La mañana en la que Lucien debía regresar a Laurentia había llegado.
Su mirada se extendió hacia el balcón por el que entraba la suave luz de la madrugada, con ligera desgana se separó de los dos cuerpos cálidos que habían acompañado su última noche en el reino de Luthania, y se levantó de aquella lujosa cama.
Sus pasos guiándolo hacia el balcón.
Lucien era un joven realmente apuesto, y aunque su sangre Solari no era fuerte, sus ojos anaranjados y su tez de un exquisito dorado daban cuenta de su ascendencia lejana.
Su madre, la reina viuda, había sido parte de una rama lateral de la familia real de Solarea antes de casarse con su padre, el anterior rey George, y aunque su conexión con la rama principal era débil y su propia sangre no era lo suficientemente espesa, el tono de su cabello hacia innegable la conexión.
Y es que la familia real de Solarea se caracterizaba por un cabello pelirrojo como el fuego y ojos anaranjados. Las leyendas decían que los Solari llevaban el poder del fuego en las venas, y por ello, el reino Solarea era conocido como el hogar de los dragones.
Aunque durante su paso por Solarea, él realmente no había visto ninguno.
Y en real contraste con el cabello cobrizo de su madre y su hermano mayor, el cabello de Lucien era rubio como el de su fallecido padre.
Solo unos segundos después, Lucien detuvo sus pasos en el balcón de la lujosa habitación, y simplemente observó, tratando de alejar sus pensamientos del pasado, pero le era casi imposible.
Él sabía perfectamente que su estadía en Luthania sería la última en mucho tiempo, y aquel pesar en su corazón se levantó como si nunca lo hubiese aquejado.
Y es que Lucien era el hermano menor del rey Kael De Laurence, del reino de Laurentia. Por ello, delegado a misiones diplomáticos que lo mantenían constantemente alejado de su querido hogar.
Mucho antes de siquiera poner un pie fuera del reino, Lucien ya había sabido que extrañaría su hogar, razón por la que había estado en desacuerdo con su rey al momento en que dicha tarea le había sido impuesta.
Tanto tiempo atrás, que él ya no logra recordar cual había sido el destino de su primer trabajo diplomático, pero recordaba algo perfectamente, y Lucien sentía que lo recordaría por siempre.
Aquella tarea se había sentido como un destierro.
El hermano pequeño alejado de su familia, alejado de su hogar.
Alejado del trono.
Y así se lo había hecho saber al rey Kael.
[...]
—¡No puedes alejarme! —había dicho Lucien, de pie frente a su rey.
Kael simplemente lo había mirado, antes de decir:
—Encontrarás, hermano, que sí puedo —afirmó, su voz firme—. Saldrás al amanecer.
Y solo eso fue necesario para callar cualquier protesta de Lucien.
La relación con su hermano mayor se había visto deteriorada progresivamente bajo su mirada desesperada, sin que él pudiese hacer algo para remediarlo.
Aquella tarea que le había sido encomendada solo había servido para empujar el ultimo clavo en su corazón.
Y mientras dejaba su hogar por primera vez en una misión que él realmente no deseaba, Lucien podría haber dado un segundo vistazo atrás, él podría haber visto la mirada desesperada de Kael, que observaba su retirada desde lo alto de un balcón entre las torres del ala sur, y él podría haber visto a la reina Alysa posar una mano reconfortante en el hombro de su hermano.
Él podría haber visto como el fuerte y valeroso rey Kael se derrumbaba en los brazos de su esposa, pero Lucien había salido por las puertas de la ciudadela sin dar un segundo vistazo atrás.
Y él no lo vio.
[…]
Aquel peso sobre su corazón, que tenía extrañamente la forma de la ciudadela de Laurentia, se levantó aquella mañana mientras contemplaba el reino desde lo alto del castillo de Luthania, sabiendo que finalmente había llegado el momento de regresar a casa.
Su mirada se dirigió hacia los dos cuerpos sobre la cama, y no pudo evitar sonreír, porque habían sido acompañantes con certeza entusiastas, y realmente, había sido una agradable forma de despedirse de Luthania.
La mujer alzó una ceja—. Mi príncipe, ¿existe, tal vez, la posibilidad de quedarse?
Ella era realmente una belleza, su largo cabello negro enmarcaba un rostro de rasgos delicados, y su mirada verde se sentía casi penetrante, mientras se clavaba en los ojos naranjas de Lucien, en un intento de atraerlo nuevamente a la cama.
—¿Oh? —preguntó Lucien con interés, pero no pudo evitar bromear—. Princesa Igraine, ¿qué diría su esposo de tan escandalosa propuesta?
Una carcajada se escuchó en la lujosa habitación, mientras el segundo cuerpo comenzaba a moverse, la sabana deslizándose por un vientre cincelado y marcado.
—Su esposo ciertamente estaría satisfecho —aceptó el hombre, su voz tan gruesa y aterciopelada, que el interior de Lucien se estremeció sin poder evitarlo.
Pero pese a que aquella era una propuesta realmente llamativa, él negó con la cabeza, porque el anhelo en su corazón era mayor que el deseo de su cuerpo.
—Debo regresar —afirmó, y el arrepentimiento en su voz era completamente real.
Mientras ambos se besaban frente a sus ojos agradecidos, eran realmente una escena para tener en cuenta.
Se sentía privilegiado de haber tenido la oportunidad la noche anterior.
Sin embargo, tuvo que girarse, porque si continuaba mirando, podría hacer algo de lo que tal vez, podría arrepentirse posteriormente.
Así que caminó hacia el baño, donde aquella delicia de bañera lo llamaba, el agua humeando por mecanismos que él no entendía del todo, pero que lograban movilizar las aguas termales bajo el castillo de Luthania, y la escasa ropa que traía cayó al suelo sin esfuerzo.
Un gemido salió de sus labios al sumergir su adolorido cuerpo en el agua, y debió haber sido especialmente bullicioso, porque nuevas carcajadas se escucharon desde la habitación.
Una carcajada también salió por entre sus labios al escucharlos, pero él simplemente se dejó hundir un poco más en el agua, y aunque a sus oídos llegaba una melodía de gemidos y jadeos, él simplemente cerró los ojos.
[…]
Solo habían pasado unas horas, pero Lucien ya estaba listo para irse.
Sus ojos recorrieron el castillo que había sido su hogar durante las semanas anteriores, mientras un repentino sentimiento de nostalgia lo invadía, pero su regreso a Laurentia era inminente.
Y es que por años había deseado finalizar sus viajes, y finalmente, luego de recorrer la mayor parte del reino mortal, él podría finalmente regresar a su tan ansiado hogar.
Nada podría hacerlo cambiar de opinión.
Lucien dirigió su mirada hacia la pareja que había llegado a despedirlo, incluso mientras las puertas de la ciudadela habían comenzado a abrirse a su espalda y los guardias y sirvientes que habían acompañado su travesía se preparaban para salir.
Su mirada se mantuvo fija en ellos, mientras decía con una sonrisa pícara—. Mis señores.
El príncipe Alek se inclinó levemente, casi en una pequeña burla, mientras su largo cabello rubio y rizado caía libremente por sus hombros, su mirada era intensa, casi como si intentase transmitir un sin numero de secretos solo con el poder de sus ojos.
—Mi príncipe —comenzó Alek, su voz gruesa y aterciopelada resonando en todos los que escuchaban—. Le deseo un buen viaje.
La princesa Igraine se inclinó, a diferencia a su esposo, en una reverencia real, mientras una sonrisa amable se posaba en su rostro.
Pero nadie podría hacer que Lucien cambiase de opinión.
Y tal vez, solo tal vez, Lucien pudo haber rechazado que aquel enredo se convirtiera en una pasión que consumiría a los tres y podría convertirse en algo mucho más profundo.
Pero él si aceptaba una amistad
Así que, fijándose alrededor, se acercó a ambos, su voz fue baja mientras cuidaba que las siguientes palabras no fuesen escuchadas por nadie más que los herederos de Luthania.
—Tengan cuidado con los cuervos —dijo, su sonrisa era pequeña y secreta—, los bandidos también son carroñeros, ¿no?
Y con eso, dio media vuelta y se alejó de Luthania, finalmente, Lucien iba a casa.
Primer capítulo sobre Lucien! Espero que les guste, es realmente algo a lo que deseaba llegar, poder finalmente introducirlo a la historia se siente genial, espero puedan apreciarlo igual. Nos vemos el siguiente domingo~ Si son amables y dejan amorcito, tal vez pueda traerlo antes*
La brisa acariciaba el rostro de Lucien.Y con cada golpeteo de su caballo, las hermosas hebras doradas de su cabello rubio se mecían con fuerza.Detrás de él, un sequito de guardias lo seguían a paso rápido, la caravana que lo acompañaba era pequeña, y el palanquín que debía utilizar estaba detrás de él, vacío como el día en que salieron de Luthania, hacía ya algunas semanas.Y es que él no podía evitarlo, ya que le tenía un cariño especial al caballo que había acompañado sus viajes. La melena blanca de su corcel se balanceaba al ritmo de su galopeo, reluciente y brillante.A sus oídos llegaban los bulliciosos murmullos de los sirvientes, que a solo unos pasos detrás de él caminaban a paso tranquilo, casi como si todo el tiempo del mundo estuviese a su alcance.Lucien ignoró con detenimiento, mientras su mirada anaranjada miraba hacia el frente, donde el Bosque Antiguo se alzaba a la lejanía.No sería su primera vez recorriendo aquellos tentadores senderos, pero ciertamente, ello no l
Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio. Siglos, o tal vez milenios antes incluso del surgimiento del primer reino humano, existió una oscuridad que rodeaba al mundo, lo cubrió como la niebla cubre los valles, y bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular. Estas sombras propagaban semillas de miedo y ambición en los mortales, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina, y serían conocidos como demonios. En ese tiempo, siglos o tal vez milenios atrás, la oscuridad había sido el único horizonte conocido para los desafortunados mortales que tuvieron la desdicha de vivir en esa época oscura, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal. Inalcanzable para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada
El pequeño príncipe de Laurentia, aun no lo suficientemente mayor para querer dejar los brazos amorosos de su madre, escuchaba atentamente las leyendas que esta señalaba sobre su reino natal, Stonehaven. —... la leyenda dice que Stonehaven fue el primer lugar de los ocho reinos que la Diosa pisó al descender del cielo —susurró la reina Alysa mientras acariciaba el cabello rizado del pequeño niño en sus brazos. Cassel miró hacia la luna, sus labios se fruncieron en un pequeño puchero. —¿Y su amigo? —preguntó—. Abuela siempre dice que llegaron juntos al mundo. —Oh —Alysa sonrió—. Se dice que el Dios del Sol llegó a Solarea primero, el hogar de los dragones, y que su poder sigue manteniendo cálido al reino, pero ¿qué crees tú, cariño? ¿Quién llego primero, la Luna o el Sol? —¡Emberion! —gritó, acercando su pequeño dragón de madera al rostro de su madre, casi golpeándola con el entusiasmo. —Los dragones no son Dioses, amor. —Alysa rio mientras trataba de alejar la mano de
La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y el sol daba sus primeros avistamientos tímidos, una enorme figura se elevaba en la lejanía.Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra e hizo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que resguardaban las murallas, mientras que en el horizonte, una enorme figura se acercaba a una velocidad vertiginosa.Gritos se dejaron escuchar.—¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque!Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia.Bocanadas de fuego iluminaron la ciudadela mientras el aire se llenaba de humo y cenizas, y un fuerte e intenso olor a quemado comenzaba a impregnar cada rinc
Kael observó con ojos cansados mientras Cassel se perdía entre los árboles, sus ojos estaban entrecerrados aún mientras se obligó a continuar mirando, sus ojos fijos en la silueta que se hacía cada vez más borrosa.Él simplemente necesitaba estar seguro, sin poder hacer nada más que mirar impotente, sus ojos continuaron abiertos. Kael debía estar seguro de que su hijo logró salir.Una nueva bocanada ardiente se estrelló en alguna parte del castillo, pero Kael ni siquiera podía prestarle atención, su respiración se volvía cada vez más lenta y dificultosa con cada segundo que pasaba, pero su mirada fija en su hijo.Nada más importaba.Su única importancia, se alejaba a paso cansado en esos momentos, casi arrastrándose, mientras trataba de poner suficiente espacio entre él y el fuego.Sus ojos se rindieron, perdiendo la batalla contra el vacío que comenzaba a envolver todo a su alrededor.Simplemente se dejó ir, y con su corazón finalmente en paz, apoyó su cabeza contra la tierra.De repe
Era un día gris.La mañana se había convertido en tarde, y la noche pronto estaría haciendo acto de presencia, pero el cielo no se estaba despejando, de hecho, se veía complemente gris, mientras las nubes de ceniza se extendían mucho más allá de Laurentia, pese a que Cassel había dejado su hogar en lo que se sentía como horas, o tal vez días atrás.Sus pies cansados dolían cada vez más, con cada paso que daba, y el cielo no estaba más cerca de despejarse que lo que se podía ver desde que salió de casa.El sol, escondido detrás de humo y ceniza, se despedía del día con porte indiferente y estoico, como si ningún mal hubiese aterrizado en el mundo.Y aunque Cassel casi esperaba que el mundo se hubiese detenido como su propio mundo lo había hecho hace pocas horas, él continuó caminando, pese a que sus pies descalzos dolían como nunca había sentido antes, un solo objetivo plagaba su mente.Poner tanta distancia como fuese posible entre él y el fuego que había arrasado con su hogar.El calo
El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía. Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo. Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo. Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor. Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar. Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer. Todo dolía, y se sentía
Una inexplicable calma se había apoderado de ella.Una pequeña semilla gestándose y comenzando a crecer en su corazón, sus raíces extendiéndose por su cuerpo y llegando a sus extremidades con calidez.La calma, ahora, era una parte de ella.Sus ojos avellana se extendieron por el bosque, y ella se sintió finalmente en casa.Aquel frondoso bosque le daba la bienvenida con los brazos abiertos, como si de un viejo amigo se tratase, y mientras la ligera brisa acariciaba sus pálidas pero sonrojadas mejillas, las preocupaciones que la habían atormentado se alejaron como si nunca hubiesen existido.Con cada paso que daba, sus pies acariciaban la hierba que crecía a las faldas de los grandes arboles a su alrededor, la luz que se filtraba por las hojas en lo alto del bosque iluminaba sus suaves rizos castaños y resaltaban sus destellos color miel como si de oro líquido se tratase.La mirada de Alysa se fijó nuevamente en aquella ninfa que le hacía compañía, a solo unos pasos frente a ella, y pe