Alejandro aceptó la uva, sus ojos sin apartarse de los de Amelia. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza, consciente de la intimidad del momento. Cuando sus labios tocaron los dedos de Amelia, sintió una corriente eléctrica recorrer todo su cuerpo.Ella tragó saliva, sintiendo cómo su respiración se aceleraba ligeramente. La cercanía de Alejandro, su voz suave, y el toque de su mano sobre la suya encendían una chispa en su interior que había tratado de apagar.—Alejandro… —susurró, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando él se inclinó un poco más, tan cerca que podía sentir su aliento en su piel.—Amelia —repitió él, sus ojos centelleando con esa mezcla de deseo y sinceridad que la desarmaba—, no quiero perderte.Ella cerró los ojos por un momento, dejando que el calor de la proximidad de Alejandro la envolviera. Había tantas cosas que aún debían resolver, tantas heridas que sanar, pero en ese instante, el peso de las emociones compartidas le hacía sentir un sent
Alejandro tomó un momento para reflexionar mientras miraba el teléfono, pensando en aceptar o no la llamada. Pronto llegó a la conclusión de que era mejor no responderle al padre de Amelia, de esta manera lo lograría desesperar y después de todo eso era lo que quería.Con una sonrisa maliciosa, Alejandro hizo un gesto a Trevor.—Dile al señor Vega, que no puedo atenderlo, —ordenó con voz alta y fría—, porque voy a estar con mi esposa y mi hija —concluyó Alejandro en voz alta, asegurándose de que Trevor escuchara su mensaje. Luego le pasó el teléfono a su asistente sin añadir nada más, dejando claro que no estaba dispuesto a hablar con él.Trevor, sorprendido por la frialdad en la voz de su jefe, asintió y transmitió el mensaje. Un momento después, Alejandro se quedó solo en la oficina, sintiendo una mezcla de satisfacción y ansiedad, deseaba ver a cada uno de las personas que le hicieron daño a Amelia padeciendo, y aunque jamás podía compararse lo que sufrió Amelia con ellos, por lo
Amelia y Alejandro se miraron, atónitos por la inesperada interrupción de don Aurelio. El rubor en las mejillas de Amelia se intensificó mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para responder. Alejandro, por su parte, luchaba por contener una sonrisa que amenazaba con asomar, por haber sido descubierto, mientras miraba el rostro rojo de su esposa.—Abuelo... —intentó decir Alejandro, pero antes de que pudiera continuar, don Aurelio levantó una mano, cortándole el paso.—¡Son unos desvergonzados! —exclamó, agitando su bastón en el aire como si quisiera recalcar sus palabras—. No son adolescentes para andar exhibiéndose de esta manera por los jardines de esta casa. ¡Yo jamás hice eso! —añadió, con una indignación que parecía más teatral que real.Fue entonces cuando Amelia, a pesar de la incomodidad del momento, no pudo evitar soltar una carcajada. Su risa resonó en el jardín, clara y despreocupada, sorprendiendo tanto a Alejandro como a don Aurelio.—¿De qué te ríes, much
Alejandro giró la cabeza hacia ella, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y diversión.—¿Las cláusulas? —preguntó, levantando una ceja.Amelia tragó saliva, sintiéndose expuesta, pero no quiso echarse atrás.—Sí, quiero ver si hay alguna cláusula que permita revisiones... o incluso renegociaciones —respondió con aparente tono casual, su voz sonando más firme de lo que se sentía.Alejandro la miró fijamente durante unos segundos, luego se incorporó un poco en la cama, apoyándose en un codo.—Me parece que podríamos hacer algunas revisiones, pero dependerá de qué cláusulas quieras renegociar —dijo, su tono ligero, pero con un trasfondo de mezcla de diversión y curiosidad.Amelia lo miró, sabiendo que se iba a dejar en evidencia, pero también sintiendo que tal vez eso era lo que necesitaban para avanzar. Su corazón latió con fuerza, mientras pensaba en las palabras adecuadas para hablar.—Empecemos por la cláusula de que no podemos tener a otras parejas y debemos ser fieles… pe
Alejandro se separó un momento para mirar a Amelia a los ojos, de nuevo la dejó de bajo de él. En ellos vio un brillo de anticipación mezclado con un toque de nerviosismo. Sonrió con ternura y acarició suavemente su mejilla.—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó en voz baja—. No hay prisa, podemos esperar si no te sientes lista.Amelia sintió que su corazón se derretía ante la consideración de Alejandro. —No hay ninguna duda —respondió con firmeza—. Te amo, Alejandro. Quiero estar contigo en todos los sentidos.La convicción en sus palabras levantó un peso invisible de los hombros de Alejandro, su corazón se llenó de una mezcla de alivio y adoración. Sus labios rozaron los de ella con una reverencia reservada para momentos grabados en la eternidad. Se movieron en una suave cadencia, una exploración tierna que buscaba transmitir su amor de manera más elocuente de lo que las palabras podrían. Lentamente, Alejandro deslizó sus labios por el cuello de Amelia, depositando
Amelia despertó al sentir la suave presión de los labios de Alejandro recorriendo su espalda. Un suspiro de satisfacción escapó de sus labios, y aunque intentó mantenerse dormida, la calidez de su toque la fue arrastrando poco a poco a la realidad.—Levántate, perezosa —murmuró Alejandro con voz ronca, mientras continuaba dejando besos a lo largo de su columna vertebral.Amelia dio un leve quejido y se acurrucó más bajo las mantas, pero la sonrisa en su rostro delataba lo mucho que estaba disfrutando del despertar.—Amor, quiero ducharme contigo —dijo Alejandro, su aliento cálido acariciando su piel—. Después de llevar a la pequeña a su primer día de clases, ¿Me vas a acompañarme a la oficina? —preguntó, aunque no esperó respuesta—, aparte de eso, antes quiero hacer unas cositas contigo en el baño —añadió con un tono juguetón, lleno de intención.Amelia, medio abriendo los ojos, lo miró por encima del hombro, con una expresión de incredulidad y un toque de diversión.—¿Alejandro Valen
Naomi se volvió hacia Amelia, sus ojos llenos de desesperación y miedo. Al ver a Amelia y a la pequeña Anaís, retrocedió un paso, claramente asustada por la situación. La tensión en el aire era palpable, y Amelia sintió cómo el ambiente cambiaba de una calma matutina a una tormenta de emociones contenidas.—Tú… —susurró Naomi, su voz temblando mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Tú eres... no... yo no quería eso... te lo juro ¿Es tu esposa? —le preguntó.Amelia no respondió, sin soltar la mano de su hija, se mantuvo firme, pero su corazón latía con fuerza ante la incertidumbre de la situación. Anaís, sintiendo la tensión, se aferró más a su madre, sus ojitos, reflejando la confusión de no entender lo que estaba ocurriendo.Alejandro, al ver la reacción de Naomi y la creciente tensión en el ambiente, se movió rápidamente para colocarse entre ella y su familia, protegiendo a Amelia y a Anaís con su presencia. Su expresión se endureció mientras miraba a Naomi, tratando de descifr
Antes de que Calixto pudiera terminar la frase, Alejandro lo agarró por el cuello de la camisa, acercándolo amenazadoramente.—Se lo advierto, Calixto. Una palabra más y no respondo de mis actos —gruñó Alejandro, sus ojos ardiendo de furia—. No me importa que seas su padre, no permitiré bajo ninguna circunstancia que la insultes.Amelia, saliendo de su estupor inicial, dio un paso adelante y puso una mano sobre el brazo de Alejandro para calmarlo.—Tranquilo mi amor, por favor —dijo suavemente—. No vale la pena.Alejandro la miró, viendo el dolor en sus ojos, y aflojó lentamente su agarre sobre Calixto. Retrocedió un paso, pero mantuvo su postura protectora frente a Amelia.Calixto, aún frotándose la mandíbula, miró a su hija con una mezcla de emociones en su rostro.Amelia, por su parte, tomó una respiración profunda, a pesar de todo, decidió que ese era el momento de enfrentar su pasado de una vez por todas y que ellos conocieran la verdad. Sabía que esa era la conversación más difí