Mientras Alessandro cerraba acuerdos, Isabella Montanari estaba con Vittorio, compartiendo una copa de vino.
—¿Estás segura de que puedes convencerlo? —preguntó Vittorio, observándola con atención.
—Alessandro siempre ha sido terco, pero nunca ha podido resistirse a lo que quiere, aunque no lo admita. Y yo sé que, en el fondo, puede verme como la compañera perfecta.
—Espero que tengas razón —respondió Vittorio—. Nuestro futuro depende de ello.
A la mañana siguiente, Luna estaba en la cafetería de la empresa, sirviendo café para sus compañeros. Su turno en la línea de producción había terminado, pero como siempre, se ofrecía a ayudar donde pudiera.
—Luna, ¿puedes llevar esta bandeja a la sala de juntas? —le pidió una compañera.
—Claro, no hay problema.
Caminó hacia la sala de juntas, equilibrando la bandeja con cuidado. No sabía que, al cruzar esas puertas, estaría frente a Alessandro Moretti por segunda vez, aunque ninguno de los dos lo supiera aún.
Dentro, Alessandro estaba revisando los informes financieros de la empresa, rodeado de ejecutivos nerviosos que esperaban su veredicto. Cuando la puerta se abrió, su mirada se dirigió automáticamente hacia ella.
Por un instante, Luna sintió que el tiempo se detenía. Había algo familiar en ese hombre, pero no lograba identificar qué era. Por su parte, Alessandro sintió un destello de reconocimiento, pero no podía recordar de dónde.
—Su café, señor —dijo Luna, dejando la bandeja sobre la mesa antes de salir rápidamente.
Alessandro la observó mientras se marchaba, incapaz de apartar la vista. Algo en ella lo intrigaba, pero no lograba entender por qué.
Cuando Luna regresó a la cafetería, su corazón latía rápidamente. No sabía por qué, pero había algo en ese hombre que la hacía sentir nerviosa.
Alessandro revisaba la pila de documentos frente a él mientras los ejecutivos terminaban su presentación. Aunque hablaban sobre los problemas financieros de la empresa, él apenas escuchaba. La chica que había entrado con el café seguía en su mente. Su rostro, su manera de moverse… y, sobre todo, la sensación de que la conocía de algún lugar.
Cuando la reunión concluyó, Alessandro se levantó de su asiento.
—Gracias a todos por su tiempo. Antes de finalizar, necesito algo más —dijo, deteniéndose frente a la puerta.
Los ejecutivos intercambiaron miradas, inseguros
—Quiero una lista de los mejores empleados de la empresa —añadió Alessandro con un tono firme—. Los que hayan presentado propuestas interesantes o demostrado compromiso más allá de sus funciones.
Uno de los hombres asintió rápidamente.
—Por supuesto, señor Moretti. Se lo tendré en su escritorio esta tarde.
—Perfecto. Y asegúrese de incluir un resumen de sus proyectos o ideas. Quiero conocer quiénes son y qué aportan a esta empresa.
Con esa última orden, Alessandro salió de la sala, dejando a los ejecutivos preguntándose qué buscaba exactamente el nuevo dueño.
En la cafetería, Luna se encontraba limpiando las mesas mientras escuchaba las conversaciones de sus compañeros. Aunque había terminado su turno en la línea de producción, siempre ayudaba en otras áreas. Era su manera de asegurarse de que todo funcionara sin problemas.
—Luna, ¿ya entregaste tu propuesta para el concurso interno? —preguntó su compañera, Clara, mientras se quitaba los guantes de limpieza.
Luna asintió, sintiendo un leve rubor en las mejillas.
—Sí, pero no creo que gane. Seguro hay ideas mucho mejores.
Clara la miró con incredulidad.
—¿Estás bromeando? Tu idea es increíble. Crear un programa para capacitar a mujeres en comunidades desfavorecidas y ayudarlas a encontrar empleo es justo lo que necesitamos.
—Gracias, Clara, pero sabes cómo son estas cosas. Siempre eligen a alguien con más experiencia.
—No seas tan modesta. Si yo fuera el jefe, ya habrías ganado.
Luna sonrió, agradecida por el apoyo de su amiga, aunque en el fondo no podía evitar dudar. Desde pequeña había aprendido a no esperar mucho de la vida. Las cosas buenas no llegaban fácilmente, especialmente para alguien como ella.
Esa misma tarde, Alessandro recibió la carpeta con la lista de los mejores empleados. La abrió mientras bebía un café en su oficina, dispuesto a examinar cada propuesta con detenimiento.
El primer par de nombres le parecieron poco destacables. Proyectos técnicos, análisis financieros… cosas útiles, pero carentes de alma. Fue el tercer nombre en la lista el que lo hizo detenerse: Luna Romano.
Leyó la descripción de su propuesta con interés: un programa diseñado para empoderar a mujeres de comunidades desfavorecidas, ofreciéndoles capacitación en habilidades laborales, acceso a microcréditos y oportunidades de empleo en la industria textil.
Era una idea audaz, bien estructurada y con un impacto social evidente. Alessandro se recostó en su silla, repasando cada detalle.
—¿Quién es esta Luna Romano? —murmuró para sí mismo.
Buscó su nombre en el sistema interno de la empresa y encontró un archivo con información básica: trabajaba en la línea de producción, tenía 25 años y llevaba tres años en la empresa. Nada extraordinario en papel, pero su propuesta decía mucho más de lo que cualquier currículum podría mostrar.
—Marco —llamó a su asistente, quien apareció rápidamente en la puerta.
—¿Sí, señor Moretti?
—Quiero conocer a Luna Romano. Organiza una reunión con ella mañana.
Marco lo miró sorprendido, pero asintió sin hacer preguntas.
—¿Alguna razón en particular, señor?
Alessandro sonrió ligeramente.
—Digamos que quiero saber qué hay detrás de esta propuesta.
Al día siguiente, Luna se encontraba en su puesto habitual en la línea de producción cuando su supervisora se acercó con una expresión tensa.
—Luna, el señor Moretti quiere verte en su oficina.
Luna dejó caer las herramientas que tenía en las manos, mirándola con incredulidad.
—¿El nuevo dueño?
—Sí, así que procura no hacerlo esperar.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Luna se lavó las manos rápidamente y siguió a la supervisora hasta la oficina principal. Nunca había estado en esa parte del edificio. Todo era más elegante, más intimidante.
Cuando llegó, Marco la recibió con una sonrisa educada.
—Señorita Romano, pase. El señor Moretti la está esperando.
Luna entró con cautela, sintiendo cómo su nerviosismo aumentaba con cada paso. Alessandro estaba sentado tras un escritorio moderno, revisando unos documentos. Levantó la vista en cuanto ella entró, y por un instante, sus ojos se encontraron.
Luna sintió un extraño deja vu, como si ya lo hubiera visto antes. Por su parte, Alessandro tuvo la misma sensación, aunque no lograba precisar de dónde.
—Señorita Romano, gracias por venir —dijo Alessandro, señalándole una silla frente a su escritorio—. Siéntese, por favor.
Luna obedeció, intentando mantener la compostura.
—Gracias, señor Moretti.
Él tomó la propuesta que había leído la noche anterior y la dejó sobre la mesa.
—He estado revisando las ideas de algunos empleados, y debo decir que su proyecto me llamó mucho la atención.
Luna parpadeó, sorprendida.
—¿Mi proyecto?
—Sí. Crear un programa para empoderar a mujeres en comunidades desfavorecidas es una iniciativa admirable. Quiero que me explique más sobre cómo planea implementarlo.
Luna tragó saliva, sintiendo cómo su nerviosismo crecía. Sin embargo, reunió valor y comenzó a hablar.
Le explicó cómo había diseñado el proyecto, las investigaciones que había hecho y cómo creía que podría beneficiar tanto a las comunidades como a la empresa. Alessandro la escuchó con atención, impresionado por su pasión y dedicación.
Cuando terminó, Alessandro se reclinó en su silla, observándola con una mezcla de curiosidad y admiración.
—Es una propuesta ambiciosa, señorita Romano. Pero creo que podría funcionar.
Luna no podía creer lo que estaba escuchando.
—¿De verdad lo cree?
—Sí. Y quiero que comience a trabajar en ella de inmediato.
Luna se quedó sin palabras, sintiendo una mezcla de emoción y desconcierto. No entendía por qué alguien como Alessandro Moretti estaba interesado en su idea, pero estaba decidida a aprovechar la oportunidad.
—Gracias, señor Moretti. Prometo que no lo decepcionaré.
Alessandro le dedicó una leve sonrisa.
—Estoy seguro de que no lo hará.
Estrecharon sus manos y Luna agradeció una vez mas, despues se puso de pie y algo brillo en su piel, la vista de Alessandro fue hacia el brillo y ante el un collar dorado de media luna,
¿Dónde habia visto ese collar? Se le hacia tan familiar.
Para cuando salió de su asombro Luna ya habia cerrado la puerta de su oficina y se habia ido dejando a Alessandro impactado
Luna caminaba por los pasillos de la planta con el corazón aún latiendo a toda velocidad. No podía creer lo que acababa de pasar. Alessandro Moretti, el nuevo dueño de la empresa, no solo había leído su propuesta, sino que también había decidido que quería implementarla. Era como si todo el esfuerzo que había puesto en ese proyecto finalmente hubiera valido la pena.—¿Qué te pasó? —preguntó Clara, quien la esperaba ansiosa cerca de las máquinas.Luna se detuvo un momento para recuperar el aliento antes de responder—El nuevo dueño… me llamó a su oficina.Clara abrió los ojos como platos.—¿El Moretti? ¿Qué quería?—Le gustó mi propuesta. Dijo que quiere que empiece a trabajar en ella de inmediato.Clara soltó un grito ahogado y la abrazó con fuerza.—¡Luna, eso es increíble! Sabía que lo lograrías.Luna sonrió, aunque aún le costaba procesar lo que estaba pasando. Por un momento, se permitió imaginar que tal vez, solo tal vez, las cosas finalmente empezarían a cambiar para ella.En el
Luna había pasado toda la noche preparando un cronograma detallado para el proyecto. Quería asegurarse de que cada detalle estuviera perfectamente organizado antes de que Alessandro le pidiera resultados. No podía permitirse fallar, no después de haber llegado tan lejos.Aunque también no dejaba de pensar en la otra conversación, si ella quería salir de ahí, ese dinero le podría ayudar mucho para empezar desde cero. ¿En serio estaba considerando casarse por dinero? —Luna, baja a desayunar —gritó su tía desde la cocina, lo que le sorprendió, ya que a ninguna de ellas le importaba si Luna comía o no—Ya voy —respondió, mientras cerraba su cuaderno y lo guardaba en su mochila.Bajó las escaleras con rapidez, encontrándose con la habitual escena en la mesa sus primas, , charlando sobre frivolidades mientras su tía las servía. Cuando Luna llegó, apenas la miraron.—¿Y tú qué? —dijo Andrea, observándola con desdén—. ¿Otra noche de trabajo en ese proyecto ridículo?Luna respiró hondo y se
El despertador sonó a las cinco en punto de la mañana. Luna alargó la mano para apagarlo, soltando un suspiro pesado mientras el eco de las campanadas resonaba en el cuarto pequeño que llamaba "su espacio". Apenas era un rincón en el fondo de la casa de su tía, donde las paredes desnudas parecían encerrar más los sueños rotos que ella misma se atrevía a guardar.La joven se sentó en la cama, pasando las manos por su cabello negro y largo, todavía revuelto por el sueño. Cerró los ojos un segundo, como si buscara fuerzas de algún lugar oculto dentro de sí misma, y luego se levantó. No había tiempo que perder.Las tareas empezaban antes de que el sol asomara en el cielo. Como cada día, su tía Rosa había dejado una lista sobre la mesa de la cocina: lavar la ropa, preparar el desayuno, barrer el patio, y por supuesto, dejar todo en perfecto orden antes de salir a trabajar. Luna tomó la lista y la dobló en silencio, sin molestarse en leerla por completo. Ya se la sabía de memoria.Para cuan
Luna miraba el techo de su pequeña habitación, incapaz de conciliar el sueño. La imagen del hombre herido seguía rondando su mente. Había algo en la forma en que sus ojos la habían buscado, como si quisiera grabar su voz y su rostro en su memoria antes de perder el conocimiento. Pero más allá de eso, había algo que la perturbaba: ¿qué hacía un hombre como él en un barrio tan peligroso?Cerró los ojos, intentando apartar esos pensamientos, pero en lugar de encontrar calma, los recuerdos de su padre comenzaron a llenar su mente.Era una tarde soleada cuando ambos subieron juntos al cerro Monteluce. Su padre siempre decía que ese lugar tenía un nombre tan elegante como las vistas que ofrecía. Desde allí, podían ver la ciudad extendiéndose como un tapiz interminable, con los rayos del sol tiñendo todo de tonos dorados y naranjas.—Algún día, todo esto será tuyo, pequeña estrella —le había dicho su padre, señalando hacia el horizonte.Luna había reído, creyendo que se refería al paisaje, p