Una inexplicable calma se había apoderado de ella.
Una pequeña semilla gestándose y comenzando a crecer en su corazón, sus raíces extendiéndose por su cuerpo y llegando a sus extremidades con calidez.
La calma, ahora, era una parte de ella.
Sus ojos avellana se extendieron por el bosque, y ella se sintió finalmente en casa.
Aquel frondoso bosque le daba la bienvenida con los brazos abiertos, como si de un viejo amigo se tratase, y mientras la ligera brisa acariciaba sus pálidas pero sonrojadas mejillas, las preocupaciones que la habían atormentado se alejaron como si nunca hubiesen existido.
Con cada paso que daba, sus pies acariciaban la hierba que crecía a las faldas de los grandes arboles a su alrededor, la luz que se filtraba por las hojas en lo alto del bosque iluminaba sus suaves rizos castaños y resaltaban sus destellos color miel como si de oro líquido se tratase.
La mirada de Alysa se fijó nuevamente en aquella ninfa que le hacía compañía, a solo unos pasos frente a ella, y pese a no conocerla realmente, su cuerpo la seguía a través del bosque vivaz y colorido en un silencio placentero.
Su ropaje de dormir, sin que ella lo notase en la calmada atmósfera de aquel ansiado hogar, estaba cubierto de suciedad y cenizas de una batalla que ella ya no recordaba.
Alysa se dejó guiar por el melodioso cantar de los pájaros que acompañaban y armonizaban su caminar, sus brazos se extendieron a los lados, y la punta de sus dedos rozaron los anchos troncos a su lado, y oh, Alysa nunca se había sentido en mayor libertad que en esos momentos.
Sus ojos se cerraron y simplemente se dejó llevar, pese a que sus pies continuaron llevándola hacia adelante. Repentinamente, sus ojos se abrieron al sentir agua cálida bajo sus pies descalzos, y una carcajada estremeció su cuerpo.
Un estanque lunar se encontraba frente a ella, allí en su nuevo hogar, y mientras pequeñas luces centellantes sobrevolaban el agua, Alysa se sintió como en uno de esos cuentos de hadas que solía leerle a…
Espera…
¿A quién solía leerle cuentos de hadas?
Antes de que Alysa pudiese comenzar a responder las preguntas que surgían en su interior, la ninfa fijó su mirada en ella, y solo entonces, ella notó que sus pasos la habían llevado a su lado, justo frente al estanque lunar.
El agua se mecía con fluidez, tranquila en su propio espacio seguro, y la ninfa volvió a mirar al frente, mientras su melodiosa voz se apoderaba del claro al que habían llegado.
—La diosa dio su bendición.
Alysa inclinó su cabeza—. ¿Cómo?
El vaporoso y ligero vestido blanco de la mujer a su lado se mecía sutilmente por la brisa, y junto a su sedoso cabello blanco como la nieve, le otorgaban una imagen casi celestial.
Con lentitud, una de las manos de su acompañante se acercó a Alysa y tocó su cuerpo, las palabras se repitieron como si solo con eso, ella debiese entender.
—La diosa dio su bendición —dijo con voz melodiosa y sedosa, sintiéndose como música para los oídos de Alysa.
La mirada de la mujer se dirigió a su mano, y como si ello fuese una indicación, la propia mirada de Alysa la siguió, allí estaba, posada sobre su vientre, y de repente las palabras de la criatura se repetían insistentemente en su mente.
—No…
Alysa negó con la cabeza, porque lo que aquella ninfa refería no podría ser, ella ya tenía un… ¿qué tenía ella?
Sus pensamientos gritaban dentro de su cabeza, repentinamente aquella calma que el bosque le había entregado se sentía incorrecto. Y como si las respuestas estuviesen frente a ella, Alysa dijo su mirada en el estanque lunar.
Tratando de hallar las respuestas a todas sus incógnitas entre la quietud de las aguas.
Su mente estaba en conflicto, su corazón comenzó a latir con rapidez, y el miedo comenzó a gestarse en su interior, porque ella no podía recordar.
Casi como si sintiese su inquietud, la ninfa volvió a hablar:
—Edén es posesivo —explicó la ninfa, su mano aun posado sobre el vientre de Alysa—, en algún momento fue nuestro hogar, pero lo hemos abandonado. No quiere dejarnos ir.
Alysa jadeó, porque ella debía regresar.
En esos momentos, ella no podía recordar la razón, pero debía regresar. Sus pasos debían llevarla por donde había venido, y debía buscar algo que, aunque en esos momentos no podía recordar, sabía que era importante.
—Dijiste… antes dijiste que el bosque te dice lo que necesito escuchar —comenzó Alysa con dificultad—, dijiste… lo que necesito escuchar, no lo que quiero… ¿qué te está diciendo?
La mujer quitó la mano con movimientos lentos, y su silencio se sintió opresivo para una Alysa deseosa de respuestas inmediatas. Su corazón llamando a alguien que en esos momentos ella no podía recordar.
—El bosque dice muchas cosas —aceptó la mujer, pero pronto confesó—, pero no me cuenta todo.
La ninfa comenzó a caminar, alejándose del estanque lunar que tanta serenidad le había entregado a Alysa hacia solo unos minutos, y ella no pudo hacer más que apresurarse a seguirla.
Una inquietud había hecho hogar en su corazón, y con cada paso que daba lejos de las calmadas aguas, aquel sentimiento negativo simplemente se hacía más profundo.
Solo unos pocos minutos después, la ninfa se detuvo, y solo entonces Alysa miró a su alrededor. Su aliento se cortó, sus ojos fijándose en las personas del claro, que simplemente caminaban por el bosque como en un trance.
Casi como si todas las preocupaciones hubiesen sido dejadas fuera del resguardo de sus árboles.
—Yo... —Alysa quería preguntar si ella había caminado igual, pero las palabras simplemente no salían.
—Edén es un bosque posesivo —explicó la ninfa—, una vez que los tiene, no los deja ir.
Alysa comenzó a mirar a su alrededor, repentinamente sintiendo la inquietud convertirse en pánico, miedo de no poder salir y regresar a… repentinamente, ella sintió sus ojos llenarse de lágrimas, porque seguía sin poder recordar aquello tan importante para ella.
Pero su corazón continuaba llamando, y aquel llanto, ella sabía, se mantendría sin respuesta hasta encontrar la manera de salir.
Su mirada continuó recorriendo el bosque, pero lo único que veía eran árboles y más árboles.
Capitulo nuevo! No olviden dejar comentarios, me ayudan a traer capítulos más rápido~ ¿Que creen que suceda con el bosque y con la ninfa más adelante? Acepto teorias~
La mañana en la que Lucien debía regresar a Laurentia había llegado.Su mirada se extendió hacia el balcón por el que entraba la suave luz de la madrugada, con ligera desgana se separó de los dos cuerpos cálidos que habían acompañado su última noche en el reino de Luthania, y se levantó de aquella lujosa cama.Sus pasos guiándolo hacia el balcón.Lucien era un joven realmente apuesto, y aunque su sangre Solari no era fuerte, sus ojos anaranjados y su tez de un exquisito dorado daban cuenta de su ascendencia lejana.Su madre, la reina viuda, había sido parte de una rama lateral de la familia real de Solarea antes de casarse con su padre, el anterior rey George, y aunque su conexión con la rama principal era débil y su propia sangre no era lo suficientemente espesa, el tono de su cabello hacia innegable la conexión.Y es que la familia real de Solarea se caracterizaba por un cabello pelirrojo como el fuego y ojos anaranjados. Las leyendas decían que los Solari llevaban el poder del fuego
La brisa acariciaba el rostro de Lucien.Y con cada golpeteo de su caballo, las hermosas hebras doradas de su cabello rubio se mecían con fuerza.Detrás de él, un sequito de guardias lo seguían a paso rápido, la caravana que lo acompañaba era pequeña, y el palanquín que debía utilizar estaba detrás de él, vacío como el día en que salieron de Luthania, hacía ya algunas semanas.Y es que él no podía evitarlo, ya que le tenía un cariño especial al caballo que había acompañado sus viajes. La melena blanca de su corcel se balanceaba al ritmo de su galopeo, reluciente y brillante.A sus oídos llegaban los bulliciosos murmullos de los sirvientes, que a solo unos pasos detrás de él caminaban a paso tranquilo, casi como si todo el tiempo del mundo estuviese a su alcance.Lucien ignoró con detenimiento, mientras su mirada anaranjada miraba hacia el frente, donde el Bosque Antiguo se alzaba a la lejanía.No sería su primera vez recorriendo aquellos tentadores senderos, pero ciertamente, ello no l
Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio. Siglos, o tal vez milenios antes incluso del surgimiento del primer reino humano, existió una oscuridad que rodeaba al mundo, lo cubrió como la niebla cubre los valles, y bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular. Estas sombras propagaban semillas de miedo y ambición en los mortales, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina, y serían conocidos como demonios. En ese tiempo, siglos o tal vez milenios atrás, la oscuridad había sido el único horizonte conocido para los desafortunados mortales que tuvieron la desdicha de vivir en esa época oscura, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal. Inalcanzable para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada
El pequeño príncipe de Laurentia, aun no lo suficientemente mayor para querer dejar los brazos amorosos de su madre, escuchaba atentamente las leyendas que esta señalaba sobre su reino natal, Stonehaven. —... la leyenda dice que Stonehaven fue el primer lugar de los ocho reinos que la Diosa pisó al descender del cielo —susurró la reina Alysa mientras acariciaba el cabello rizado del pequeño niño en sus brazos. Cassel miró hacia la luna, sus labios se fruncieron en un pequeño puchero. —¿Y su amigo? —preguntó—. Abuela siempre dice que llegaron juntos al mundo. —Oh —Alysa sonrió—. Se dice que el Dios del Sol llegó a Solarea primero, el hogar de los dragones, y que su poder sigue manteniendo cálido al reino, pero ¿qué crees tú, cariño? ¿Quién llego primero, la Luna o el Sol? —¡Emberion! —gritó, acercando su pequeño dragón de madera al rostro de su madre, casi golpeándola con el entusiasmo. —Los dragones no son Dioses, amor. —Alysa rio mientras trataba de alejar la mano de
La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y el sol daba sus primeros avistamientos tímidos, una enorme figura se elevaba en la lejanía.Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra e hizo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que resguardaban las murallas, mientras que en el horizonte, una enorme figura se acercaba a una velocidad vertiginosa.Gritos se dejaron escuchar.—¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque!Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia.Bocanadas de fuego iluminaron la ciudadela mientras el aire se llenaba de humo y cenizas, y un fuerte e intenso olor a quemado comenzaba a impregnar cada rinc
Kael observó con ojos cansados mientras Cassel se perdía entre los árboles, sus ojos estaban entrecerrados aún mientras se obligó a continuar mirando, sus ojos fijos en la silueta que se hacía cada vez más borrosa.Él simplemente necesitaba estar seguro, sin poder hacer nada más que mirar impotente, sus ojos continuaron abiertos. Kael debía estar seguro de que su hijo logró salir.Una nueva bocanada ardiente se estrelló en alguna parte del castillo, pero Kael ni siquiera podía prestarle atención, su respiración se volvía cada vez más lenta y dificultosa con cada segundo que pasaba, pero su mirada fija en su hijo.Nada más importaba.Su única importancia, se alejaba a paso cansado en esos momentos, casi arrastrándose, mientras trataba de poner suficiente espacio entre él y el fuego.Sus ojos se rindieron, perdiendo la batalla contra el vacío que comenzaba a envolver todo a su alrededor.Simplemente se dejó ir, y con su corazón finalmente en paz, apoyó su cabeza contra la tierra.De repe
Era un día gris.La mañana se había convertido en tarde, y la noche pronto estaría haciendo acto de presencia, pero el cielo no se estaba despejando, de hecho, se veía complemente gris, mientras las nubes de ceniza se extendían mucho más allá de Laurentia, pese a que Cassel había dejado su hogar en lo que se sentía como horas, o tal vez días atrás.Sus pies cansados dolían cada vez más, con cada paso que daba, y el cielo no estaba más cerca de despejarse que lo que se podía ver desde que salió de casa.El sol, escondido detrás de humo y ceniza, se despedía del día con porte indiferente y estoico, como si ningún mal hubiese aterrizado en el mundo.Y aunque Cassel casi esperaba que el mundo se hubiese detenido como su propio mundo lo había hecho hace pocas horas, él continuó caminando, pese a que sus pies descalzos dolían como nunca había sentido antes, un solo objetivo plagaba su mente.Poner tanta distancia como fuese posible entre él y el fuego que había arrasado con su hogar.El calo
El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía. Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo. Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo. Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor. Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar. Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer. Todo dolía, y se sentía