Martín asintió, pero su mano temblaba levemente mientras recogía sus cosas. La oficina de Alejandro estaba impregnada de una tensión sofocante, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Alejandro se levantó de su silla con una lentitud que solo incrementaba la presión en el ambiente. Su imponente figura proyectaba una sombra que parecía oscurecer todo a su alrededor.—Quiero que la localices inmediatamente y que esté aquí en media hora —ordenó Alejandro, su voz afilada como un cuchillo que corta la carne. Sus ojos verdes brillaban con un peligro latente, ocultando algo más que simple enojo.Martín se movió con una urgencia que traicionaba su miedo, caminando hacia la puerta, pero justo cuando estaba a punto de salir, la voz de Alejandro lo detuvo como un disparo.—¡Espera! —El jefe no alzó la voz, pero el tono fue suficiente para hacer que Martín se congelara—. Olvida lo que te dije. Vamos a hacer otra cosa. Después de todo, dicen que al enemigo hay que tenerlo cerca… —La expresión
El trayecto hacia el trabajo le resultó eterno a Amelia, cada latido de su corazón era un recordatorio de la delgada línea que estaba a punto de cruzar. La mezcla de miedo y esperanza le revolvía el estómago, pero era el pensamiento de Anaís lo que la mantenía firme. Su niña era lo único que importaba. Cuando llegó a la imponente sede de la empresa, se detuvo en la entrada, su mano tembló ligeramente al tocar la fría puerta de vidrio. Respiró hondo, como si tratara de inhalar la valentía que tanto necesitaba. Un paso, luego otro, y finalmente, se sentó en su escritorio. Pero aunque intentaba concentrarse, las imágenes de su hija la inundaban como un río desbordado, llevándola a una marea de desesperación.No fue sino hasta que su jefe, Martín, la llamó por su nombre varias veces que volvió a la realidad.—Amelia… Amelia, ¿me estás escuchando? —La voz de Martín era una mezcla de impaciencia y curiosidad.Ella se sobresaltó, el rostro palideciendo ligeramente al percatarse de su distr
Cuando Amelia sintió que su detención era inminente, el mundo se desmoronó a su alrededor, la oscuridad la envolvió, su única esperanza esfumándose ante los ojos despiadados de Alejandro.El aire de la oficina se tornó pesado, sofocante, como si toda la presión del universo se concentrara en esa pequeña sala. Los oficiales siguieron avanzando hacia ella, sus pasos resonando en la habitación como un presagio de su inminente caída. Con la espalda contra la pared, Amelia buscó frenéticamente una salida, pero solo encontró los ojos implacables de Alejandro, cuya frialdad le heló la sangre.—Por favor —suplicó Amelia, su voz, apenas un susurro quebradizo—. No puedes hacer esto.De nuevo los agentes se detuvieron a esperar como avanzaba la discusión. Alejandro avanzó lentamente hacia ella, su figura imponente proyectando una sombra que la envolvía por completo. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de triunfo y desprecio, como un cazador que disfrutaba del sufrimiento de su presa.—¿Qué
El agente pareció notar su confusión y añadió con voz más suave.—Si no tiene un abogado, podemos asignarle uno de oficio.Amelia asintió lentamente, su mente, trabajando a toda velocidad. Necesitaba tiempo para pensar, para planear su próximo movimiento. Cada segundo que pasaba era un segundo más lejos de Anaís.—Gracias —murmuró, siguiendo al agente hacia un teléfono en la pared.Mientras esperaba que le asignaran un abogado, Amelia repasó mentalmente los eventos que la habían llevado a este punto y quién podía ayudarla. Cerró los ojos repasando mentalmente quién podía ser la persona que le diera la ayuda necesaria, y sobre todo tener el suficiente poder para enfrentarse a Alejandro. Allí fue cuando se acordó de Sergio Castillo, el empresario a quien había acompañado a su comida familiar como su prometida días antes.—Oficial, necesito una tarjeta de mi cartera, por favor, para poder hacer mí llamada —el hombre se quedó pensativo y al final terminó accediendo.Un par de minutos des
Esmeralda se quedó atónita ante la respuesta de la señora Vega. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un momento, no supo cómo reaccionar. —Disculpe, pero... ¿Cómo es posible? —logró articular finalmente—. Tengo entendido que su hija Amelia está viva y... —No sé de dónde ha sacado esa información, señora Valente —interrumpió la señora Vega con voz fría—, pero le aseguro que está equivocada. La Amelia, mi hija que yo tenía, murió hace años y cómo comprenderá eso es un tema doloroso del que prefiero no hablar. Y si venía a preguntar solo por eso… ya puede irse. Por favor acompáñele a la entrada. Esmeralda notó cómo las manos de la mujer temblaban ligeramente cuando habló. La señora de servicio asintió y la guio hacia la salida. —Sígame, señora, por favor —dijo la mujer de servicio guiando a Esmeralda. Cuando estuvo alejada del vestíbulo, miró hacia atrás para ver si la señora de la casa seguía allí y como se dio cuenta de que no estaba comenzó a hablarle en susurros. —La señ
Amelia sintió como si el suelo se deslizara bajo sus pies, el aire se volvía espeso y pesado, y todo a su alrededor parecía detenerse mientras intentaba procesar las palabras que acababan de salir de los labios de Sergio. ¿Una esposa? ¿Por qué le estaba proponiendo matrimonio? ¿A qué se debía todo eso?, se preguntó sin dejar de preocuparse. La pregunta se enredó en su mente, sin hallar respuesta, como un grito ahogado que no encontraba salida.—Sergio… —su voz apenas logró escapar, temblorosa, rota—. No entiendo. ¿Por qué… por qué me propones eso?Sergio respiró hondo, sus ojos oscuros reflejaron una tormenta contenida, mientras se pasaba una mano por el cabello, sin apartar la vista de ella, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.—Amelia, sé que esto suena irracional, pero por favor, escúchame. —Su voz era grave, cargada de una seriedad que hizo que el corazón de Amelia latiera más rápido—. Tú necesitas mi ayuda, mi apoyo, para recuperar a tu hija, para salir
El alivio golpeó a Amelia con la fuerza de una ola. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a Sergio, que le apretó la mano en señal de apoyo.—Gracias —susurró, su voz quebrada por la emoción, sus palabras eran apenas un eco del profundo agradecimiento que sentía.Mientras caminaban hacia la salida, una pequeña llama de esperanza comenzó a arder en su pecho. Esta vez, tal vez sí podría recuperar a su hija.Sergio la guió hacia un auto negro que esperaba estacionado frente a la estación policial. Amelia volvió a darle las gracias, pero Sergio la miró con una seriedad que la reconfortó.—Amelia, no tienes que agradecerme nada. Estoy aquí porque quiero estarlo, porque creo en ti y es loable todo lo que has hecho por tu hija. No quiero que sientas que te estoy presionando. Quiero que tomes el tiempo que necesites para pensarlo, para considerar lo que realmente quieres. Lo último que quiero es que tomes una decisión de la que luego te arrepientas. Lo que voy a sugerirte es que ve
Alejandro sintió un nudo formarse en su estómago. Sergio Castillo era un hombre con su cuota de poder en la ciudad, un rival formidable, y si decidía respaldar a Amelia, el caso contra ella sería bastante interesante. Porque aunque él tenía recursos y conexiones, sabía que Sergio también tenía los suyos, sobre todo en el poder judicial, y debía ser lo bastante astuto para resultar vencedor.—¡Maldita sea! Escúchame bien, Eduardo —gruñó Alejandro entre dientes, su voz cargada de amenaza—. Debes anticiparte a sus movimientos, y evitar que esto escale. Quiero que muevas cielo y tierra para anular esa fianza. No me importa lo que tengas que hacer, pero Amelia Delgado no puede estar libre. ¿Me entiendes?—Sí, señor. Haré todo lo posible —respondió Eduardo, la tensión evidente en su voz.Alejandro cortó la llamada sin despedirse, lanzando el teléfono sobre el escritorio con fuerza. Se levantó de golpe, caminando hacia la ventana de su lujosa oficina. La vista de la ciudad se extendía ante é