Se parte el cielo mientras me aferro al largo ventanal de la estación de policías.
—¿Qué te dijo?
—Se disculpó.
—¿Solo eso?
Las preguntas del flacucho no nos llevan a ningún sitio, por eso su compañero regordete entra en acción.
—Nunca quiso que lo visitaras.
—Lo sé.
—¿Por qué?
—Estaba aquí porque descubrí que fue él quien intentó matarme. ¿No es lógico? —Los policías intercambian miradas y yo sigo en la ventana; como buscando en ella un pretexto para salir de esta nueva e inmensa burbuja—. ¿Es necesario todo esto?
—¿Perdón?
—Fingir que tengo algo que ver en la muerte de mi amigo.
—Un amigo que quiso matarte.
—Cristian murió en la cárcel. Si estuviera interes
Siento que la cabeza me da mil vueltas. No consigo entrar en razón ni logro acomodarme los pensamientos.¿En dónde estoy?La sequedad en la garganta acaba con lo gélido de mi espalda que está pegada al piso, y mi mirada va ciega pues estoy metido en una bolsa.—Creo que ya despertó —dice alguien a lo lejos.Su voz me perturba porque es idéntica a la mía.—¿Nassar? —pregunta una mujer en tono amable. No sé si responderle o hacerme el desentendido para averiguar en dónde estoy antes de enfrentar a mis posibles enemigos—. Sigue dormido —concluye.—¿No crees que nos pasamos con la dosis?La pregunta proviene de otra chica, auditivamente mayor.La sangre me sube y
Llevo dos semanas en este lugar, aunque bien puedo estar equivocado. Desde que llegué, o, mejor dicho, desde que me trajeron, no he tenido contacto con el mundo. Ni siquiera me han permitido acercarme al televisor que solo transmite una y otra vez esa vieja comedia donde el hermano ebrio triunfa, el bien portado fracasa, y en medio de ellos hay un niño que aprende lo peor de ambos.No me espanta Carlos ni su habilidad para imitarme. Tampoco me importa Regina ni sus guisos horripilantes. Ni el flaco mudo ni la niña de voz dulce que a menudo nos castiga con su ausencia. Lo que me pone la piel de gallina, es esta extraña sensación de confort.—¿Cuándo me dejarán saber qué hago aquí?—Pronto —responde Regina, porque es ella siempre la que habla—. ¿Cuándo fue la &u
—Acá todos somos tus fans —dice Regina a voz del resto.La sonrisa delata que no se sabe más de tres canciones.—¿Nos harías el favor? —pregunta el flaco mientras me ofrece una guitarra acústica.Yo me distraigo con su peculiar voz chillona. Ahora entiendo por qué calla más de lo que habla.Les regalo tres o cuatro canciones, ellos tararean con alegría e improvisan una fogata sin fuego.En éste vacío infinito, donde no hace falta la noche para alcanzar las estrellas.—¿Estás bien? —pregunta Carlos a mis espaldas, pero no entiendo a quién se refiere.Regina y el flaco están al frente. Intento mentirme, y en ratos lo logro. No quiero pensar que las cosan son como me las cuentan. No quiero saberme traicionado por ella. Le hice mucho mal, claro que merezco el revés. Pero ella parecía tan justa, tan pura. Lejos de cualquier venganza… ¡siempre amiga del perdón!—Deben saber qué pasó exactamente con Inossa —digo una mañana mientras desayuno pan con mermelada.—No tienes por qué hablar ahora, Julio. Debes tener la cabeza hecha añicos —contesta Regina mientras llena con café mi taza semi vacía.—Ya gano con tener la cabeza puesta en su lugar. Hecha trizas o entera, merecen mi colaboración. Se la jugaron por mí sin conocerme, sin que…—Conocíamos a tu madre.La respuesta de Sophía me congela las venas.—¿A mi madre?—¡No es momento, Sophía! 24
A nadie se le prepara para el sufrimiento. Nos enseñan a caminar sin advertirnos que en cualquier momento podemos caer. Nos llevan a la escuela, nos exigen dieces en todas las asignaturas, mas nadie se acerca a decirnos que también hay cincos y ceros.Repasando mis días, me encuentro con muchos cincos y muchos ceros. Con sietes que confundí con nueves y muy pocos dieces. Sin embargo, ningún tropiezo de los sufridos fue tan duro como el que viví cuando vi a Inossa en televisión.Dijo verdades que por un lado me aliviaron, pero también estaba la culpa y el odio. Culpa por confiar en ella y permitirme ser el monstruo que ahora soy. Odio por amarla a pesar de los daños, por odiarla aunque merezco su venganza.—Sabíamos que pasaría —dice Sophía mientras le da un sorbo al prime
No sé por dónde empezar. Por el inicio, supongo. Pero ni yo sé cuándo comenzó todo. Quizás en la entrevista que nunca se dio, o en la desaparición de Regina, Carlos y el flaco. O por estos dos meses en los que Sophía y yo creamos un vínculo irrompible. Bien porque solo nos tenemos el uno al otro. Bien porque al fin decidimos querernos.Le cuento a las estrellas lo que ocurrió aquella noche en la que, pensamos, le pondríamos fin a todo esto. Se sorprende al escuchar los detalles. Ni el cielo entiende por qué fuimos tan ingenuos.¿Quién estaría interesado en la historia de un criminal como yo? O, mejor dicho, del monstruo en el que me han convertido. Porque a estas alturas ya no importa lo que soy. Los rumores se adueñaron de mi carne y de mis huesos. De mi mente y de mi miedo.—¿Estará
Un día decidimos dejar de buscarlos. A Regina y a Carlos. Al flaco, cuya voz retumba en mi cabeza. Acá habla más de lo que habla en persona.—Es momento de dejarlos.—¿Por qué?—Es inútil, Nassar. Si algo les pasó ya no podemos rescatarlos. Si no, corremos peligro de que a la siguiente nos contesten y vengan a buscarnos. Es momento de dejarlos ir.Sigo sin poder contradecirla. No obstante, en esta ocasión agradezco no poder.—Mejor así —le digo.—Mejor así —me contesta.Encendemos el televisor y nos dejamos llevar por uno de esos comerciales de artículos falsos. Y dan la una y dan las dos. Y dan las tres y dan las cuatro. Apago la televisión para intentar dormir, cuando una pregunta de Sophía me lleva a otro sitio.—¿Realmente las quisi
Hay momentos en los que la demencia aparece como una buena opción. Para olvidarte del pasado y del presente; no pensar más en el futuro o quedarte en un buen ayer.Han pasado solo cinco días desde la desaparición de Sophía y yo ya la extraño toda una vida.Salió por algo para cenar, yo le insistí más de lo común que me dejara acompañarla. Como si algo presintiera, como si alguien me hubiese avisado que no volvería a verla.—Con cuidado —le dije mientras le daba un beso en la frente.Ella bajó la mirada y dijo…—Pronto mi rostro saldrá a la luz, la gente va a conocerme y seré tan buscada como tú. Traeré pocas cosas, que la semana siguiente nos vamos.—¿A dónde?—Tenemos ci