Ha pasado un año desde la última vez que charlamos al respecto. La semana pasada festejamos mi cumpleaños número veinticuatro, y en verdad he de agradecerle a Inossa por el esfuerzo.
Invitó a gente cercana y se quitó de compromisos. Le habló a un par de músicos y a gente de la disquera. Estuvo mi agente, también, pero a Cristian lo omitió.
—¿Y Cristian?
—No quiero que tu fiesta huela a oficina.
—¿Perdón?
—Perdonado.
—¿No te agrada Cristian?
—No es mi persona favorita, aunque tampoco me cae tan mal como te cae a ti.
—¿Por qué dices eso?
—Julio, conmigo no tienes que fingir. El hombre estalla en envidia y lo sabes. No entiendo cómo sus fans no se dan cuenta, si cada día se toleran menos.
Es cierto
‘’…diablo al que le hablaron tanto de su maldad que acabó por creérsela…’’Me aferro a las piernas de Yerania. Van empapadas en placer y yo me pierdo en el dulce aroma de su piel. Sé que hago mal. Sé que no debo de estar acá. Mi lugar es en casa, con la mujer que amo. ¿Qué hago en este burdel barato?La mujer de rizada cabellera me da un motivo; una respuesta con esos movimientos que lo desquician a cualquiera. Y la tomo de guía. Y voy a la derecha cuando he de ir a la izquierda. Y cambio de carril en plena curva. Y sonrío en funeral porque soy excepción a toda regla; diablo al que le hablaron tanto de su maldad que acabó por creérsela.Hace un par de meses que las cosas entre Inossa y yo no marchan bien. Lo que le conté sobre Cristian la cambió por completo
‘’…perdona la cobardía. Sé que irme ahora es egoísta, pero en verdad no puedo seguir al lado de tu peor enemigo. Quise ayudarte, quiero ayudarte aún a la distancia, y sin embargo, te rodea gente mala. Gente que no ve lo que eres y se traga el cuento de Doña apariencia. Eso imposibilita mi tarea. Agradezco la cabida en tu vida, el haberme compartido tan honesta alegría. A tu lado aprendí que la felicidad no es cosa de un día. El mundo gira pensando que un buen trabajo, amigos y amor verdadero es suficiente para ganarle la batalla al universo, pero se requiere más que eso. Se necesita estar cara a cara con la adversidad, luchar a muerte y poder cenar en la misma mesa. Hacerte amiga de quien te detesta, es algo que aprendí contigo y te lo agradezco. En verdad te lo agradezco. Mas ya no puedo seguir en el camino. No son mis ojos morados a causa de tus golpes lo que me alejan de ti. No di raz&oac
Soy feliz. De alguna extraña manera la partida de Inossa ayudó. Curioso ese ángel que aún en la ausencia se las arregla para guiarme.Sin embargo, no siempre fue así.Sí que le lloré cuando se fue. Sí que lamenté su adiós, y si la bebida no daba soporte, seguro habría adelantado mi fin.¿En qué momento todo cambió?He de darle crédito a los viejos del teatro. Hombres tan avanzados en edad como en intelecto.—¿Qué haces gastándotela con esta bola de ancianos? —me preguntaron la última noche que los vi.—Esta bola de ancianos me levantan el ánimo. Esta bola de ancianos le dan va
—De niño tuve mucho, pero era pobre.—¿Cómo es eso?—Solo tenía dinero, hijo. Montones de dinero invertido en algo que papá llamaba Bienes y le daba por apellido Raíces.Le di un trago al vino barato que don Matías ofreció aquella noche, y me entregué buen rato a la reflexión.Para cuando volví, el viejo ya era pobre de bolsillo pero rico en sentimientos.—Conocí de mujer y ella me enseñó de alegría. La vida me permitió unos cuantos hijos y un negocio que a menudo me regala sonrisas.Mientas más hablaba, más le entendía. Comprendí que la verdadera riqueza no está en las joyas ni en los viajes, sino en el anillo
Esta historia se escribió en viernes. Facundo (el más viejo de los viejos), sufrió una pulmonía en el primer día de diciembre. Sus nietos vinieron con la noticia. Para mi buena suerte (dentro de lo malo), yo no estaba cuando les avisaron. De haber estado, alguno de esos chiquillos me hubiese reconocido y se me acabaría el montaje.—Está más grave de lo que pensaba.—¿De verdad? —pregunto por preguntar.Mira que con eso no se juega, pero vale la pena alargar la tristeza.—El hombre está conectado a mil cosas, y tiene la mirada en el techo.—¿Está inconsciente?—Eso quisiera él, pero no. Está tan vivo como moribundo.Todos guardan silencio. Nadie pregunta por qué no fui a visitarlo. Supongo que est&aac
—¿Recuerdan a Cristian?—¿El hijo de puta? —pregunta MatíasSonríe.—Sí.—¿Estás seguro de querer hablar del tema, hijo? —pregunta Antonio.Ofrece una mirada que se parece a la de Facundo pero con menos fuerza, con menos mística, con menos muerte y más vida.Es curioso cómo esos hombres precisan de poco o nada para entenderme. De alguna forma saben que aquello tiene relación con Inossa; quien tiene mi vida entre sus manos, y aunque sospechan que ya es momento de charlarlo, prefieren preguntarme.Bien para constatarlo. Bien para darme un puente y no lanzarme de lleno al recuerdo.—No.—Pero debe hacerlo —dice Matías, y yo le agradezco el impulso.—Lo s
—Solo puedo decirte que con menos de treinta primaveras en el bolsillo me vivo la historia que siempre quise escribir.La entrevistadora me ofrece una mirada endiablada, que de no ser por ese baño miel que le endulza los ojos, acabaría a sus pies; suplicándole perdón o invitándole un paseo por el infierno.—¿Puedes responder a alguna de mis preguntas?Ya no me ve. Se dirige con el productor aunque me habla a mí; él ofrece disculpas sin hablar y yo me río en silencio para formar parte de esta temática de mundo frustrado.—Mi vida no siempre fue así, reina.—No sigo más con este payaso. Me retiro.Envuelven a la chica en un pequeño circulo; intentan convencerla de no cancelar la entrevista mientras yo me divierto con el escándalo. Mejor este que los montados por arpías
‘’…son las tres de la mañana. Estoy parado frente a ella, cuando un fuerte dolor de cabeza me eriza la piel. Es un dolor distinto, ajeno a la migraña que de niño padecí. Quiero correr, pero mis piernas no funcionan. Caigo de bruces en el intento, entonces me convenzo de lo peor. Voy a morir. Nadie me ha contado de los colores que hoy tengo frente a mis ojos. Son brillantes, pero queman. Un fuerte escalofrío me recorre todo el cuerpo, mientras lucho contra el miedo, la confusión y la ilusión. La ilusión de que este sea el fin de una vida digna de acabar así: entre mitos y misterios. La ilusión, también, de toparme con mis padres…—¿Cómo diste conmigo? —pregunta Gabriela con mirada inquieta, irrumpiendo estas ideas que pienso redactar en la noche.—No fue muy difícil. Busqué el sitio por internet y apareciste de inm