Capítulo 65. Verdades y conflictos.

La respuesta aguda de Amelia dejó a todos los presentes boquiabiertos, mientras don Aurelio recuperaba la compostura y se enderezaba, claramente enfadado. Alejandro, sin embargo, seguía paralizado en el umbral de la sala, incapaz de apartar la mirada de su esposa.

Cada palabra de Amelia había resonado profundamente en su pecho, como si fueran golpes que lo despertaban de un sueño largo y confuso.

Romaira, que se encontraba cerca de don Aurelio, palideció y se paró en frente de Amelia.

—¡Esto es una farsa! —exclamó—. ¡No puede ser cierto!

Por fin Alejandro recuperó la voz, reaccionó y avanzó hacia donde estaba Amelia, tomándola con una mano por la cintura y atrayéndola a él.

—Es verdad —afirmó con seguridad—. Amelia es mi esposa.

El abuelo lo miró con furia contenida.

—¿Cómo va a ser? Pensé que era la niñera de Anaís ¿Por qué no me habías dicho nada?

Alejandro enfrentó su mirada.

—Porque sabía que reaccionarías de esta manera. Además, soy un hombre y no necesito de tu autorización p
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