Capítulo 7: Lucien, II

La brisa acariciaba el rostro de Lucien.

Y con cada golpeteo de su caballo, las hermosas hebras doradas de su cabello rubio se mecían con fuerza.

Detrás de él, un sequito de guardias lo seguían a paso rápido, la caravana que lo acompañaba era pequeña, y el palanquín que debía utilizar estaba detrás de él, vacío como el día en que salieron de Luthania, hacía ya algunas semanas.

Y es que él no podía evitarlo, ya que le tenía un cariño especial al caballo que había acompañado sus viajes. La melena blanca de su corcel se balanceaba al ritmo de su galopeo, reluciente y brillante.

A sus oídos llegaban los bulliciosos murmullos de los sirvientes, que a solo unos pasos detrás de él caminaban a paso tranquilo, casi como si todo el tiempo del mundo estuviese a su alcance.

Lucien ignoró con detenimiento, mientras su mirada anaranjada miraba hacia el frente, donde el Bosque Antiguo se alzaba a la lejanía.

No sería su primera vez recorriendo aquellos tentadores senderos, pero ciertamente, ello no lo hacía más sencillo.

Intentó mantenerse centrado en la tarea que se presentaba frente a él, pero su mirada se desviaba cada pocos segundos a la pequeña criatura que corría a su lado.

Un ligero ladrido interrumpió sus pensamientos, era tan agudo y escandaloso al mismo tiempo, que Lucien no pudo evitar reír. El dueño de tan peculiar sonido no era otro que un pequeño cachorro que se había unido a ellos en algún momento de las últimas semanas.

El pequeño intruso se veía bien cuidado, casi como si tuviese un duelo esperando su regreso, y algunos sirvientes se habían tomado el tiempo de alimentarlo.

En un intento inútil por cuidarlo, incluso habían intentado mantenerlo dentro de los carruajes, pero allí estaba nuevamente, tratando de igualar el golpeteo del gran corcel del príncipe Lucien.

Aquella pequeña criatura volvió a ladrar, pero era tan diminuta, que su gemido agudo era quebradizo. Su pelaje se veía tan suave al reflejo del sol, que Lucien casi deseaba pasar sus dedos entre sus cabellos.

Su pelaje era tan oscuro como una noche sin luna.

Lucien se obligó a continuar, y pronto su espalda se enderezó instintivamente, su mirada recorrió el frondoso bosque que se extendía frente a él.

La caravana se detuvo a solo unos pasos, mientras ponían atención a las palabras que saldrían de su boca.

—Atentos —dijo, su voz firme y clara.

Su mirada se extendió por los árboles que le daban la bienvenida, mientras los murmullos bulliciosos a su espalda se silenciaron como si nunca hubiesen existido.

—El bosque no es amable con los forajidos —continuó, indolente ante el silencio que se había apoderado de su sequito—, así que sepan que si se alejan, morirán.

El silencio era opresivo, pero Lucien no pudo interesarse en ello, porque algo se sentía repentinamente realmente mal.

Pese a que Luthania era en la actualidad un reino invadido por bandidos, en su camino al Bosque Antiguo, no se habían topado con ninguno.

Su mano pronto se posó sobre su espada, y un sentimiento de fuerte inquietud comenzó a rodearlo.

—No lloraremos a los caídos —No pudo evitar advertir, y pronto su mirada se desvió hacia el pequeño intruso de cuatro patas—. Vuelve donde tu dueño, pequeño. Este bosque no es lugar para niños.

Y con eso, se adentró al bosque.

Su mirada estaba fija en aquel camino que atravesaba las frondosas arboledas. El camino era ancho, pero las ramas de los altos y gruesos arboles se ceñían por arriba, amenazantes.

Sin poder evitarlo, Lucien dirigió una ultima mirada hacia su intruso, quien sin tomar en cuenta las dedicadas advertencias del príncipe, intentaba correr a su lado.

Sus pequeñas patas moviéndose rápida e inestablemente en un intento casi cómico para igualar el galopeo de su corcel.

[…]

El tiempo transcurrió con normalidad en aquel sendero, pero la cantidad de personas que acompañaban a Lucien actualmente no era la misma cantidad que había ingresado con él.

Soldados y sirvientes por igual se habían perdido en la tentación que el bosque les ofrecía.

Pero Lucien continuó, porque sabía que si se detenía a llorar a aquellos idiotas que no habían logrado acatar sus órdenes, los perdería a todos.

Él no podía permitirlo.

Durante sus viajes, Lucien había aprendido algunas cosas bastante interesantes sobre el Bosque de los Tres Reinos, cosas que le hacían continuar caminando mientras los inútiles se perdían entre las ramas de sus árboles.

Durante años había demostrado su valía fuera de su hogar, pero finalmente había llegado el momento de recuperar aquello que debía ser suyo.

Con ello en mente, continuó, ignorando deliberadamente que un suave y resplandeciente pelaje oscuro sobresalía por entre sus ropajes pálidos como una nube negra en un día soleado.

Lucien se detuvo abruptamente.

Sus ojos horrorizados se fijaron en la nube negra que se extendía hacia el cielo, a la lejanía, por donde él sabía se encontraba Laurentia.

Estaba a solo una semana de distancia de su hogar, pero cada centímetro que los separaba comenzaba a doler en su corazón.

Parecía, a sus ojos, que un incendio devastador se había apoderado de su reino.

Un grito estridente se dejó escuchar en aquel sinuoso sendero, y su garganta se resintió pero él no pudo tomarle suficiente atención. Su caballo aceleró, sus pasos resonaban con fuerza en sus oídos.

A la lejanía, un pájaro se lamentó, y su llanto se entremezcló con el grito estremecedor de Lucien.

Bien podría ser su subconsciente jugando con él, pero casi podía sentir el olor a ceniza rodeándolo con fuerza.

Asfixiándolo.

M. ISABEL

Nuevo capítulo~ ¿Teorias? ¿Quién es ese pequeño polizón?

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