CAPÍTULO 1

Sábado, 6 de octubre de 2018.

ALEXA SMITH.

Hay días en los cuales me pregunto qué fue lo que hice en el pasado para merecer tanto dolor ahora.

Culpar a mis padres de ello sería una abominación, pues a fin de cuentas ellos no tienen la culpa de no haber podido protegerme ni de no haber sospechado de ese monstruo que me hizo tanto daño cuando yo sólo era una niña de 11 años, y mucho menos de no haber sobrevivido a ese horrible accidente que terminó por destruirnos la vida a todos.

Pensar en ello aún duele, escuece en mi pecho.

La vida me ha golpeado fuerte, realmente me ha obligado a pasar por el fuego tantas veces que he perdido la cuenta. Todos estos años han sido tragedia tras tragedia; sin embargo, me he obligado a mantenerme en pie y avanzar, aunque estoy segura que el camino por el que voy no es uno al que mis padres les hubiese agradado, pero no hay marcha atrás. He tratado de mantener a mi hermano alejado de todo esto, pero no sé por cuánto tiempo pueda mantenerlo a salvo. Si algo le pasara por mi culpa no me lo perdonaría nunca y sé que mis padres tampoco lo harían.

Han pasado ya 6 malditos años desde que ellos murieron y, ¡joder! Sigue doliendo cómo si hubiese sido ayer.

La realidad es que aunque en ocasiones he sentido desfallecer, me he obligado a mostrarme fuerte ante todos, en especial frente a Chris, todo ha sido por él pero no se cuento más pueda seguir con esta farsa.

Dos meses después del accidente Chris y yo decidimos que lo mejor era volver a casa. No sólo porque no queríamos ser una carga para nadie sino porque sentíamos la necesidad de estar en el lugar que un día llamamos hogar y en el que compartimos tantos momentos buenos y malos con nuestros padres. Porque, aunque ellos se marcharon, los recuerdos no lo hicieron, y estábamos dispuestos a atesorarlos por el resto de nuestras vidas.

Meses después de habernos instalado en nuestra casa nos enteramos de que Ronald, el hermano de mi padre había tomado la dirección de la empresa a la que mi padre le había dedicado muchos años y de la cuál anteriormente él había sido el Director. En ese entonces no nos importó, éramos sólo unos chiquillos de diez y catorce años que estaban luchando por sobrellevar el dolor que les había dejado la muerte de sus padres. El día de hoy seguimos luchando con ese dolor pero ya no somos los mismos chiquillos, la vida también nos había obligado a madurar antes de tiempo.

—Hey, ¿ahora duermes sentada? —escucho la voz de Chris interrumpiendo mis pensamientos—. Estaba preparando los pañuelos para secar tus babas.

—Muy gracioso —digo rondando los ojos—. Y para que lo sepas, yo no babeo cuando duermo.

—Si tu almohada hablara, nos contaría muy buenas historias —responde mientras ríe.

—Historias que no son aptas para ti —respondo para ver cómo me mira con un poco de confusión y cuando el entendimiento llega a él, miro como hace una mueca de asco para luego ser mi turno de soltar una carcajada.

—Eres una asquerosa —refunfuña.

—¿Qué tal van las terapias? —cambio de tema todavía un poco divertida por su expresión.

—Oh, todo genial. —responde realmente entusiasmado y olvidando por completo el tema anterior—. En realidad estoy mucho mejor, Lyla me dijo que si sigo así pronto toda molestia en las caderas y los dolores en la columna se esfumaran por completo.

Poco después del accidente Chris empezó con sus terapias para recuperar el movimiento de sus piernas. No fue fácil, pues él seguía un tanto deprimido por todo lo sucedido, y lo peor era que se había resignado a que se quedaría en una silla de ruedas toda su vida pues sabíamos de muchos casos en los que los diagnósticos decían que sólo sería parálisis temporal y terminaban siendo permanentes. Pero después de largas charlas entre Rose, la tía Marie y yo, logramos convencerlo en que tenía que ser fuerte y poner todo su empeño en los ejercicios que Lyla lo obligaba a realizar en cada terapia porque todo dependería de su perseverancia y en cuánto él luchara para recuperarse.

Dos años y medio después de estar en terapia los resultados fueron totalmente notables y que le sirvió como motivación para esforzarse aún más. Ya había dejado la silla de ruedas y empezado a recuperar la movilidad de las piernas, aunque necesitaba apoyarse un poco con muletas pero ya era un gran avance.

Hoy en día también ha dejado ya las muletas, pero caminar por mucho tiempo le genera unas leves molestias en las caderas y el dolor en la columna que en algunas ocasiones es muy fuerte.

Debo admitir que tanto las terapias como los medicamentos que él ha necesitado, todo ha sido realmente muy costoso. Mis padres nos dejaron una buena cantidad de dinero, y por alguna extraña razón la empresa quedó a nombre de ese hombre, aunque yo estoy segura que él tuvo algo que ver con eso, pero es algo que he dejado pasar por el momento. Ya tendré tiempo para averiguar qué fue lo que ese imbécil hizo para alterar el testamento de mi padre.

El dinero de mis padres ha sido suficiente para poder vivir, y hasta para hacernos de algunos negocios. Chris está al tanto de ellos, aunque siendo yo la mayor pues he tenido que hacerme responsable de todo. No son la gran cosa, en realidad el bar es el negocio más grande que tenemos.

«Tú tienes uno mayor; no te hagas, idiota» refuta mi conciencia. Demonios, porqué tiene que recordármelo ahora.

—Es bueno oírlo, has sido muy fuerte y demasiado valiente Chris —respondo al fin, saliendo de mis cavilaciones. Me levanto del sofá individual en el que me encuentro para acercarme a él y abrazarlo—. Estoy muy orgullosa de ti.

Envuelve mi cuerpo con sus brazos y me acerca más a él para después llenarme el rostro de besos— Lo sé. Soy genial, ¿no? —Alardea. Ambos reímos mientras nos apretujamos en abrazos.

—Eres mi hermano, tienes que ser genial —digo también alardeando y pellizcando su mejilla, lo que ocasiona que él ría más fuerte.

—Tonta —dice, terminando con el gran abrazo.

—Bobo —respondo levantándome del sofá para empezar a caminar en dirección a la cocina—. Iré a preparar la cena.

—Okay, sólo no vuelvas a preparar ese horrible invento tuyo, por favor. —Escucho que grita mientras me adentro a la cocina.

Me río al recordar el día que preparé el pollo con kétchup y salchichas. Sabía que eso iba a ser un asco, pero quería darle su merecido por haberle dicho a los vecinos que yo cocinaba horrible. La semana pasada los Collins nos invitaron a cenar, son unas personas muy agradables. Todo iba bien hasta que Christopher dijo frente a todos que era la primera vez en años que probaba una comida tan deliciosa, porque en definitiva mis comidas parecían querer intoxicar a todo el que la probara. ¡¿Pueden creerlo?! Me sentí ofendida, sé que no soy una excelente chef, pero ¡joder! No soy tan mala en la cocina.

Así que ese día decidí darle una probadita de su propio chocolate, ¿cómo carajos que no? No me importó echar a perder la comida pero tenía que vengarme por haberme hecho quedar mal frente a esa familia.

Después de terminar de preparar unos cuantos burritos, nos sentamos en el sofá frente al televisor y nos disponemos a cenar mientras vemos una película de terror; debo admitir que la película está realmente interesante porque ni siquiera me percaté del momento en el que Chris tomó dos burritos de mi plato y tuve que levantarme a preparar más. Demonios, es un tragón.

—¿Aún no tienes sueño? —pregunta mientras me mira.

—Sólo un poco —respondo sonriendo en su dirección—. Levantaré todo éste desastre y luego iré a dormir.

—Ve a descansar, yo me encargo.

—Bien, ya que insistes tanto… entonces me voy. —lo escucho reír por lo bajo. Me levanto del sofá y estiro mis brazos sobre mi cabeza para desperezar mis músculos. Me acerco a él y deposito un beso en su mejilla para luego salir de la sala e ir a mi habitación.

Subo las escaleras con pasos perezosos, realmente me siento muy cansada. Llego hasta mi puerta, abro y me introduzco en la habitación cerrando detrás de mí. Busco el interruptor y enciendo las luces. Rose tiene la mala costumbre de venir muy temprano a despertarme, así que para evitar golpearla le pongo el pestillo a la puerta. Camino en dirección al baño mientras me deshago de mi ropa, necesito un baño, de esos reparadores. «Pero no podrá reparar tu alma» murmura una vocecilla en mi cabeza.

Decido ignorarla porque sé que tiene la jodida razón, mi vida está llena de m****a que quizá nunca podré limpiar.

Entro al baño y corro el vidrio oscuro que tiene la ducha y me introduzco en ella. Abro la regadera y doy un pequeño respingo al momento en el que el agua fría choca con mi piel desnuda. Me quedo ahí por un momento acostumbrándome a la heladez del agua y después de un rato empiezo a enjabonar mi cuerpo como si haciendo aquello también limpiara todo lo malo que hay en mí, necesito con urgencia sentirme menos repugnante de lo que me siento y sé, soy.

Después de haber salido del baño y colocarme mi ropa de pijama me tumbo en la cama para intentar dormir, debo descansar si quiero estar en excelentes condiciones para mañana, pues tendré nuevamente una de esas reuniones con Jack Stevens a la cual no puedo faltar.

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