Alessandro se había quedado paralizado en las escaleras del avión al ver cómo aquel deportivo negro entraba en el hangar a toda velocidad, como si estuviera en medio de una película de acción, pero de alguna forma le sorprendió que fuera Malena y no su hermano, que por cierto era un excelente piloto de carreras, quien se bajara del asiento del piloto.
Tant
Vio el mar allá abajo y el corazón se le hizo un nudo, las lágrimas no dejaban de bajar por sus mejillas y sintió que ya no importaba. Hacía más de dos meses había logrado sobrevivir a una experiencia de la que pocos hubieras salido con vida. Había soportado cuatro días con sus noches en el mar porque tenía algo por lo que vivir, alguien a quien regresar… y ese alguien ya no estaba.— ¿De verdad creíste que alguien como tú iba a ser capaz de quitarme todo lo que era mío?
El avión hizo un sonido apagado cuando aterrizó en Mykonos. Dos autos negros de tipo sedán los estaban esperando en el hangar. Malena recibió las llaves de ambos y le lanzó un juego a Alessandro para que fuera poniendo en marcha uno de ellos. — Tengo otro trabajo para ti. — se acercó a su marido y puso en su mano la otra llave — ya record
“Dios mío, que no esté muerta”Era todo lo que podía pensar mientras se impulsaba para salir del agua. Las afiladas aristas de las rocas le cortaron la palma de las manos en su prisa, pero no le importó, porque tenía sus ojos y su corazón posados sobre aquel cuerpo lívido que descansaba a menos de dos metros.
El golpe en la nuca lo hizo caer de rodillas, pero la fiera que se le fue encima, lanzándolo al suelo y golpeándolo hasta dejarlo casi inconsciente, fue una terrible sorpresa con la que Leandro no había contado. Desde hacía un par de horas había notado el movimiento fuera de la casa, y se había acercado, pistola en mano, creyendo que sería más que suficiente para someter a tres personas desarmadas y una moribunda. Lo que no sabía era que, con pistola o sin ella, Malena era un arma en sí misma, y una muy enojada por cierto.
Gaia permitió que Ángelo volviera a tomar a Leo mientras Alessandro la levantaba en brazos para meterla en la parte trasera de uno de los autos. Ni siquiera miró atrás, al cuerpo inerte que había quedado sobre la hierba manchándola de rojo. El italiano se sentó a su lado, abrazándola, y esperaron exactamente quince minutos a que Malena y Ángelo aparecieran. Gaia no preguntó, no quiso saber, solo se acomodó junto a su pequeño sintiendo una inmensa paz en su corazón. L
— ¡No debí dejarla! — Alessandro caminaba de un lado a otro de la sala de espera del hospital como un león enjaulado — ¡No debí permitir que fuera a esa casa a hacer nada! ¡Debí traerla directo al hospital! — Alessandro no te recrimines, no vas a ganar nada con eso. — Malena le dio algunas palmadas en la espalda tratando d
Gaia intentó abrir los ojos, pero parecía demasiado difícil. Tenía el cuerpo entumecido, cansado, como si hubiera tenido una larga jornada de pesados ejercicios. Intentó reconocer qué parte de su cuerpo la obedecía mejor, movió un poco los dedos, las manos, sintió la suavidad de la sábana de seda y un escozor en la nariz. La luz era baja y no le molestaba sobre los párpados, buscó un punto de referencia y la niebla alrededor pareció aclararse poco a poco.
— Mi nombre es realmente Gaia Valkos. — comenzó a decir, pero una mano delicada que se aferró a la suya la hizo detenerse.— Hija, no es necesario que nos cuentes. — le aseguró con cariño doña Alba.Último capítulo