TRES DE LA MAÑANA...

—¿Estás bien?

La pregunta de la chica bañó de rojo sangre las mejillas de Nassar.

—Sí. Solo dame unos minutos.

Se levantó de la cama y entró en debate con el espejo.

¿Qué rayos te pasa?, discutía para sí, como esperando realmente una respuesta de esa pared transparente.

—¿Sigues ahí?

Desafortunadamente sí. Julio seguía ahí, aunque su mente viajaba por todos lados.

Aquello representó más que una vaga frustración. No era el primero ni sería el último en no poder concretar el cortejo. Mil noches se había entregado a la lujuria y al placer ajeno. La balanza se equilibraba con una noche de impotencia, ¿no?

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