sin saber cómo, esas palabras dejaron su boca. 

Chantal lo miró extrañada. ¿A qué se debía ese comentario? ¿Creía él que ella era una cualquiera? 

—No sé porqué dices eso y tampoco me interesa —intentó no parecer enfadada—, si voy a pasar parte de mi tiempo aquí, me voy a relacionar con todo el personal de la revista. Voy a ser sociable y no es de tu incumbencia decirme con quién andar o a quién sonreírle —lo enfrentó. 

Él rió socarronamente. La rizada se había defendido bien y fue una torpeza de él comentar aquello, pero no podía quedarse callado. 

—Exijo que te comportes profesionalmente, como sea que veas a los hombres aquí, mantén tus hormonas quietas y limítate a hacer tu trabajo de "Charming Girl" solo con quien te pida ayuda en las redes —la miró indiferente. La rizada estaba que iba a explotar, pero mantuvo la calma. 

—Sí, de hecho considero que el personal masculino que conozco hasta ahora es muy agradable —le sonrió cínicamente—, excepto por ti, claro — lo miró de arriba a abajo—, que no eres más que un completo estúpido y arrogante —se lo dijo tranquilamente. Tanto, que a Dixon le dieron ganas de reír. 

Ella, en cambio, salió de la oficina disparada. Nunca, nunca en su vida había conocido a un ser tan indeseable como aquel hombre. 

Él con su perfecto rostro y ese buen cuerpo, tenía la habilidad de irritarla como nadie. 

"Imbécil", le maldecía en sus pensamientos 

"Idiota creído", caminaba rápido por aquel pasillo, ya no tenía más nada que hacer ahí por hoy. 

"Maldito estúpido de ojos hermosos", frenó en seco delante del elevador. 

No podía creer lo que su mente había acabado de pensar. Sacudió su cabeza apartando aquel erróneo comentario.

El resto de la semana transcurrió como de costumbre. Clases, seminarios, tareas investigativas. Iba por la tarde a la editorial, hablaba con Derek y molestaba a Sam porque su página aún no estaba lista. Agradecía no haberse topado más con Dixon en toda la semana. Se dedicó a darle un toque personal a su pequeña oficina y ambientarla más a su gusto. Aunque no podía creerlo estaba ansiosa por comenzar con su tarea en aquel lugar. Era viernes por la noche, y más que saberlo el cuerpo de Chantal, Anne lo sabía. Parecía una adolescente emocionada maquillando y "peinando" a la rizada. Le delineó los ojos y le puso máscara de pestañas, le daban un toque sexy y misterioso a su mirada negra. El labial marrón en sus carnosos labios contrastaba con su piel y su pelo suelto a un lado. Se puso de pie cuando la rubia se lo indicó. Se miró en el espejo, no parecía ser ella la chica en jeans altos apretados, blusa corta y holgada que dejaba ver parte de su abdomen y en tacones que había en el reflejo. Salieron las tres juntas. 

Como Chantal había prometido, irían a divertirse y beber unas copas. Entraron a la disco más exclusiva, lugar que Anne frecuentaba. El sitio que se veía bastante costoso. Las luces cegaban y la música retumbaba. Estaban sentadas en unos sofás negros con una mesa de cristal en el medio, estos rodeaban la pista de baile. Anne había ido por la quinta ronda de bebidas. Chantal ya sentía el calor del alcohol subir por sus mejillas. Se sentía bien, hacía rato que no despejaba su mente así. 

—¡Este lugar es increíble¡ —gritaba Amber en su oído—. ¡Ya tengo ganas de salir a bailar! 

—Esperemos que Anne llegue con los tragos —odiaba la idea de meterse entre las personas sudorosas a hacer el intento de seguir el ritmo de la música—, no podemos separarnos. 

—No es ese tu jefe y su hermano al que tanto odias —dijo Amber apuntando a la izquierda de la rizada. —¿Qué? —gritó confusa—. No te escucho, es que hablas muy bajo. 

—¡Mira! —la castaña la invitó a que girará su cabeza, y los vio. 

Ambos chicos llegaron robándose la atención de todo el que pasaba a su alrededor. Iban acompañados de tres chicas muy hermosas. Derek sonreía de forma simpática y encantadora, como siempre. Dixon tenía su mirada misteriosa y profunda, desatando la coquetería de las mujeres del lugar. Chantal los observó, se veían divinos en aquellas camisas apretadas con sus cabellos sensualmente desordenados. Mas, como si los ojos de la rizada quemaran, Dixon notó su presencia. Ambas miradas se encontraron. Serios e inexpresivos, o eso creían ellos, pues el evidente sonrojo de Chantal y la sonrisa de medio lado de él, indicaban que esa, iba a ser una noche muy interesante, y sin duda, lo sería.

 

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