El golpe en la nuca lo hizo caer de rodillas, pero la fiera que se le fue encima, lanzándolo al suelo y golpeándolo hasta dejarlo casi inconsciente, fue una terrible sorpresa con la que Leandro no había contado. Desde hacía un par de horas había notado el movimiento fuera de la casa, y se había acercado, pistola en mano, creyendo que sería más que suficiente para someter a tres personas desarmadas y una moribunda. Lo que no sabía era que, con pistola o sin ella, Malena era un arma en sí misma, y una muy enojada por cierto.
Gaia permitió que Ángelo volviera a tomar a Leo mientras Alessandro la levantaba en brazos para meterla en la parte trasera de uno de los autos. Ni siquiera miró atrás, al cuerpo inerte que había quedado sobre la hierba manchándola de rojo. El italiano se sentó a su lado, abrazándola, y esperaron exactamente quince minutos a que Malena y Ángelo aparecieran. Gaia no preguntó, no quiso saber, solo se acomodó junto a su pequeño sintiendo una inmensa paz en su corazón. L
— ¡No debí dejarla! — Alessandro caminaba de un lado a otro de la sala de espera del hospital como un león enjaulado — ¡No debí permitir que fuera a esa casa a hacer nada! ¡Debí traerla directo al hospital! — Alessandro no te recrimines, no vas a ganar nada con eso. — Malena le dio algunas palmadas en la espalda tratando d
Gaia intentó abrir los ojos, pero parecía demasiado difícil. Tenía el cuerpo entumecido, cansado, como si hubiera tenido una larga jornada de pesados ejercicios. Intentó reconocer qué parte de su cuerpo la obedecía mejor, movió un poco los dedos, las manos, sintió la suavidad de la sábana de seda y un escozor en la nariz. La luz era baja y no le molestaba sobre los párpados, buscó un punto de referencia y la niebla alrededor pareció aclararse poco a poco.
— Mi nombre es realmente Gaia Valkos. — comenzó a decir, pero una mano delicada que se aferró a la suya la hizo detenerse.— Hija, no es necesario que nos cuentes. — le aseguró con cariño doña Alba. — ¿Quieres que te lleve? Quería llevarla en brazos sin preguntarle, pero sabía que todavía estaba entumecida por los días de inconsciencia y dar al menos unos pasos hasta la habitación le sentaría bien a la circulación de su sangre. La respuesta fue exactamente la que esperaba.— No, cielo. Solo ayúdame a llegar sin darle un besitCAPÍTULO 41
— Hay un “mostgo”.Leo hizo un puchero entre los brazos de Alessandro mientras Gaia se envolvía en una bata de dormir y miraba la escena con curiosidad.— ¡No puede ser! — respondió el italiano ceñudo — Yo maté a todos los monstruos de tu cuarto la semana pasada.
— ¿Dentro de un año te parece bien? El licenciado Katsaros hizo una seña a uno de sus asociados, que inmediatamente le pasó una carpeta notariada, y con voz lenta comenzó a leer.— “Yo, Leónidas Voulgaris, por este medio hago público y declaro que este documento es mi última voluntad, y que estoy en plenas facultades, conCAPÍTULO 44