Las palabras de Anaís cayeron sobre Alejandro como una avalancha. Su pequeña hija, a la que tanto amaba, lo estaba rechazando. Sintió como si su corazón se rompiera en mil pedazos al ver la seriedad y el enojo en el rostro de la niña.—Anaís... —susurró al mismo tiempo que gesticulaba, tratando de acercarse a ella, pero la niña retrocedió, extendiendo los brazos con firmeza.—No quiero que me hables —dijo gesticulando con manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas—. Tú... tú estabas con otra mujer en una foto, no nos quieres a mi mamá y a mí… voy a buscar un papá que nos ame.Alejandro sintió una punzada de dolor al escuchar las palabras de Anaís. Su pequeña hija, con esos ojos llenos de lágrimas y desconfianza, lo estaba rechazando de una manera que no había imaginado posible. Respiró hondo y, con la mayor suavidad posible, se acercó a ella arrodillándose al frente para estar más cerca de su altura.—Anaís, por favor, escúchame —dijo con voz suave, mientras movía sus manos con
Amelia tomó un profundo respiro, y aunque su voz temblaba, decidió continuar. —Yo… era la princesa de la familia Vega Delgado, la mejor alumna de mi escuela, la mejor atleta, creo que la mejor en todo. Pensé que mis compañeros de clase me querían. El día de la fiesta de mi graduación aunque no quería ir sola, al final como ninguno de mis hermanos me quiso acompañar, fui sola, mi padre me dejó en la fiesta para buscarme más tarde… ese día bailé como nunca, disfruté. Cuando me cansé me fui a sentar en mi mesa, y justo en ese momento se fue la luz, segundos después sentí que alguien me cubrió la boca, y me agarraron. Se pasó la mano por la cabeza, mientras esos desagradables recuerdos llegaban a su mente.—De allí me llevaron al baño, vi el rostro de Manuela Sarmiento, la prima de Sergio, Harry Fox, Joan Camero, Giulio Morello, Jonás Smith y Naomi Williams… antes de hacer lo que me hicieron ... —Amelia tragó saliva, sintiendo la amargura y el asco que esos recuerdos le traían—, no s
Alejandro aceptó la uva, sus ojos sin apartarse de los de Amelia. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza, consciente de la intimidad del momento. Cuando sus labios tocaron los dedos de Amelia, sintió una corriente eléctrica recorrer todo su cuerpo.Ella tragó saliva, sintiendo cómo su respiración se aceleraba ligeramente. La cercanía de Alejandro, su voz suave, y el toque de su mano sobre la suya encendían una chispa en su interior que había tratado de apagar.—Alejandro… —susurró, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando él se inclinó un poco más, tan cerca que podía sentir su aliento en su piel.—Amelia —repitió él, sus ojos centelleando con esa mezcla de deseo y sinceridad que la desarmaba—, no quiero perderte.Ella cerró los ojos por un momento, dejando que el calor de la proximidad de Alejandro la envolviera. Había tantas cosas que aún debían resolver, tantas heridas que sanar, pero en ese instante, el peso de las emociones compartidas le hacía sentir un sent
Alejandro tomó un momento para reflexionar mientras miraba el teléfono, pensando en aceptar o no la llamada. Pronto llegó a la conclusión de que era mejor no responderle al padre de Amelia, de esta manera lo lograría desesperar y después de todo eso era lo que quería.Con una sonrisa maliciosa, Alejandro hizo un gesto a Trevor.—Dile al señor Vega, que no puedo atenderlo, —ordenó con voz alta y fría—, porque voy a estar con mi esposa y mi hija —concluyó Alejandro en voz alta, asegurándose de que Trevor escuchara su mensaje. Luego le pasó el teléfono a su asistente sin añadir nada más, dejando claro que no estaba dispuesto a hablar con él.Trevor, sorprendido por la frialdad en la voz de su jefe, asintió y transmitió el mensaje. Un momento después, Alejandro se quedó solo en la oficina, sintiendo una mezcla de satisfacción y ansiedad, deseaba ver a cada uno de las personas que le hicieron daño a Amelia padeciendo, y aunque jamás podía compararse lo que sufrió Amelia con ellos, por lo
Amelia y Alejandro se miraron, atónitos por la inesperada interrupción de don Aurelio. El rubor en las mejillas de Amelia se intensificó mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para responder. Alejandro, por su parte, luchaba por contener una sonrisa que amenazaba con asomar, por haber sido descubierto, mientras miraba el rostro rojo de su esposa.—Abuelo... —intentó decir Alejandro, pero antes de que pudiera continuar, don Aurelio levantó una mano, cortándole el paso.—¡Son unos desvergonzados! —exclamó, agitando su bastón en el aire como si quisiera recalcar sus palabras—. No son adolescentes para andar exhibiéndose de esta manera por los jardines de esta casa. ¡Yo jamás hice eso! —añadió, con una indignación que parecía más teatral que real.Fue entonces cuando Amelia, a pesar de la incomodidad del momento, no pudo evitar soltar una carcajada. Su risa resonó en el jardín, clara y despreocupada, sorprendiendo tanto a Alejandro como a don Aurelio.—¿De qué te ríes, much
Alejandro giró la cabeza hacia ella, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y diversión.—¿Las cláusulas? —preguntó, levantando una ceja.Amelia tragó saliva, sintiéndose expuesta, pero no quiso echarse atrás.—Sí, quiero ver si hay alguna cláusula que permita revisiones... o incluso renegociaciones —respondió con aparente tono casual, su voz sonando más firme de lo que se sentía.Alejandro la miró fijamente durante unos segundos, luego se incorporó un poco en la cama, apoyándose en un codo.—Me parece que podríamos hacer algunas revisiones, pero dependerá de qué cláusulas quieras renegociar —dijo, su tono ligero, pero con un trasfondo de mezcla de diversión y curiosidad.Amelia lo miró, sabiendo que se iba a dejar en evidencia, pero también sintiendo que tal vez eso era lo que necesitaban para avanzar. Su corazón latió con fuerza, mientras pensaba en las palabras adecuadas para hablar.—Empecemos por la cláusula de que no podemos tener a otras parejas y debemos ser fieles… pe
Alejandro se separó un momento para mirar a Amelia a los ojos, de nuevo la dejó de bajo de él. En ellos vio un brillo de anticipación mezclado con un toque de nerviosismo. Sonrió con ternura y acarició suavemente su mejilla.—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó en voz baja—. No hay prisa, podemos esperar si no te sientes lista.Amelia sintió que su corazón se derretía ante la consideración de Alejandro. —No hay ninguna duda —respondió con firmeza—. Te amo, Alejandro. Quiero estar contigo en todos los sentidos.La convicción en sus palabras levantó un peso invisible de los hombros de Alejandro, su corazón se llenó de una mezcla de alivio y adoración. Sus labios rozaron los de ella con una reverencia reservada para momentos grabados en la eternidad. Se movieron en una suave cadencia, una exploración tierna que buscaba transmitir su amor de manera más elocuente de lo que las palabras podrían. Lentamente, Alejandro deslizó sus labios por el cuello de Amelia, depositando
Amelia despertó al sentir la suave presión de los labios de Alejandro recorriendo su espalda. Un suspiro de satisfacción escapó de sus labios, y aunque intentó mantenerse dormida, la calidez de su toque la fue arrastrando poco a poco a la realidad.—Levántate, perezosa —murmuró Alejandro con voz ronca, mientras continuaba dejando besos a lo largo de su columna vertebral.Amelia dio un leve quejido y se acurrucó más bajo las mantas, pero la sonrisa en su rostro delataba lo mucho que estaba disfrutando del despertar.—Amor, quiero ducharme contigo —dijo Alejandro, su aliento cálido acariciando su piel—. Después de llevar a la pequeña a su primer día de clases, ¿Me vas a acompañarme a la oficina? —preguntó, aunque no esperó respuesta—, aparte de eso, antes quiero hacer unas cositas contigo en el baño —añadió con un tono juguetón, lleno de intención.Amelia, medio abriendo los ojos, lo miró por encima del hombro, con una expresión de incredulidad y un toque de diversión.—¿Alejandro Valen