Capítulo 4: Cassel, II

El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía.

Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo.

Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo.

Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor.

Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar.

Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer.

Todo dolía, y se sentía como si pequeñas agujas se enterrasen en su piel con cada movimiento que intentaba hacer, así que se mantuvo quieto.

Sus ojos volvieron a recorrer la habitación, finalmente dándose por vencido respecto a levantarse, y solo entonces, Cassel pudo dejarse llevar por la calma que finalmente había encontrado.

La habitación en la que él se encontraba no era lujosa, de hecho, era todo lo contrario, pero pese a la falta de decoración y riqueza, sus paredes de madera oscura le daban una sensación acogedora.

Una tenue luz entraba por una ventana a su izquierda, y los débiles rayos del sol calentaban su piel con suavidad, haciéndole sentir una calma inusual.

Como si nada dentro de aquella pequeña y humilde habitación pudiese lastimarlo. O, tal vez, como si nada malo pudiese entrar a aquella habitación para hacerle daño.

Solo un segundo después, la puerta se abrió y un joven entró con una pequeña bandeja de comida.

—¡Finalmente estas despierto!

Cassel parpadeó, sin entender lo que sucedía frente a sus ojos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó el joven—. ¿Sabes que has dormido por horas? —continuó, como si ni siquiera necesitase de la respuesta de Cassel para continuar.

El chico, no mucho mayor que el propio Cassel, caminaba de un lado a otro, bajo la atónita mirada del pequeño príncipe, como si fuese el dueño de la habitación.

Y Cassel repentinamente considero algo:

Tal vez el joven si era el dueño de la habitación.

El pequeño príncipe de Laurentia permaneció en silencio, sintiendo como si fuese demasiado esfuerzo romper la concentración del otro, mientras éste caminaba de un lado a otro, simplemente sin dejar de moverse.

Era casi hipnótico para Cassel.

—Aunque creo que es normal dormir un día completo —dijo el joven sin desanimarse ante el silencio del otro—, considerando, bueno... todo.

Cassel se quedó mirando, su boca abriendose y cerrándose de asombro, el chico lo había señalado completamente, pero antes de que Cassel pudiera responder, aquel monólogo continuó.

—No digo que te veas mal —dijo, con una sonrisa apenada, como si recién en ese momento se diera cuenta de la cantidad de palabras que había dicho en tan pocos minutos—. Aunque, de hecho, sí te ves... ¿algo mal? —confesó, tratando inútilmente de decirlo con consideración—. Antes, no lo sé... parecía como si tu mundo hubiera... terminado, ¿sabes?

—¿Antes? —Logró preguntar Cassel con dificultad, sintiendo como si no hubiese usado su voz en mucho tiempo.

—Antes de que te desmayaras.

—Oh —Cassel guardó silenció por un momento, antes de señalar con voz plana, casi sin emociones—. También... creo que mi mundo acaba de terminar.

—Perder a alguien siempre hace eso.

¿Oh?

—¿A quién...? —comenzó Cassel, pero no pudo terminar la pregunta, las palabras atorándose en su garganta.

El chico sonrió con tristeza—. Mis padres.

Oh.

—Perdí a mi padre también —confesó Cassel—. Y creo que a mi hogar también.

—Mmn —murmuró el chico, contemplativo—. Mi hogar es grande, creo que tal vez podría... ¿compartirlo? —Una sonrisa comenzó a crecer en el rostro del chico,

Y por primera vez en días, mientras el chico comenzaba a ayudarlo con la comida que había traído, Cassel sintió una pequeña sonrisa crecer en su rostro.

[...]

El chico tenía magia, notó Cassel con asombro.

No es como si aquel joven lo estuviese escondiendo, ya que claramente comenzó un encantamiento donde él podría ver fácilmente, justo ahí, frente a los ojos atónitos de Cassel, en aquella pequeña y humilde habitación de cuatro paredes.

Su corazón comenzó a latir rápidamente, porque si bien la magia era aceptada en Laurentia, Cassel nunca había visto magia en todo su esplendor.

Diablos, a su corta edad, Cassel ni siquiera había tenido la oportunidad de conocer a un mago, antes de ahora.

Repentinamente, justo cuando el joven mago terminaba de recitar algo que él definitivamente no había comprendido para nada, algo lo rodeó con fuerza, sus ojos se cerraron al tiempo en que una calidez rozaba su piel con suavidad, tocando cada punto dolorido de su cuerpo, casi como una caricia que no sabía que necesitaba hasta ese momento.

Su respiración se entrecortó cuando el peor de sus dolores desapareció como si nunca lo hubiese sentido, sus ojos se abrieron, grandes y asombrados, para fijarlos en el joven frente a él, pero antes de siquiera poder comenzar con un vergonzoso arrebato de admiración, el joven habló.

—Ahya —Se quejó con una pequeña sonrisa de vergüenza—. No soy bueno con hechizos de sanación, haha, realmente no sabía si funcionaría.

—¿Qué...? —Cassel pestañó, pero pronto decidió que preguntar supondría demasiado esfuerzo.

Y así, su conversación se tornó hacía temas más ligeros.

[...]

Era curioso, muy curioso.

Cassel y el joven mago habían hablado durante horas, los temas yendo y viniendo, las palabras entremezclándose entre risas, pero él no estaba más cerca de conocerlo.

Sus respuestas ligeramente camufladas con desviaciones que Cassel podía observar a millas de distancia.

Y para cuando la luz suave dejo de entrar por la ventana, y las respuestas poco concretas habían acumulado suficiente frustración en Cassel, simplemente dijo:

—Tu nombre, ¿cuál es tu nombre?

El joven mago inclinó la cabeza, contemplativo—. ¿Oh? Puedes llamarme un amigo.

—Me gusta llamar a mis amigos por su nombre —afirmó, pese a que realmente no tenía muchos de esos, su voz se manifestó con firmeza, él quería respuestas y las obtendría en esos momentos, ya sea que el otro así lo quisiera, o no.

—Los nombres llevan poder —confesó el joven mago, un suspiro salió por entre sus labios cuando noto que no podría desviar al niño frente a él—. Y los magos, bueno, tendemos a cuidarnos de influencias externas, como la magia neg...

—Mi nombre es Cassel De Laurence, único hijo de Kael y Alysa De Laurence, príncipe de...

Cassel no sabía si continuaba siendo príncipe de Laurentia, y como él ni siquiera sabía si continuaba existiendo el reino de Laurentia, guardó silencio, la oración cortándose a la mitad de un respiro.

El silencio se apodero de la habitación de forma opresiva.

Incomoda.

—Está bien, está bien —dijo el joven con falsa modestia, mientras hacia una reverencia—. Mi pequeño príncipe, usted puede llamarme Merlín.

Cassel se quedó mirando, un pestañeo ocasional era su único movimiento.

—¿Cómo el mago Merlín? —preguntó, escéptico—. Ese no es tu verdadero nombre, ¿verdad?

El joven mago, cuyo nombre posiblemente sea Merlín, alzó los hombros, riendo con diversión.

—Es como tendrás que llamarme —dijo, una sonrisa enorme plasmada en su rostro—. Y nunca sabrás si miento, o si mi madre solo tenía mal gusto —Merlín inclinó la cabeza, antes de decir—. O, tal vez, pequeño príncipe, realmente soy ese mago Merlín.

Cassel negó con la cabeza, repentinamente inmune a las réplicas inteligentes del otro, su mente pronto se dirigió distraídamente hacia las leyendas del mago Merlín, y no pudo evitar resoplar cuando un pensamiento lo invadió.

—El mago Merlín vivió durante la Gran Guerra —contempló, mientras una sonrisa traviesa comenzaba a crecer en su rostro—. Debes ser realmente viejo.

Mientras la respuesta indignada del joven mago Merlín invadía la pequeña y austera habitación, la risa de Cassel se dejó escuchar, entremezclándose con la creciente carcajada del joven.

[…]

Se dice que, hacía muchos años, tantos que era imposible precisar, existió una batalla que sacudió al reino Mortal como ninguna otra, cambiándola irremediablemente. Y durante ese tiempo, que se extendió por un periodo más largos que diez vidas mortales, nacieron personajes que serían olvidados con el paso del tiempo.

El cambio de estaciones había hecho lo suyo para enterrar el pasado.

Pero habría seres cuya grandeza sería recordada hasta la actualidad, seres cuyas vidas se convertirían en leyendas, y una de ellas sería mencionada distraídamente en una pequeña habitación de un pueblo costero sin nombre.

El mago Merlín.

Había muchas incógnitas sobre el propio Merlín, pero sus hazañas serían recordadas en la actualidad, incluso si los detalles se perdieron hacia tantas vidas atrás.

Cassel no podía recordarlo adecuadamente, y era bastante probable que la historia se hubiese distorsionado con el pasar del tiempo, y así, diferentes versiones de una historia convergían entre sí.

Y Cassel no podía comenzar a señalar cual podría ser la correcta.

Tal vez, el mundo podría sorprenderlo, y ninguna de las leyendas que tanto había amado mientras crecía, sería real.

[…]

Hacia muchos, muchos siglos atrás, existió un reino, el primero de ellos, alzándose bajo el alero de una gran batalla, se dice que fue un gran reino que surgió de la valerosa mano de un fuerte rey.

Surgió a las faldas de un bosque frondoso que, siglos después, comenzaría a ser llamado el Bosque Antiguo. Pero su castillo, oh, su castillo estaba escondido en una isla, protegido y resguardado de miradas indiscretas.

Su ubicación, se dice, se habría perdido irremediablemente cuando su rey cayó en la batalla final contra la oscuridad.

La ciudadela de Camelot estaba escondida incluso en la actualidad, y con ella, todas las verdades sobre Merlín y su rey quedaron sepultadas bajo sus ruinas.

—Pero… —comenzó Cassel con confusión, interrumpiendo irremediablemente el relato del joven mago—. ¿y ese reino?

La sonrisa de Merlín se extendió en su rostro.

Unas horas de descanso realmente hacían maravillas, y mientras la luz del nuevo día se filtraba por las ventanas de la pequeña taberna en la que comían en esos momentos, Merlín continuó con su relato, su sabiduría siendo compartida mientras su voz se entremezclaba con reinos perdidos en el tiempo.

Merlin realmente tenía una muy buena capacidad para contar cuentos.

La taberna era pequeña, humilde, y a esa hora de la mañana estaba realmente poco concurrida, y solo ahí, Cassel pudo notar que seguían en aquel pequeño pueblo costero.

Una tranquilidad comenzaba a llenar el cuerpo de Cassel, su cuerpo solo parcialmente adolorido, ciertamente una mejora respecto al día anterior.

—Pese a que nunca encontraron las ruinas del castillo —comenzó Merlín, acercándose como si fuese a contar un secreto—, el reino de Avalon se levantó sobre las ruinas del reino de Camelot.

Cassel pestañó.

Y volvió a pestañar.

—Oh —Eso, de hecho, fue lo único que él pudo decir por unos segundos, su boca se abrió y se cerró, y se volvió a abrir para decir, casi conspirador—, el reino de Avalon generalmente no se involucra con el resto del mundo mortal… ¿mantienen sus secretos de esa forma?

La risa de Merlín se escuchó por la taberna, melodiosa y divertida, y la sonrisa de Cassel no hizo más que crecer, negando con la cabeza.

—¡Vamos! —pidió entusiasmado, como si finalmente pudiese actuar como el niño que realmente era—. Las leyendas dicen que el rey volverá, ¿se esconden por eso?

—Pequeño príncipe —dijo, sus cejas alzándose con maravilla—. ¿Cómo sabes…?

Cassel alzó sus hombros, desestimando la pregunta—. Me gusta leer, las leyendas de la Gran Guerra me provocan… mayor admiración. El rey y el mago pelearon junto al Gran Dr…

Junto al Gran Dragon, quería decir Cassel, pero las palabras se atoraron en su garganta. Su anterior admiración por Emberion convertida en cristales rotos sobre el suelo desde que la primera bocanada de fuego había golpeado su hogar.

Las palabras simplemente no lograron salir.

—Bueno… —dijo el joven mago, contemplativo—. Ciertamente Avalon estará ahí esperando el regreso de su rey.

Él había tenido razón.

El reino de Avalon se mantenía resguardado, sus secretos escondidos, y en esos momentos, tal vez solo una persona fuera del reino conocía parcialmente sus secretos.

Y ese, por supuesto, era Cassel.

Su sonrisa creció, y él pronto se inclinó hacia adelante, repentinamente deseoso de escuchar más sobre los secretos que escondía aquel misterioso reino. El reino de Avalon se oía especialmente maravilloso, y un viaje con su nuevo acompañante no sonaba tan mal.

Finalmente, y después de unas horas realmente pesadas, Cassel sentía que tal vez no todo estaba perdido para él.

M. ISABEL

¡Espero que disfruten! Definitivamente, las leyendas comienzan a cobrar vida, ¿o no? No sabremos si Merlin dijo la verdad o mintió sobre su nombre jaja ¿su madre habrá tenido el mal gusto de ponerle el nombre de una leyenda? ¡No lo sé! Alguien noto que Cassel señalaba constantemente que la habitación era humilde, pequeña, o sin decoración? El pobre niño está acostumbrado al oro JAJAJAJ

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