La brisa acariciaba el rostro de Lucien.
Y con cada golpeteo de su caballo, las hermosas hebras doradas de su cabello rubio se mecían con fuerza.
Detrás de él, un sequito de guardias lo seguían a paso rápido, la caravana que lo acompañaba era pequeña, y el palanquín que debía utilizar estaba detrás de él, vacío como el día en que salieron de Luthania, hacía ya algunas semanas.
Y es que él no podía evitarlo, ya que le tenía un cariño especial al caballo que había acompañado sus viajes. La melena blanca de su corcel se balanceaba al ritmo de su galopeo, reluciente y brillante.
A sus oídos llegaban los bulliciosos murmullos de los sirvientes, que a solo unos pasos detrás de él caminaban a paso tranquilo, casi como si todo el tiempo del mundo estuviese a su alcance.
Lucien ignoró con detenimiento, mientras su mirada anaranjada miraba hacia el frente, donde el Bosque Antiguo se alzaba a la lejanía.
No sería su primera vez recorriendo aquellos tentadores senderos, pero ciertamente, ello no lo hacía más sencillo.
Intentó mantenerse centrado en la tarea que se presentaba frente a él, pero su mirada se desviaba cada pocos segundos a la pequeña criatura que corría a su lado.
Un ligero ladrido interrumpió sus pensamientos, era tan agudo y escandaloso al mismo tiempo, que Lucien no pudo evitar reír. El dueño de tan peculiar sonido no era otro que un pequeño cachorro que se había unido a ellos en algún momento de las últimas semanas.
El pequeño intruso se veía bien cuidado, casi como si tuviese un duelo esperando su regreso, y algunos sirvientes se habían tomado el tiempo de alimentarlo.
En un intento inútil por cuidarlo, incluso habían intentado mantenerlo dentro de los carruajes, pero allí estaba nuevamente, tratando de igualar el golpeteo del gran corcel del príncipe Lucien.
Aquella pequeña criatura volvió a ladrar, pero era tan diminuta, que su gemido agudo era quebradizo. Su pelaje se veía tan suave al reflejo del sol, que Lucien casi deseaba pasar sus dedos entre sus cabellos.
Su pelaje era tan oscuro como una noche sin luna.
Lucien se obligó a continuar, y pronto su espalda se enderezó instintivamente, su mirada recorrió el frondoso bosque que se extendía frente a él.
La caravana se detuvo a solo unos pasos, mientras ponían atención a las palabras que saldrían de su boca.
—Atentos —dijo, su voz firme y clara.
Su mirada se extendió por los árboles que le daban la bienvenida, mientras los murmullos bulliciosos a su espalda se silenciaron como si nunca hubiesen existido.
—El bosque no es amable con los forajidos —continuó, indolente ante el silencio que se había apoderado de su sequito—, así que sepan que si se alejan, morirán.
El silencio era opresivo, pero Lucien no pudo interesarse en ello, porque algo se sentía repentinamente realmente mal.
Pese a que Luthania era en la actualidad un reino invadido por bandidos, en su camino al Bosque Antiguo, no se habían topado con ninguno.
Su mano pronto se posó sobre su espada, y un sentimiento de fuerte inquietud comenzó a rodearlo.
—No lloraremos a los caídos —No pudo evitar advertir, y pronto su mirada se desvió hacia el pequeño intruso de cuatro patas—. Vuelve donde tu dueño, pequeño. Este bosque no es lugar para niños.
Y con eso, se adentró al bosque.
Su mirada estaba fija en aquel camino que atravesaba las frondosas arboledas. El camino era ancho, pero las ramas de los altos y gruesos arboles se ceñían por arriba, amenazantes.
Sin poder evitarlo, Lucien dirigió una ultima mirada hacia su intruso, quien sin tomar en cuenta las dedicadas advertencias del príncipe, intentaba correr a su lado.
Sus pequeñas patas moviéndose rápida e inestablemente en un intento casi cómico para igualar el galopeo de su corcel.
[…]
El tiempo transcurrió con normalidad en aquel sendero, pero la cantidad de personas que acompañaban a Lucien actualmente no era la misma cantidad que había ingresado con él.
Soldados y sirvientes por igual se habían perdido en la tentación que el bosque les ofrecía.
Pero Lucien continuó, porque sabía que si se detenía a llorar a aquellos idiotas que no habían logrado acatar sus órdenes, los perdería a todos.
Él no podía permitirlo.
Durante sus viajes, Lucien había aprendido algunas cosas bastante interesantes sobre el Bosque de los Tres Reinos, cosas que le hacían continuar caminando mientras los inútiles se perdían entre las ramas de sus árboles.
Durante años había demostrado su valía fuera de su hogar, pero finalmente había llegado el momento de recuperar aquello que debía ser suyo.
Con ello en mente, continuó, ignorando deliberadamente que un suave y resplandeciente pelaje oscuro sobresalía por entre sus ropajes pálidos como una nube negra en un día soleado.
Lucien se detuvo abruptamente.
Sus ojos horrorizados se fijaron en la nube negra que se extendía hacia el cielo, a la lejanía, por donde él sabía se encontraba Laurentia.
Estaba a solo una semana de distancia de su hogar, pero cada centímetro que los separaba comenzaba a doler en su corazón.
Parecía, a sus ojos, que un incendio devastador se había apoderado de su reino.
Un grito estridente se dejó escuchar en aquel sinuoso sendero, y su garganta se resintió pero él no pudo tomarle suficiente atención. Su caballo aceleró, sus pasos resonaban con fuerza en sus oídos.
A la lejanía, un pájaro se lamentó, y su llanto se entremezcló con el grito estremecedor de Lucien.
Bien podría ser su subconsciente jugando con él, pero casi podía sentir el olor a ceniza rodeándolo con fuerza.
Asfixiándolo.
Nuevo capítulo~ ¿Teorias? ¿Quién es ese pequeño polizón?
Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio. Siglos, o tal vez milenios antes incluso del surgimiento del primer reino humano, existió una oscuridad que rodeaba al mundo, lo cubrió como la niebla cubre los valles, y bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular. Estas sombras propagaban semillas de miedo y ambición en los mortales, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina, y serían conocidos como demonios. En ese tiempo, siglos o tal vez milenios atrás, la oscuridad había sido el único horizonte conocido para los desafortunados mortales que tuvieron la desdicha de vivir en esa época oscura, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal. Inalcanzable para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada
El pequeño príncipe de Laurentia, aun no lo suficientemente mayor para querer dejar los brazos amorosos de su madre, escuchaba atentamente las leyendas que esta señalaba sobre su reino natal, Stonehaven. —... la leyenda dice que Stonehaven fue el primer lugar de los ocho reinos que la Diosa pisó al descender del cielo —susurró la reina Alysa mientras acariciaba el cabello rizado del pequeño niño en sus brazos. Cassel miró hacia la luna, sus labios se fruncieron en un pequeño puchero. —¿Y su amigo? —preguntó—. Abuela siempre dice que llegaron juntos al mundo. —Oh —Alysa sonrió—. Se dice que el Dios del Sol llegó a Solarea primero, el hogar de los dragones, y que su poder sigue manteniendo cálido al reino, pero ¿qué crees tú, cariño? ¿Quién llego primero, la Luna o el Sol? —¡Emberion! —gritó, acercando su pequeño dragón de madera al rostro de su madre, casi golpeándola con el entusiasmo. —Los dragones no son Dioses, amor. —Alysa rio mientras trataba de alejar la mano de
La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y el sol daba sus primeros avistamientos tímidos, una enorme figura se elevaba en la lejanía.Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra e hizo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que resguardaban las murallas, mientras que en el horizonte, una enorme figura se acercaba a una velocidad vertiginosa.Gritos se dejaron escuchar.—¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque!Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia.Bocanadas de fuego iluminaron la ciudadela mientras el aire se llenaba de humo y cenizas, y un fuerte e intenso olor a quemado comenzaba a impregnar cada rinc
Kael observó con ojos cansados mientras Cassel se perdía entre los árboles, sus ojos estaban entrecerrados aún mientras se obligó a continuar mirando, sus ojos fijos en la silueta que se hacía cada vez más borrosa.Él simplemente necesitaba estar seguro, sin poder hacer nada más que mirar impotente, sus ojos continuaron abiertos. Kael debía estar seguro de que su hijo logró salir.Una nueva bocanada ardiente se estrelló en alguna parte del castillo, pero Kael ni siquiera podía prestarle atención, su respiración se volvía cada vez más lenta y dificultosa con cada segundo que pasaba, pero su mirada fija en su hijo.Nada más importaba.Su única importancia, se alejaba a paso cansado en esos momentos, casi arrastrándose, mientras trataba de poner suficiente espacio entre él y el fuego.Sus ojos se rindieron, perdiendo la batalla contra el vacío que comenzaba a envolver todo a su alrededor.Simplemente se dejó ir, y con su corazón finalmente en paz, apoyó su cabeza contra la tierra.De repe
Era un día gris.La mañana se había convertido en tarde, y la noche pronto estaría haciendo acto de presencia, pero el cielo no se estaba despejando, de hecho, se veía complemente gris, mientras las nubes de ceniza se extendían mucho más allá de Laurentia, pese a que Cassel había dejado su hogar en lo que se sentía como horas, o tal vez días atrás.Sus pies cansados dolían cada vez más, con cada paso que daba, y el cielo no estaba más cerca de despejarse que lo que se podía ver desde que salió de casa.El sol, escondido detrás de humo y ceniza, se despedía del día con porte indiferente y estoico, como si ningún mal hubiese aterrizado en el mundo.Y aunque Cassel casi esperaba que el mundo se hubiese detenido como su propio mundo lo había hecho hace pocas horas, él continuó caminando, pese a que sus pies descalzos dolían como nunca había sentido antes, un solo objetivo plagaba su mente.Poner tanta distancia como fuese posible entre él y el fuego que había arrasado con su hogar.El calo
El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía. Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo. Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo. Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor. Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar. Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer. Todo dolía, y se sentía
Una inexplicable calma se había apoderado de ella.Una pequeña semilla gestándose y comenzando a crecer en su corazón, sus raíces extendiéndose por su cuerpo y llegando a sus extremidades con calidez.La calma, ahora, era una parte de ella.Sus ojos avellana se extendieron por el bosque, y ella se sintió finalmente en casa.Aquel frondoso bosque le daba la bienvenida con los brazos abiertos, como si de un viejo amigo se tratase, y mientras la ligera brisa acariciaba sus pálidas pero sonrojadas mejillas, las preocupaciones que la habían atormentado se alejaron como si nunca hubiesen existido.Con cada paso que daba, sus pies acariciaban la hierba que crecía a las faldas de los grandes arboles a su alrededor, la luz que se filtraba por las hojas en lo alto del bosque iluminaba sus suaves rizos castaños y resaltaban sus destellos color miel como si de oro líquido se tratase.La mirada de Alysa se fijó nuevamente en aquella ninfa que le hacía compañía, a solo unos pasos frente a ella, y pe
La mañana en la que Lucien debía regresar a Laurentia había llegado.Su mirada se extendió hacia el balcón por el que entraba la suave luz de la madrugada, con ligera desgana se separó de los dos cuerpos cálidos que habían acompañado su última noche en el reino de Luthania, y se levantó de aquella lujosa cama.Sus pasos guiándolo hacia el balcón.Lucien era un joven realmente apuesto, y aunque su sangre Solari no era fuerte, sus ojos anaranjados y su tez de un exquisito dorado daban cuenta de su ascendencia lejana.Su madre, la reina viuda, había sido parte de una rama lateral de la familia real de Solarea antes de casarse con su padre, el anterior rey George, y aunque su conexión con la rama principal era débil y su propia sangre no era lo suficientemente espesa, el tono de su cabello hacia innegable la conexión.Y es que la familia real de Solarea se caracterizaba por un cabello pelirrojo como el fuego y ojos anaranjados. Las leyendas decían que los Solari llevaban el poder del fuego