Mi nueva habitación temporal estaba en la tercera planta del club, era un cuarto sencillo con una cama individual y un baño propio. Al parecer en el club vivían miembros de la banda, en su mayoría los que no habían encontrado una pareja estable o los que no querían alejarse tanto de su estilo de vida.
Si bien seguíamos teniendo nuestra casa en la que yo nací y me crié, mi padre ya casi no pasaba por allí, él daba su vida por y para la banda y me enseñó su habitación en el primer piso del club.
Esa primera noche descubrí lo difícil que sería la convivencia. La música que salía del bar empezó a sonar atronadora, eso y las risas de las mujeres era un ir y venir muy incómodo, por suerte me dormí antes de escuchar gemidos. Por la mañana, me calcé unos vaqueros y una sudadera y en el espejo del pequeño baño privado me hice mi coleta. Siempre me habían dicho que el pelo oscuro que tenía resaltaba mucho más mi palidez, que entre eso y mis ojos grandes y castaños parecía sacada de una película de Tim Burton. Intenté parecer segura pero todos me miraban con los ojos entrecerrados mientras yo buscaba como un pollo sin cabeza a mi padre. Llegé a encontrar la cocina gigante llena de chicos. No lo encontré pero si a Diego.
—¿Qué haces aquí? —me soltó.
—Al parecer si me voy a quedar un tiempo. ¿Has visto a mi padre? Tengo que ir a la Universidad.
—No está.
Se dio la vuelta y sacó una taza de café.
—Vale, pues dile que me he ido a la Universidad.
Me di la vuelta afianzada a mi mochila y dispuesta a salir a mi coche.
—¿A dónde crees que vas? —su voz era grave, intimidante.
Giré para verlo, con las manos hundidas en los bolsillos de sus pantalones de chándal y una camiseta de manga corta que afirmaba la cantidad de tatuajes que tenía por todas partes. Diego era realmente atractivo, lo admitía.
—Te lo acabo de decir: a la Universidad.
—Tengo que llevarte, así que espérame en la parte de atrás y no toques nada no vaya a ser que jodas algo.
Ni siquiera sabía ir a la parte de atrás pero me las apañé para encontrar otra puerta de metal (más pequeña que la de la entrada) que estaba en una esquina del salón comunitario. Empujé la puerta y vi más terreno: coches y motos aparcados sobre la grava y otra construcción de ladrillo a medio hacer. Esperé ahí unos diez minutos hasta que volví a escuchar la puerta trasera ser abierta. Solo se había puesto su chaqueta de cuero y daba vueltas a unas llaves entre los dedos.
—Vamos niña —me dijo.
—No soy ninguna niña. Y esto es tan desagradable para ti como para mi, así que vamos a llevar la fiesta en paz.
Me miró sobre su hombro y nos acercamos a un todoterreno negro con los cristales tintados, tardábamos cuarenta minutos en llegar al campus y los primeros diez fueron en un silencio horrible.
—Así que... Diego —empecé—. ¿Llevas mucho en la banda?
—No estoy aquí para ser tu amigo, solo hago esto porque le debo mucho a tu padre.
La curiosidad me picó un poco.
—No tenías que llevarme, la Universidad está llena de gente, y la carretera.
—No es por eso, tu padre me contó lo que pasó anoche, quiere que eche un ojo a tu habitación así que deja ahí las llaves —apuntó la guantera.
No las dejé, todavía tenía cosas que recoger de mi habitación y si quería entrar lo haría cuando yo estuviera.
Diego aparcó en la entrada del campus y me quité el cinturón.
—Solo tengo tres clases, si quieres ir a mi cuarto será a las once y media cuando termine. Te veo en la entrada de mi residencia que es la única de mujeres en el campus.
Pude soltarle alguna pulla pero mejor cerré la boca y lo dejé atrás. Las clases me pasaron sin pena ni gloria y caminé con Noah a la residencia. Diego estaba allí, fumando apoyado en su todoterreno y a Noah se le mojaron las bragas también.
—Joder, ¿lo ves? —susurró.
—Trabaja con mi padre —no era mentira del todo—. Va a ayudarme a recoger lo que me queda.
Noah abrió la boca y se quitó su pelo corto y castaño de la cara.
—¿Puedo trabajar con tu padre? —bromeó.
Seguimos caminando, Diego estaba tan a lo suyo fumando y con su teléfono que podría haberlo dejado allí, pero Noah subió a su habitación y yo me acerqué a él.
—Diego —le llamé y casi ni me miro.
—¿Ya podemos terminar, niña?
Me empezaba a irritar un poco.
—Empiezas a irritarme y esto acaba de empezar —confesé.
Solo se encogió de hombros y me siguió por la residencia hasta mi habitación. Seguía habiendo cosas revueltas y seguía sin aparecer mi ordenador. Diego se quedó de brazos cruzados apoyado en mi escritorio.
—¿Eso es todo lo que vas a hacer? ¿Quedarte ahí?
—¿Qué quieres que haga?
—Lo que sea que tengas que hacer.
—Tu padre quería que viera como estaban las cosas: estan mal, punto. Recoge lo que te quede y vámonos.
—Eres un puto cascarrabias, ¿lo sabías? —y se volvió a encoger de hombros—. Idiota —musité.
Se le levantó el labio en una simple sonrisa socarrosa y me volqué en recoger mis cosas antes que seguir discutiendo tonterías.
Un rato después, volvíamos en silencio al club.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté empezando a aburrime del silencio del camino.
Diego me miró con sus ojos oscuros y volvió a la carretera.
—Más que tú.
—Eso ya lo veo. ¿Veintinco? —no respondió—. ¿Veintiséis?
—Veintisiete —dijo al fin.
—Yo tengo veintidós.
—Lo sé.
—¿Es que eres incapaz de mantener una conversación?
—¿Y tú eres incapaz de estar en silencio?
Ya vi que nuestra relación no iba a ser muy buena, no por el camino de la amistad. Tuve que subir mis cosas yo sola hasta el tercer piso y estuve a punto de caerme un par de veces hasta que me choqué de lleno con el chico que me había abierto la puerta la noche anterior.
—Lo siento —musitó y recogió unas cosas del suelo—. Nora, ¿verdad? El jefe ya nos ha dicho que estabas por aquí. Soy Adrián.
—¿Te importa si seguimos la conversación cuando suelte todo esto?
—Oh, sí. Espera que te ayudo.
Y me ayudó, aunque lo dejamos todo tirado en mi nueva cama.
—Gracias.
—Ya, no esperes que Diego te ayude con lo que necesites.
—No estamos congeniando muy bien —admití.
—No va de congeniar, solo tiene que cuidarte. Tu padre nos ha contado lo que ha pasado y mientras estés aquí eres un poco la responsabilidad de todo el club.
<< Genial >> Estaba vigilada por una banda entera.
---
Los días fueron pasando, conocí un poco más el club y a sus integrantes, Diego no volvió a llevarme a la universidad y nuestras interacciones eran casi nulas. Hasta ese fin de semana.
Me puse un vestido de manga larga y unas zapatillas blancas, estar encerrada un sábado por la noche me estaba volviendo loca por escuchar la música que salía del bar y los murmullos de la gente. Tenía derecho a pasármelo bien.
—Adrián —lo llamé cuando lo encontré en el pasillo.
Los ojos del chico de dieciocho años me miraron de pies a cabeza
—Hola, Nora. Estás guapa.
—Gracias. Estoy buscando a mi padre, ¿lo has visto?
—El jefe ha salido con otros hermanos a resolver unos asuntos.
Sin mi padre, la otra persona a la que debía recurrir era a Diego.
—¿Y Diego?
—En su habitación —dijo y yo asentí—. No le gusta que le molesten.
Pero yo ya estaba caminando a las escaleras para bajar a la primera planta, el sonido de mis tacones resonaba por los pasillos. Había descubierto que todo el mundo le tenía mucho respeto a Diego, los miembros más nuevos del club casi le temían pero sabía que entre todos ellos se cuidaban: eran una familia. Entendí un poco por qué mi padre se refugió tanto en ellos y la banda tras la marcha de mi madre, supongo que quería seguir sintiendo lo que era una familia. Una en la que yo no estaba.
La habitación de Diego no estaba muy lejos de la de mi padre, levanté la mano y llamé pero no me contestó ni cuando lo hice tres veces así que terminé por girar el pomo y abrir la puerta.
—He dicho que...
Pero dejé de escuchar cuando lo vi, encorvado sobre su cama e iluminado con la ténue luz cálida que salía de la lámpara. Diego era enigmático, intimidante y terroríficamente sexy. Estaba descamisado, recuerdo que lo primero que pensé es que su espalda era la más llamativa del mundo: musculada y tatuada con destreza y oscuridad. Sabía que estaba lleno de tatuajes y cada vez que lo veía con menos ropa me lo confirmaba. Tenía una catedral invertida tatuada en toda la espalda y se mezclaba en sus hombros con otros tatuajes que recorrían sus brazos y le llegaban hasta los dedos de las manos. << Joder —pensé >> Apreté las piernas.
—¿A dónde crees que vas? —me preguntó.
Lo vi mirarme como yo le miraba a él. Para mi sorpresa, tenía el torso descubierto, sin una sola gota de tinta, parecía que los tatuajes le rodeaban solo para dejar vistos sus abdominales y sus pectorales bien marcados.
—Al bar.
—No puedes.
Lo vi ponerse una camiseta, eso dejó de distraerme.
—¡Venga ya! Me aburro muchísimo. Y solo te estoy informando.
—¿Acaso sabes lo que hay en el bar? No es una fiesta de críos.
—Sí, droga y strippers. Pero solo he venido a decírtelo para que no tengas que rastrearme por el GPS que le habéis puesto a mi coche, o a mi teléfono.
Me miró entre los mechones húmedos de su pelo y ojalá hubiera sabido lo que le pasó por la cabeza. Aunque tampoco sabía que pasaba por la mía, ¿me había calentado tanto verlo sin camiseta recién salido de la ducha? Posiblemente. Necesitaba sexo.
Parecía más un club de stripptease con esas mujeres bailando y los miembros de la banda babeando por sus culos que un simple bar. Ignorando lo que pasaba a mis espaldas yo me aplasté contra la barra y pedí una cerveza.—Eres la hija del jefe, ¿verdad? —me preguntó la camarera.Me hizo recordar a Noah con su físico: pelo rubio y corto y unas gafas de pasta negras y gruesas que le hacían los ojos más grandes. Aunque Noah era más bajita que ella y en realidad no era rubia, se había teñido el pelo el año anterior.—¿También es tu jefe?—Es el jefe de todo —dijo ella sin más y deslizó una cerveza por la barra hasta un hombre.—Gracias Sheila —canturreó él.—¡De nada!Parecía que todo el mundo se conocía y que todos eran familia, menos yo. Me sentía una intrusa. Echaba de menos a Noah y nuestras noches de estudio, las salidas a las fiestas de fraternidad y hasta la incómoda cama de la residencia.—¿Trabajas toda la noche? —le pregunté.Sheila me miró a través de sus gafas y se las subió por
Por la mañana me pegué una buena ducha rememorando el sexo nocturno con la bestia sexual que era Diego. Me vi a mi misma tocándome bajo el agua de la ducha al recordarlo. Pero el día seguía y me aporrearon la puerta de la habitación: era mi padre.—Ya me han dicho que te pasaste por el bar anoche —comentó.Estuve a punto de ponerme a la defensiva.—Sí, me vino bien.—Te harás a estar aquí. Estos chicos no son lo que parecen.Mi padre tampoco lo era, se notaba que allí todos eran una familia, que mi padre los conocía tremendamente bien, incluso puede que mejor que a mi.—Ya... ¿Quieres algo? Iba a ponerme a estudiar.—Simplemente ver como estabas, no hemos hablado mucho desde que estás aquí.>—Prefiero que te ocupes del tema importante, ya tendremos tiempo de hablar.—Lo sé. Cuando resuelva todo este jaleo dejaré la presidencia del club.—¿Qué? —dudé con la mandíbula en el suelo—. Pero si a ti te encanta esta vida.Para mi padre el club lo era todo. Qui
—La residencia no es lo mismo sin ti.Mi vida no era lo mismo desde que me estaba quedando en el club. Echaba de menos muchas cosas, hablar con Sheila algunas noches no era lo mismo a estar con Noah cotilleando de cualquier cosa, pero tampoco estaba tan mal.—Yo también te echo de menos.—¿Seguro? —bromeó y me dio un codazo un las costillas—. Porque desde que estás con ese chico solo hablas de él.—¡No hablo sólo de él! Solo te cuento lo que pasa.Se echó a reír y seguimos caminando a la facultad. Para mi, hablar de Diego se había vuelto algo sencillo si lo hacía con Noah porque ella sabía todo de mi, hasta el hecho de que a mi me gustaba un poco sin necesidad de decirlo. Y no es que Diego me gustara un mundo ni nada parecido, me lo pasaba bien con él en el sexo y era un hombre al que no te podías resistir, además, para las pocas horas que compartíamos había descubierto que era algo más relajado de lo que parecía y hasta a veces sabía sonreír. Sonreír le hacía ser más guapo todavía.—
Culpa de que a mi me gustara era suya. No podía aparecer a mi alrededor con esa arrogancia que más que irritarme ya me parecía atractiva, con el pelo revuelto y todos los tatuajes de su cuerpo dibujándose en su piel sobre tantos músculos, con sus ojos oscuros que por la noche parecían relajarse sin tantos problemas.—Vienes con un humor de mierda por lo que veo.Se encogió de hombros y se encendió un cigarro ahí a mi lado mientras se adueñaba de una cerveza.—Espérame en tu habitación —repitió.Fruncí el ceño pero quizás era más tonta de lo que pensaba porque le hice caso. Tenía ganas de retomar nuestras noches de sexo desenfrenado. Le esperé unos quince minutos antes de que abriera la puerta de mi habitación y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos enzarzados en mi cama. Diego siempre fue dominante, me manejaba como le iba en gana y esa noche no fue diferente.—Date la vuelta —me ordenó.Y lo hice, me puse de rodillas en la cama y me empujó la espalda hasta que el pecho se me apla
—¿Cuál es tu puto problema? Solo me das dolores de cabeza. No tenía intención de discutir allí. Al mirar alrededor todo parecía normal pero ya no me sentía segura. Sin pensarlo mucho deslicé mis manos por su brazo hasta acoger su mano entre las mías y hacer el intento de arrastrarlo fuera. —Tenemos que irnos. Vámonos. —¿Qué coño te pasa? —siguió gruñendo. A pesar de su mal genio, sentí como su mano se aferró a las mías. —Vámonos —repetí, aunque tan bajo que igual me leyó los labios. No empujó a nadie para salir porque la gente se apartaba ante su presencia, lo entendía porque Diego era aterrador cuando quería. Consiguió sacarnos a la calle en pocos segundos y me di cuenta de que hacía más fresco del que pensaba, o podía ser el miedo. Había dejado su coche ahí en mitad de la carretera como si nada y no dudé en montarme —Dime qué está pasando —me exigió tras el volante. Abrí la boca pero vi a los dos chicos salir de la fraternidad. Definitivamente era algo contra mi. Diego miró
No llegamos a más porque no podía mover ni el brazo del dolor. Diego cogió pronto el sueño, se durmió ocupando gran parte de la cama y a mi me costó un poco más. Todavía era pura adrenalina y sentimientos, y que la cama era una mierda.Cuando me desperté por la mañana Diego estaba sentado a pies de la cama, fumando, la habitación olería más a hierba tras nuestra estancia pero eso sería lo de menos porque el suelo y parte de la colcha estaban llenos de sangre.—Tenemos que irnos —dijo.Le había escuchado pero me arrastré por la cama a su lado.—¿Cómo te encuentras?—¿Y tú?Cuando me miró, la intensidad de sus ojos me robó el aire y solo pude asentir. ¿Asentir? Yo estaba bien, sí, pero hacía tan solo horas estaba muerta de miedo.—Bien, supongo.Levantó el brazo bueno y sus dedos me tocaron la cara bajo los ojos quitándome rastros de maquillaje. Era raro que me tocara así, tan delicado, ¿es que me quería volver loca?—Estás hecha un desastre.—Tu también, y apestas a marihuana.No había
Empecé a ir a la universidad con un tipo que se llamaba Rory y al parecer mi padre le había advertido bien porque ni me hablaba en el camino, luego se quedaba rondando el campus hasta que me tocaba salir y volvíamos al club. De todas formas el haberme cambiado de niñero cambió muchas más cosas. Diego ya casi ni me miraba por los pasillos del club y durante noches que fui a buscarlo a su habitación no sé si no quiso abrirme o no estaba; más tarde me di cuenta de que estaba en el bar bebiendo y un ligero sentimiento de celos me invadió cuando lo vi en unos de los asientos del fondo del bar rodeado de esas strippers que siempre estaban contoneándose por allí.Auquello, que estuviera controlada mucho más, que no podía centrarme en mis examenes...—Tienes una cara de mierda —me dijo Sheila tras la barra y me plantó una copa delante—. Ya me he enterado de todo lo que pasó.Acepté la copa.—Está todo muy tenso —comenté.—¿Entre tu padre y tú? —me preguntó y yo me encogí de hombros—. ¿O lo di
Terminé los exámenes pero no estaba aliviada del todo pese a poder decir que ya había terminado la Universidad. Entonces estar encerrada en el club era una tortura porque no tenía nada que hacer y tampoco quería pasarme por el bar así que me pasé la noche balanceando los pies en un taburete de la cocina mientras navegaba por Internet. —¿Qué haces aquí? Estuve por no responder. Estaba enfadada con él y odiaba que por su culpa pudiera entender a mi madre y sus motivos para abandonarnos. Le estaba odiando por hacerme querer desaparecer también. —Nada —musité a desgana mientras añadía cosas a una cesta online. —Deja esa actitud conmigo. —¿Qué actitud? —Nora —me advirtió y me cerró el ordenador de un manotazo—. Todo lo que hago es por tu bien. Diego no te conviene. Me reí, ¿cómo podía asumir cosas así? —Si hicieras cosas por mi bien esto ya estaría más que solucionado y habría vuelto a mi vida corriente. Y ¿de verdad quieres hablar de Diego? Porque has pasado de querer darle las ri