Gaia intentó abrir los ojos, pero parecía demasiado difícil. Tenía el cuerpo entumecido, cansado, como si hubiera tenido una larga jornada de pesados ejercicios. Intentó reconocer qué parte de su cuerpo la obedecía mejor, movió un poco los dedos, las manos, sintió la suavidad de la sábana de seda y un escozor en la nariz. La luz era baja y no le molestaba sobre los párpados, buscó un punto de referencia y la niebla alrededor pareció aclararse poco a poco.
— Mi nombre es realmente Gaia Valkos. — comenzó a decir, pero una mano delicada que se aferró a la suya la hizo detenerse.— Hija, no es necesario que nos cuentes. — le aseguró con cariño doña Alba. — ¿Quieres que te lleve? Quería llevarla en brazos sin preguntarle, pero sabía que todavía estaba entumecida por los días de inconsciencia y dar al menos unos pasos hasta la habitación le sentaría bien a la circulación de su sangre. La respuesta fue exactamente la que esperaba.— No, cielo. Solo ayúdame a llegar sin darle un besitCAPÍTULO 41
— Hay un “mostgo”.Leo hizo un puchero entre los brazos de Alessandro mientras Gaia se envolvía en una bata de dormir y miraba la escena con curiosidad.— ¡No puede ser! — respondió el italiano ceñudo — Yo maté a todos los monstruos de tu cuarto la semana pasada.
— ¿Dentro de un año te parece bien? El licenciado Katsaros hizo una seña a uno de sus asociados, que inmediatamente le pasó una carpeta notariada, y con voz lenta comenzó a leer.— “Yo, Leónidas Voulgaris, por este medio hago público y declaro que este documento es mi última voluntad, y que estoy en plenas facultades, conCAPÍTULO 44
Gaia temblaba. La marea subía por sus piernas denudas y una cresta de espuma se rompía donde hasta hacía unos segundos Alessandro estaba haciendo de las suyas. Sintió ese dolor suave y vibrante que siempre le quedaba después de hacer el amor con él, como un recordatorio de su presencia allí, como si ni aún luego del clímax, los gemidos, los besos y la respiración tranquila, su cuerpo le permitiera olvidar que le pertenecía.
Cara iba adelante, con un vestidito color rosa pálido lleno de adornos de mariposas. Zapateaba con seguridad por la alfombra que habían dispuesto sobre la arena, esparciendo pétalos de rosas mientras la brisa despeinaba sus hermosos rizos rubios.Detrás, Alexia bailaba como una pequeña hada envuelta en encajes azules, era una niña tan independiente y fuerte como Malena, y nadie había podido convencerla de usar un vestido rosa. Pero caminaba sonriente mientras dejaba un reguero de flores a su paso.
— Tienes que decírmelo. — Alba era un amor de mujer, excepto cuando presentía que sus hijos no andaban en buenos pasos. Habían pasado tres días desde la boda de Alessandro y Gaia, y justo en aquel momento todos estaban en una excursión de buceo liderada por el más pequeño de sus hijos.— Mamá, preferiría investigar un poco más.