—Solo puedo decirte que con menos de treinta primaveras en el bolsillo me vivo la historia que siempre quise escribir.
La entrevistadora me ofrece una mirada endiablada, que de no ser por ese baño miel que le endulza los ojos, acabaría a sus pies; suplicándole perdón o invitándole un paseo por el infierno.
—¿Puedes responder a alguna de mis preguntas?
Ya no me ve. Se dirige con el productor aunque me habla a mí; él ofrece disculpas sin hablar y yo me río en silencio para formar parte de esta temática de mundo frustrado.
—Mi vida no siempre fue así, reina.
—No sigo más con este payaso. Me retiro.
Envuelven a la chica en un pequeño circulo; intentan convencerla de no cancelar la entrevista mientras yo me divierto con el escándalo. Mejor este que los montados por arpías
‘’…son las tres de la mañana. Estoy parado frente a ella, cuando un fuerte dolor de cabeza me eriza la piel. Es un dolor distinto, ajeno a la migraña que de niño padecí. Quiero correr, pero mis piernas no funcionan. Caigo de bruces en el intento, entonces me convenzo de lo peor. Voy a morir. Nadie me ha contado de los colores que hoy tengo frente a mis ojos. Son brillantes, pero queman. Un fuerte escalofrío me recorre todo el cuerpo, mientras lucho contra el miedo, la confusión y la ilusión. La ilusión de que este sea el fin de una vida digna de acabar así: entre mitos y misterios. La ilusión, también, de toparme con mis padres…—¿Cómo diste conmigo? —pregunta Gabriela con mirada inquieta, irrumpiendo estas ideas que pienso redactar en la noche.—No fue muy difícil. Busqué el sitio por internet y apareciste de inm
—¿Por qué no la buscaste?Su pregunta demanda contra-ataque. Como quien ya sabiendo la respuesta igual se divierte con el invento.—¿Quién dijo que no lo hice?Mi respuesta le duele. Su mirada la delata.—Cambiemos de tema.—No.—Entonces habla con el menú, que yo no vine de pañuelo.Se levanta respirando humo ardiente. Yo quiero detenerla, pero prefiero contemplar su enojo.Mejor así, me digo, aunque en el fondo muero de ganas por llegar hasta ella y explicarle que Inossa es parte de una vieja historia. A quien quise mucho, pero hoy nada me importa. Nada, claro, más allá de las gracias y el recuerdo. Ese no lo suelto ni lo soltaré, pues uno no olvida el lugar donde aprendió a sonreír.En el fondo sé que nada tiene que ver el cari&ntild
La ráfaga de luces entorpece mi camino, pero yo sigo firme. Los pasos se complican a causa de las gafas de sol que entran en conflicto con la lluvia.Voy perdido en mis memorias.—Es por acá —me extiende su brazo derecho el hombre alto y fornido, apuntando hacia el carril de la izquierda, donde varios pierden lo humano por llevar años encerrados.Atrás se quedan los buitres. Yo me preparo para ver a ese asesino que algún día llamé amigo.—¿Cómo estás? —la pregunta me sale del alma, aunque cualquiera pensaría que se trata de una noble venganza.—Estoy —Cristian responde con la cabeza agachada.Como si la vergüenza le pesara.—¿Por qué?Leva
Se parte el cielo mientras me aferro al largo ventanal de la estación de policías.—¿Qué te dijo?—Se disculpó.—¿Solo eso?Las preguntas del flacucho no nos llevan a ningún sitio, por eso su compañero regordete entra en acción.—Nunca quiso que lo visitaras.—Lo sé.—¿Por qué?—Estaba aquí porque descubrí que fue él quien intentó matarme. ¿No es lógico? —Los policías intercambian miradas y yo sigo en la ventana; como buscando en ella un pretexto para salir de esta nueva e inmensa burbuja—. ¿Es necesario todo esto?—¿Perdón?—Fingir que tengo algo que ver en la muerte de mi amigo.—Un amigo que quiso matarte.—Cristian murió en la cárcel. Si estuviera interes
Siento que la cabeza me da mil vueltas. No consigo entrar en razón ni logro acomodarme los pensamientos.¿En dónde estoy?La sequedad en la garganta acaba con lo gélido de mi espalda que está pegada al piso, y mi mirada va ciega pues estoy metido en una bolsa.—Creo que ya despertó —dice alguien a lo lejos.Su voz me perturba porque es idéntica a la mía.—¿Nassar? —pregunta una mujer en tono amable. No sé si responderle o hacerme el desentendido para averiguar en dónde estoy antes de enfrentar a mis posibles enemigos—. Sigue dormido —concluye.—¿No crees que nos pasamos con la dosis?La pregunta proviene de otra chica, auditivamente mayor.La sangre me sube y
Llevo dos semanas en este lugar, aunque bien puedo estar equivocado. Desde que llegué, o, mejor dicho, desde que me trajeron, no he tenido contacto con el mundo. Ni siquiera me han permitido acercarme al televisor que solo transmite una y otra vez esa vieja comedia donde el hermano ebrio triunfa, el bien portado fracasa, y en medio de ellos hay un niño que aprende lo peor de ambos.No me espanta Carlos ni su habilidad para imitarme. Tampoco me importa Regina ni sus guisos horripilantes. Ni el flaco mudo ni la niña de voz dulce que a menudo nos castiga con su ausencia. Lo que me pone la piel de gallina, es esta extraña sensación de confort.—¿Cuándo me dejarán saber qué hago aquí?—Pronto —responde Regina, porque es ella siempre la que habla—. ¿Cuándo fue la &u
—Acá todos somos tus fans —dice Regina a voz del resto.La sonrisa delata que no se sabe más de tres canciones.—¿Nos harías el favor? —pregunta el flaco mientras me ofrece una guitarra acústica.Yo me distraigo con su peculiar voz chillona. Ahora entiendo por qué calla más de lo que habla.Les regalo tres o cuatro canciones, ellos tararean con alegría e improvisan una fogata sin fuego.En éste vacío infinito, donde no hace falta la noche para alcanzar las estrellas.—¿Estás bien? —pregunta Carlos a mis espaldas, pero no entiendo a quién se refiere.Regina y el flaco están al frente. Intento mentirme, y en ratos lo logro. No quiero pensar que las cosan son como me las cuentan. No quiero saberme traicionado por ella. Le hice mucho mal, claro que merezco el revés. Pero ella parecía tan justa, tan pura. Lejos de cualquier venganza… ¡siempre amiga del perdón!—Deben saber qué pasó exactamente con Inossa —digo una mañana mientras desayuno pan con mermelada.—No tienes por qué hablar ahora, Julio. Debes tener la cabeza hecha añicos —contesta Regina mientras llena con café mi taza semi vacía.—Ya gano con tener la cabeza puesta en su lugar. Hecha trizas o entera, merecen mi colaboración. Se la jugaron por mí sin conocerme, sin que…—Conocíamos a tu madre.La respuesta de Sophía me congela las venas.—¿A mi madre?—¡No es momento, Sophía! 24