La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y el sol daba sus primeros avistamientos tímidos, una enorme figura se elevaba en la lejanía.
Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra e hizo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que resguardaban las murallas, mientras que en el horizonte, una enorme figura se acercaba a una velocidad vertiginosa.
Gritos se dejaron escuchar.
—¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque!
Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia.
Bocanadas de fuego iluminaron la ciudadela mientras el aire se llenaba de humo y cenizas, y un fuerte e intenso olor a quemado comenzaba a impregnar cada rincón de la ciudad.
Los desafortunados habitantes de Laurentia fueron arrancados de su sueño por el fuerte rugido de la bestia, la conmoción llenó sus corazones mientras la comprensión se hundía en sus mentes.
La ciudad, que segundos antes había sido un refugio seguro, era en ese momento un infierno de fuego y destrucción.
Los gritos y el pánico comenzaron a extenderse, mientras los habitantes de Laurentia trataban de comprender la magnitud de la catástrofe que se cernía sobre ellos.
[…]
Cassel abrió sus dorados ojos con alarma, el miedo llenó su cuerpo ante el retumbar de las paredes y el calor opresivo que casi lo asfixiaba. Él se levantó, apurado, y lo primero que hizo fue correr hacia la ventana con el corazón acelerado, su respiración se ahogó ante la vista frente a él.
Los reflejos anaranjados de su cabello castaño rojizo, parecían iluminarse con la fuerza de aquellas llamas, y sus ojos casi parecían oro líquido mientras el fuego, que se apoderaba rápidamente de los edificios, se reflejaba como si de dos espejos dorados se tratase.
Y ahí fue cuando lo vio, la enorme figura negra que se alzaba sobre Laurentia, de escamas grandes y brillantes y de ojos rojos, que parecían devorar todo a su paso.
—Emberion —exhaló, su voz temblorosa por una mezcla de asombro y terror.
Las leyendas decían que Emberion había sido el dragón más grande que había volado sobre la tierra. Y ahora, frente a él y sobre la ciudad de Laurentia, se erguía una criatura que fácilmente podría ser su sucesor.
Aunque, a diferencia del Gran Dragon que Cassel tanto había admirado mientras crecía, aquella bestia frente a él dejaba a su paso un rastro de destrucción y muerte.
Él sintió que su corazón se detenía, como si el tiempo mismo se hubiera congelado, sus piernas se sintieron repentinamente débiles, pero antes de poder caer, un gritó angustiado se dejó escuchar en la habitación.
—¡Aléjate de la ventana, Cass! —Cassel se giró, viendo entrar a su padre, su rostro mostrando los signos visibles de terror—. ¡Vamos!
Su padre, el rey Kael, parecía que se hubiese apresurado en llegar, sus ropas de dormir estaban entreabiertas, sus pantalones torcidos y no llevaba camisón. Su cabello, de un fuerte tono anaranjado, se veía en esos momentos opacado por la ceniza que había comenzado a caer.
Cassel estaba tan, pero tan confundido, y se sentía realmente pequeño en ese momento, que simplemente se dejó guiar por su padre, su mente estaba en blanco mientras corría por los pasillos del castillo.
Él ni siquiera llevaba zapatos, y la piedra caliente se sentía casi insoportable bajo sus pies descalzos, como si estuviese caminando sobre brasas ardientes.
Mientras corrían, Cassel podía sentir el calor aumentando cada vez más. El castillo mismo se estremecía con tanta fuerza que era difícil mantenerse en pie.
Su padre lo agarró del brazo y lo empujó hacia una puerta, y con la respiración acelerada observó cómo el techo se derrumbaba donde hace solo unos segundos habían estado.
Cassel se tambaleó hacia adelante, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Se sentía como sí hubiesen corrido por horas, y seguían sin encontrar salida.
El castillo, aquel que en algún momento había sido un símbolo de majestuosidad y grandeza, se había transformado en una pesadilla.
Sus altas paredes, que lo habían visto crecer, ahora se cernían sobre él como una amenaza. Mientras el olor a humo se volvía cada vez más insoportable, y los pasillos parecían laberintos cada vez más interminables y desconcertantes.
Sus pies siguieron avanzando, arrastrado por la mano de su padre, mientras un susurro tembloroso salía por entre sus labios.
—¿Qué vamos a hacer? —dijo, su voz era casi imperceptible, y temía que su padre no lo escuchase por encima del estruendo que los rodeaba, pero el miedo a hablar más fuerte lo mantuvo contenido—. ¿Dónde está mamá?
Un segundo después, un fuerte estruendo silenciando la respuesta apresurada del rey, el rugido había sonado casi como un lamento, para los oídos de Cassel, y de repente, una chispa de esperanza fue sembrada en su corazón.
¡Seguro los guardias se habían organizado para contratacar!
Siguió corriendo con la mirada fija al frente, sin querer observar desde las ventanas como nubes de humo se elevaban, oscureciendo el tranquilo amanecer de su cumpleaños número diez.
Su vista se redujo mientras el humo oscurecía su visión, y Cassel ya no podía ver hacia donde se dirigían, el laberinto de pasillos se alzaba frente a él de forma aterradora, casi como si los pasillos se cerrasen a su alrededor y los gritos a la distancia aumentaran su volumen para espantarlo.
Sus pies continuaban, y la urgencia imposibilitaba sentir el dolor de sus pies heridos y sangrantes, pero el calor era insoportable.
De repente, su padre se detuvo y empujó una puerta a su lado.
—¡Vamos, Cassel! ¡Por aquí! —gritó.
Cassel no necesitó que lo empujaran dos veces. Se lanzó hacia la puerta, y sintió un golpe de aire fresco en su rostro al cruzarla. Estaban en el patio exterior del ala este, y habían logrado dejar atrás la opresión de los pasillos de piedra.
El patio estaba lleno de guardias que corrían de un lado a otro, preparándose para la batalla. Cassel vio a algunos de ellos subir a los muros, listos para defender el castillo. Otros, gritaban mientras veían a Kael
—¡Mi rey!
—¿La reina logró salir? —preguntó Kael en cuanto llegó a los guardias, su voz apresurada y sin aire—. ¿La reina madre?
El guardia negó con la cabeza, y Cassel ya no pudo prestarle atención. Miró a su alrededor, el patio parecía un caos, pero al menos estaban fuera del laberinto de pasillos. Ahora tenían que encontrar un lugar donde esconderse hasta que pasara el peligro.
Pronto, gritos fuertes se dejaron escuchar, alarmas de parte de los guardias apostados en los muros.
—¡La muralla! ¡La muralla!
De repente, un estruendo ensordecedor sacudió el patio.
Cassel ni siquiera alcanzó a reaccionar antes de que su brazo fuera agarrado tan fuerte que estaba seguro de que las huellas de esa mano quedarían plasmadas durante días, pero ni siquiera tuvo tiempo de quejarse antes de que su cuerpo se moviera en contra de su voluntad.
Pronto, Cassel se vio a varios metros de donde había estado solo segundos antes, su cara presionada contra la tierra mientras yacía desparramado sobre el suelo tal y como lo habían empujado.
Su mirada estaba fija frente a él, incrédula, sin comprender la escena que se desplegaba ante sus ojos.
Dejo su mirada vagar con desconcierto, impactado de una manera que, hasta ese momento, Cassel no había sentido ni siquiera al abrir los ojos esa misma mañana. La muralla exterior del ala este se encontraba derrumbada, y los guardias estaban atrapados bajo ella, e incluso sin quererlo, su mirada se fijó en la sangre que manaba de sus cuerpos inertes.
Su corazón latía con fuerza, su mente estaba paralizada, incapaz de procesar lo que había sucedido, y sordo al caos que lo rodeaba.
Poco a poco, los gritos horrorizados comenzaron a hacerse cada vez más claros y fuertes. Un gemido silencioso se escapó de sus labios, su expresión de horror totalmente visible.
Su mirada recorrió el patio, buscando a su padre, mientras su respiración se convertía en un jadeo entrecortado y la desesperación hacia hogar en su interior.
Su corazón se rompía cada segundo que pasaba sin que sus ojos se fijaran en su padre, pequeños sollozos comenzaron a desbordarse, sin poder contenerlos, pero entonces, tan bajo que si no hubiese estado buscando atentamente, se lo hubiese perdido, escuchó una voz.
—Cass…
Su nombre, incluso pronunciado con debilidad, despertó la semilla de esperanza en su corazón, y Cassel pronto se arrastró hacia la voz, su corazón latía con una mezcla de miedo y esperanza, y su mirada desesperada buscaba el origen del sonido.
—Papá… —balbuceó Cassel, con voz entrecortada al descubrir a su padre sepultado bajo los escombros, su torso inmovilizado y ensangrentado. Con un esfuerzo sobrehumano, se arrastró hacia él, incluso mientras cada movimiento aumentaba el dolor de su pierna herida. Él no podía detenerse.
Mientras se acercaba, el rey Kael abrió los ojos, y su mirada encontró la de Cassel, reflejando un dolor profundo y una urgencia desesperada que helaba la sangre.
—Cassel —susurró, su voz débil. Su mano extendiéndose con agotamiento, tratando de llegar a su hijo—. Hijo mío.
Sus manos se aferraron desesperadas, con una fuerza que parecía querer detener el tiempo y mantenerse unidas por la eternidad. Las lágrimas inundaban los ojos del pequeño príncipe, sabiendo que, si soltaba su mano, perdería para siempre al hombre más importante de su vida.
—¿Qué debo…? —Un sollozo interrumpió sus palabras mientras la desesperación se apoderaba de su cuerpo—. Papi, ¿qué hago?
Kael observó a su hijo, sus ojos parpadeando con cansancio, pero sin desear dormir.
—Debes correr, Cass —susurró.
Cassel negó con la cabeza, ansioso, su padre no podría estar pidiéndole que lo abandone.
¿Verdad?
—Corre, Cass —pidió, su voz cada vez más débil—, no busques a tu madre, no mires atrás… solo corre.
—No —lloró, la desesperación creciendo en su interior, el dolor corrompiendo su pequeño y joven corazón de formas que nunca habría esperado experimentar.
Kael sonrió con suavidad, obligándose a mantener los ojos abiertos y fijos en su hijo—. Debes estar a salvo, Cass… prométemelo —Cassel negó con la cabeza repetidamente—. Prométemelo, Cass… que estarás a salvo.
Con un sollozo desgarrador, Cassel se levantó, su rostro contorsionado por el dolor, mientras las lágrimas fluían como ríos incontenibles.
Su grito resonó en el aire, un alarido de angustia y desesperación que parecía liberar solo una fracción del tormento que desgarraba su corazón.
—Necesito que estes a salvo, hijo mío.
Con las últimas palabras de su padre, se dio la vuelta con dificultad, sintiendo su mundo derrumbarse con cada paso que daba para alejarse, su corazón se rompió mientras se arrastraba fuera del patio y caminaba hacia el bosque claro.
—Lo prometo, papá —susurró con dificultad, su voz entrecortada por sollozos, mientras dejaba atrás todo el mundo que había conocido hasta la fecha.
Miró por última vez al castillo, y aunque no podía ver el daño completo desde su lugar, podía ver el humo y el fuego elevarse hacia el cielo como una maldición, una nube de cenizas se había formado sobre la ciudadela, oscureciendo la mañana de una forma que nunca había visto antes, como si la propia oscuridad se hubiera materializado.
Y ahí, entremezclándose entre las nubes, la silueta enorme se erguía, dominando los cielos con su presencia imponente y aterradora, como si fuera un mensajero del destino, venido a reclamar el reino para las sombras.
La visión helaba la sangre de Cassel, pero no podía detenerse.
Una nueva bocanada de fuego estalló, y su corazón lo llamaba a regresar, a buscar a su familia, a ayudar a su reino, pero pese a la dificultad en su movimiento, Cassel se arrastró hacia afuera, porque tenía una promesa que cumplir.
Él tenía que estar a salvo.
Kael observó con ojos cansados mientras Cassel se perdía entre los árboles, sus ojos estaban entrecerrados aún mientras se obligó a continuar mirando, sus ojos fijos en la silueta que se hacía cada vez más borrosa.Él simplemente necesitaba estar seguro, sin poder hacer nada más que mirar impotente, sus ojos continuaron abiertos. Kael debía estar seguro de que su hijo logró salir.Una nueva bocanada ardiente se estrelló en alguna parte del castillo, pero Kael ni siquiera podía prestarle atención, su respiración se volvía cada vez más lenta y dificultosa con cada segundo que pasaba, pero su mirada fija en su hijo.Nada más importaba.Su única importancia, se alejaba a paso cansado en esos momentos, casi arrastrándose, mientras trataba de poner suficiente espacio entre él y el fuego.Sus ojos se rindieron, perdiendo la batalla contra el vacío que comenzaba a envolver todo a su alrededor.Simplemente se dejó ir, y con su corazón finalmente en paz, apoyó su cabeza contra la tierra.De repe
Era un día gris.La mañana se había convertido en tarde, y la noche pronto estaría haciendo acto de presencia, pero el cielo no se estaba despejando, de hecho, se veía complemente gris, mientras las nubes de ceniza se extendían mucho más allá de Laurentia, pese a que Cassel había dejado su hogar en lo que se sentía como horas, o tal vez días atrás.Sus pies cansados dolían cada vez más, con cada paso que daba, y el cielo no estaba más cerca de despejarse que lo que se podía ver desde que salió de casa.El sol, escondido detrás de humo y ceniza, se despedía del día con porte indiferente y estoico, como si ningún mal hubiese aterrizado en el mundo.Y aunque Cassel casi esperaba que el mundo se hubiese detenido como su propio mundo lo había hecho hace pocas horas, él continuó caminando, pese a que sus pies descalzos dolían como nunca había sentido antes, un solo objetivo plagaba su mente.Poner tanta distancia como fuese posible entre él y el fuego que había arrasado con su hogar.El calo
El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía. Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo. Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo. Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor. Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar. Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer. Todo dolía, y se sentía
Una inexplicable calma se había apoderado de ella.Una pequeña semilla gestándose y comenzando a crecer en su corazón, sus raíces extendiéndose por su cuerpo y llegando a sus extremidades con calidez.La calma, ahora, era una parte de ella.Sus ojos avellana se extendieron por el bosque, y ella se sintió finalmente en casa.Aquel frondoso bosque le daba la bienvenida con los brazos abiertos, como si de un viejo amigo se tratase, y mientras la ligera brisa acariciaba sus pálidas pero sonrojadas mejillas, las preocupaciones que la habían atormentado se alejaron como si nunca hubiesen existido.Con cada paso que daba, sus pies acariciaban la hierba que crecía a las faldas de los grandes arboles a su alrededor, la luz que se filtraba por las hojas en lo alto del bosque iluminaba sus suaves rizos castaños y resaltaban sus destellos color miel como si de oro líquido se tratase.La mirada de Alysa se fijó nuevamente en aquella ninfa que le hacía compañía, a solo unos pasos frente a ella, y pe
La mañana en la que Lucien debía regresar a Laurentia había llegado.Su mirada se extendió hacia el balcón por el que entraba la suave luz de la madrugada, con ligera desgana se separó de los dos cuerpos cálidos que habían acompañado su última noche en el reino de Luthania, y se levantó de aquella lujosa cama.Sus pasos guiándolo hacia el balcón.Lucien era un joven realmente apuesto, y aunque su sangre Solari no era fuerte, sus ojos anaranjados y su tez de un exquisito dorado daban cuenta de su ascendencia lejana.Su madre, la reina viuda, había sido parte de una rama lateral de la familia real de Solarea antes de casarse con su padre, el anterior rey George, y aunque su conexión con la rama principal era débil y su propia sangre no era lo suficientemente espesa, el tono de su cabello hacia innegable la conexión.Y es que la familia real de Solarea se caracterizaba por un cabello pelirrojo como el fuego y ojos anaranjados. Las leyendas decían que los Solari llevaban el poder del fuego
La brisa acariciaba el rostro de Lucien.Y con cada golpeteo de su caballo, las hermosas hebras doradas de su cabello rubio se mecían con fuerza.Detrás de él, un sequito de guardias lo seguían a paso rápido, la caravana que lo acompañaba era pequeña, y el palanquín que debía utilizar estaba detrás de él, vacío como el día en que salieron de Luthania, hacía ya algunas semanas.Y es que él no podía evitarlo, ya que le tenía un cariño especial al caballo que había acompañado sus viajes. La melena blanca de su corcel se balanceaba al ritmo de su galopeo, reluciente y brillante.A sus oídos llegaban los bulliciosos murmullos de los sirvientes, que a solo unos pasos detrás de él caminaban a paso tranquilo, casi como si todo el tiempo del mundo estuviese a su alcance.Lucien ignoró con detenimiento, mientras su mirada anaranjada miraba hacia el frente, donde el Bosque Antiguo se alzaba a la lejanía.No sería su primera vez recorriendo aquellos tentadores senderos, pero ciertamente, ello no l
Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio. Siglos, o tal vez milenios antes incluso del surgimiento del primer reino humano, existió una oscuridad que rodeaba al mundo, lo cubrió como la niebla cubre los valles, y bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular. Estas sombras propagaban semillas de miedo y ambición en los mortales, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina, y serían conocidos como demonios. En ese tiempo, siglos o tal vez milenios atrás, la oscuridad había sido el único horizonte conocido para los desafortunados mortales que tuvieron la desdicha de vivir en esa época oscura, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal. Inalcanzable para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada
El pequeño príncipe de Laurentia, aun no lo suficientemente mayor para querer dejar los brazos amorosos de su madre, escuchaba atentamente las leyendas que esta señalaba sobre su reino natal, Stonehaven. —... la leyenda dice que Stonehaven fue el primer lugar de los ocho reinos que la Diosa pisó al descender del cielo —susurró la reina Alysa mientras acariciaba el cabello rizado del pequeño niño en sus brazos. Cassel miró hacia la luna, sus labios se fruncieron en un pequeño puchero. —¿Y su amigo? —preguntó—. Abuela siempre dice que llegaron juntos al mundo. —Oh —Alysa sonrió—. Se dice que el Dios del Sol llegó a Solarea primero, el hogar de los dragones, y que su poder sigue manteniendo cálido al reino, pero ¿qué crees tú, cariño? ¿Quién llego primero, la Luna o el Sol? —¡Emberion! —gritó, acercando su pequeño dragón de madera al rostro de su madre, casi golpeándola con el entusiasmo. —Los dragones no son Dioses, amor. —Alysa rio mientras trataba de alejar la mano de