El amanecer se filtró por las ventanas de la habitación, iluminando suavemente el espacio con tonos dorados. Después de una noche inquieta, finalmente había logrado conciliar el sueño en las horas de la madrugada. Los acontecimientos recientes seguían rondando su mente, pero decidió que no podía permitirse hundirse en la incertidumbre.Se levantó lentamente, y se fue a duchar, luego se vistió con un sencillo vestido azul, y caminó al cuarto de su hija, quien ya estaba despierta y vestida.—Hola princesa —la saludó con un ágil movimiento de sus manos, para luego abrazarla.La niña la besó y luego le preguntó.—¿Nos vamos a ir de esta casa? Ya no quiero a papá —expresó gesticulando sus manos con firmeza.Amelia sintió que se le encogía el corazón al ver la tristeza y determinación en los ojos de su hija. Se arrodilló frente a ella, tomando sus pequeñas manos entre las suyas.—Mi amor, entiendo que estés molesta y confundida —respondió Amelia con suavidad en lenguaje de señas—. Pero no
Mientras salían de la casa, Esmeralda añadió:—Ya verás como Alejandro caerá rendido a tus pies babeando como un tonto… así era su papá, no se dan cuenta de lo que quieren tan fácilmente —pronunció la mujer con un suspiro.Amelia se sintió un poco extraña por las palabras de su suegra y pensó que quizás ella no se recordaba que ese matrimonio no era por amor, por eso intentó aclararle.—Señora Esmeralda, ¿Acaso no se recuerda las razones por las cuales su hijo se casó conmigo? —no esperó respuesta y continúo hablando —, fue por Anaís.La mujer se sonrió con picardía.—Ay hija, eres una ingenua ¿De verdad crees que mi hijo se casó contigo por Anaís? —soltó una carcajada —, él adoptó legalmente a la niña, tú por más madre biológica no podías quitársela, así que no era necesario casarse contigo, esa fue la excusa que se dijo el mismo para justificar casarse contigo porque le moviste los cimientos Amelia. Le gustaste, pero es tan orgulloso que primero muerto que reconocerlo así como así.
Los días pasaron con una lentitud exasperante para Alejandro. Desde aquella llamada con su madre, la incertidumbre lo consumía. Había intentado comunicarse con Anaís varias veces, pero su hija se mostraba distante. Las conversaciones por video llamada eran breves y frías, algo completamente inusual en ella. Cada vez que preguntaba por Amelia, obtenía respuestas evasivas o le decían que no estaba disponible.Una noche después de finalizar una reunión, decidió intentarlo de nuevo. Marcó el número de la casa y esperó con impaciencia a que alguien contestara.—¿Hola? —La voz de su madre le respondió al otro lado.—¡Mamá! —exclamó Alejandro, aliviado—. ¿Cómo están por allá? Por fin puedo hablar contigo.Su madre no dudó antes de responder.—Todos estamos bien.Notó la frialdad en su tono y sintió una punzada de preocupación.—¿Ha pasado algo? Te noto diferente.Su padre hizo una pausa.—Estamos muy ocupadas.Alejandro frunció el ceño. Esto no era normal.—Entiendo. ¿Está Amelia? Me gustar
La respuesta aguda de Amelia dejó a todos los presentes boquiabiertos, mientras don Aurelio recuperaba la compostura y se enderezaba, claramente enfadado. Alejandro, sin embargo, seguía paralizado en el umbral de la sala, incapaz de apartar la mirada de su esposa. Cada palabra de Amelia había resonado profundamente en su pecho, como si fueran golpes que lo despertaban de un sueño largo y confuso.Romaira, que se encontraba cerca de don Aurelio, palideció y se paró en frente de Amelia.—¡Esto es una farsa! —exclamó—. ¡No puede ser cierto!Por fin Alejandro recuperó la voz, reaccionó y avanzó hacia donde estaba Amelia, tomándola con una mano por la cintura y atrayéndola a él.—Es verdad —afirmó con seguridad—. Amelia es mi esposa.El abuelo lo miró con furia contenida.—¿Cómo va a ser? Pensé que era la niñera de Anaís ¿Por qué no me habías dicho nada?Alejandro enfrentó su mirada.—Porque sabía que reaccionarías de esta manera. Además, soy un hombre y no necesito de tu autorización p
Las palabras de López resonaron en la mente de Alejandro como un eco interminable. Sergio Castillo. El hombre del hombre que había sido el cliente más frecuente de Amelia le provocaba una mezcla de celos y rabia que no podía controlar."¿Señor Valente? ¿Sigue ahí?" La voz de López lo sacó de sus pensamientos.—Sí, sí... gracias por la información, López, —respondió Alejandro secamente antes de colgar.Se sirvió otro vaso de whisky y lo bebió de un trago, sintiendo cómo el alcohol quemaba su garganta. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictoriosAlejandro sentía que su cabeza iba a explotar. La imagen de Amelia con Sergio Castillo se repetía una y otra vez en su mente, atormentándolo. Sabía que no tenía derecho a juzgarla por su pasado, pero los celos lo estaban consumiendo, hasta el punto de que tenía la sensación de estar enloqueciendo."¿Y si realmente se acostó con él? ¿Y si Anaís en verdad es hija de Sergio?", se preguntó, y aunque eso en sí no le molestaba, sino el
Alejandro se sintió la peor persona del mundo, no podía creer lo que había hecho, se pasó la mano por la cabeza en un modo desesperado.—Debo regresar para hablar con ella, mamá, necesito pedirle perdón —sin esperar respuesta de su madre, salió de la habitación, sintiéndose peor que nunca. Las palabras de ella habían sido como un balde de agua fría, y la vergüenza lo consumía por dentro. Había permitido que los celos, el alcohol y sus inseguridades lo llevaran a punto de hacerle daño. Se detuvo en la escalera por un momento, apoyando una mano en la barandilla mientras respiraba profundamente.—¿Cómo llegué a esto? —se preguntó con desesperación. Necesitaba hablar con Amelia, disculparse de inmediato, pero no podía hacerlo en el estado en que se encontraba, necesitaba aclararse, porque el alcohol aún nublaba su mente, y lo último que quería era volver a discutir con ella.Con pasos pesados, se dirigió a la cocina. Allí, se preparó un café bien cargado y terminó tomándose varias tazas
Las palabras de Anaís cayeron sobre Alejandro como una avalancha. Su pequeña hija, a la que tanto amaba, lo estaba rechazando. Sintió como si su corazón se rompiera en mil pedazos al ver la seriedad y el enojo en el rostro de la niña.—Anaís... —susurró al mismo tiempo que gesticulaba, tratando de acercarse a ella, pero la niña retrocedió, extendiendo los brazos con firmeza.—No quiero que me hables —dijo gesticulando con manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas—. Tú... tú estabas con otra mujer en una foto, no nos quieres a mi mamá y a mí… voy a buscar un papá que nos ame.Alejandro sintió una punzada de dolor al escuchar las palabras de Anaís. Su pequeña hija, con esos ojos llenos de lágrimas y desconfianza, lo estaba rechazando de una manera que no había imaginado posible. Respiró hondo y, con la mayor suavidad posible, se acercó a ella arrodillándose al frente para estar más cerca de su altura.—Anaís, por favor, escúchame —dijo con voz suave, mientras movía sus manos con
Amelia tomó un profundo respiro, y aunque su voz temblaba, decidió continuar. —Yo… era la princesa de la familia Vega Delgado, la mejor alumna de mi escuela, la mejor atleta, creo que la mejor en todo. Pensé que mis compañeros de clase me querían. El día de la fiesta de mi graduación aunque no quería ir sola, al final como ninguno de mis hermanos me quiso acompañar, fui sola, mi padre me dejó en la fiesta para buscarme más tarde… ese día bailé como nunca, disfruté. Cuando me cansé me fui a sentar en mi mesa, y justo en ese momento se fue la luz, segundos después sentí que alguien me cubrió la boca, y me agarraron. Se pasó la mano por la cabeza, mientras esos desagradables recuerdos llegaban a su mente.—De allí me llevaron al baño, vi el rostro de Manuela Sarmiento, la prima de Sergio, Harry Fox, Joan Camero, Giulio Morello, Jonás Smith y Naomi Williams… antes de hacer lo que me hicieron ... —Amelia tragó saliva, sintiendo la amargura y el asco que esos recuerdos le traían—, no s